Todos los lunes: es mejor trabajar que vivir en el ocio
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Pasamos millonadas de horas lamentándonos de nuestro quehacer cotidiano, en lugar de encontrar el sentido de nuestra personal labor
Dice el Papa Francisco: “Trabajar hace bien porque es parte de la dignidad de la persona, de su capacidad de asumir la responsabilidad ante uno mismo y ante los demás. Es mejor trabajar que vivir en el ocio. El trabajo da satisfacción crea las condiciones para la programación personal. Ganarse el pan es un motivo de orgullo importante; sin dudas, representa también una fatiga, pero nos ayuda a conservar un sano sentido de la realidad y educa a afrontar la vida (…). Además, trabajar tiene un elevado significado espiritual ya que es el modo con el que damos continuidad a la creación, respetándola y cuidándola.
LA VIDA ES…
Comento lo anterior debido a que abundan las personas que hacen su trabajo con desgana y apatía, inclusive con indiferencia, “trabajadores” que siempre se la pasan quejando, que nunca se encuentran bien con lo que hacen, sin saber que el trabajo es un medio para trascender.
Paradójicamente, en esta época que se habla tanto de la calidad en la prestación del servicio y que existen infinidad de certificaciones, lo que realmente escasea es, precisamente, la actitud de la gente para servir, cualidad que se adquiere cuando se sabe el sentido del trabajo.
Bien lo dice Martín Descalzo: “la vida es hermosa, pero no fácil, es alegre, pero cuesta arriba; es apasionante, pero no acaramelada. La alegría tiene detrás el sudor o el dolor. Sobran en el mundo llorones, faltan trabajadores. Las lágrimas son malas si sólo sirven para enturbiar los ojos y maniatar las manos”, ciertamente hacen falta trabajadores, personas que realmente sepan para quien laboran.
¿PARA QUIÉN TRABAJA?
Harold Kushner, el afamado rabino y escritor norteamericano, en uno de sus libros comenta la siguiente historia: “se cuenta que un rabino tenía una semana tan ocupada que no pasó a visitar por el hospital a los miembros enfermos de su congregación. Como resultado, tuvo que cancelar una tarde de domingo con su familia para hacer esas visitas. Después de una hora, dejó el hospital con la sensación de haber perdido el tiempo. Dos de las personas que había ido a ver acababan de ser dadas de alta la tarde anterior (probablemente estaban enojadas porque él no las hubiera visitado antes).
Otras dos dormían y él dudó en despertarlas. Otra tenía la habitación llena de visitas y vio la presencia del rabino como una intrusión. Y el último paciente que visitó pasó 20 minutos quejándose de sus dolores, molestias y aflicciones previas, le hizo saber todos los motivos por los que le era imposible creer en Dios, ni tampoco en el valor de la plegaria. El rabino no podía dejar de pensar en todas las formas en que hubiera podido pasar ese tiempo con su familia.
Al ir caminado por el estacionamiento, infeliz a causa de las exigencias de su trabajo y lleno de resentimiento, pasó por un edificio de oficinas con un guardia de seguridad en la puerta. El guardia le deseó buenas tardes, lo que impulsó al rabino a detenerse y decirle: “es domingo. El edificio está cerrado y vacío. ¿Por qué está parado aquí?”. El guardia respondió: “Me contrataron para asegurar que nadie entre ni robe o rompa nada”. ¿Pero por qué está usted aquí de saco y corbata un domingo por la tarde? ¿Para quién trabaja?”.
El rabino iba a decirle al guardia el nombre de su importantísima congregación, pero mejor reflexionó e hizo una pausa, buscó en su bolsillo una tarjeta y le dijo: “aquí tiene mi nombre y mi teléfono. Le pagaré cinco dólares por semana para que me llame todos los lunes por la mañana y me haga la siguiente pregunta: ¿para quién trabaja?”.
Esta historia me pone los pelos de punta. Porque invita a contabilizar en las millonadas de horas que pasamos lamentándonos de nuestro quehacer cotidiano, en lugar de encontrar el sentido de nuestra personal labor.
ENCUENTROS
Existen trabajos que, por su propia naturaleza, pueden generar agotamiento, me refiero a esos servicios que se prestan de manera rutinaria, pero que por ningún motivo son rutinarios para quien los recibe. Por ejemplo, las faenas que hace mamá en casa, el de las enfermeras o doctores en los hospitales, inclusive el de los maestros en las escuelas y universidades, pueden llegar a provocar en la persona que su corazón sea invadido por sentimientos de insignificancia, que de tiempo en tiempo la persona piense que su chamba no vale la pena o que solamente ésta tiene un sentido económico.
Los oficios que pueden provocar este síndrome son aquéllos que implican tratar con gente que emocionalmente necesitan algo o de la ayuda de alguien. La verdad es que, en estos casos, estas personas no solamente realizan “labores cotidianas”, sino que a través de cada contacto con el paciente o el estudiante, de alguna manera, les pueden cambiar la vida, haciendo así la diferencia; de hecho, los contactos que se desprenden de esos servicios pueden ser imperceptibles, invisibles, pero indudablemente representan fuente de confianza, esperanza y nuevos anhelos para las personas que los reciben.
NADIE SABE
Cuántas veces no hemos sabido de personas que estaban al borde del precipicio o de estudiantes que se encontraban frustrados porque pensaban que no podían con su carrera, o de jóvenes que al iniciar su empresa veían todo negro, pero que finalmente triunfaron porque hubo un maestro, una persona o un mentor que los alentó –inclusive en un sólo encuentro– a continuar y entonces emprendieron de nuevo la marcha. (Pero también esta realidad aplica de manera inversa: ¿cuántos maestros, en cierto sentido, han arruinado la vida de alguno de sus alumnos?).
Lo curioso es que ese maestro jamás llega a darse cuenta de los milagros que puede provocar. Porque son pocas las personas ayudadas que saben agradecer.
Esta realidad es muy humana y no debe desanimar a nadie, al contrario, sólo basta recordar que si se sabe para quién se trabaja, lo demás –como el reconocimiento– es sencillamente secundario. Superfluo.
EL ADIVINADOR
Como complemento del tema comparto la siguiente historia también de Kushner: un prominente rabino un día se cruzó con un miembro de su congregación y le dijo: “no te he visto en la sinagoga en las últimas semanas. ¿Estás bien?”. El hombre respondió: “todo está bien, pero estoy acudiendo a una pequeña sinagoga del otro lado de la ciudad. El rabino contestó: “me sorprende realmente oír eso. Conozco al rabino de esa congregación. Es un buen hombre, pero no tan instruido como yo. ¿Qué es lo que obtienes allí como para abandonar a mi sinagoga?”.
El congregante respondió: “todo eso es muy cierto, pero él tiene otras cualidades. Por ejemplo puede leer las mentes ajenas y me está enseñando a hacerlo. Se lo mostraré. Piense en algo. Concéntrese en ello. Leeré su mente y le diré en qué estaba pensando”. El rabino se concentró y el congregante arriesgó: “estuvo pensando en el versículo de los salmos que dice “tengo siempre a Yavé frente a mí”. El rabino exclamó:” te equivocas. No estaba pensando en ello”, a lo que el congregante respondió: “si sé que no pensaba en ello, y es por eso que no quiero volver a su sinagoga”.
ENTONCES…
¡Exacto! En ese mismo tenor no se equivoca Viktor Frankl: “lo que hace de la vida algo insustituible e irreemplazable, algo único, algo que sólo se vive una vez, depende de la persona misma, depende de quien lo haga y de cómo lo haga, no de lo que se haga”, del entendimiento de este sencillo postulado se desprende el sentido de cualquier oficio.
Entonces, sería bueno que todos los lunes alguien nos hablara para preguntarnos: ¿para quién trabajaremos esta semana? Entonces, otro gallo cantaría en nuestros ambientes laborales. Entonces, le daríamos gracias a la vida por el privilegio de ser y sentirnos útiles.
cgutierrez@tec.mx
Programa Emprendedor
Tec de Monterrey Campus Saltillo