Ya no son las tolvaneras lo más característico de La Laguna, ni ese calor tormentoso que se eleva entre la lluvia de tierra. Ya no es solo el Cristo de las Noas que, con las manos en cruz, mira desde el cerro la franja entre Coahuila y Durango, ni la fama migrante de los lonches de adobada lo que viene primero a la mente. Son las palomas. Cientos de aves y sus vuelos coordinados en el cielo de la región, que desde 2019, en silencio, se convirtieron en una plaga.
Una plaga gris y alada, de cuello corto y pecho hinchado que anuncia la muerte sobre las calles de Torreón. Están ahí, en todos lados, ocultas en los resquicios de los edificios del centro histórico, sobre las casas en las colonias lejanas al corazón torreonense, en los parques y áreas verdes que apenas mitigan las temperaturas del desierto.
Especialistas ambientales consideran que una de las principales causas de la presencia desmedida de estos animales bravíos es que la gente les arroja de comer a montones. Migajas de pan, frituras de maíz, cualquier golosina que esté a la mano.
Ramón Delgado, doctor especializado en patología por la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro, señala que en el caso de Torreón, las altas temperaturas influyen directamente en los índices de reproducción de esta especie.
Una pareja de macho y hembra puede reproducirse 6 veces por año, y tener entre 4 y 6 huevos. Es decir, hasta 24 pichones al año, de acuerdo con Héctor Manuel Estrada Flores, Catedrático de la Universidad Autónoma Agraria ‘Antonio Narro’.
En una población de 100 palomas, estamos hablando de 2 mil 400 nuevas aves. Una estimación oficial, sin embargo, no existe al momento en La Laguna.
Lo que sí hay son palomas en todos lados que defecan en todos lados. Sus heces corroen las fachadas de concreto; desgastan y oxidan estructuras de metal como bancas públicas; impregnan el aire de un olor fétido.
No por nada les apodan coloquialmente como “ratas aladas”.
Al respecto, el Director de Salud Pública Municipal en Torreón, Manuel Acuña, dice que llevan años con esta plaga, la cual es preocupante porque no se ha podido controlar. Y es la misma sociedad quien, al alimentarlas, tanto en puestos de comida como en plazas públicas, sigue contribuyendo a la problemática.
Y lo de la muerte, lo del riesgo sanitario por posibles infecciones, no es exageración. Nataly Cruz, de 15 años, murió en Torreón el 7 de mayo de 2021, después de un mes de estar hospitalizada. Tenía daño en sus pulmones y cerebro provocados por una bacteria que se gesta en el excremento de las palomas.
Inhaló, sin intención, microorganismos que se encuentran en los hongos cryptococcus, que se hallan a su vez en la materia fecal de las aves.
En la mayoría de los casos, la resistencia natural del cuerpo hacia estas enfermedades es suficiente para que los anticuerpos hagan su trabajo. Así lo asegura la Sociedad Brasileña de Enfermedades Infecciosas (SBEI). Pero Nataly no tuvo esa suerte.
Su deceso inquietó la opinión pública y por ello a las autoridades, encabezadas por la Dirección de Medio Ambiente en Torreón, quien comenzó a buscar soluciones.
El doctor Ramón Delgado fortalece la idea de que lo mejor es un control, y no una aniquilación de la especie, ya que esto podría producir un desequilibrio ecológico.
—El problema principal es el ambiente en el que vivimos, no las palomas... En las heces no se encuentran dichos patógenos, sino en aquellas que han sido expuestas en un ambiente orgánico y húmedo, aunado al calor excesivo de La Laguna— asegura el académico.
¿Qué se tiene que hacer entonces?, ¿cuál es el camino adecuado para no provocar un problema secundario que lo empeore todo?, ¿a quién se acude cuando se tiene una plaga de palomas?
EL NACIMIENTO DEL ‘EXTERMINADOR’
Una mañana de 2019, al lavarse los dientes, Brenda López sintió ganas de vomitar al advertir un sabor desagradable en el agua. Avisó a su esposo, José Guajardo, quien luego de un trago escupió el buche por el asco. El líquido desprendía un hedor a huevo podrido. Y el grifo del lavabo no era el único lugar del que salía, también el agua de la regadera estaba impregnada de aquella peste.
La suposición fue obvia. Bastaría con limpiar el tinaco, intuyendo que la hediondez era causada por una capa de moho. Anteriormente ya habían encontrado algo así flotando en la superficie.
Pero cuando José subió a la azotea para revisar, nada pudo prepararlo para su hallazgo. Desde lejos vio que la tapa del tanque no estaba. El hombre recordó que días antes una tolvanera cubrió la ciudad. “El aire se la llevó volando”, pensó. Y así fue: las rafagas la proyectaron en a dos casas de distancia quedando en el jardín de una residencia olvidada.
El tinaco de la casa no está a la intemperie. Al menos no como suele ocurrir en la mayoría de las viviendas mexicanas. Se encuentra protegido por una estructura de cemento en forma de cubo que impide que los rayos del sol le den directamente. Así que para asomarse, José tuvo que avanzar primero por el suelo, incrédulo, por la cantidad de plumas y excremento de paloma.
Se asomó al recipiente y las tripas se le revolvieron: las paredes del Rotoplas estaban cubiertas de heces fecales, y el agua coloreada de un tono verdoso, como un pantano fabricado en lo alto del domicilio. En medio de esa sustancia angustiante había un cuerpo con plumas en evidente descomposición. El cadáver estaba rodeado de gusanos. Antes de apartar la vista, José alcanzó a calcular que el tamaño de algunos se aproximaba al meñique de una persona adulta.
Sin saberlo, él y Brenda, con un mes de embarazo, pasaron días consumiendo agua putrefacta.
Limpiar el tinaco y asegurar la tapa con algún amarre era necesario, pero no era una solución de fondo. En los días siguientes, las verdaderas protagonistas de esta epidemia se hicieron más presentes que nunca.
Cada mañana, las palomas despertaban a la familia porque sus gorjeos se colaban a través del aparato de aire (sin él no se puede vivir cómodamente en La Laguna).
Le surgió entonces la pregunta que años más tarde toda la ciudad se haría también: ¿a quién se le pide ayuda para enfrentarse a una plaga de palomas?
Nadie en la región tenía la capacitación pertinente. Así que José Guajardo hizo lo que cualquier persona con internet haría. Ver tutoriales en YouTube. Aprendió de unos argentinos a instalar puntas anti-aves: Totalmente casera, supuestamente inofensivas.
Estas consisten en una serie de puntas de acero doble galvanizado, lo que evitaba que las aves reposen sobre el perímetro del techo. Así que luego de limpiar y construir su propio remedio contra las palomas, subió a la azotea de su casa.
Ahí arriba, en el techo, observó cientos de palomas posadas en lo alto de las demás casas. “¿Alguien más se dará cuenta de la gravedad en la que vivimos?”, se preguntó el hombre de 29 años.
Un mes después, amigos y familiares que conocían este invento soltaron la noticia: un hombre encontró la manera de alejar a estos pájaros sin hacerles daños. Y lo que inició como una cuestión íntima y personal, se convirtió en un trabajo formal.
A inicios de 2020, José inició su negocio de Sistemas de Control de Aves de La Laguna. Y aunque no mata ni lastima a las palomas, la gente lo llama: “El exterminador”. Los mensajes llegaron a montones. Torreón necesitaba un héroe, y como pasa en la ficción, los eventos se acomodaron para que este surgiera del pueblo y para el pueblo.
EL ‘EXTERMINADOR’ QUE QUERÍA SER BEISBOLISTA
Todos los días desde que inició su negocio de control de plagas, José Guajardo llega a su hogar cubierto en sudor, con la piel bronceada, una gorra, una camisa larga, cubrebocas, lentes protectores, y botas impermeables. Tiene cuidado de no tocar nada a su alrededor. No quiere contaminar algo por error; las jornadas de 12 horas limpiando caca de paloma en techos laguneros puede tener consecuencias graves. Las noticias lo confirman.
Elena, su hija de un año y medio se acerca para recibirlo con un abrazo. Pero José le pide a Brenda, su esposa, que la detenga. Él se siente sucio, peligroso, y lo que menos quiere es exponerla. Camina sobre sus talones tambaleándose de un lado a otro con los brazos extendidos mientras evita a su familia y sube a bañarse.
Eso es ahora, pero las cosas no siempre fueron así. Y es extraño que José tenga algo en común con las palomas domésticas. La revista National Geographic explica que fueron los europeos quienes, aproximadamente en el siglo XVII, trajeron estas aves a América para usarlas como alimento y crianza. Sin embargo, muchas de estas escaparon de su cautiverio y se adaptaron rápido al nuevo mundo. Tanto así que, precisa la publicación, en 2020 había alrededor de 400 millones de especímenes en el planeta.
Tal como las palomas migraron, el hoy exterminador dejó su natal Oaxaca hace 19 años, cuando él apenas tenía 10. El motivo es también un lugar común de la gente trabajadora. El empleo de su padre los obligó a moverse y La Laguna prometía una buena vida.
Entonces, como la mayoría de su edad, los sueños eran más fantasiosos que otra cosa. José quería ser beisbolista. Y aunque la adolescencia modificó un poco las aspiraciones, mantuvo lo esencial: para los 15 años más o menos pensó en ser reportero deportivo. Comenzó a estudiar periodismo en la Universidad Autónoma de La Laguna, pero los vuelcos inesperados de la vida lo obligaron a truncar la carrera.
La familia compuesta por el matrimonio y cuatro hijos tenía apuros económicos. Y José, aunque no era el más mayor, comenzó a trabajar para expiar la falta de dinero. Unos años más tarde, quedó claro que no sería una etapa, que no podría continuar estudiando para lograr su sueño, pues su padre se fue de casa, como dice él, “sin dejar rastro”. Justo como la lluvia lagunera que, de un momento a otro, desaparece.
El muchacho anduvo entonces de jale en jale. De una fábrica de productos químicos a una purificadora de agua; de ahí a la fábrica de hidrocarburos en donde trabaja actualmente. Por lo pronto, la cosa del manejo de aves es extra.
Hoy José tiene 29 años y le parece irónico como uno de los primeros recuerdos que tiene de Torreón se relaciona con las palomas: la gente alimentándolas en las plazas del centro histórico. Justo uno de los motivos que hacen que se reproduzcan tan rápido y sin control.
No sabe explicar bien qué es, pero nunca le gustaron realmente esos pájaros. Quizá son los ojos saltones, tal vez el canto monótono y casi robotizado, a lo mejor que, en efecto, le parecen ratas rechonchas que puede volar y defecar por donde quiera. No sabe bien qué es, pero acaso el destino lo dispuso para ser el encargado de combatirlas.
LA LUCHA CON LAS PALOMAS
Es el último lunes de primavera de 2021. Las últimas semanas en Torreón la temperatura superó los 35 grados de manera disciplinada. El sol de las 12 enrojece las mejillas de José, “el exterminador”. Lleva cuatro horas en la azotea de un cliente quien lo contactó gracias a un volante de los que reparte por la ciudad.
“Sistemas De Control De Aves de La Laguna”. Tenemos la solución a tu problema de palomas” se lee en la hoja de papel.
El techo, no hace falta decirlo, estaba infestado de palomas. Y no solo vivas. También hay cadáveres, estiércol, plumas, restos inentendibles de cosas que parecen ser comida o vómito o ambas.
Se quita el sombrero y de su pelo negro escurre sudor que se evapora apenas toca el suelo. En el horizonte contrastan el cielo azul, los parajes áridos de la zona y cientos de palomas que se atraviesan al vuelo cuando no en una casa aledaña o como manchas grises y negras en la lejanía.
Cualquiera que se asome desde esta altura verá las cornisas maltratadas por la inmundicia de las aves. En algunos casos las construcciones están cubiertas por completo de pastas blanquecinas y marrones. En otros, la techumbre tiene pegadas plumas acariciadas por el viento bochornoso. De tanto en tanto, incluso hay cadáveres de pichones.
Mientras recobra el aliento, explica el proceso para la construcción de los dispositivos anti-aves.
Primero, con la ayuda de un taladro, coloca sobre el perímetro del techo unas puntas anchas de acero galvánico, que parecen las púas, sin filo, de un erizo. Esto evita que las palomas puedan aglomerarse sobre ellas.
Después pasa a la limpieza del suelo. Con una escoba, acumula montañas de popó seca, que con el movimiento provoca una nube de caca pulverizada que se dispersa con el viento y lo vuelve engañosamente invisible y realmente letal. Ese polvo fue el responsable de la muerte de aquella joven torreonense, Nataly.
Con una hidrolavadora de alta potencia, que parece una ametralladora ligera de esas que salen en las películas de acción, expulsa un chorro de agua para remover la suciedad que se queda pegadas al suelo, a los tinácos, a cualquier superficie víctima de la plaga.
Los ríos de agua café que se forman tras esto dejan al descubierto nidos y huevos.
Un grupo de unas 20 palomas se posan en un cable de alta tensión a unos 100 metros. Parecen observar al exterminador, juzgarlo, desdeñarlo por acabar con el refugio silencioso que han tenido por años.
José ya se ha acostumbrado a estas imágenes, pero no a los olores. Con las cascadas de desechos que escurren desde el techo, las pestilencia consume el oxígeno limpio. De no ser por el cubrebocas, dice el exterminador, habría vómito seguro.
Para remover por completo la porquería, el oaxaqueño utiliza una pala y un rastrillo de jardinero. Entre las cosas que remueve, aparece una paloma muerta.
José suspira. Es lo que menos le gusta de su trabajo. Desde que tiene el negocio ha explicado hasta el cansancio que su fin no es el exterminio, sino el de prevenir la proliferación de las palomas. Aún así, no dejan de atacarlo en redes sociales.
¿HAY UNA SOLUCIÓN?
Hace más de un año, a mediados de 2020, a José le llamaron para asistir a un departamento que era alquilado al norte de la ciudad, una zona con un gran problema de plaga. Los últimos inquilinos habían dejado una ventana abierta procedente del baño sin darse cuenta. El lugar duró sin atención varios meses, en los cuales las palomas se apoderaron de las instalaciones.
Cuando José entró con el rostro cubierto y su equipo de trabajo, como un soldado en la primera línea de batalla, encontró una catástrofe: cada rincón de la casa, tanto escaleras, cocina, sala, y muebles, estaban cubiertos de excremento blanco, nidos, huevos y orina. Era una cueva de palomas alborotadas.
–Es lo más impactante que he visto– confirma.
Y esa imagen le ayudó a dimensionar la gravedad del problema. Aquel departamento era justo como La Laguna. Un nido de palomas que nadie advirtió a tiempo. Sin control, sin cuidado, sin aparente solución.
Fue solo tras la muerte de Nataly, a inicios de mayo de 2021, y tras los enfrentamientos entre diversos grupos de ciudadanos, que la Dirección de Medio Ambiente del Ayuntamiento de Torreón lanzó una acción en espera de dar una resolución.
Se trata de un estudio piloto, que busca probar la eficiencia de un producto químico. El director de la dependencia, Felipe Vallejo, asegura que el estudio que se está realizando, más allá de comprobar que se trata de un método preventivo y control de plagas efectivo, va por algo más importante: demostrar que no es nocivo para las palomas y que no significa ningún tipo de maltrato.
–Lamentablemente, tuvo que morir una niña para que la población pudiera darse cuenta de la magnitud del problema, y lo poco atendido que está. Vivimos sobre un nido de palomas, que ciertamente, ha sido culpa del descuido humano –dice José mientras coloca una malla de polietileno sobre un tinaco para protegerlo de la corrosión.
La labores del exterminador que no es exterminador concluyen a las cuatro de la tarde, después de barrer la poca agua que queda del techo y meter los desechos en bolsas de basura.
–Está feo. Pero está más feo no tener para comer. No tener para vivir o mantener a tu familia. Eso está más feo. Nada es fácil. A mí me tocó así –suelta entre risas mientras termina de barrer–. La mierda tiene la propiedad de que entre más la mueves, más apesta. Yo ya me acostumbré a la peste. Pero siempre acuérdate: entre más le muevas a la mierda, más va a oler. Y eso aplica en todos los sentidos de la vida.
La parvada de palomas que antes estaba sobre el cable ha desaparecido casi por completo. Pero una de ellas, empapada de agua y excremento húmedo, se lanza al vuelo. Y en cada aleteo deja caer desperdicios mientras busca otro lugar donde hacer nido.