Rogelia Perdones
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La magia real que se experimenta en San Pedro Tlanixco no debe perderse, es el último reducto de los nahuas en el Estado de México
No sabía hacia dónde me dirigía esa tarde, pero en el trayecto a esa comunidad, cuyo nombre desconocía, fue deslumbrándome el paisaje. El vehículo en el que iba ascendía una carretera mientras yo observaba macizos que parecían parte de una larga montaña, cuyas cumbres estaban coronadas por nubes, así que no podían verse por completo.
Llegando al poblado, por calles sinuosas empezaron a descubrirse caseríos sencillos, afuera de algunas casas se veían anuncios muy particulares; “se alquila marrano semental”; “se vende pulque del bueno”, una forma de comercialización de banqueta a banqueta por donde pasan clientes mayormente a pie.
Frente a lo que parecía un conjunto de macizos montañosos, apareció en colores ocre y mostaza un templo que me pareció muy grande para el tamaño de la población, sin duda era su epicentro arquitectónico. Al entrar al espacio de culto católico, en la parte central del altar estaba la figura del San Pedro, patrón de la comunidad, y más arriba del nicho de ese santo me llamó la atención un Santo Cristo casi negro hecho de bagazo, según un lugareño. Pensé que esta escultura de bulto sería la más venerada por encima del Santo Patrón, pues por su color resaltaba en ese altar profusamente decorado con mampostería recubierta de hojas doradas. Los candiles del templo de muy buena factura, enormes e impresionantes por la cantidad de cuentas de vidrio que parecía cristal. Grande debe ser la religiosidad de los lugareños de este pueblo dirigida al “Señor Salvador”. Salí del templo y sentí en el rostro una brizna de agua fría. Se aproximaba la lluvia.
Luego de distribuir alimentos del programa “Hagamos Tequio” a mujeres que iban bien provistas de ropa de invierno, algunas muy mayores, otras maduras con muchos hijos y viudas a causa de la pandemia; una bella mujer de rasgos indígenas con una educación universitaria que precedía su buen trato nos invitó a ir a su casa, donde un grupo de señoras llevaron platillos en sus propias vasijas y platos para invitarnos a comer. Se veía que detrás de este esfuerzo había un verdadero agradecimiento.
Es licenciada la anfitriona, su nombre es Araceli Arellano. Ya en su casa estaban algunas mujeres de pie y otras sentadas. Otras más, haciendo tortillas de maíz amarillo y de maíz azul. Los alimentos consistían en pequeñas papas hervidas, ensalada de “chivatitos” con pepino, arroz, pulque, habas, todo con un delicioso sabor.
Doña Rogelia Perdones estaba sentada casi en la cabecera de la mesa junto a su pequeña nieta Carla. Ella me dijo que lo que estábamos comiendo era recientemente cortado y luego me habló de que había “plantas de poder” en un temazcal al que llegaba gente de afuera para tener la experiencia de hacer viajes espirituales a través del peyote. De rostro indescifrable, pues sonreía mientras sus ojos, pequeños y agudos, todo lo examinaban. Tiene dos hijos, pero no, señor, a sus 69 años se sabe dueña de sí misma.
En San Pedro Tlanixco sí que llovía mientras comíamos. Esa agua de lluvia se sumaba a la de deshielo del volcán del Nevado de Toluca que a la par de las banquetas forma riachuelos descendientes de agua pura. Algo que había visto mucho antes en la ciudad de Granada.
La gente de esta comunidad de origen nahua consume durante los meses de junio a agosto hongos alucinantes que son de dos tipos: de “pajaritos” y de “derrumbes”. Los hongos alucinantes también se utilizan para fines sagrados, pero como me dijo Araceli Arenas: “empezaron a llegar personas de la Ciudad de México y extranjeros y les dieron otro fin a los honguitos”.
La magia real que se experimenta en San Pedro Tlanixco no debe perderse, es el último reducto de los nahuas en el Estado de México, la práctica del peyote y temazcal que conduce Rogelia Perdones debe cuidarse para que efectivamente esté relacionada con lo sagrado en términos de los saberes ancestrales. Salí de la comunidad enriquecido por la generosidad de su gente. Es un lugar adecuado para acompañarse de un programa de conservación y fortalecimiento de su rico patrimonio biocultural. Ya regresaré. Se lo prometí a doña Rogelia.