El civismo alemán : The Ocean Colective
The Ocean Collective desnudan la retórica del reguetón y la onda urbana.
Los inquilinos, los de casa rentada, salen a partir de las seis.
Acumulan bolsas negras de basura. Conos naranjas. Llantas destruidas. Cualquier elemento para impedir el estacionamiento.
Los autos pagan en la zona, a ellos mismos, la cuota mínima de 100 pesos. Linternas en mano, echan la luz a los vehículos.
Negocio redondo de jueves a domingo. Monterrey en el Barrio Antiguo es comuna de ladrones con permiso para saquear.
Un enano viste disfrazado de diablo. Corre en la angosta calle Diego de Montemayor. Brinca sobre el empedrado irregular. Mix de cumbia de Celso Piña con Santa Fe Klan. Luego el Bad Bunny y la gatita. A los éxitos del momento, la frustración de la vida entera. En la casona amarilla retumba los bajos en las paredes.
El aroma de hotdogs, su aceite requemado. La mejor hora es la siguiente. Después de las diez de la noche, la movilidad de los estancados. Pasan de un antro al otro.
Negocio para el cadenero. Vender los tapabocas. A 20 cada uno. Pagas en el consumo. El último evento del año. The Ocean Collective. Virtuosismo en sus ejecutantes. Metal atmosférico.
Se adelantó el inicio. Para las 23 horas, seis de los 40 integrantes del colectivo, han terminado de vender discos, playeras y mercancía. Son quienes pueden hacer gira por el momento.
En playeras de manga corta, a pesar de los seis grados al exterior, disfrutan del clima. La voz gutural pasa a la melódica. Son los dolores de parto de una generación desesperanzada. Necesitan llamar la atención, antes brincar del rascacielos a la formalidad de los empleos mejor remunerados.
Dos guitarras, un bajo, la batería, el sintetizador, el vocalista y por encima de todos ellos, el ordenador, la computadora mac. El ingeniero de audio, rubio de bigote nutrido, suelta las imágenes en la pared.
Casi al final, en la agonía de sus 8 o 9 melodías, sinfonías sobre la parte oscura de la creación, las luces estrambóticas deslumbran a todos los visitantes.
Convulsiona mi cerebro. Rebota entrecruzado los hemisferios. The Ocean Collective desnudan la retórica del reguetón y la onda urbana.
A medianoche, la solución va en camino. En el Betos Bar la posada de quienes somos ingredientes del caldo de cultivo de los inadaptados.
Hay más de 400 personas dentro del local de la calle Aramberri. Ya se rifaron las 50 cubetas de cerveza. La siguiente tanda de discada esta por salir.
Los Gallos Rocabilly hacen bailar a los punks, las luchadoras sociales, las luchadoras reales, los equidistantes de la zona conurbada.
En la rockola de la primera sección la programación incluye en simultaneo a Rage Against The Machine y King Diamond.
Monterrey es un manicomio de puertas abiertas. La cloaca para quienes pasan de San Pedro por el túnel de la loma larga.
Las filas para entrar a los baños de mujeres son tan largas como las de la barra para comprar cerveza. Ya se acabó la caguama. Solo quedan botes de 355 ml y la perversa sed de todos los días.