Mi último fracaso
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Me habían contado que el golf es un juego muy difícil. No es cierto. El golf no es un juego. Es una tortura. Lo dijo a su manera el gran pelotero de beisbol Hank Aaron: “Tardé 16 años en conectar 3 mil hits (golpes). En el campo de golf los hice en una sola mañana”.
¿Cómo es posible que sea más difícil pegarle a una pelotita de golf, que no se mueve, que darle con el bate a una bola de beisbol que viaja a una velocidad de 100 millas por hora? Y sin embargo así es. En el golf lo imposible es posible, y lo posible no se puede.
Hace algunos años quise aprender a jugar golf. Le pedí a un gran golfista que me diera la primera clase. Fue la última: al terminar la lección –de una hora– me dolían músculos que ni siquiera sabía que tenía.
Mi maestro fue Rafael “La Wipa” Quiroz. En aquel tiempo era el profesional del Club Tabachines, exclusivo lugar de Cuernavaca. Eso de “Wipa” le vino de su fulgurante drive o modo de pegarle a la pelota. Whip en inglés significa látigo. La Wipa vivió tres años en Saltillo, a fines de los cincuentas o principios de los sesentas, por ahí. Entiendo que fue profesional de Campestre. Cuando me impartió aquella clase tenía 60 años, pero parecía de 40. Los 18 hoyos del golf son buenos para el cuerpo. El que jode a muchos golfistas es el 19.
Rafael era un gran golfista, un gran amigo y un gran maestro. Pienso que fui el primer discípulo con el cual fracasó como enseñante. Trató infructuosamente de lograr que con mis tiros le pasara yo a la pelotita siquiera a 10 pulgadas de distancia. Nunca lo consiguió. Quizá lo habría logrado si me hubiera dejado pegarle a una pelota de basquetbol con una raqueta de tenis, pero parece que en el golf eso no está permitido.
Mientras abanicaba el aire o levantaba grandes trozos de pasto con mi bastón oí a una hormiguita decirle a otra:
-Vamos a subirnos a esa pelotita blanca. Es el único lugar donde ese pendejo no va a pegar.
La Wipa no hizo gesto alguno que diera a conocer su opinión sobre mi desempeño. Eso me indicó que a más de gran golfista es también extraordinario actor. Me dijo: “Tienes facultades”. Se lo agradecí, pero lo mismo se le puede decir a una universidad: que tiene facultades. Eso, sin embargo, no dice nada sobre su calidad. Para colmo había un niño a quien Rafael contrató para que recogiera las pelotas que supuestamente yo iba a mandar lejos con mis golpes. Hubo un momento en que el chiquillo –Dios lo va a castigar– vino a preguntarle a Rafael si de cualquier modo iba a cobrar. Ni una sola pelota había tenido que recoger.
Acabé bañado en sudor. En sudor frío. Mi maestro me consoló. Me dijo que Tiger Wood no sería capaz de escribir una sola de mis columnas. Yo le agradecí el bálsamo de aquel consuelo, pero en mi interior me sentía el hombre más infeliz del mundo. Y no creo que Tiger Wood cambie su modo de jugar golf por mi modo de escribir columnas.
Al regresar nos preguntaban los amigos:
-¿Cómo les fue?
-Bien –respondió la Wipa.
-Bien –respondí yo.
El muchachillo dijo por lo bajo, pero todos lo oyeron:
-¡Habladores!
Dios lo va a castigar.
(Posdata: dedico esta columna a mi queridísimo nieto David Fuentes Dávila, el Rey David, que a los 9 años de edad hizo el pasado miércoles un hole in one en el hoyo 11 del Campestre. ¡Felicidades, David! ).