Semáforo y sociedad
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No, no me refiero a la interpretación oficial de los ahora tristemente famosos “semáforos epidemiológicos” de la pandemia en México y sus pantones confusos a la medida del gobernante. Tampoco a cómo la población en general se supone que usa la información de esos semáforos para cambiar sus rutinas diarias y enfrentar al COVID-19. En realidad, estoy refiriéndome a algo mucho más simple y cotidiano que está ahí a nuestro alrededor y en nuestra vida diaria (en las ciudades de todo el mundo), casi en cada esquina, y que sin duda podría ser un laboratorio antropológico para entender a los distintos pueblos y sus ciudadanos.
Por motivos laborales vivo en Estados Unidos desde ya hace una buena cantidad de años y con frecuencia comparo y tomo nota de cómo es distinto vivir allá a vivir en México. Me interesa la comparación como una forma de entender lo que sí funciona y debemos adoptar (o adaptar), como podría ser la existencia de una clase media pujante que mueve a la economía; también para entender lo que de plano no funciona y debemos evitar a toda costa, como por ejemplo el hecho de no haber cenado y darse cuenta de que en el pueblo sólo se aspira a encontrar un Taco Bell abierto a las 11 de la noche (mismo que nunca debe ser opción real para un mexicano, por más hambre que tenga). Sí, como dicen por ahí, las comparaciones muchas veces son odiosas, pero también muchas veces son necesarias.
Una de las diferencias principales entre un país tan maravilloso y con tantas bondades como México y un país de los considerados de “primer mundo” (Estados Unidos o Alemania, por ejemplo) es lo que se ve en las calles y banquetas. Peatones que cruzan en las esquinas y no a media cuadra y conductores que generalmente respetan las señales de tránsito y que representan una de las primeras muestras de que la población es civilizada y puede convivir en un espacio común. Me corresponde un carril, respeto un límite de velocidad o un cruce peatonal, aviso cuando pienso dar vuelta, son muestras simples del nivel de desarrollo de un país. Muchos dirían que es un tema de educación y yo cuestiono esa hipótesis. En un país como México, los que tienen posibilidades de manejar un automóvil seguramente son aquellos con mayor nivel de ingreso y, en teoría, de educación. En un país como Estados Unidos, los estratos sociales con acceso a un automóvil son mucho más amplios y se puede decir que casi cualquier americano maneja.
Esta semana, circulando en las calles de Auburn Hills, Michigan, en una de las rutas habituales para ir a comer, me topé con que la avenida de cuatro carriles (técnicamente una autopista estatal) tenía un semáforo descompuesto en uno de los cruceros cercanos a mi oficina. El semáforo para quienes íbamos por la avenida principal parpadeaba en amarillo, mientras que para quienes querían incorporarse o cruzar desde la calle perpendicular el semáforo parpadeaba en rojo. Mi trayecto habitual de cinco minutos se convirtió en uno de no más de diez ya que desde el automóvil más lujoso hasta el más humilde, pasando por autobuses escolares, camiones de carga y hasta una ambulancia fuera de servicio, al llegar al semáforo hacían alto total y esperaban a que les tocara su turno para cruzar. No hubo nadie, de los más de doscientos vehículos que calculé estaban en las cuatro filas, que pensara que tenía tanta prisa como para rebasar por el acotamiento para evitar la fila o incluso para sonar el claxon. El famoso “uno y uno” se aplica por instinto como una evidencia clara de civismo y convivencia social saludable. Como pocas veces me puse a observar a quienes iban a mi alrededor. Distintas edades, géneros, ocupaciones y seguramente hasta origen migratorio y preferencias políticas o religiosas. Tal vez había quien tenía más prisa que otros, o era más importante o influyente, pero aún así se comportó exactamente igual que el resto. En ese momento todos éramos parte de una comunidad que en automático reconoce que el bien común pasa por no tomar ventaja, evitar el desorden y actuar como grupo, aún y cuando no había ni un policía ni alguien organizando el tráfico. Es un acto reflejo, como lo es ir a buscar un basurero cuando alguien quiere tirar una lata de refresco. ¿A quién de nosotros no le ha tocado una situación similar en alguna ciudad en México donde las filas se hacen eternas en todas direcciones porque alguien prefirió bloquear el crucero antes que dejar al otro cruzar o incorporarse? La próxima vez que estés en un semáforo, y tengas unos segundos para reflexionar, te invito a observar cómo tú y quienes están en esas calles hacen (o no) comunidad alrededor de un simple semáforo. Si no podemos con un semáforo, no podemos pensar que podremos con un país.
@josedenigris
josedenigris@yahoo.com