Apuntes sobre la grandeza
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Hace unos años encontré, en una feria del libro, el título de “Los grandes filósofos” de Karl Jaspers. Estaba en el rincón de las ofertas, junto a otros fracasos de venta como los “Cantares” de Ezra Pound o los cuentos menos conocidos de William Faulkner. Este volumen anunciaba el estudio de Sócrates, Buda, Confucio y Jesús. La selección me pareció curiosa. Jaspers insiste en la necesidad del diálogo entre la filosofía occidental y la oriental, pero más que un libro sobre las vidas de los filósofos, en realidad es un ensayo sobre la grandeza. ¿Qué es lo que hace grande a alguien? ¿El heroísmo? ¿El poder? ¿La sabiduría?
Vuelvo a Jaspers porque ahora, en otra mesa de ofertas pero de librerías de viejo, me topé con un tomo de los clásicos con los ensayos “De los héroes”, de Thomas Carlyle, y “Hombres representativos” de Ralph W. Emerson con la traducción de Jorge Luis Borges. Empecé por la parte de Emerson al recordar una frase de éste recuperado por Jaspers: “Para el filósofo, todas las cosas son entrañables y sagradas, todos los eventos son útiles, todos los días santos, todos los hombres divinos”. El texto de Emerson es luminoso y adictivo, aunque estemos de acuerdo o en desacuerdo con sus sentencias. Hay mucho de él en el texto de Jaspers.
Thomas Carlyle escribe: “La historia del mundo es la biografía de los grandes hombres”. Una frase que revela su tesis de “el culto a los héroes”. Por otro lado, para Emerson, los grandes hombres son los que hacen del mundo algo mejor y entrañable. Dice: “Me gusta un amo que se mantenga firme sobre sus piernas de hierro, bien nacido, rico, hermoso, elocuente, cargado de dones, que arrastre a todos con su fascinación y los convierta en tributarios y soportes de su poder”. La línea parece un tanto tirana, pero cambia por completo cuando agrega: “Hallo que es más grande el que puede abolirse a sí mismo y a todos los héroes (...) Entonces se trata de un monarca que da una constitución a su pueblo; de un pontífice que predica la bondad de las almas y dispensa a sus servidores de sus bárbaros homenajes; de un emperador que puede prescindir de su imperio”. Luego pone un ejemplo. Si un sabio llega a un pueblo y conversa con las personas, aquellos ahora tendrán una conciencia nueva y su mundo de alguna manera cambiará. Ahí, según Emerson, radica la grandeza.
El libro de Jaspers continúa esta idea. Él argumenta: “Hay grandeza donde vemos, con reverencia y lucidez, lo que nos hace mejores. De los grandes hombres emana la fuerza que nos impulsa a crecer por virtud de nuestra propia libertad. Nos colman con el mundo de lo invisible, cuyas figuras nos descubren, cuya voz merced a ellos alcanzamos a percibir”. En el siguiente párrafo determina: “El hombre a quien veo grande me revela lo que soy. El modo como veo la grandeza y me comporto ante ella me hace llegar a mi propio ser. Cuanto más puro es el querer y más verdadero el pensar, más claramente hablan la voluntad y la verdad de los grandes. Las posibilidades del propio ser constituyen el medio para percibir la grandeza”.
Borges, en el prefacio, recuerda una frase de Nietzsche sobre el pensador norteamericano: “de ningún libro me he sentido tan cerca como de los libros de Emerson; no tengo derecho a alabarlos”. El escritor argentino, fiel admirador del autor que traduce, termina su texto con unas filosas palabras: “En el tiempo, en la historia, Whitman y Poe han oscurecido la gloria de Emerson, como inventores, como fundadores de sectas; línea por línea, son harto inferiores a él”. Borges fue admirador profundo de Whitman y Poe, a quienes también tradujo, pero se dejó admirar por la grandeza “de ese alto caballero americano”. Decía Jaspers que el poeta cuando expone su pensamiento se vuelve filósofo y el filósofo, en cuanto expresa sus pensamientos “mediante la metáfora y el mito” se vuelve poeta. Es difícil ver en Emerson dónde acaba el filósofo y empieza el poeta. Pues en sus escritos, cada cierto tiempo, emerge la poesía desde el arte de pensar.