logo semanario
Durante casi dos décadas, el Semanario de Vanguardia se ha enfocado en generar periodismo de investigación, abordando temas locales, regionales y nacionales con enfoque en malversación de fondos, transparencia, corrupción, irregularidades financieras, salud, crímenes y ciencia. Buscamos cada oportunidad para contar las historias más increíbles de Coahuila.

Buscar en vida: la esperanza que mueve a las familias que no se rinden

Dejan atrás sus hogares, sus trabajos y, a veces, a otros hijos, para recorrer un país sembrado de ausencias. Armadas con fotografías y una esperanza inquebrantable, madres, padres e hijas viajan miles de kilómetros para buscar en vida a quienes les fueron arrebatados. Su camino las lleva a las puertas de penales, centros de rehabilitación y hospitales, donde, con la fe puesta en un encuentro, buscan una pista, un rostro familiar, una respuesta.

  • 29 septiembre 2025

Al final de las dos semanas de la Búsqueda Nacional en Vida que reunió a más de 75 personas entre familias de personas desaparecidas de todo el país y acompañantes, se lograron 74 posibles pistas que podrían ayudar a localizar personas que no han vuelto a casa.

Buscadoras y buscadores de personas desaparecidas de todo el país, recorrieron durante 15 días, las cárceles, centros de rehabilitación para las adicciones, un hospital psiquiátrico, el servicio médico forense, el Centro Regional de Identificación Humana (CRIH) y las calles de seis municipios de Coahuila, como parte de la Búsqueda Nacional en Vida.

Marcharon por calles e hicieron actos de memoria en plazas públicas; platicaron con reclusas y reclusos de penales; hablaron con personas adictas, encargados de centros y miraron registros. Todo ello con la esperanza de encontrar un rastro, una huella, una información sobre sus personas desaparecidas.

Un caso fue particular: en el penal de San Pedro de las Colonias, cuatro reclusas informaron haber convivido con una persona desaparecida en un contexto de consumo de drogas.

“Fueron cuatro chicas del penal que dijeron que habían convivido con él, ‘yo anduve con él’, decían. Inclusive una chica llegó y dijo ‘ah, mira, fulanito, sin tener el nombre. Lo que nos dicen es que es consumidor y aparentemente lo vieron en el municipio de Matamoros”, platicó María de la Luz López Castruita, madre buscadora y organizadora de la Búsqueda. Este hallazgo llevó a la realización de una prospección en un predio del municipio.

María de la Luz, Lucy, madre de Irma Claribel Lomas López, desaparecida en Torreón hace 17 años, comentó que los 74 “posibles positivos” se desprenden de información que obtuvieron en sus recorridos.

“Nos dicen que lo vieron después de la desaparición, que convivió con alguien. Algunos los descartamos en esos mismos días porque sabemos que no siempre dicen la verdad. Pero después del filtro quedaron 74 posibles positivos”.

Todo esto fue al final de la jornada de dos semanas en donde participó Claudia Irasema, Cándido, Juanis y Lizeth, entre más buscadoras y buscadores que contaron su historia.

$!En la plaza de Armas de Torreón, las familias de personas desaparecidas realizaron actos de visibilización.

NO SABEMOS DÓNDE LOS VAMOS A ENCONTRAR

Claudia Irasema García busca a su hijo, Roberto Iván Hernández García, desde hace casi 15 años. Desapareció en Monterrey, Nuevo León, cuando tenía 17 años, junto a una amiga. Estaba a punto de terminar la preparatoria y quería estudiar sistemas computacionales. Según relató la madre, personas que vestían uniformes de policías federales y se transportaban en camionetas oficiales se lo llevaron de la casa de su amiga mientras ayudaban a una niña de cuatro años con su tarea.

El 21 de marzo de 2007, Gustavo Alberto de la Cruz Hernández, de 12 años, salió de la secundaria General Número Uno en Pachuca, Hidalgo, y nunca más se supo de él. Su padre, Cándido de la Cruz Hernández, de 62 años, lleva desde entonces buscándolo incansablemente.

”Parece que se lo tragó la tierra. No sabemos absolutamente nada. Hemos buscado en casi todo el país”, lamentó tras casi dos décadas sin respuestas. Gustavo cumplió 31 años un día antes de las palabras del señor Cándido, una edad que su padre marca con la incertidumbre de no saber si está vivo.

La historia de San Juana Rodríguez Agüero, Juanis, es un crudo reflejo de la tragedia multiplicada. No busca a una, sino a nueve personas de su familia —sobrinos y primos—, todas desaparecidas en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en distintas fechas. El primero fue su hijo, Jaime Eduardo Vega Rodríguez, desaparecido a los 27 años en 2017 mientras viajaba con su familia de Piedras Negras a Nuevo Laredo. El autobús en el que iban fue desviado hacia una brecha, donde una camioneta “verde militar” ya los esperaba para llevárselos.

Lizeth Cardona Martínez tenía solo 15 años cuando su padre, Gersaín Cardona Martínez, desapareció el 21 de marzo de 2009 en Piedras Negras, Coahuila, junto a otras 11 personas. Su caso, conocido como el “caso pintores”, fue catalogado como desaparición forzada por la participación directa de la policía de élite del Estado, los GATES. Su padre, como el resto de las personas desaparecidas con él, no eran pintores de oficio, sino que vendían botes de pintura de 20 litros de casa en casa. Gersaín iba en un segundo grupo que desapareció mientras intentaba buscar a los primeros seis compañeros que ya habían sido interceptados un día antes. Habían viajado a Saltillo, después a Monclova, Sabinas y Piedras Negras, pero cuando se dirigían a Nuevo Laredo para continuar la búsqueda, se perdió contacto.

Son los relatos de cuatro casos de desaparición. En distintas ciudades, de distintas edades, en distintos años. Son parte de la tragedia de las más de 130 mil personas desaparecidas en este país. Esas desapariciones: Iván desaparecido por presuntos federales, Gustavo de quien nadie vio nada, Gersaín que vendía pinturas cuando no se supo nada más o Jaime Eduardo cuyo transporte fue desviado en una brecha, es lo que llevó a estas familias a viajar a Coahuila. Es la razón por la que sus vidas se han volcado a la búsqueda.

Claudia se unió a la Búsqueda Nacional en Vida, un esfuerzo colectivo que la ha llevado a recorrer estados como Jalisco, Guerrero, Ciudad de México, Querétaro y Morelos. Su motivación, como la de los demás, es clara y firme: buscar en vida porque tiene la esperanza de encontrarlo con vida.

$!Integrantes de la Búsqueda Nacional en Vida extienden los retratos de sus desaparecidos en un centro de rehabilitación de Coahuila.

“Sabemos dónde desaparece, mas no sabemos dónde los vamos a encontrar”, dijo en la plaza de Armas de Torreón, mientras la caravana extendía lonas y pancartas en el quiosco.

Ante la inacción y la falta de apoyo de las autoridades de Hidalgo, Cándido y su esposa decidieron llevar el caso a la Ciudad de México, donde la entonces PGR (hoy Fiscalía General de la República) les ofreció algo de respaldo. Junto a otros colectivos, ha recorrido gran parte del país, porque, como él dijo, su lucha trasciende lo personal: “Nosotros no buscamos a uno, buscamos a todos”.

Cuando su hijo desapareció, Juanis no sabía nada sobre el tema y se topó con un muro de miedo y amenazas en Tamaulipas, donde le amenazaron que no denunciara. De regreso en Piedras Negras, se unió al colectivo Familias Unidas, donde encontró acompañamiento y una nueva misión.

Juanis ha aprendido que con el dolor se hace resistente y la resistencia la ha hecho resiliente. Decidió comenzar a estudiar las leyes en la materia, derechos humanos, diplomados y a últimas fechas se acercó a conocer más sobre el tema de antropología forense.

“No voy a permitir que me entreguen un hueso de un animal por mi hijo”, argumentó.

Su primera búsqueda en vida fue en Michoacán, donde recorrió siete municipios. “Dije: ‘Aquí es donde puedo gritar el nombre de mi hijo’”, recordó sobre su primera búsqueda nacional en 2018, un momento que marcó un antes y un después en su vida.

Desde entonces dejó su trabajo como cocinera y se dedicó a estudiar y empaparse de la terminología, de las nuevas leyes. Criticó duramente a las autoridades: “No puede ser que nosotras con nuestro dolor tengamos que estar escarbando la tierra, andar buscando en los semefos. Y las autoridades dicen ‘ellas lo hacen, que sigan así’. Esto que estamos haciendo nosotros lo deberían de hacer las autoridades”.

Su lucha es también por los demás. Carga con las fotos de los desaparecidos de sus familiares de Tamaulipas, quienes no pueden buscar por miedo, y de otras personas que ha conocido en el camino. Recientemente, la tragedia la golpeó de nuevo con la desaparición de su nieto de 22 años, Édgar Eliud, en marzo de 2024. Esta vez, su experiencia le permitió guiar a su hija en el proceso de denuncia.

Desde entonces lleva también el retrato de su nieto a todas sus búsquedas.

En el caso de Lizeth, hija buscadora de 31 años, su madre fue la buscadora inicial, pero tras su fallecimiento en 2016, ella y su hermana Carmen heredaron la tarea de continuar las búsquedas. Crecer en este contexto -su papá desapareció cuando tenía 15 años- significó asistir desde joven a reuniones con autoridades, marchas y revisiones de expedientes. Ahora continúa con la búsqueda en diferentes estados del país.

‘POSITIVOS’ QUE ALIMENTAN LA ESPERANZA

En las cárceles o los centros para la rehabilitación, las y los buscadores han aprendido a interactuar, mostrándoles las fichas de búsqueda y escuchando sus testimonios.

Es en estos intercambios donde ha encontrado lo que llaman “probables positivos”. Esto ocurre cuando un recluso, por ejemplo, reconoce una fotografía y ofrece información: “En tal año yo vi a esta persona... fue mi vecino o lo vi en situación de calle”. Aunque a veces son pistas falsas, Claudia aseguró que con los años han desarrollado la capacidad de detectar cuándo les dicen la verdad y que, en la mayoría de los casos, la información ha sido real y ha permitido abrir nuevas líneas de investigación que ellas mismas deben seguir.

En 2018, Claudia Irasema obtuvo una de esas pistas en la cárcel de Puente Grande, Jalisco. “Le he seguido el rastro. Todo lo que me informaron tenía certeza”, recordó, aunque no da detalles sobre esa pista.

Para otros como Cándido, cada que entra a un penal o un centro de rehabilitación, la esperanza de encontrar a Gustavo con vida se renueva. Es la posibilidad de verlo, sin importar cómo esté, y poder ayudarlo, lo que lo impulsa a seguir.

A sus 18 años de búsqueda, está preparado para cualquier escenario. “Podemos encontrarlo con vida o en sí, pues ya a lo mejor ya no esté aquí y pues recuperar algo de su cuerpo para poder darle una digna sepultura”, explicó con una entereza forjada en el dolor. La esperanza, insiste, es el motor que lo mantiene en pie, fuerte por su otra hija y por la promesa de no dejar de buscar a Gustavo.

Encontrar a alguien, aunque no sea su hijo, es una alegría compartida que les da fuerza para continuar.

Para Juanis, la búsqueda, admitió, la ha cambiado por completo. Antes, no se acercaba a una persona en situación de calle; ahora les lava la cara para ver si reconoce a alguien, les ofrece comida y les pregunta por sus familias. Ha aprendido a dormir en el suelo, a comer lo que haya y a vivir en comunidad con otras buscadoras.

Al entrar a los penales, Juanis siente una mezcla de emoción y tristeza, especialmente cuando se da cuenta de que muchos internos están ahí sin que sus familias lo sepan, o incluso han sido dados por muertos. Su mensaje es contundente: las desapariciones no deben normalizarse, y todas las personas, sin importar su condición, tienen derecho a ser buscadas.

En su primera búsqueda en Michoacán, al entrar a una cárcel, un custodio le dijo que había una persona interna con el mismo nombre que su hijo, Jaime Eduardo. Ella sintió emoción, pero después llegó el interno con el mismo nombre, no era su hijo. “Me puse mal”, recuerda. Sin embargo, remató: “Preferiría mil veces tener a mi hijo en la cárcel que muerto”.

La búsqueda en vida es camino, también, de aprendizaje. En las cárceles han presenciado cómo muchas veces los internos tienen miedo de hablar, también aprendieron que es mejor llevar los retratos de sus desaparecidos sin nombre ni otra información para evitar abusos y extorsiones.

Para Lizeth Cardona, hija buscadora, ese aprendizaje ha venido de las madres buscadoras; y ha entendido, sostuvo, que las hijas, hijos y hermanas también tienen un rol fundamental en esta lucha, no como una competencia, sino como un acto de empatía y apoyo mutuo. La investigación del caso de su padre, al ser de los llamados de “larga data”, se ha estancado, limitándose a “trabajo de escritorio” que sólo avanza si ellas lo impulsan, aseguró.

$!El bordado de corazones y nombres de desaparecidos, es una herramienta de memoria, para recordarle al Estado que está desaparecido.

LA DOBLE AUSENCIA

En la plaza de Armas de Torreón, Claudia Irasema recibió un mensaje de su hijo:

-¿Cuándo regresas?

-En 15 días -respondió la madre.

-Ya mejor quédate allá -le dijo su hijo.

La madre buscadora lo contó y se sintió como si batallara para agarrar aire. En su confesión colgó el dolor de una familia doblemente fracturada por la desaparición de un hijo, un hermano, pero también por la ausencia de una madre que peregrina de ciudad en ciudad pescando pistas.

“Dejo a mi familia, a mis hijos, a mi esposo. Tengo que seguir buscando a Iván, el mayor. Sí me duele lo que me dicen mis hijos, los entiendo. Ellos dicen que sufren la desaparición de su hermano, pero también de su madre”.

La señora Juanis de Piedras Negras ha vivido la misma historia. Tiene otros tres hijos, uno de ellos inclusive le decía que ya dejara de buscar a Jaime Eduardo. Su hija, la que ahora también busca a su propio hijo, alguna vez le reclamó: “Nos abandonaste por buscar al otro. No conoces a mi niño por andar en tus búsquedas”.

Para las familias se trata de una doble ausencia. “Tienes que dejar a los que tienes en la casa para buscar al que no está”, platicó la señora Juanis. Y cuando regresa con la familia, en ocasiones se topa con el rechazo, el hartazgo. “Desaparece mi hijo y desaparece la familia. Llego y me preguntan ‘cómo estás, qué has hecho’, ‘ando en búsqueda’, y ya me dicen que estoy loca, que siempre quiero platicar de lo mismo”.

Este peregrinar tiene un alto costo personal y familiar.

En el caso de Cándido, la logística de la búsqueda es un desafío constante. Para poder salir, él y su esposa se turnan: mientras uno viaja, el otro se queda en casa cuidando de su otra hija y sus nietos, además de sus respectivos trabajos. Antes de que Cándido saliera para Coahuila, su esposa había estado en Sonora. No reciben apoyo económico de su estado, por lo que dependen de la solidaridad de colectivos locales, como en Coahuila que les consiguieron un albergue con comida y un lugar seguro donde dormir, algo por lo que se siente profundamente agradecido.

Para las hermanas Cardona, ambas con pareja, haber heredado de la búsqueda a la muerte de su madre, ha significado tener que viajar constantemente desde el Estado de México (donde viven) hasta Coahuila, a veces hasta cuatro veces al mes, un desplazamiento que ha impactado profundamente sus vidas personales y profesionales.

$!Lizeth y su hermana Carmen Cardona Martínez heredaron la búsqueda de su padre a la muerte de la madre.

LA ESPERANZA INQUEBRANTABLE

A pesar del dolor y la distancia, del dinero gastado, de las noches en camas ajenas, en albergues o casas de asistencia, a las y los buscadores los mantiene la esperanza y la fe de volver a abrazar al hijo, al padre; o al menos tener sus restos en caso de haber perdido la vida.

Para hacerle frente al dolor y visibilizar la tragedia de una forma más humana, Lizeth y su hermana Carmen crearon un proyecto de bordado. La idea surgió de la necesidad de recordar a su papá de una forma que trascendiera la frialdad de una ficha de búsqueda. “Acción en memoria: corazones robados”, se llama la iniciativa.

“El bordado surge de la necesidad de recuperar a mi papá de distintas formas, recordarle al Estado que está desaparecido”, comentó una noche antes de comenzar con el bordado.

Lizeth sintió que necesitaba algo que no le hiciera perder la esperanza de continuar con la búsqueda y encontró en el bordado una herramienta importante para la memoria. De allí nació la idea de bordar un corazón con los nombres de personas desaparecidas y regresarlo como un acto de empatía y memoria.

”Para mí, mi papá es un corazón... Los desaparecidos son un corazón perdido, un corazón que ha sido arrebatado del seno de su familia”.

Estos corazones bordados se exhiben en tendederos durante las jornadas de búsqueda, buscando sensibilizar a la sociedad, buscando, también, que en la memoria quede ese retrato, esa imagen.

Lizeth ha observado que este acto visual logra que la gente se detenga, lea los nombres y vea los rostros, generando un impacto mayor que las fichas oficiales. Es su forma de alzar la voz y asegurar que detrás de cada número y cada expediente, hay una historia, una familia y un corazón que sigue esperando.

Y si no es en una plaza pública donde levantan el tendedero o comienzan a bordar, es en la noche taciturna del albergue después de regresar de una búsqueda.

COMENTARIOS