Testimonios de migrantes que aguardan en el albergue de Saltillo aseguran que pasar por México es más horrible, peligroso y desgastante que cruzar la selva del Darién.
- 19 agosto 2024
Muchas veces había yo pasado por la Casa del Migrante de Saltillo y escuchado y conocido todo género de historias y testimonios terribles, pero no recuerdo haber oído algo como lo que hoy le oigo decir a Yuli, una joven madre venezolana:
Que entre la selva del Darién y México, ella prefiere 100 veces el Darién.
“Entre la selva del Darién y México, más horrible es México. Es más feo México que la selva”.
Me lo cuenta un atardecer de lluvia torrencial, el cielo tachonado de nubes gordas y grises, que platicamos en la cancha de la posada, jugadores sin uniforme ni bandera corriendo tras el balón.
“Aquí uno vive mucha persecución. Uno teniendo dinero en el bolsillo pasa hambre, pasa sed, pasa miedo... En la selva no pasé tanto miedo como lo pasé aquí”.
Después de que salió de esa jungla, de la que había yo oído hablar por boca de migrantes haitianos los peores horrores, Yuli, que huía de la crisis económica y política en su país, pasó por Costa Rica, Nicaragua, pasó por Honduras, Guatemala y entró a México. Aquí fue el miedo.
“En la Selva ve más peligro porque hay animales, estamos expuestos, en medio de la nada, solo pura selva, árboles, emboscado todo, pero después que conocí México me di cuenta que el Darién es... preferiría pasar por ahí unas 100 veces antes que por México...”.
A pesar de que en su travesía por ese tapón que separa a Venezuela y Colombia de Panamá, Yuli había visto muchos muertos y respirado de cerca el olor de la muerte.
Me platica mientras me enseña en su celular un video de TikTok con las imágenes de una tumba hecha con piedras, palos, una cruz de palo y agarrada de la cruz de palo una bandera venezolana que ondea al viento.
“Sí, olía a los muertos descomponiéndose”.
Dice Yuli pero aun así, insiste, prefiere el Darién que a México.
NUEVOS PATRONES DE LA MIGRACIÓN
Yuli habría hecho el viaje acompañada de su pequeña hija, una niña que a los nueve años ya ha vivido los avatares de la selva y más tarde de un país que hasta entonces le sonaba ajeno: México.
A la hora de la merienda, 7:00 de la noche, un grupo de migrantes forma fila en torno a una mesa rectangular para tomar la merienda, café y pan dulce, que unas mujeres ‘buenas almas’, como las tantas que visitan la posada, trajeron.
Entre la multitud del albergue he visto hombres jóvenes, señores de cabellos nevados, mujeres mamás, parejas, familias, bandadas de niñas y niños.
Y me digo que en los 20 años que tengo viniendo eventualmente a esta Casa, que en los primeros seis meses de 2024 había brindado apoyo a tres mil 525 personas en busca de un refugio seguro, no recuerdo haber visto tantos nenes: chicos de cuatro, seis, nueve años, correteando por la posada, bebés de brazos.
“Sí, a diferencia de antes ya tenemos un aumento muy grande de mujeres, de familias, de niños y niñas acompañados, de niños y niñas no acompañados también”, dice Alberto Xicoténcatl Carrasco, el director de la Casa del Migrante de Saltillo.
Según el Boletín estadístico mensual del Instituto Nacional de Migración, para 2011 se había registrado en el país un número de cuatro mil 129 menores presentados y devueltos por la autoridad migratoria mexicana.
Una década después, en 2021, esa cantidad se disparó a 22 mil 50 niños y adolescentes repatriados.
“Las dinámicas han cambiado y en la actualidad viajan familias completas, menores de edad, personas adultas mayores que intentan, y eso obviamente pone en condiciones más vulnerables.
“Las personas migrantes no van a dejar de migrar, lo van a seguir intentando porque en sus países hay cuestiones de violencia, de poco desarrollo o de necesidad urgente, que los obliga a salir de su territorio”, apunta Carlos Zamora Valadez, profesor investigador y coordinador general de la Academia Interamericana de Derechos Humanos en Coahuila.
Semanario solicitó a la Procuraduría para Niños y Niñas y la Familia (Pronnif) de Coahuila, información sobre cifras de menores migrantes acompañados y no acompañados que transitan por el estado, pero hasta el cierre de esta edición no hubo respuesta.
Más allá, en otro momento, María Gabriela Castro, venezolana, veintitantos, la cuñada de Yuli, repasa la película de la persecución que vivió tras su ingreso a México.
“La Migración nos quita mucho dinero y el cártel también, nos secuestran. Todo cártel que nos encontramos en el camino, las mafias. Gracias a Dios a mí no me secuestraron, pero sí a unos amigos, en Zacatecas”, narra en tanto descansa sentada en una banca, animada por los gritos de sus nuevos camaradas del refugio.
PROHIBICIONES FUERA DE LA LEY
A golpe de vista Gabriela parece una muchacha achispada, pero de pronto se pone seria cuando relata que últimamente la Migración no les deja montar en autobús y les ha prohibido viajar en taxi.
“Durante un tiempo dejaron de usar el ferrocarril y se centraron en transitar en camiones. Hubo un momento en el que las empresas de autobuses les vendían los boletos y la gente llegaba así hasta la frontera, pero al menos en Coahuila no se les permite a las empresas vender boletos de camiones a los extranjeros que están de manera irregular. El gobierno de Coahuila asegura que no ha pedido nada de eso. El tema es que está sucediendo y por este tipo de razones es que las personas dejaron de usar los autobuses y han retomado el ferrocarril.
“Esta es una medida arbitraria y fuera de la ley porque sólo la autoridad migratoria o la Guardia Nacional tienen la facultad de pedir el estatus migratorio de una persona. Todas las demás, ni el Ejército ni la policía municipal y mucho menos una empresa privada, puede pedir tu estatus migratorio”, denuncia Xicoténcatl Carrasco.
Esto a pesar de que el 28 de abril de 2023 la Comisión Nacional de Derechos Humanos, (CNDH), emitió una recomendación, la 69/2023, en la que insta a la federación y al gobierno de Coahuila, entre otras medidas, a no prohibir de manera directa o indirecta la venta de boletos de autobús para las personas extranjeras, independientemente de su situación migratoria; y a abstenerse de realizar revisiones migratorias y detener vehículos de transporte con la finalidad de realizar dichas revisiones o poner a disposición, ante la autoridad migratoria, a cualquier persona, en razón de su situación de estancia en el país.
Y pese a que la Procuraduría Federal del Consumidor, (Profeco), también se pronunció en este sentido al publicar en su revista que los proveedores de autotransporte no deben condicionar la venta de boletos ni exigir la exhibición de documentos de estatus migratorio.
Al respecto, Alberto Xicoténcatl expone que la prohibición de vender boletos a las personas extranjeras, y la instalación de cada vez más operativos en las carreteras de Coahuila, han traído como consecuencia un cambio en las rutas migratorias.
“Ahora lo que la gente hace es ya no irse por Piedras Negras, sino que se va hasta el noreste mexicano para llegar a las fronteras con Chihuahua. Entonces hay una disminución del flujo migratorio en Piedras Negras y en Acuña, en el caso de Coahuila, pero eso no quiere decir que los flujos hayan disminuido a nivel nacional, sino que más bien están tomando otras rutas, porque al menos en Coahuila hay operativos muy bien coordinados con la federación, el estado y los municipios, para la detención de personas migrantes”.
La única manera de ir para arriba es en tren, pero también del tren los baja la Migración, platica María Gabriela.
Ella, como la mayoría de los que pernoctan acá, conoce muy bien ese silbido y el estrépito que a ratos inundan el ambiente de la posada, cercana a unas vías de ferrocarril.
“Los de Migración nos bajan del tren, nos engañan, nos dicen que nos van a dar raite, después, cuando nos bajamos... nos corretean, nos agarran, nos deportan”.
La vez que la corretearon, que iba con otros compañeros migrantes, casi le baja la presión, una chica se tiró de una barda y otra muchacha se partió el brazo, narra Gabriela.
“La Migración que está pa ayudarnos, pa orientarnos, nos echa más bromas que los mismos de la mafia. Nos revisan, lo poco que traemos nos lo quitan, no les importa que tengamos niños”, dice Gabriela.
Y dice que en Venezuela dejó a sus gemelas de 10 años. María Gabriela no tiene esposo, es madre sola y va a Estados Unidos por un futuro para sus hijas.
“Porque la situación de nuestro país no está fácil, tanto en empleo, como en alimentación”, dice.
Una noche los de la Migración la hicieron caminar, con otro grupo de compañeros migrantes, por el riel, hasta que amaneció.
Pasaron frío y la incertidumbre de que algún animal peligroso anduviera al acecho.
“En la mañana nos pudimos montar en otro tren, pero igual nos bajaron y nos corretearon”.
Y así hasta que llegó a la Casa del Migrante de Saltillo.
“Pasamos sed, pasamos hambre, frío, eso fue en un pueblo que se llama... ya le digo... Nopala, en Hidalgo. Ahí nos quedamos en ese pueblo, Nopala, cuando nos engañaron. Ellos nos engañaron porque nos bajaron del tren diciendo que nos podíamos ir al pueblo, que ellos no nos iban a agarrar y fue mentira. Después nos corretearon”.
Habrían capturado a cinco, se los llevaron, los pusieron en el piso como a delincuentes, con las manos hacia atrás.
“Fue feo ese día”.
Al tiempo que escucho a María Gabriela pienso que la idea de Yuli sobre que México es más malo que el Darién, no es nada descabellada.
AUMENTO DE FLUJO
Alberto Xicoténcatl Carrasco, el director de la Casa del Migrante de Saltillo, me advierte, una mañana en su oficina del refugio, sobre el aumento del número de migrantes que transitan por México, pero a la par un incremento en la cifra de verificaciones o detenciones migratorias que terminan en aseguramientos o deportaciones.
De acuerdo con el Boletín estadístico mensual del Instituto Nacional de Migración, durante 2020 se registró un número de 60 mil 311 personas extranjeras presentadas y devueltas por la autoridad migratoria mexicana, de las cuales cuatro mil 152 corresponden a Coahuila.
En contraste, para 2022 un número de 121 mil 963 personas fueron presentadas y devueltas por la autoridad migratoria mexicana, seis mil 247 en Coahuila.
Sobre el particular la Convención Americana sobre Derechos Humanos, (Pacto de San José), establece en su Artículo 22 el Derecho de Circulación y de Residencia.
Toda vez que la Declaración Universal de los Derechos Humanos, consigna que cada persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado; y que cada persona tiene derecho a salir de cualquier país, incluso del propio (...).
Zamora Valadez advierte que actualmente el gobierno mexicano ha endurecido las políticas públicas migratorias, en base a acuerdos de colaboración con Estados Unidos.
“Que, obviamente no quiere que lleguen. Hoy en día, ante estas movilizaciones en masa de personas migrantes, el gobierno de Estados Unidos ha presionado al gobierno mexicano para endurecer la dinámica de la atención de la migración y esto va aparejado con muchas violaciones de derechos humanos: hostigamiento, violencia física, violencia sexual, robos. Eso desde las vías institucionales”.
LA LARGA ESPERA
Gabriela lleva ya casi un mes aguardando la cita con las autoridades gringas, para lo de su asilo.
Otra noche que estoy de regreso a la Casa del Migrante, esta vez solo tengo autorización de su director, Alberto Xicoténcatl, para entrar después de las 6:00 de la tarde, la hora en que los habitantes del refugio vuelven de trabajar en algún empleo temporal que la gente misma de la ciudad les ofrece a cambio de un poco de dinero, charlo con Jonathan Ariel.
Jonathan tiene cinco años, es hondureño y ha venido viajando con su mamá Tania desde Tapachula, en Chiapas, a puro lomo de bestia.
Me cuenta el nene, a quien hace rato vi jugando en la cima de una resbaladilla con sus recientes amigos de juego, en la zona de juegos infantiles del albergue.
Años atrás, que yo recuerde, en este refugio no había zona de juegos infantiles y me sorprendo de saber que ya es necesaria ante el aumento de niños que migran con sus padres.
Jona, como lo llama su madre, me está relatando la madrugada en que viajó en el tren, que los alcanzó la Migración y su madre se arrojó a un barranco desde lo alto del techo de un vagón.
La mamá había querido lanzarse con él en brazos, pero no pudo y en la maniobra cayó al vacío, sin muchas consecuencias.
“Mi mami es una loca, se tiró a un barranco. A mí una muchacha me agarró...”, platica Jona, la inocencia a flor de labios.
Otros migrantes que venían en el tren lograron saltar y esconderse de los agentes.
Era la quinta vez que Jonathan y su madre se iban “de mosca” en el ferrocarril.
Por más que hago no me puedo figurar a un niño que dejó el tercero de kínder en Honduras para ir en pos del sueño americano, montado en la capota de un tren, como si fuera un juego de niños.
Que se iba para Estados Unidos, le anunció Jonathan a su maestra y fue todo.
“Los de Migración se subieron arriba del tren... y nos dijeron que nos bajáramos... Que no nos iban a hacer nada”.
Todos se apearon del convoy y corrieron por el monte, la migración detrás suyo.
Jonathan y aquella muchacha que le había salvado la vida, corrieron también hasta el barranco donde se había refugiado su madre.
En la carrera Jona se lastimó un pie, pero nada más.
“Migración nos vio que estábamos escondidos en el barranco. Cuando íbamos caminando pa delante por la vía estaban todas las combis de Migración, salieron y nos alumbraron, no nos hicieron nada y seguimos caminando”.
-¿Tú con qué sueñas Jona?
-Que mi mami no vuelva a caer en un barranco.
Ahora entiendo cuando Yuli me dice que pasaría 100 veces por el Darién, antes de volver a entrar en México.
‘COLABORE PARA QUE VAYA LIGERO’
En el comedor de la posada, que es como un galerón de muros y techos hasta el cielo, con muchas sillas y mesas, los migrantes forman cola para la cena.
Que aquí no se desperdicia la comida y que hay que dejar el plato bien limpio, advierte Betty en voz alta, la encargada en turno de la Casa.
Y uno a uno van pasando hasta una mesa donde hay unas ollas panzonas de las que otros migrantes voluntarios les sirven un plato copeteado de arroz, frijoles, un guiso, también un vaso con agua fresca saborizada.
Afuera, en el suelo del patio, miro a varios migrantes recostados, unos sobre cobijas y otros encima de colchones, durmiendo a pierna suelta como después de una travesía que hubiera durado días, meses, tal vez años.
“El que me recibió me dijo, ‘mijo, usté está retenido y para poderse liberar tiene que darme 100 dólares y lo despacho inmediatamente en uno de estos carros que hay al frente’, porque había unos carros al frente...”.
Me platica don Carlos, sesentaitantos, colombiano, toda vez que da la última cucharada a su arroz y me pide que espere a que termine de cenar para contarme. Lo espero.
Él venía caminando por la carretera y un señor de coche le ofreció llevarlo a Tapachula por 70 pesos, don Carlos, de lo cansado que andaba, le dijo que sí.
De repente aquel hombre se desvió por otra autovía, don Carlos le preguntó entonces que a dónde iba, aquel chofer se excusó diciendo que quería evitar a la Migra.
“Mentira, donde llegamos había gente encerrada y cuidando personas con pistolas en los bolsillos”.
Rutas atrás a don Carlos ya le habían quitado dinero en el bus los de Migración y más atrás los de la Guardia, en Guatemala.
“Te dicen ‘colabore para que vaya ligero y no lo tengamos que quedar acá’. Si uno dice que no tiene ellos lo esculcan y lo esculcan hasta que dan con el dinero, lo encuentran y se quedan con él”.
En cuanto don Carlos pagó a sus captores, estos le pusieron un sello en el brazo y más tarde lo liberaron.
“Me quedé un ratito ahí y pagué al rato. Saqué plata a la escondida...”.
Eso le sucedió, cuenta, antes de llegar hasta aquí.
En algunos de los retenes de Migración por donde pasó don Carlos había mirado cómo los agentes insultaban y golpeaban a los migrantes.
“A un hermano porque no les daba el celular le pagaron una palmada en el pecho, ‘entrégueme el celular’, le decían, y el muchacho, que era de Guatemala, dijo ‘no, no tengo’, todo asustado y el de la migra ‘entregue el celular estúpido’”.
Luego los de Migración llegaron donde Carlos y le sacaron los únicos 320 quetzales que tenía.
“Me dice uno de los hombres, ¿y usté qué?, le digo, ‘¿de qué?’, comenzó a requisarme. Me quitaron esos quetzales y me mandaron con 40 pesos”.
Por eso, 100 veces pasaría Yuli por la selva del Darién, antes que pasar por México.
LO MÁS DIFÍCIL ES MÉXICO
En el Tapón del Darién, la selva feroz que divide a las fronteras de Venezuela y Colombia con Panamá, lo de menos es una víbora, una araña.
Ahí es morada de tigres, leopardos, panteras y otros animales peligrosos.
“Aparte el río, muy peligroso, yo soy muy bueno nadando, practico natación y gracias a Dios que mi hijo y yo nos podíamos desenvolver, pero con todo y eso se nos hacía muy difícil avanzar en ese río, cruzar el río, por las corrientes, por las piedras. No es como nadar en una piscina, no, ahí es la profundidad. Cualquier tronco que puede traer el agua te puede golpear y... es muy peligroso...”.
Me está platicando Luis Enrique Aranguren, 40 años, venezolano, otra noche que lo entrevisto en el gimnasio al aire libre del albergue.
Enrique había salido huyendo de su casa en una motocicleta que manejó durante 12 horas, perseguido, dice, por ser opositor a la dictadura del otrora y nuevamente mandatario Nicolás Maduro.
Hacía tiempo que el gobierno había intentado asesinar a su hijo Luis Manuel, de 18 años, a Enrique lo apuñalaron y lo quisieron mandar a la cárcel tras fabricarle un delito de tentativa de homicidio.
El abuso vino de un grupo llamado Colectivo y que, asegura Enrique, está conformado por malhechores afectos al régimen madurista.
Luego de arribar a la frontera, Enrique se fue en lancha hasta Medellín, Colombia. Allí pagó 700 dólares a una persona para que lo llevara con su hijo hasta la entrada del Darién.
Y empezó la travesía...
Caminaron por la selva seis días, al cuarto ya no tenían comida,
“Pasamos dos días sin comer, viendo muertos, muchos muertos, ahí tirados como animales en el suelo, esqueletos, cráneos”.
En Panamá Enrique y su hijo se encontraron con turbas de migrantes que dijeron haber sido asaltados y golpeados, pasaron miedo.
De ahí su camino fue en autobús, hasta que en la salida de Panamá los atracaron unos ladrones.
Enrique no tenía plata y su teléfono estaba descompuesto.
Los criminales lo marcaron con un machete cuatro veces por la espalda.
De repente, en medio de la conversación Enrique me hace una confidencia que me deja helado.
“De ahí realmente, aunque no lo creas, lo más difícil ha sido México. Porque te prohíben montarte en los autobuses, si caminas y avanzas te agarran y te regresan. Los de Migración te atrapan, te roban tu plata, la Guardia Nacional te revisa y te roba, ‘la plata, la plata’, te dicen. Son delincuentes con uniforme”.
Le pasó la vez que, disfrazado de mexicano, montó en un autobús de primera clase rumbo a Saltillo.
En la puerta de esta ciudad el bus topó con un retén policial.
Enrique y su hijo venían dormidos, cuando una voz agria los despertó, era un gendarme:
“’Sus documentos’, le dije ‘no tenemos somos migrantes, no tenemos equipaje, nos robaron todo, no tenemos nada, solamente unos documentos venezolanos, estos son...’”.
El policía los paró de su asiento, los bajó del camión, que sacaran todo, ordenó, y sacaron lo poco que llevaban.
A Enrique le habían quedado 820 pesos en su cartera.
“El policía agarró 700 pesos y dejó 120 ahí, yo le dije ‘oiga, pero no sea así, o todo o nada. No pasa nada agárrelos’”.
Al fin y al cabo, se consoló Enrique, había logrado avanzar 20 horas en autobús camino a su sueño.
El oficial aquel los dejó subir al autobús, faltaban 10 minutos pa llegar a la terminal.
“Pero así me recibieron en Saltillo, un atraco donde no puedes hacer nada, es que no puedes hacer nada”.
VIOLACIONES A DERECHOS
Con base en información obtenida vía transparencia, se sabe que de 2016 a la fecha la CNDH ha acumulado un total de 325 expedientes, referentes a presunta violación a los derechos humanos en contra de personas migrantes en Coahuila.
Por su parte la Dirección de Derechos Humanos, perteneciente a la Subcomisión Jurídica del Instituto Nacional de Migración, informa que de 2019 a mayo de este año se localizaron 255 registros de solicitudes de información que la CNDH ha turnado a esta dependencia, y mediante los cuales se presumen hechos violatorios cometidos por servidores públicos adscritos a la oficina de representación del INM en Coahuila.
La fuente precisa además que en el mismo lapso de tiempo se dio la inhabilitación y destitución de 11 funcionarios del INM, por presuntos actos de abuso cometidos en contra de migrantes. No se detalla el tipo de abuso.
“Tenemos diferentes quejas ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos, inclusive por la falta de venta de boletos, pero son dependencias muy lentas”, subraya Alberto Xicoténcatl.
Información de la Dirección de Delitos de Alto Impacto Cometidos en Agravio de Migrantes de la Fiscalía General de Coahuila, indica que en lo que va del 2024 se han abierto un total de 58 carpetas de investigación, principalmente por delitos de robo, lesiones y amenazas. El 2023 cerró con 90 carpetas.
“Robo en movilidad, cuando vienen entrando a las ciudades los van asaltando”, detalla Vidal González Orozco, titular de esta dependencia que cuenta en su haber con dos ministerios públicos, un coordinador y agentes de la policía investigadora especializados en el tema de migrantes.
Declara que, en algunos casos, los robos son cometidos por autoridades policiacas de otros estados, en otros se trata de despojos entre las mismas personas en movilidad.
“Son denuncias de otros estados donde elementos de corporaciones de San Luis Potosí, o es lo que ellos dicen, los detuvieron, les quitaron su documentación y les quitaron el dinero”.
González Orozco precisa que hasta ahora no se cuenta con indicios de que los abusos sean perpetrados por miembros de la delincuencia organizada o policías de Coahuila.
Habla Alberto Xicoténcatl:
“Las personas se niegan a hacer sus denuncias judiciales, pero no por eso podemos decir que la situación no exista. Tenemos testimonios de abuso sexual de parte de agentes de la policía estatal de Coahuila... Independientemente del nombre de la corporación todo recae sobre la Secretaría de Seguridad Pública y sobre ella deberían irse, pero la Secretaría dice que no y que inclusive podría tratarse hasta de grupos delictivos vestidos de policías y yo les he compartido que eso nos parece más grave”.
El temor, el desconocimiento, la desconfianza en las autoridades, son, dice Carlos Zamora Valadez, algunos de los factores que impiden a los extranjeros denunciar.
“No denuncio porque a lo mejor me van a detener y en lugar de ayudarme yo ya me atoré en Saltillo. Si me animo a denunciar para darle seguimiento a una investigación tengo que estar ahí para aportar elementos, para que me informen si llega a una audiencia o no, y tengo que presentarme en la audiencia, entonces sabes qué, mejor no denuncio y le sigo. Y eso genera que haya impunidad y que los mismos grupos de delincuencia o en ocasiones las instituciones digan, ‘pos que al cabo no se va a denunciar y no va a pasar nada y entonces le quito dinero, lo golpeo’”.
Apenas descendió del autobús Enrique comenzó a preguntar que cómo podía llegar a la frontera.
“Una persona me dijo, ‘no, vete a la Casa del Migrante, está cerca, ahí puedes descansar’, yo estaba muy cansado, estaba deshecho y mi hijo igual”.
Enrique ya cumplió dos meses de estar en el albergue y sólo espera que la CBP One le notifique de su cita.
“Hemos estado bien aquí, pero verdaderamente México es muy difícil por el tema de la corrupción de Migración y de la policía mexicana”.
¿Será que Yuli tiene razón cuando dice que si le dieran a escoger entre el Tapón del Darién y México, se inclinaría por la selva?
UN FUTURO, NO IMPORTA CÓMO
Un sábado atardeciendo estoy con Margarita, hondureña, 27 años, y Caleb, su bebé de nueve meses, tomando el fresco en una como terraza a la intemperie del refugio.
En la Casa del Migrante hay bebés.
Hace rato que ingresé, y mientras espero que me den acceso al albergue, veo a una pareja de jóvenes cruzar la puerta con una carriola y su nene.
“El tren”, dice Margarita cuando ve aparecer la serpiente de acero, arrastrando su descomunal cascabeleo metálico y su silbido ensordecedor, por el lado poniente de la Casa.
“Yo no conocía el tren”, suelta y se queda como hipnotizada.
Margarita había salido de Honduras y viajado con su esposo y su bebé en puro autobús.
No hubo contratiempos.
Hasta que llegando a Ciudad Hidalgo, Chiapas, el matrimonio, junto con otro grupo de migrantes, fue secuestrado por unos delincuentes juveniles que allá se hacen llamar el Cártel del Gallo.
El Gallo los metió en un gallinero grande y les ordenó que desalojaran todo lo que traían: celulares, cosas de valor, todo.
“Que al que se moviera le iba a merecer un balazo, un plomazo o algo así decían. Había muchos migrantes, bastantes, y la gente llorando”.
Tres días estuvieron encerrados comiendo arroz a medio cocer y tomando agua de una pila.
“Nos ponían a asear, a barrer a limpiar las casas de las gallinas. El niño lloraba”.
Los malandros cargaban armas por todos lados y llevaban rollos de tiros a la cintura.
Que querían tres mil 500 pesos a cambio de su libertad, dijeron los maleantes a Margarita y a su marido.
El marido accedió y los pusieron en la calle.
Con el poco dinero que tenían Margarita siguió en bus su viaje a la frontera, su esposo se quedó atrás, por eso es que ella y su bebé están acá, me cuenta.
“Fue un miedo...”, recuerda.
Ahora su meta es seguir con su marido a Estados Unidos y darle un futuro a Caleb.
Mientras tanto Yuli sigue pensando que pasar por la selva del Darién es un día de campo, comparado con el terror de cruzar por México...