Residencias Curatoría Forense: Arte para activar comunidades
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Los artistas Jorge Sepúlveda y Guillermina Bustos inauguraron las actividades del 7 Aniversario del MAG con una charla sobre su trabajo no intervencionista en comunidades de Latinoamérica
Desde 2005 Curatoría Forense labora como un grupo multidisciplinario de trabajo dedicado al arte contemporáneo en Latinoamérica, a través de una red de residencias artísticas en la que los creativos generan debates en las comunidades donde desarrollan su obra en torno a la idiosincrasia y las problemáticas de sus habitantes.
A diferencia de otros programas de residencias cuyos resultados en muchas ocasiones son ajenos a la identidad del lugar sede, aquí los artistas no imponen ideologías, ni siquiera llegan a hablar de arte, sino que enfocan sus energías a establecer nexos con las personas, estudiar su contexto y generar a partir de ello un trabajo para el mejoramiento de dicha comunidad.
Como parte de las actividades por el 7 aniversario del Museo de Artes Gráficas, dos de sus miembros, los artistas Jorge Sepúlveda, de Chile, y Guillermina Bustos, de Argentina, ofrecieron el pasado miércoles 1 de mayo la charla “Pensar el arte, activar una comunidad”, en la que ofrecieron testimonio del progreso de este proyecto y cómo han madurado su aproximación al trabajo de campo.
En el marco del Día del Trabajo, Sepúlveda abrió la conversación expresando que ellos en ese día celebran “el día de la capacidad de luchar cuando parece que todo está perdido. Nuestro trabajo hace pensar otras maneras de hacer lo que hacemos, otras maneras de vivir juntos y parte de lo que vamos a contar sobre nuestras experiencias de trabajo, en estos últimos años en residencias en lugares rurales, es volver a pensar las formas en que nos gobiernan y en que hemos decidido vivir juntos”.
Recalcó que el arte contemporáneo no es sólo una mercancía de un sistema económico, sino una “herramienta para la acción política. Es una herramienta para desarrollar capacidades de subjetividad, para producir subjetividad y construir política”.
Guillermina explicó que al principio su metodología de trabajo resultaba “alienígena” a los habitantes de estas poblaciones, pues los artistas llegaban en calidad de agentes con conocimientos superiores y desarrollaban un proyecto que no conectaba con los pobladores y resultaba en una propuesta estéril.
Pero al momento de comenzar a ver el arte contemporáneo no como un fin, sino como un medio, y sus herramientas de análisis y debate fueron aplicadas para conocer de qué querían hablar esas personas —o, qué necesitaban conocer de sí mismas como sociedad— se obtuvieron mejores resultados.
“Nosotros entendemos al arte contemporáneo como una relación con la sociedad que pone a prueba la contemporaneidad del orden social”, explicó Sepúlveda.
“Nosotros tomamos una distancia que nos permite identificar las dinámicas que están utilizándose y también una distancia de nuestra propia ideología de manera de no actuar normativamente o moralmente sobre lo que estamos encontrando”, agregó.
Uno de los ejemplos con los que mejor ilustraron esta ideología incluyente, no-invasiva, fue lo ocurrido en una comunidad del municipio de Villa Alegre, en Chile, donde los vecinos mencionaron que su principal problema era la inseguridad, la cual era tal, desde su perspectiva, que tuvieron que construir un muro perimetral alrededor del pueblo —dejando fuera la casa de una de sus habitantes— por un total de 7 mil dólares.
La sorpresa para ellos llegó cuando les revelaron que la causa de todo ello fueron 12 robos —un par de televisiones, bicicletas y sacos de alcachofas— llevados a cabo a lo largo de siete años.
La exagerada medida, calificada como fascista por los artistas, reveló una mentalidad de aislamiento y necesidad de copiar modelos extranjeros en esta comunidad, pero para intervenir en ella el grupo de creativos, fieles a su filosofía, desarrollaron un juego con el cual los propios habitantes se dieran cuenta de la naturaleza de su problema.
Con los niños de la comunidad organizaron un partido de volibol con el muro de por medio. Además de que la nula visibilidad les impedía ver si los otros estaban haciendo trampa —que lo hacían—, durante el juego, con ayuda de escaleras, los artistas fueron pasando los niños de un lado al otro, con sus padres siempre de un sólo lado, resaltando con ello el aislamiento en que ellos mismos se metieron.
Otro ejemplo fue el de un pueblo que, luego de perder una cooperativa muy eficaz y provechosa producto de una crisis económica, se había vuelto totalmente huraño. Ni el delegado del lugar ni sus habitantes recibieron con agrado o cooperaron con el artista enviado a la residencia.
Él, nuevamente siguiendo los lineamientos del programa, decidió hacerles ver estas actitudes y grabó los silencios de todas aquellas ocasiones en que fue ignorado y presentó el audio terminado ante todos en la ceremonia de clausura del proyecto —pues estas residencias están auspiciadas por los gobiernos municipales—.
Al escuchar estos registros los pobladores cayeron en la cuenta de cómo habían aprendido a convivir sin convivir, recelosos de haber perdido tanto y culpándose entre ellos, al grado de que uno de los habitantes compró una de las cintas para enviársela a su hermano, con quien estaba peleado, para que volviera a hablarle.
Las medidas tomadas por Curatoría Forense en sus residencias toman en el contexto y las necesidades de aquellos con quienes trabajan. Sus artistas fungen como intermediarios para el análisis de las problemáticas de estos lugares y con la presencia y testimonio Sepúlveda y Bustos en Saltillo habrá que ver si esta filosofía se aplicará también aquí.