El misterio asombroso

Tuvieron su pascua en la Pascua.

Eran niñas que acababan de celebrar su primera comunión. Un gran día para recibir ese sacramento de vida. Las balas del odio y los estallidos de la destrucción sacrificaron sus vidas. La comunión de la vida glorificada las recibió y su fe se hizo visión y su esperanza promesa cumplida. 

Fue el drama en la comunidad católica de Sri Lanka.

La Pascua de Resurrección tiene un dinamismo liberador y se hace presente no sólo en quienes profesan la fe en la persona y la palabra de Jesús de Nazareth, Se dan actitudes no confesionales que, sin embargo, están plenas de autenticidad y solidaridad. 

Suceden reconciliaciones inesperadas después de largo tiempo de desavenencias.

La corriente pascual parece rebasar las fronteras eclesiales y se hace presente en plena mundanidad con estreno de nuevas actitudes, con saneamiento de relaciones, con humanización de normas no suficientemente imparciales. Lo nuevo irrumpe en los hábitos y las preferencias y en los procedimientos. Como si hubiera un súbito despertar, un caer en la cuenta, un descubrimiento de capacidades ignoradas.

Que alguien que murió siga viviendo y no con la misma vida que tenía, sino con un cuerpo espiritualizado inmortal que tiene insensibilidad para el dolor y no padece muerte y puede atravesar sólidos y una agilidad que puede transportarlo a cualquier lugar con solo un acto de voluntad. Un cuerpo que conserva las heridas pero ya sanadas y puede comer frente a testigos pan y pescado asado como en la orilla de Tiberíades y en el cenáculo. Parece un misterio asombroso del cual fueron testigos los once discípulos que quedaron después de la traición de Judas y  antes de que lo sustituyera Matías.

Muchos ignoran esa realidad. Otros no aceptan el testimonio de quienes la transmiten. Ellos sólo presentan los hechos. Cuentan lo que vieron sus ojos y tocaron sus manos. Una vida inextinguible que sigue presente aunque ya no la capten los sentidos sino sólo la mirada de la fe.

Una fe que no es conquista humana sino don divino que solo se recibe con gratitud y humildad.

A los cincuenta días que siguen a la festividad de la Pascua se le ha llamado el “Cincuentenario de la Alegría”. Se refiere a un gozo que no depende de situaciones externas. Hay regocijo cuando se experimenta un buen sabor, una buena música, el encuentro con un amigo, llegar a una meta anhelada, el disfrute de todo lo que es agradable. El gozo pascual supone el don de la fe y es un júbilo celebrativo interior, con la conciencia de una libertad indescriptible. Centrado todo en poder compartir la victoria de quién es ahora Señor, Maestro, Salvador y Amigo.

Hay vetas de ese reino en todo lo creado porque el Autor de la redención es el mismo autor de la Creación. Y en la historia humana está presente el dinamismo liberador de la Pascua de Cristo. Y todo el que se humaniza y se vuelca en amor verdadero hacia el ser humano ya está corriendo en la pista en que muchos levantan el vuelo más alto que el de la razón, hasta un nivel superior que es pura gratuidad inmerecida. Y solo queda decir “gracias” y entregarse... ¡Es un misterio asombroso!...

CLARABOYA