Autoridades ante lo desastroso
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Puede ser una ley primaria o secundaría que se ve como un desastre. Puede ser un derrumbe o un incendio inesperado. Puede ser una guerra sin compasión y sin puntería que sacrifica inocentes. Puede ser un transporte bestial que conduce a niños y niñas a que los devuelvan en una deportación. Puede ser una delincuencia repetitiva e impune. Puede ser un abstencionismo de mayoría que propicia un monopolio político. Puede ser un adeudo torpe y descomunal que se echa sobre las espaldas de los contribuyentes. Puede ser una vileza sacrílega y deshumanizante que corrompe y mancilla lo que debiera cuidar, respetar y orientar. Frente a un desastre se da una tipología de reacciones. Las podríamos clasificar. Los IDOS y los OSOS Entre los IDOS se dan los Afligidos, los compadecidos y los comprometidos. El grupo de los afligidos se lamenta, puede hasta ponerse a llorar. Le parece triste lo que pasa. Se llena de desconsuelo, de pena y de aflicción. Su pesadumbre y congoja se vuelven contagiosas. Se siente vencido por el abatimiento y cuenta a todos su desolación. Su quebranto lo sume en gran tribulación. Mientras más crece su cuita piensa que tiene la mayor virtud.’ A este grupo pertenecen también los compadecidos. Les da lástima, se ponen en los zapatos y hasta en los calcetines de las víctimas. Hablan de injusticia, de brutalidad, de estupidez, y sienten como propio el dolor de los aplastados, de los despojados, de los heridos o engañados. Y mientras más crece su compasión piensan que tiene la mayor virtud. Los comprometidos, no lloran ni se afligen, no muestran mucha compasión. Más que mostrar aflicción o compasión la demuestran. Hacen. Accionan, Se involucran. Cambian sus horarios. Están presentes y disponibles. Engarzan servicios y presentan resultados sin pretender por ello ser virtuosos. Entre los OSOS se dan los miedoso, los quejosos y los generosos. El grupo de los miedosos y pusilánimes se acobarda, en él predominan los que se muestran asustadizos, otros tiemblan amilanados. Los timoratos se aterran fácilmente, se espantan desasosegados. Huyen y se encierran buscando su propia seguridad. Los quejosos reparten culpas aquí y allá sin ninguna autocrítica. Señalan fallas, incurrías, desaciertos, y no dejan títere con cabeza asidos a una quejumbre sistemática y recalcitrante. Los generosos toman una camioneta para derribar una puerta y salvar niños en la quemazón de una guardería. O son capaces de suprimir violencia para un diálogo inteligente, imparcial y objeivo. Dan tiempo, dinero y vida y hacen del desastre un heroísmo y, sin hablar de la pérdida… vuelven a comenzar…