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Hace 15 años Coahuila vivió una ola de violencia que dejó como saldo enfrentamientos, asesinatos y miles de personas desaparecidas. La cifra oficial es de 3 mil 722 personas desaparecidas en el estado. Ante la indiferencia de las autoridades, sus familiares se unieron y formaron colectivos para pedir su regreso con vida. A más de una década, SEMANARIO los buscó para conocer el impacto que ha tenido esta larga búsqueda. La respuesta fue que al menos 25 personas han fallecido sin saber qué pasó con su ser querido desaparecido; otros más han enfermado. Expertos indican que la atención psicológica es esencial para evitar el deterioro
- 27 febrero 2023
A 40 metros de la catedral en Saltillo y a no más de 20 del Palacio de Gobierno se encuentra el árbol de la Esperanza.
El árbol está dentro de las jardineras de la Plaza de Armas. En sus ramas cuelgan poco más de 50 fotografías de hombres y mujeres que siguen desaparecidos en Coahuila.
Las fotos las colocaron sus familiares. En cada una se indica el nombre, edad y lugar donde se le vio por última vez.
En el tronco del árbol de la Esperanza se colocó una cartulina blanca sostenida por un listón verde. En el centro, con letras en mayúsculas y de color anaranjado dice: BASTA IMPUNIDAD; VERDAD Y JUSTICIA.
Este árbol es un recordatorio constante de la falta que hacen estas personas.
Entre las fotos está la de José Antonio, un joven ingeniero de la Ciudad de México que desapareció en Monclova el 25 de enero de 2009, en plena escalada de la violencia que comenzó en 2006 con la llamada “guerra contra el narco” que inició el expresidente Felipe Calderón.
Ese año hubo un incremento de violencia en Coahuila. El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), reportó un total de 278 muertes por homicidios, un incremento del 159% respecto al 2006.
José Antonio era soltero y no tenía hijos. Son sus padres, quienes 14 años después lo siguen buscando. Esa búsqueda les dio sentido para vivir, recuerda Guadalupe Fernández Martínez, la madre. Pero también en esa búsqueda se han ido mermando: depresión, ansiedad, problemas para dormir y dolores de columna son algunos de los padecimientos que ha enfrentado la madre en estos 14 años.
Platica que el primer año fue difícil sobrellevar la pérdida.
“Uno no quiere levantarse de la cama, no quiere uno darse cuenta que lo que está viviendo es real, no es un sueño, y yo creo que eso también va minando la salud”, cuenta la madre.
Esta situación es consecuencia de que las familias mantienen un estado de alerta que genera adrenalina, explica la directora de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de Coahuila (UAdeC), Berenice de la Peña.
“El problema aquí es que la adrenalina es constante y no hay un descanso adecuado para poderse reponer, entonces el cuerpo está prácticamente siguiendo su funcionamiento normal o común, pero gastando más energía de la que tiene”, ahonda la especialista.
Una desaparición forzada impacta a toda la familia y al ser inesperada, viene a desestabilizar: empiezan los insomnios porque no se duerme esperando noticias, dejan de comer, de beber agua, amplía la psicóloga.
“Las personas descuidan lo primario”, agrega de la Peña.
BUSCAR SE CONVIERTE EN EL PROYECTO DE VIDA
Para la señora Guadalupe Martínez, los días pasaban y no había avances. El primer día de las madres que pasó sin su hijo tuvo un problema grave de salud.
Ese día viajaba a casa de su suegra. Iba en avión cuando se empezó a sentir mal.
“El avión llegó y no dejaron bajar a las personas. Primero subió un doctor por mí, me llevó al acceso que tiene para primeros auxilios en el aeropuerto y me dijo: ‘estuvo a punto de sufrir un derrame cerebral’”, recuerda.
La señora Guadalupe comenta que a diario pedía morir.
“Yo decía ‘Dios llévame a mí’. Siempre era llévame si mi hijo no está, yo ya no quiero vivir”.
La falta de resultados en la búsqueda de su hijo le provocó una depresión. La madre pensaba que al poco tiempo la llamarían para informarle que habían encontrado a su hijo con vida. Pero en 14 años esa llamada nunca ha llegado.
La ausencia de información de su hijo la sumía en lo que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) define como una “incertidumbre angustiosa”, que se caracteriza, entre otras cosas, en un constante estrés, y agotamiento físico y mental por la falta de información.
Human Rights Watch, en su informe de 2013 “Los desaparecidos de México. El persistente costo de una crisis ignorada”, habla de una “fuente inagotable de sufrimiento”, el no saber para las familias qué ha sucedido con sus seres queridos, misma que empeora ante “los débiles esfuerzos” de los agentes del Ministerio Público por dar con su paradero.
Así ha sido el caso de la señora Guadalupe y su esposo, que han interpuesto denuncias por años, investigado y aportado pruebas.
“Me cambió radicalmente (la vida) sobre todo porque, en cuanto se supo, por boca nuestra, hubo amistades que se hicieron a un lado creyendo que esto era como una enfermedad contagiosa, inclusive familiares cercanos también se distanciaron de nosotros”, platica.
Por esta situación su esposo y ella se unieron con otras familias de personas desaparecidas para apoyarse.
Con la desaparición de su hijo, también desaparecieron los proyectos y metas; los deseos de viajar o estudiar. “Queda todo apartado”, dice la señora. Y es comenzar una vida para la que no se estudió, para la que no hay manual, comenta.
Meses como diciembre son significativos y difíciles de sobrepasar. El año pasado, por ejemplo, tuvo influenza con grandes repercusiones en los riñones, pulmones y bronquios.
Aún no se acababa de recuperar del Covid que le había dado en julio. Ella cree que la baja de defensas son causadas por la depresión de diciembre, porque le es muy difícil dejar de pensar en su hijo en estas fechas.
En 2013 tuvo un problema en la columna y estuvo seis meses en cama.
“Me mandaron ansiolíticos y antidepresivos porque no podía dormir. Era un terror que llegara la noche y que no iba a poder conciliar el sueño”, añade la señora Fernández sobre los impactos en su salud.
DILACIÓN EN LAS BÚSQUEDAS
Meses después de la desaparición del ingeniero José Antonio, el 29 de agosto, desaparecieron el niño Brandon Acosta Herrera, su papá Esteban y sus dos tíos, Gerardo y Alberto Acosta.
A 13 años de la desaparición, Lourdes Herrera, madre de Brandon y esposa de Esteban, sigue resaltando que la desaparición es un “terror horrible e indescriptible”. Para la madre, la angustia, el dolor y la incertidumbre con la que vive a diario significa un crimen para ella.
Su familia viajaba al aeropuerto en Apodaca, Nuevo León, cuando los desaparecieron. A partir de entonces comenzó el peregrinar de la señora en la delegación de la Fiscalía del Estado y después al edificio de Antisecuestros.
“Ese día inició mi búsqueda. Yo no salía de la dirección de antisecuestros”, relata Lourdes Herrera.
Lourdes no conocía sobre desapariciones. Solo había escuchado de secuestros en los noticiarios, y sucedían en Ciudad de México, en Guadalajara o en Monterrey.
Su esposo era Jefe de Seguridad y Custodia en el CERESO varonil Saltillo, pero hasta entonces solo había escuchado de secuestros por las noticias.
Los meses pasaban y su hijo Brandon, su esposo y cuñados no aparecían. Jamás imaginó que acumularía 13 años sin saber el paradero de su familia.
“Me acuerdo que esa primera noche fue muy difícil para mí, porque me imaginaba a mi niño”, recuerda.
Lourdes Herrera se integró al Centro de Derechos Humanos Fray Juan de Larios, donde más familias ya buscaban a otras 17 personas.
Posteriormente esas familias conformarían Fuerzas Unidas por Nuestros Desaparecidos en Coahuila y México (FUUNDEC-FUNDEM), colectivo pionero en México.
MERMAR LA SALUD HASTA LA MUERTE
“Decidimos unirnos para no sentirnos solos y solas y para que nuestra voz fuera escuchada. Esto fortalece nuestro espíritu y nuestro corazón, sin embargo, no evitó que el dolor mermará nuestra salud”, indica FUUNDEC-FUNDEM en los registros internos sobre su historia.
A 13 años de la primera rueda de prensa como colectivo, la energía no es la misma. Algunas madres viven con dolores de piernas y rodillas de tanto caminar. Muchos y muchas más viven con insomnio, hipertensión, depresión, ansiedad, diabetes y una larga lista de enfermedades.
Otros más han fallecido en el camino.
En mayo de 2012, un mes después de haberse creado la Subprocuraduría para la Investigación y Búsqueda de Personas no Localizadas, falleció Juan Ramiro Guerrero Valdés, miembro de FUUNDEC. El señor buscaba a su hijo Sergio Ramiro Guerrero Almaraz, quien desapareció el 20 de enero del 2009 en Torreón.
“Tres años bastaron para que Juan Ramiro no soportara más el dolor que conlleva la desaparición de su hijo”, comentaron compañeros de FUUNDEC.
El 20 de junio de 2013 falleció Alma Guadalupe Solís Fuentes, madre de Juan Antonio Ornelas Solís, un joven de 21 años desaparecido en Torreón.
Alma murió cuatro años después de buscar a su hijo. Unos días antes de su muerte, se había publicado el Programa de Atención Integral a Familiares de Desaparecidos, un programa que pretendía atender en todas sus aristas a las familias.
Un día las autoridades le dijeron a Alma que su hijo había muerto. Nunca se lo confirmaron, pero este golpe la tumbó. Desde ese día vivió una depresión que la condujo a la muerte en pocos meses.
El 4 de febrero de 2014 murió Mario Alberto Morales, padre de Mario Alberto Morales Cano, desaparecido el 3 de julio de 2010 en Torreón. Junto a su esposa Rosario emprendió largas búsquedas, pero la angustia y la ansiedad terminaron con él.
Martina Ramos, de Saltillo, falleció el 18 de junio del 2014. Tenía tres años buscando a su hijo adolescente Rubén Limón.
A ella le detectaron cáncer después de la desaparición. Sus compañeros cuentan que buscó tratamiento porque su objetivo era encontrar a su hijo. La enfermedad acabó con ella y se fue sin saber nada de su hijo.
BUSCAR ENTRE LOS MUERTOS
El 13 de marzo de 2015 se creó la Unidad Especializada de Búsqueda Inmediata de Personas, porque ante la falta de resultados, las familias comenzaron a salir a campo con pico y pala para buscar a sus seres queridos.
El Grupo Vida en Torreón comenzó a emprender largas jornadas de búsqueda en ejidos y terrenos; días enteros bajo el sol aguijoneando la tierra en búsqueda de un indicio que les advirtiera la presencia de una fosa común. Así han encontrado cientos de fragmentos óseos, pero también se han topado con el desgaste físico y mental.
En 2016 el colectivo encontró restos humanos en el ejido Patrocinio municipio de San Pedro. Se le consideró el “campo de exterminio” más grande de México, lo cual negó de manera inmediata el gobierno de Coahuila.
Esto marcó una nueva etapa en la búsqueda de personas desaparecidas. Pero también, otra forma de mermar la salud.
“Cuando buscaba a mi hija me desesperaba y me iba yo sola”, recuerda la señora Silvia Ortiz. Ella es mamá de Stephanie Sánchez-Viesca, Fanny, joven que en noviembre de 2004 tenía 16 años. Salió una tarde de su casa en Torreón y ya no regresó.
Silvia Ortiz es un referente en la búsqueda de personas. Cuenta que se hacen planeaciones para salir a buscar en campo y han llegado a caminar hasta 10 y 12 kilómetros en una jornada.
“Es mucho tramo el que caminamos y la afectación la tengo en las rodillas, y en los ojos, la mayoría de los que buscamos”, cuenta.
Ortiz cuenta que tres personas del colectivo ya presentan problemas en los ojos y sinusitis por estar en contacto con la tierra. Los integrantes de este colectivo tienen a 200 personas desaparecidas y asegura Silvia Ortiz que han logrado encontrar a 55. Así mismo, tres de sus miembros han fallecido sin encontrar a sus familiares.
Así como la búsqueda en fosas, la búsqueda en panteones también los enfrenta a problemas de ansiedad, platica Grace Fernández, vocera del Movimiento por Nuestro Desaparecidos en México. Ella busca a su hermano Dan Jeremeel desaparecido en Torreón desde hace 14 años.
“No es normal tener que buscar un familiar, y todavía es mucho más anormal el tener que buscarlo entre los muertos. El tener que hacerlo incluso con tus propias manos, pues no es correcto, para eso están las autoridades, para eso deberían de utilizarse los recursos económicos y tecnológicos humanos”, reclama Grace al mismo tiempo en que indica que los esfuerzos no han sido suficientes.
Relata que estar en el panteón viendo el procedimiento y pensar que unos de los cuerpos que están ahí pudiera ser su familia es sumamente doloroso. “Sin embargo lo hacemos con el amor que les tenemos y esa necesidad de tenerlos”, dice.
Hace dos años inició en Coahuila el plan de exhumaciones masivas en los panteones del estado con la finalidad de desenterrar los restos y cuerpos que fueron enviados a fosas comunes sin ser identificados.
La coordinadora del Centro Regional de Identificación Humana (CRIH), Yezka Garza, indica en entrevista que han recuperado 960 cuerpos de personas en los procesos de exhumación. Son 960 cuerpos que no tienen identidad y que, como dice Grace Fernández, provoca ansiedad y dolor entre las familias por pensar que uno de ellos pudiera ser su hijo o hija a la que buscaron por años.
Hasta el momento se han logrado identificar a 48 de esos cuerpos exhumados, de acuerdo con la coordinadora Yezka Garza.
Grace Fernández comenta que no hay un estudio médico, ni una investigación específica sobre los impactos de estas búsquedas en la salud, pero desde las familias se sabe que a partir de las desapariciones la salud se vio afectada.
“Cuando estás estresado o depresivo no comes, tampoco comes cuando estás en exhumaciones. Casi todas las compañeras tienen problemas de presión arterial, de diabetes o incluso hay padecimientos de cáncer”, platica Grace Fernández.
La Guía Práctica “Acompañar a los familiares de las personas desaparecidas”, del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) refiere que los efectos de la desaparición de un ser querido guardan una cierta semejanza con los de un hecho traumático. Sin embargo, se trata de experiencias diferentes que desencadenan una reacción psicológica propia. Un hecho traumático, refiere la Guía, se caracteriza por la violencia y por su duración limitada, mientras que la situación que viven los familiares de los desaparecidos no tiene una duración fija y el dolor y la angustia que sufren son constantes.
Los familiares de una persona desaparecida, a diferencia de quienes han vivido un hecho traumático, hacen todo lo posible por no olvidar, explica la Guía del Comité Internacional de la Cruz Roja.
“Para los familiares de las personas desaparecidas, toda su situación es traumática: la desaparición y todo lo relacionado con ella. La ausencia de información sobre su ser querido puede sumirlos en un estado de incertidumbre angustiosa que trastorna sus vidas por completo”, dice el CICR.
LA MOCHILA DE LA SUPERVIVENCIA PSICOEMOCIONAL
Grace Fernández, del Movimiento por Nuestro Desaparecidos en México, expone que una manera de enfrentar la angustia y ansiedad cuando acuden a exhumaciones es con la llamada Mochila de la Supervivencia Psicoemocional en donde guardan plastilina para hacer figuras y mandalas para iluminar.
“Son actividades lúdicas para poder expresarse. Masilla de play-Doh para maniobrar, para hacer figuras, todo ese tipo de actividades que te ayudan a tratar de que tu mente saque esos pensamientos que son abrumadores”, explica Grace.
A la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas del Estado (CEAV) les han pedido equipos psicosociales que participen en las exhumaciones con actividades y con capacidades de contención para las familias.
“Porque no siempre estamos fuertes de ánimo como para nosotras mismas auto contenernos”, comenta Fernández.
La CEAV, que tiene un presupuesto para este año de 24.3 millones de pesos de acuerdo con el Presupuesto de Egresos del Estado, informó vía transparencia que del 2016 al mes de enero de este 2023 se dieron 3 mil 201 atenciones en materia de salud a familias de personas desaparecidas, a través de gestiones ante instituciones públicas y apoyos económicos.
El presupuesto de la CEAV es 13 veces menos de lo que se tiene presupuestado para el pago de asesores en Coahuila en este 2023.
BUSCAR EL RESTO DE LA VIDA
Ante la falta de una legislación, el 20 de diciembre del 2016 se publicó en el Periódico Oficial del Estado la Ley de Localización, Recuperación e Identificación Forense de Personas.
En este peregrinar, las familias se han convertido no solo en detectives de los casos de sus hijos, o hacen búsquedas en brechas, sino también han tenido que estudiar, asistir a congresos, talleres, cursos e impulsar nuevas leyes.
Coinciden que ha habido avances en materia legislativa y creación de organismos de búsqueda, pero faltan resultados, considera Silvia Ortiz de Grupo Vida.
Y esa falta de resultados no deja de generar angustia y pasar factura en la salud de las y los buscadores.
Romanita Ortíz Reyes, una de las fundadoras de FUUNDEC en Torreón, murió el 26 de abril de 2017 en La Laguna. Después de nueve años se fue sin saber qué pasó con su hijo Pedro Ramírez y su nieto Armando Salas.
Un año después de la muerte de Romanita, se creó la Comisión Estatal de Búsqueda, que para este 2023 tiene un presupuesto de 63.6 millones de pesos, de acuerdo con datos del Presupuesto de Egresos de Coahuila.
Su titular, Ricardo Martínez Loyola, comenta que los colectivos que tienen más experiencia asesoran a las personas que se unen, y eso genera que los trabajos de búsqueda no inicien de cero con los nuevos grupos.
El comisionado estatal asegura que no están rebasados en atención. Cuando hay una necesidad de atención física o emocional de las familias, las canalizan al CEAV.
“En estos años se tiene una mejor atención porque no es de manera reactiva”, comenta.
Sin embargo, el rezago de atención a personas desaparecidas de larga data es diferente.
Del 2006 al 2012, periodo de mayor violencia, se tienen 2 mil 67 casos en el Registro Nacional de Personas Desaparecidas.
La psicóloga Berenice de la Peña comenta que hay casos donde las personas dejan de buscar a los meses o al año. También hay personas que el resto de sus vidas se la pasan buscando.
Eso significa que los familiares de 2 mil 67 personas que desaparecieron entre 2006 y 2012, tendrían en estos momentos entre 11 y 17 años buscando.
“Obviamente en muchas ocasiones no es la misma energía con la que empieza la búsqueda. La energía que se invierte va mermando y el transcurso del tiempo va cobrando su factura”, comenta la psicóloga.
En los casos de larga data, como se le conoce a los casos de personas desaparecidas que tienen varios años, el comisionado dice que se abordarán a través de una visión de la “macro criminalidad”.
“Hacer análisis de contexto, identificar patrones comunes y es como se detectan casos relacionados y atenderlos de manera conjunta”, explica.
Pero ese análisis de la “macro criminalidad” de la que habla Martínez Loyola para dar con los desaparecidos de larga data, no le alcanzó a Rosalino Castro e Hilda Torrecillas, padres de Ezequiel Castro, desaparecido el 15 de junio de 2009. Rosalino e Hilda murieron en 2017 y 2020, respectivamente, sin saber qué fue de su hijo.
Ahora, para agilizar la búsqueda se sumó este año el Equipo Argentino de Antropología Forense, famoso por revelar la historia de la muerte del Che Guevara y esclarecer la muerte del ex presidente de Chile Salvador Allende, como se consignó en el reportaje publicado en SEMANARIO el pasado 4 de febrero.
EL AMOR, LA MEJOR MEDICINA
La psicóloga Berenice de la Peña comenta que los familiares no dejan de buscar porque sigue presente el amor. Hay una lealtad y vínculo con ese familiar que desapareció.
“Aquí el punto sería ver cómo vamos integrando lo que estamos viviendo [...] Que no nos quedemos nada más en el dolor, en el sufrimiento, sino que lo vayamos integrando en la vida para poder ir avanzando”, expone.
La señora Guadalupe, mamá del ingeniero José Antonio, dice que después de 14 años de búsqueda sigue firme: “no descansaré hasta encontrarlo, sino es que me voy antes”.
Lourdes Herrera, madre del niño Brandon, también se mantiene en la búsqueda después de 13 años.
“Yo quisiera que pasaran los días y ya llegar hasta el día de saber de mi niño, de mi esposo. Nunca me ha interesado quién y por qué, yo lo que quiero es encontrarlos”.
Por su parte, Grace Fernandez, considera que las autoridades mexicanas no tienen capacidad para hacer frente a esta crisis. Los esfuerzos son insuficientes, cuando la voluntad topa con los intereses políticos.
“Mientras no haya una exigencia de toda la ciudadanía esto va a continuar (...). La estadística nacional sigue incrementando y no es proporcional a la indignación nacional”, considera.
Los casos documentados para este reportaje tienen una característica común: nunca dejaron ni han dejado de buscar a sus seres queridos desaparecidos.
A los compañeros fallecidos los recuerdan con cariño. Durante cinco, siete y hasta 15 años caminaron todos los lugares posibles para saber qué había pasado con sus familiares.
Son, también, un motor más para seguir buscando, como lo refiere FUUNDEC:
“Hoy les recordamos con cariño, y pedimos para que, desde ese lugar de reposo, donde ya descansan en paz, nos animan a denunciar con fe y esperanza la búsqueda de los suyos que también son nuestros hasta encontrarles”.