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El hombre que dejó la calle después de 60 años

Juan era una de tantas personas en situación de calle en Saltillo. Era un personaje más del barrio El Mirador, los vecinos lo conocían, lo alimentaban y avisaban a las autoridades cuando el frío entumía. Hasta que un día lo dejaron de ver. Una iglesia cristiana hizo lo imposible

  • 30 enero 2023

Miércoles por la noche, a las 7:00.

Justo a la hora en que comienza el culto en la iglesia Casa Profética y de Restauración “Amén”.

He venido hasta aquí para comprobar lo que la gente del barrio se resiste a creer:

Que a Juan Reyna Sánchez, alias “Juan Verrugas”, “Juan Cobijas” o “Juan Perros”, lo rescató de las calles esta congregación cristiana.

Desde que llegamos aquí sentimos una carga por él, era una responsabilidad. No podía estar una iglesia aquí que predicara el poder de Cristo y en la esquina un vagabundo que tiene más de 60 años viviendo en la calle...”, dirá más tarde Orlando Martínez, 28 años, el pastor.

La gente del barrio no entiende cómo Juan, que nunca aceptó ser acogido ni por su propia familia, encontró refugio en este templo, que se yergue en los entresijos de la colonia El Mirador, al poniente de Saltillo.

Muchas veces los colonos hablaron a los socorristas de la Cruz Roja para que vinieran por él y lo llevaran a resguardar en el albergue, allá, cuando la filosa garúa invernal le partía el cuero.

Pero Juan escapaba del refugio y al rato la gente lo veía deambular por el barrio.

$!Juan Reyna Sánchez fue una persona en situación de calle durante 60 años, hasta que un día, simplemente se resguardó en un templo cristiano.

Registros de la Cruz Roja indican que durante la temporada de invierno se reciben en esta institución alrededor de 35 reportes ciudadanos al mes sobre personas que pasan frío en la vía pública. Muchas veces los guarecen, pero invariablemente todos regresan a la calle.

En el caso de Juan se le apoyó cuando llegó a enfermar, pero casi siempre era porque había que resguardarlo del frío y no quería”, dice José Alfredo Ibarra Saucedo, coordinador local de la Cruz Roja de la Juventud en Saltillo.

Tal vez porque Juan, que tuvo poca escuela, desconoce lo que dice el Artículo 6, Fracción X, de la Ley de Asistencia Social y Protección de Derechos del Estado de Coahuila, respecto a que “tienen derecho a la asistencia social las personas que se encuentren en situación de vulnerabilidad y sus familias, preferentemente: indigentes y personas que se encuentren en situación de calle o pobreza extrema”.

Un conteo realizado por la Cruz Roja entre 2020 y 2022 reveló que en Saltillo había alrededor de 35 personas sin hogar dispersos por diferentes zonas de la ciudad.

El DIF Saltillo dice que son 18 personas sin techo en la ciudad. Pero organizaciones civiles como el Comedor y Albergue “Refugio de los Necesitados”, aseguran que son más.

Solo en esta olla comunitaria del centro de la ciudad comen cada mes entre 350 y 400 personas en situación de calle o abandono, 70 por ciento de ellas adultos mayores como Juan.

Otros son migrantes, adultos mayores abandonados por sus familias, niños o personas que padecen de sus facultades mentales, dice Luciano Serrano, voluntario de este albergue.

Pocos conocen sus historias. Esta es la historia de uno de ellos.

60 AÑOS EN LA CALLE

Una lluviosa mañana de invierno de 2021, los colonos de la Mirador enviaron a Vanguardia la fotografía de un hombre tirado en el suelo húmedo de una esquina, y tapado hasta las orejas con unas cobijas y unos hules.

A sus pies un perro husky montaba guardia.

Luego de reportar la alerta a la dirección de Protección Civil su titular, Alberto Neira, dijo que Juan se había negado a pasar el día en un refugio temporal y no podían llevarlo a la fuerza.

Era Juan.

De acuerdo con datos del DIF Saltillo, en 2021 se realizaron 87 gestiones de apoyo a personas que no solamente estaban en situación de calle, sino que presentaban algún grado de vulnerabilidad por las condiciones de su entorno.

Para 2022 la cantidad de reportes creció a 125.

Se les brinda alimento, cobija, se les ofrece, según las condiciones climatológicas, el traslado a algún albergue”, explica Daniel Samperio Dávila, director general de esta dependencia.

$!En la esquina y cubierto con cobijas, así vivió Juan Reyna Sánchez por más de medio siglo.

Hacía más de medio siglo que Juan había llegado a este sector de calles laberínticas, con sus casas pastel de altas y bajas fachadas, y adueñado de ese recoveco que hacen la Avenida Principal con Sixta Ruiz, en la Mirador.

Los del barrio no supieron de dónde salió Juan, solo que, así nomás, de repente, apareció por el barrio envuelto en una cobija de cuadros y otra de franjas.

Olía a rayos...

Pronto los vecinos se acostumbraron a ver a aquel hombre enclenque, calva frente, rastas en la melena y barba espumosa, echado al calor o al frío en aquella esquina apartada.

Y se habían habituado a ver merodear por las aceras al hombre de la ropa desgarrada y escoltado por un séquito de seis u ocho perros.

Tenía muchos perros, pero se los mataban. De repente una perra hasta llegó a tener crías aquí”, narra, una noche de ventisca y tráfago, don Jacinto Cortés, el dueño de la casa de la esquina donde Juan se quedaba.

De ahí que al barrio le dio en llamar a Juan, “Juan Perros”.

$!La esquina de la colonia El Mirador donde vivía Juan.

JUAN SE QUEDÓ EN LA IGLESIA

Patricia Moreno Domínguez, la coordinadora de la Unidad de Integración Familiar, (UNIF), de la Policía Municipal, comenta que, a diferencia de Juan, la mayoría de las personas que viven en situación de calle están concentradas en la zona centro de Saltillo.

Juan no se quería mover de la esquina donde estaba porque era su espacio, había un sentido de pertenencia a ese lugar. Era muy negado a irse a algún refugio”, cuenta Moreno Domínguez.

El Censo de Alojamiento de Asistencia Social, levantado por el INEGI en 2016, arrojó que hasta ese año existían en el país 74 albergues para personas en situación de calle. Lo que el INEGI no incluyó fue información sobre cuántas personas permanecían en estos refugios ni mucho menos sus características sociodemográficas.

Alberto Neira, titular de Protección Civil y Bomberos de Saltillo, dice que esta dirección ha identificado en el área urbana a 12 personas en situación de calle que padecen alguna enfermedad mental o impedimento físico.

Por lo general, son personas que se rehúsan a ser trasladadas a uno de los siete refugios temporales que hay en la ciudad, cuando hace frío.

Pero hubo un lugar donde Juan simplemente accedió.

De vuelta en Casa Profética “Amén”, el pastor Orlando Martínez predica de cómo Dios se sirve de las personas que están en las esquinas, los arroyos, las tapias, para manifestar su gran poder.

$!La iglesia Casa Profética y de Restauración “Amén” hizo lo imposible: que Juan dejara la calle después de décadas.

De lo más vil y menospreciado.... Dios se sirve de lo que nadie ha querido. Todas esas personas son las que busca el Dios de la gloria”, dice en su sermón.

En el templo, que es un gran salón con tribuna y proyecciones de pasajes bíblicos en la pared, veo a un grupo de migrantes que han venido aquí a pedir de cenar antes de continuar su viaje al sueño americano.

Más allá, Juan escucha atento la prédica, tumbado en una silla, la nuca recargada en ese respaldo humano que ha formado con sus brazos.

Nadie en el barrio se explica cómo fue que los de la iglesia consiguieron persuadir a Juan de quedarse en la casa de rescate.

Fernanda Jaramillo, pastora y esposa del pastor Orlando Martínez, ministro de esta grey, narra sin aspavientos que todo empezó una otoñal mañana de octubre cuando miró a Juan en la calle caminando, arrollado en sus cobijas y le invitó a pasar a la iglesia a tomar café.

Le digo ‘vente Juan, hace mucho frío’”.

Y entre sorbo y sorbo de café la pastora invitó a Juan a quedarse en la iglesia y Juan, sin más ni más, se quedó.

En el templo empezaron a orar por él y sucedió lo imposible.

Desde que llegó aquí ha tenido un cambio muy fuerte”, dice el pastor Orlando Martínez.

Fue cosa de Dios, sin duda, lo secunda Fernanda.

Cuando Juan llegó a la iglesia sus pantalones eran un pedazo de tela, tenía trapos enlazados por todo el torso que iban de hombro a hombro y no le dejaban moverse; la barba larga y con restos de comida y los oídos taponados de cerilla.

Le cortaron el pelo, lo rasuraron, le limpiaron los oídos, lo bañaron, le cambiaron sus hilachos por ropa, le dieron de comer, una cama y una cobija limpia para que se tapara el frío.

Dijimos ‘wow, tanto tiempo y no tiene heridas en su cuerpo’”, cuenta el pastor Orlando, a quien otro pastor de otra iglesia rescató de las calles luego de caer en las drogas.

Un médico de la congregación vino para revisar a Juan: tenía alta la presión arterial y le recetó unas pastillas para la hipertensión y vitaminas.

Los pastores de Casa Profética “Amén”, dicen de Juan que ya no sabía cómo bañarse, que no entendía de comer con cuchara, que en lugar de sentarse en una silla se tiraba en suelo y cuando por primera vez, después de muchos años, se acostó a dormir en una cama, se cayó.

Juan también olvidó el alfabeto y ahora, durante las enseñanzas de la iglesia, que le dan un cuaderno y un bolígrafo, se pone a dibujar círculos.

Lo hacemos por amor a Dios y lo vamos a seguir haciendo. La gente dice ‘qué bueno que lo tienen, Dios los bendiga’”, dice Fernanda.

A los del barrio, que habían visto su metamorfosis en las fotografías de Facebook, todavía les costaba creer que ese señor delgado, vestido de gorra, sudadera, pants, calcetas y zapatos deportivos, era Juan.

¿QUIÉN ES JUAN?

La Navidad pasada fue la primera, en años, que Juan vivió bajo techo.

Jamás los encuestadores del INEGI fueron a su esquina para preguntarle dónde había nacido, su edad, su escolaridad, su familia, su empleo, su salario, porque, según las reglas del INEGI, en los censos la unidad de observación es la vivienda habitada y Juan no tiene vivienda, por eso es que Juan, como el resto de las personas que viven en la calle, no figura en las estadísticas de población. Es como si no existiera.

Apenas y se sabe sin certeza que Juan tiene entre 79 y 80 años.

A su nombre de pila la gente del barrio le encasquetó el sufijo “Cobijas” a modo de apelativo, por andar siempre encobijado.

Y entonces fue “Juan Cobijas”.

El barrio se quedaba estupefacto de ver a Juan echado en aquella esquina a 40 grados de calor, o a 14 grados bajo cero, cuando la ciudad se cubría de nieve. Juan siempre rodeado de sus perros que lo calentaban.

$!Juan Reyna Sánchez olvidó cómo bañarse, cómo comer, sentarse y hasta dormir en una cama. En las imágenes se muestra a un Juan cambiado.

Ahí pasó fríos, lluvias, aguaceros, heladas, nevadas, congeladas. En tiempo de calor, el sol fuertísimo y él mira, encantado de la vida, tirado en el suelo”, platica doña Petra Morales Bárcenas, vecina, una mañana que me recibe en su casa de la Mirador con un vaso de ponche humeante y oloroso a frutas.

Nadie le conoció la voz ni le oyó proferir palabras, y cuando alguien lo increpaba Juan respondía en un idioma gutural e ininteligible que brotaba desde las profundidades de su garganta.

Juan apenas y habla, habla muy poco, casi no habla. La única palabra que le escuché decir fue “arroz” una tarde a la hora de la comida en el templo.

Sobre él se empezarían a tejer toda clase de leyendas.

La más contada, la popular, la favorita, el lugar común de las historias que se narran sobre trotamundos que vagan y divagan por las ciudades:

Que a Juan le habían hecho “un mal trabajo”, que alguien, una mujer, lo embrujó por enamorado y que por eso andaba así, sucio, casi encuerado, desaliñado, trastornado, dado a las calles.

El barrio, antaño famoso por las peloteras a pedradas entre pandillas contrarias, lo hizo suyo.

De vez en vez la gente de la Mirador iba hasta la esquina donde Juan y le dejaban una cobija, dinero, un plato de caldo con su cazuela de arroz; o en las frías tardes de invierno una taza de café con pan.

Juan, que ya había tomado confianza por el barrio, tenía la manía de parar a las puertas de las casas y, dando unos toquidos desesperados, pedía algo de comer

Otras veces Juan iba a casa de algún vecino a rogar, con su lenguaje de señas, por medicina.

Si se tocaba la garganta era que la garganta le dolía, si la cabeza era que tenía dolor de cabeza, si la mejilla era que traía inflamada una muela y si el pecho era que andaba enfermo de bronquios.

La gente le entendía y le obsequiaba una píldora para su dolencia.

Pero no iba a pedir con cualquiera, tenía su gente que le daba”, dice doña Rosy, otra vecina cuyo marido es el encargado de dar agua y croquetas a los perros de Juan, luego que se quedaron en la orfandad, sin Juan.

Cierta noche visito a Leticia Pérez, una de las doñas con las que Juan recurría para llenar el estómago.

$!Nadie sabe con certeza qué le pasó a Juan Reyna Sánchez. A los 17 años, simplemente se fue solo al monte.

Le dábamos siempre de comer, café, le gustaban las tortillas de harina con frijoles. A veces traía dinero y me lo daba, le decía yo, ‘no, qué te voy a cobrar’. A veces traía un pan francés para que se lo llenara de frijoles. Le gustaba el arroz”.

Otra anoche álgida la gente escuchó a Juan aullar como un animal.

Los del barrio llamaron a la Cruz Roja.

Se enfermó de los bronquios, le preguntabas, ‘¿qué te duele Juanito?’ y se pegaba en el pecho”, relata Petra Morales.

Luego de inyectarlo en la vena un paramédico de la benemérita diagnosticó: “dolor en el alma”.

“‘¿Qué le pasa?’, le pregunté a un médico y dice ‘está más sano que tú y yo juntos. Él está enfermo del alma’”, platica Eduardo Aguilar Morales, antiguo de este barrio.

ERA CANDELILLERO

Por el barrio empezó a correr el rumor de que Juan tenía familia y que la familia, dos de sus hermanos, vivían por el rumbo de la Mirador, calles arriba.

Y corrió el rumor de que Juan es originario de Pilar de Richardson, municipio de General Cepeda, Coahuila, un ejido pobre como tantos ejidos pobres que pueblan el desierto y donde la gente vive del desierto y sus arbustos puntillosos.

Un sábado atardeciendo platico con Lucas Reyna Sánchez, uno de los siete hermanos de Juan, a la puerta de su casa en la colonia Valle Escondido, cerca de la Mirador.

Lucas recuerda como en flashback la niñez de Juan jugando a las canicas, al trompo, a la rayuela, a la choya, al balero.

Juan era más bien tímido y callado.

Y entonces en el Pilar la gente lo bautizó con el mote de “Juan Verrugas”.

Porque se averrugaba, se arrugaba, tenía vergüenza”.

Se averrugaba”, dice Lucas.

Y dice que de joven Juan era un hombre trabajador, que se la vivía en la Sierra de La Paila cortando candelilla con su padre.

$!Lucas Reyna Sánchez, hermano de Juan.

Un diccionario de botánica diría de la candelilla que son esas varas largas de las que los campesinos pobres del desierto sacan cera, a fuerza de cocerlas, para después venderla barata a los “coyotes”, que más adelante la revenderán cara a la industria, que más tarde la revenderán aún más cara a los consumidores, convertida en diferentes productos de uso cotidiano.

— ¿Juan tuvo escuela?

— Sí fue a la escuela, sí sabía algo, a lo mejor estuvo hasta primero, segundo de primaria.

Jamás se le supo de amores.

No tenía chanza de eso, él andaba nomás en el monte trabajando”, cuenta Lucas.

Tenía 17 años cuando, así nomás, de repente, dejó la casa familiar y se echó al monte, solo.

Lucas no sabe por qué.

Antes creía uno que estaba enfermo y que se puso así a lo mejor porque le hicieron un mal, pero en realidad no sabe uno”.

— ¿Le hicieron un mal?

— Eso se sospecha, ¿quién se lo hizo?, eso no sabemos.

— ¿Cómo lo trataban sus padres?

— ¿Papá y mamá?, como a todos, normal, como todos los papás.

Información del Instituto para la Atención y Prevención de las Adicciones en la Ciudad de México (IAPA), revela que el motivo con mayor peso para que una persona viva en calle son los problemas surgidos en el núcleo familiar (47% de los encuestados).

Por su parte, el DIF en la Ciudad de México identificó como la causa número uno la violencia familiar (59% de las personas encuestadas) y el consumo de drogas (11%) como segunda causa.

En Coahuila no hay estudios sobre las personas en situación de calle.

Algunos no quisieron nada con su familia y optaron por vivir en la calle; otros padecen trastornos psiquiátricos y algunos son adultos mayores con una problemática de alcoholismo. El deseo de consumir alcohol es mucho mayor que el de estar confortables y bien atendidos en una casa de reposo”, declara Alejandro Llama, Procurador municipal para la atención de niñas, niños y adolescentes del DIF Saltillo.

Un día sus vecinos del Pilar se impresionaron de ver a Juan vagando por el pueblo, de casa en casa, pidiendo un taco, una taza de café.

Un día los hermanos Reyna Sánchez decidieron migrar del pueblo para buscarse la vida en Saltillo llevándose consigo a Juan.

Así fue como Juan llegó a vivir con sus hermanos Lucas y Crescencio al poniente de la ciudad, muy cerca de la colonia Mirador que aún conservaba un aire rural y apenas comenzaba a poblarse.

Desde el principio Juan, vaya a saber por qué, había rehusado quedarse a vivir con alguno de sus parientes.

Un viernes a plena tarde Dolores Olvera, la esposa de Crescencio “Chencho”, hermano de Juan, me platica de aquellos ayeres en el portal de su casa de la colonia Valle de las Flores Popular, al lado de la cual había un baldío donde Juan pernoctaba.

$!Todavía muchos no creen que aquel hombre que vieron encobijado y con perros por décadas, haya sido rescatado por una iglesia cristiana.

Duró mucho aquí con nosotros, ái se quedaba en ese terreno cuando estaba solo y luego ya después lo metimos para acá”.

Pero Juan prefirió las calles.

Pasaba por aquí yo le daba de comer y un pantalón. No se lo quería poner... Batallamos mucho con él porque no se quería cambiar ni bañar y ahora en la iglesia lo bañan. Gracias a Dios que se quiso ir con esas gentes porque él con nadie quiere estar, con nadie de sus hermanos se quiso ir”, dice doña Lola.

— ¿Qué le pasó a Juan?

— Yo oía a mi suegra decir que tenía una novia muy viejilla, una viejilla mañosa, yo creo que ella lo dejó así, enfermo, sí porque nomás así resultó... Era muy buen muchacho.

— ¿Hablaba Juan?

— Sí, ahorita ya no.

DE LA BANQUETA A LA IGLESIA

La banqueta de la iglesia del Santo Niño de la Salud, ubicada a unas calles de la esquina donde Juan vivía, se convirtió en otro de sus sitios predilectos.

Iba a la iglesia, entraba con sus perros, pero cuando oía que rezaban o empezaban a cantar se tapaba los oídos o se salía rumbando”, dice un tanto desconfiada Maricela, la sacristana, un ocaso de lunes que me la topo en el barrio.

Y dice que desde que ella tiene uso de razón, Juan ya estaba ahí.

De vez en vez Juan, que daba largas caminatas, solía parar en casa de su hermano Chencho o de Lucas para pedir comida.

Se paraba ái para ver si lo veía uno y le daba un taco. Yo cuando lo veía le decía a mi señora que le preparara algo para que comiera. Es mi hermano”, dice Lucas con cierto dejo de compasión.

Seguido Lucas iba hasta la esquina donde se tendía Juan y le dejaba una chamarra, unos huaraches. Cuando regresaba, ni la chamarra ni los huaraches estaban.

$!Juan no sabe escribir. Durante las clases de la iglesia, se pone a hacer círculos en el cuaderno que le entregaron.

Una de las más grande hazañas que el barrio cuenta de Juan es la de sus travesías de 90 kilómetros, descalzo, por la orilla de la pista antigua a Torreón hasta su rancho Pilar de Richardson.

Una vez iba como a 30, 35 kilómetros para allá cuando un pariente que venía del Pilar en la tarde lo vio caminando sobre la carretera, descalzo. Nos fuimos un hermano y yo a traerlo. Lo vimos allá por San Antonio del Jaral y nos lo trajimos. Se quiso subir al carro”, relata Lucas.

Pero un día al barrio le extrañó no ver más en su rincón al hombre de barba espumeante y larga melena que se la vivía yendo de acá para allá por las calles de la colonia, con su cohorte de perros vagos.

Quizá la más inconmensurable hazaña de Juan es haber dejado la calle después de 60 años.

Ya tengo rato que no lo veo, dije a lo mejor falleció o se cambió de sector porque a veces buscan otro lado, se cambian”, me dice Jorge Armando Charles Malacara, un oficial adscrito la UNIF que acostumbraba a regalar a Juan una cobija, un taco cada que lo miraba.

Por aquellos días empezó a circular por el barrio la noticia de que Juan se hallaba internado en la Casa Profética “Amén”, la iglesia cristiana situada a media cuadra de la esquina donde dormía Juan.

Y que el matrimonio de pastores de esa congregación lo había rescatado de las calles para rehabilitarlo.

La gente del barrio no lo creyó.

Y aún todavía algunos se resisten a aceptarlo.

Los únicos perros que le quedaban a Juan, un husky cruzado y una hembra rothweiler falsificada, echaron en falta a aquel amo que, desde crías, los había alimentado.

Y el barrio se conmovió de ver a los animales esperando a su amo largas horas en la esquina o buscándolo por toda la colonia con desespero.

Hasta que, con quién sabe qué artes olfativas, los perros dieron con su amo.

Y entonces el barrio se volvió a conmover de verlos a la puerta de la iglesia con Juan, Juan acariciándolos.

$!Los pastores Orlando Martínez y Fernanda Jaramillo fueron fundamentales para que Juan dejara la calle después de 60 años.

Nosotros damos alimento a los perritos, agua. Le decimos a Juan ‘mira, aquí están los perros’ y medio los toca, reconoce a los perros y los perros a él. Se ve feliz cuando está con ellos”, narra Fernanda Jaramillo, la pastora.

La buena nueva de que Juan se había refugiado en la Casa Profética “Amén” llegó hasta los oídos de su hermano Lucas, que fue para constatarlo.

Lucas no lo reconoció.

Yo con la que estoy agradecido es con la persona que lo recogió, siento mejor que esté ahí. Qué más puedo pedir...”, declara Lucas.

Y el barrio dijo que era un milagro...

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