El Santo Oficio de la Acentuación
COMPARTIR
TEMAS
Letra y música suelen ir de la mano, pero no por eso debemos engañarnos pensando que su relación ha sido una perpetua luna de miel.
Las palabras concentran su poder en la capacidad de enviar un mensaje con claridad y belleza, mientras que la melodía posee una sensualidad innata, gran adherencia en la memoria y carácter dominante.
“Y así sabrás la amargura que estoy sufriendo por ti”, escribió María Grever al final de la sempiterna Júrame. La línea melódica obliga a la los vocablos “sabrás” y “sufriendo” a sonar como “sábras” y “sufriendó”. Escuchando tal sometimiento de las palabras ante la música, algunos cantantes devotos del acento correcto tratan de hacerle justicia al texto, pero en el intento de corregir, estos miembros del Santo Oficio de la Acentuación (SOA) no consiguen otra cosa que una frase musical esperpéntica.
“Y alguno que ó-trocú-radés-pistao”, cantamos algunos hijos de los ochentas en la celebración del Año Nuevo. Es patente, en este ejemplo, que para el grupo Mecano la melodía es dueña, señora, matriarca, dictadora y emperatriz divina sobre la palabra, y que el “otro cura despistao” tendrá que colgar sus hábitos y postrarse ante ella.
Pero no solo en el arte al que se suele llamar popular suceden estos casos de violencia y sometimiento; también en la música de elevada flatulencia tienen lugar estas vejaciones: “Nessun dorma” (Nadie duerma), exclama el príncipe Calaf entonando un re de medianoche. Pues bien, la sílaba tónica en el vocablo “nessun” es la segunda; sin embargo, como resultado del acento musical, termina sonando como “néssun”. Tanta ha sido la influencia del aria de Puccini entre la gente ajena al idioma italiano, que nos sentimos extraños al pronunciarla de manera correcta.
Otra de las facciones del Santo Oficio de la Acentuación es la que quiere encontrar la tónica en las cumbres de la melodía; es decir, que todo funcione como en la primera frase de Las mañanitas, donde el salto de cuarta ascendente coloca al vocablo “son” en un pedestal melódico para después hacer lo propio con la sílaba “ni”, enfatizando así la acentuación natural de la frase “Éstas son las mañanitas”. Pero las cosas no siempre marchan de esta manera. A continuación dos ejemplos:
1) “Tengo mucho que aprender de ti, amor”, canta Emmanuel sobre el texto y la música de Manuel Alejandro y Ana Magdalena, quienes no solo no pusieron al amor en un pedestal, sino que hicieron que la “a” le diera un empujón al “mor”, precipitándolo en un abismo melódico de una séptima mayor de profundidad. 2) “Negli occhi suoi spuntò” es la segunda frase del aria de Nemorino “Una furtiva lagrima”, misma que podría levantar ámpula en el Santo Oficio, pues comete un par de herejías. El acento de la frase “Negli occhi” recae en la “o”, sin embargo, la melodía de Donizetti no solamente envía la sílaba tónica al abismo melódico, sino que le arrebata la preponderancia en su acentuación musical para regalársela a “negli”, que en un contexto hablado tendría una inflexión más bien débil. Sí, la herejía es atenuada por el indulgente compás de seis octavos dividido en dos grupos ternarios, probablemente eso salve a la frase de la hoguera.
Naturalmente, los lectores se preguntarán cuál es mi postura al respecto. Bien, yo no pertenezco al SOA, pero tampoco soy partidario de la destrucción del texto por parte de la música. Me inclino por la observación sensata del contexto, el género, la época y —¿por qué no?— del deleite que nos produce la interacción de las palabras con la melodía, y a partir de ello meditar si se trata de incompetencia por parte del compositor, o simplemente estamos presenciando las sabrosas extravagancias del texto cantado, pues no es posible ceñir a leyes tan rígidas el convivio de las artes. Después de todo, el texto cantado también es un absurdo; lo he dicho en otro lugar: nadie anda por el mundo cantando todo lo que dice.
Por supuesto, abundan los ejemplos en los que la convivencia consigue la perfecta equidad, pero ellos tal vez tendrán lugar en otra de mis columnas. Por lo pronto, me conduelo con los integrantes del Santo Oficio, y confío en que después de leer mi texto sábran la amargura que estoy sufriendó por ellos.