Cuando te mueras, muy probablemente tu cadáver será maquillado para estar presentable ante tus seres queridos. Allí estará Faby, una maquillista de muertos a la que no le gusta usar maquillaje.
- 04 noviembre 2024
“No, no creo que a todas las estilistas les encantaría hacer este trabajo”, dice muy seria Faby, mientras hunde su peine verde acua con coleta en el cabello castaño y lacio de una asidua clienta que hoy vino a su estética para que le hiciera unas mechas.
Evidentemente, Faby no se refiere al trabajo de realizar faciales, planchados, tintes o cortes de pelo, Faby es la maquillista exclusiva de una funeraria en la que ejerce el oficio de resanarle la cara a las personas que han muerto a consecuencia de accidentes fatales y aparatosos, a los suicidados o las víctimas de asesinatos y, a veces, cuando la familia así lo pide, a los que fallecen por enfermedad o por causas naturales.
“Cuando un cuerpo está muy dañado, un choque, resanarlos, retocarlos, que se vean bonitos para que la familia pueda darles una despedida digna. Porque hay muchas veces que dicen, ‘no, la caja no se puede abrir, tiene que ir cerrada’, por la cuestión de cómo quedó, pero no, sí se puede, vamos a darle una arregladita...”.
Bien dicen que todo tiene remedio, menos la muerte.
O sea que Faby es una maquillista profesional de cadáveres con todas sus letras, pero sin título, cédula ni certificado.
Es un sábado como a las 4:00 de una tarde gris en el salón de belleza de Faby, plantado a mitad de cuadra de la calle Libertad, una ruidosa y traficada avenida comercial donde proliferan los negocios de ropa, zapatos, ferretería, pollos a la parrilla, farmacias, tortillerías, fondas y más estéticas, en el ex bravo barrio de Tierra y Libertad, justo al oriente de Saltillo.
Es sábado, como ya dije, y la clienta de Faby, una de sus muchas clientas, presume, ha venido aquí para arreglarse un poco la melena, porque hoy, cayendo la noche, anuncia, saldrá de rumba y quiere verse mona.
Y lo mismo hará Faby, que apenas termine con su clienta bajará las cortinas de su peluquería, se marchará a casa y se alistará para ir a una boda a la que alguien la convidó.
Nomás que no pase lo que la otra noche que Arturo su marido la sacó a bailar y en pleno sangoloteo con la Cuarta Dimensión, de Gerardo Sandoval, y el Grupo Brindis, en el disco – bar “La Mitotera”, el celular de Arturo comenzó a vibrar enloquecido para avisarles que había un muerto.
ES TRABAJO, ES DINERO
Arturo Gaona además de ser el esposo de Faby, es asesor funerario para la misma empresa en la que ella trabaja. Dije asesor funerario, una carrera que, desde luego, no se estudia ni el Tecnológico de Monterrey ni Massachusetts, y solo se aprende en la universidad de la calle.
“Sí, que había un muerto, ¿y qué le haces flaco?, es dinero”, me dice Faby.
Más tarde me dirá que a ella eso del salario no le interesa tanto y, lo que es más, que a ella le gusta su atípico, peculiar y, – para muchos -, tenebroso trabajo de acicalar difuntos.
“Yo siempre he dicho: trabajar es pesado, pero trabajar en algo que te guste y todavía te paguen, yo creo que es una maravilla y una bendición, y a mí el trabajar en lo de la belleza me encanta, lo disfruto. Más por un salario es porque te gusta, que dices...”, se interrumpe Faby.
Faby no es alta ni chaparra, de complexión más bien robusta, tiene la tez aperlada, lleva el cabello corto teñido de rubio y en cada anécdota una sonrisa.
Podría decirse que Faby no encaja en el prototipo del clásico empleado de pompas fúnebres con cara de velorio, su traje negro y poses de fingida parsimonia.
Faby, que hoy está vestida con un pantalón sport y una camiseta negra con motivos de playa, siempre está sonriendo y de todo se ríe.
“Llego a la funeraria y llego echando relajo siempre, ya veo el cuerpo y digo en la torre... no manches”, platica Faby y luego me suelta una advertencia como un disparo, “no me vayas a sacar gorda ni cachetona, ay mira la papada. Le pones filtro gacho...eh. Nombre te la bañas, mira cómo me agarraste, en las puras fachas”, dice Faby entre carcajadas durante la imprevista sesión fotográfica en su salón.
Afuera el fragor de motores, el pasadero de gente y la música de reguetón, corridos tumbados y paseos vallenatos, que emerge de las tiendas, anegan la atmósfera.
EL ARTE DE MAQUILLAR CADÁVERES
Otra tarde nublada, de garúa, en una mesa del café de la Librería Carlos Monsiváis, frente a un vaso de chocolate frappé con crema batida, Faby, que en realidad se llama Nancy Fabiola Alcántar Montelongo, 43 años, - “bien nice el nombre, bonito como yo”, dice -, me cuenta cómo fue que se inició en el arte, porque para ella es un arte, de maquillar cadáveres.
“Me dicen, ‘oye, ¿cómo ves?, ¿se puede hacer algo con ese cuerpo?’, ‘Noooo, - les digo - sí se puede’, y empezamos a resanarle, ahora sí que yo digo resanar la cara a ese cuerpo”.
Para esto Faby había acompañado por años a su marido Arturo en las carrozas de las varias empresas de pompas fúnebres donde había trabajado, recogiendo y trasladando cadáveres, casi desde que se casaron. Así es de que el mundo de la muerte y de los muertos no le era extraño ni ajeno.
“Desde que él empezó como asesor funerario siempre hemos andado juntos en las carrozas, como mi trabajo en la estética no es así de que te absorba, yo podía cerrar y abría a la hora que quería. Que hubo un muerto en un choque, vamos a ver el muerto, que hubo un ahorcado, vamos a ver el ahorcado. Él se bajaba a recolectar el cuerpo y yo me quedaba en la camioneta”.
Y para entonces Faby, que desde los 18 años se había enrolado en los cursos de estilista que el Centro de Capacitación para el Trabajo Industrial, (CECATI), llevaba a los barrios, ya tenía montada su estética en toda forma.
Pero la verdad es que antes de meterse a esto de restaurarles la fachada a los muertos, Faby había acariciado desde niña el sueño de convertirse en una eficiente secretaria bilingüe.
“Decía, ‘yo voy a ser secretaria bilingüe’. Nada que ver con lo que ahora manejo. ¿Quién iba a pensar que yo iba a agarrar un cuerpo, que iba a maquillar un muertito? Nadie, ni yo. Fui aprendiendo. Había cosas que no me gustaban, peinado, maquillaje, dije ‘ay no, eso no me gusta, solo me gusta cortar pelo’, pero conforme fue pasando el tiempo fui agarrándole cariño a todo. Eso de peinar y maquillar es algo que placenteramente me gusta”, se ufana Faby.
Entre sorbo y sorbo de mi chocolate frío pienso que hubiera estado bomba entrevistar a Faby en el laboratorio de la funeraria donde trabaja, ejecutando su arte, su oficio.
Después sabré, por boca de otros empleados, que está prohibido entrar ahí, y mucho menos hacer fotografías de los finados, por respeto a los finados y a sus deudos.
“Hay un respeto muy grande sobre un cuerpo; el llegar, el entrar tú a un laboratorio y ver un cuerpo es algo de mucho respeto, mucho, nada de que estás jugando con el cuerpo”, dice Faby y vuelve a ponerse esa mascarilla de seriedad que no le viene.
LOS PRIMEROS MUERTOS
El primer muerto que Faby vio en su vida fue un masculino, - como se dice en el argot de los empleados de seguridad pública – que tuvo, entre otras lesiones, desprendimiento del cuero cabelludo, esto luego de un fuerte choque en la carretera Los Pinos, de Ramos Arizpe, “la cabeza, o sea fue muy impactante”, narra Faby.
Y el primer cuerpo que Faby tocó fue el de un hombre de treintaitantos, al que le partieron la cabeza de un golpe con un block, también en Ramos.
La muerte no mata, la matadora es la suerte, pienso.
“Era un chavo, no estaba tan grande, algunos 34 años. Me dice la embalsamadora, ‘apóyame a subir el cuerpo, a encajonar’, y yo así como que ‘no, no puedo’, dice ‘agárrale los pies’, ‘no...’, le digo. Yo me persigné como 20 veces y luego ya le dije al difunto, ‘oye dame permiso de que te agarre’.
“Sí, porque, dije, nunca había tocado a un muerto, créemelo que fue una impresión, ay muy fuerte, una sensación... Siente uno así como que... sudas helado. Tocar sus pies helados y duros fue una sensación muy extraña, muy incómoda, pero ya de ahí como que le perdí el miedo”, platica Faby y su rostro se contrae en una mueca como estremecido por un escalofrío.
Durante la entrevista Faby me contará que antes de empezar a trabajar ella habla con los muertos, les dice una oración y luego les pide permiso para maquillarlos.
“Llego y ya les digo, ‘sabes qué, dame chanza de dejarte bonito o bonita para que tu familia te pueda ver y no tenga esa angustia de cómo terminaste’. Y no sé, como que las cosas fluyen...”.
Entonces a mí me viene a la mente lo que alguien me contó sobre un simpático médico forense que trabajaba en la morgue de la FGE, y que acostumbraba a rezar a los cadáveres antes de practicarles la necro.
Le pregunto a Faby si recuerda cuál fue su primer trabajo como estilista de muertos, levanta sus ojos al cielo, me imagino que como buscando algo perdido entre los cajones de su memoria, y responde que un trailero.
Sucedió hace unos ocho o 10 años, no recuerda muy bien.
“Fue cuando me dijeron ‘oye, ¿tú crees que sí se puede?, yo dije, ‘sí quiero’. No, no la pensé”.
Conforme avanza la charla Faby me platica que la mayoría de sus clientes de la funeraria, ella dice “mis clientecitos”, son traileros, personas que quedan lastimadas de la cara, luego de un carreterazo.
Al principio, narra, le daba pavor estar a solas con los cuerpos en el laboratorio.
“En el momento en que yo maquillo por primera vez, le digo a mi esposo, ‘es que no me dejes sola, no te vayas de aquí, aquí quédate, no te vayas’, dice ‘no pasa nada’, y le digo ‘no, no te muevas’. Es la sensación, así como que en la espalda... el frío, le digo ‘no, aquí quédate’”, relata Faby y se ríe con una risa nerviosa.
Hasta que de tanto perdió el miedo a pasar sola las madrugadas en la funeraria maquillando cadáveres.
“Casi la mayoría de las veces estoy sola con el cuerpo. A veces toca que nos hablan como a las 3:00 de la mañana o a las 12:00 de la noche, y hay que ir a maquillar”.
Poco a poco el café se ha ido llenando de gente, jóvenes, en su mayoría, que departen alegremente en sus mesas.
Se levantan, caminan hasta la caja, regresan, ignorándonos a Faby y a mí por completo, sin maliciar que tal vez ella los maquillará el día que mueran, ni lo quiera Dios, en un accidente de carretera.
LA MUERTE NO DISCRIMINA
Por sus manos de maquillista a alta escuela ha pasado de todo: bebés, niños, jóvenes, adultos, ancianos muertos, de todo, familiares, vecinos, amigos cercanos y no tan cercanos, de todo.
“Me ha tocado que entras al laboratorio y luego te quedas así como que ‘no manches, es fulanito’, y sí, se te va el alma, el suspiro de decir, ay...”, dice Faby.
Pero son siempre, advierte, las muertes de niños y jóvenes las que más le han sobrecogido y conmovido, hasta el colmo del llanto.
Ahora Faby se está acordando del caso de Cristal Monserrath Hernández, una niña de siete años que vivía en General Cepeda y que, a principios de 2024, murió a causa de las lesiones que por largos meses le infligiera la madrastra y el padre.
“Ese fue un momento, así como que muy impactante y a la vez muy triste, porque era una niña muy chiquita y verla cómo la lastimaron. Fue una tristeza muy grande ver su cuerpecito así, inerte, indefenso. Digo, ¿cómo puede caber tanta maldad en una persona con una personita tan indefensa? Dices uno de grande pos de perdido me defiendo, te doy un manotazo, pero la niña estaba muy chiquita, muy flaquita y ver cómo le cortó su cabello la persona ésta, trasquilada o sea...
“A ella le aplicamos lo que fueron extensiones, unas trencitas, en su cabecita para que se viera muy bonita. Nosotros decíamos entre pláticas ahí, cómo es posible que tú no te des cuenta de cómo la niña traía su cabello, cómo es posible que no te des cuenta de que la niña trae un moretón. Y ya el arreglarla y verla de otra manera a como le entregaron... me dio satisfacción”, dice Faby. Pero no llora.
Llora, dice, cuando va con Arturo, su esposo, a dejar el cuerpo de algún fallecido a la capilla o a un domicilio, y se encuentran con la escena de una familia desgarrada por el dolor.
“Yo veía el dolor de los papás cuando llevábamos a un hijo o a los hijos cuando llevábamos al papá y me agarraba a llorar. Salía mi esposo y ‘¿qué tienes?’, le digo ‘es que me da mucha tristeza ver el dolor de los padres, al entregarles a su hijo’. Ya con el tiempo te vas haciendo más... no frío, pero como que vas aprendiendo a controlar ese tipo de emociones.
“Cuando vemos cuerpos de personas que se suicidan, que son chicos muy jóvenes y que me toca maquillarlos, digo ‘Dios mío’, yo solo pienso en el dolor que tú les estás dando a tus padres o a tus hijos o a tus hermanos. A veces me pongo a platicar con ellos y les digo, ‘pues sólo tú sabes por qué lo haces, pero no sabes el dolor tan grande que dejas’”.
Solo el que carga el cajón sabe lo que pesa el muerto, me digo.
ES UNA TRANSFORMACIÓN
De vuelta a su estética, colonia Tierra y Libertad, Faby me enseña en la pantalla de su celular las fotos de algunos de los trabajos con cadáveres que ha realizado en la funeraria.
Yo me sobresalto una y otra vez de ver en su álbum digital la imagen del rostro cercenado y sanguinolento de un trailero, muerto en un accidente de carretera, y luego su transformación, en un hombre con la cara limpia y rozagante, como el de una persona que acabara de ducharse y duerme.
“¿El que más me impactó?, pues creo que todos, en su momento todos. Llego y veo el cuerpo, pero yo ya no lo veo en sus cicatrices, yo ya no veo sus cortaduras, solo me importa cómo poderlo preparar. Decir, ahorita qué le puedo hacer aquí para que quede parejo, y qué le puedo hacer acá para que no se le vea... Me olvido en el momento de cómo está, lo que quiero es que se vea magnífico para que la familia lo pueda mirar. Es una satisfacción muy grande el que luego los familiares te digan, ‘qué bonita quedó mi mamá’ o ‘qué bonito quedó mi papá’, eso es así como que... ay qué padre...”, dice Faby, su cara es la emoción personificada.
Algunas veces, cuenta, los familiares le pasan unas fotografías para que ella se dé una idea de cómo era aquel difunto o aquella difunta en vida.
“Y digo, ‘ah bueno pos vamos a pintarle su cabellito, a veces les ponemos pestañas, les planchamos su pelo, se los ondulamos”.
En el ingenio mexicano hay una frase que dice, “tas bueno pa traer la muerte”, y se aplica a las personas que son lentas o pachorrudas, no es el caso de Faby que en 15 minutos, y es posible menos, ha tenido que maquillar un cadáver, cuando así se lo exigen en la funeraria, porque urge.
“Me dicen ‘oye necesitamos que maquilles un cuerpo rápido’, les digo, ‘ok, ái voy para allá’. Llego, y me dicen ‘tenemos 15 minutos’, yo así como que... y dicen ‘el cuerpo tiene que salir a tales horas y necesitamos...’. Ahí te olvidas de todo, tienes que usar tu creatividad para que ese cuerpo quede perfecto. Es decir ¿cómo vas a peinar?, no sé, pero yo voy a peinar, cómo la vas a maquillar, no sé, pero de que la dejo bonita, la dejo bonita, de que la arreglo, la arreglo. Ah pos que unos aretitos pa que se vea coquetona. Pa cuando acuerdo ya terminé. Ya cuando terminas dices, ‘ah qué bien quedó y lo hice yo’”, se jacta Faby.
Antes muerta que sencilla, reflexiono sobre Faby.
RENOVARSE O MORIR
Más tarde sabré que Faby no es una improvisada maquillista de cadáveres, continuamente asiste a seminarios, en Saltillo y Monterrey, sobre nuevas tendencias mundiales de la belleza, tanto en colorimetría, uñas, pestañas...
“Nos especializamos en lo que son las mechas, alaciados. Los seminarios son caros, pero yo digo que vale la pena. Aprendes”.
No puedo creer lo que me cuenta Faby.
Faby dice que ella es alérgica a ver los cuerpos en sus ataúdes, cuando asiste a algún velorio, y que no asoma ni la nariz a la caja mortuoria siquiera para criticar el trabajo de sus colegas maquillistas.
“No me gusta acercarme, me gusta quedarme con la imagen o con la idea de cómo te vi en vida”, dice.
Me pregunto si cada noche Faby se lleva a la cama las imágenes, dando vueltas en su cabeza, de los rostros descarnados con los que muy seguido trabaja en el laboratorio de la funeraria, dice que no.
“Creo que todos los cuerpos en su momento me impactan como para que no los olvide, pero algo muy raro: nunca sueño, yo no te sueño los cuerpos, yo no tengo grabadas imágenes por muy feas que hayan estado, no tengo sueños, no tengo recuerdo de los cuerpos”.
Entonces evoco los días que pasé reporteando en la morgue de la ciudad para escribir una nota sobre el trabajo de los forenses, y las imágenes del cuerpo de una estudiante de enfermería, muerta en un accidente de carro; el rostro violáceo de un ejecutado por asfixia y las manos agarrotadas de un infartado en un motel, que vi y no me dejaban dormir.
Faby dice que lo más impresionante de su trabajo es llegar y encontrarte con que en la plancha del laboratorio te está esperando el cadáver de la señora que, en vida, te vendía algodones de azúcar.
“Ese día me habla mi esposo dice, ‘oye amor, ¿sabes qué?, hay que maquillar un cuerpo, ¿cómo ves, nos apoyas?’, ‘sí’, le digo. Voy llegando al laboratorio y dije ‘no, no puede ser’ y me metí luego, luego al feis, dije ‘sí es...’. Ya le habían subido condolencias a ella y todo. Le dije a mi esposo, ‘fíjate que es la señora que nos vende los algodones’.
“A ella siempre la vi yo con su cabello recogido. Tenía un cabello larguísimo y bonito. No pos le hicimos curly, la pinté, la maquillé y todo, y quedó muy bonita, muy, muy bonita. Murió de diabetes, dejó dos hijos”.
Y es muy impactante, dice Faby, llegar al laboratorio y ver que la amiga de tu hijo que murió en un choque frontal con una camioneta cuando viajaba en moto con su novio por una carretera, aguarda su turno en la plancha para que la pongas maja.
“No sé qué había de... bendición de cascos y la chava se mata. Realmente sí quedó muy dañada, te impacta. Estaba muy chavita la muchacha, tendría algunos 19 años. Nos ha tocado ver compañeros de mi hijo, de que ya se accidentó y... Llegar y verlos en la plancha es algo muy impactante y dices ‘híjole, pudo haber sido mi hijo’”, dice Faby de regreso a la cafetería de la Monsiváis.
RESPETO A LA MUERTE
Al final de la tarde y del frappé chocolate, siento que no puedo evitar la pregunta típica, el lugar común en las entrevistas con la gente que vive de la muerte:
Que si Faby le tiene miedo o no a la huesuda y me sorprende escuchar de ella que sí.
“Yo creo que sí, todos tenemos miedo a la muerte, nadie nos queremos morir. En mi caso dices, ‘ay no, imagínate, ¿dónde dejo a mis hijos?’”.
Otra vez en su salón de belleza, Faby me platica que en su barrio su oficio de arreglar muertos ya no es un secreto para nadie, solo que sus clientas más remilgosas le ruegan, por favor, que nos las vaya a maquillar con los mismos afeites que usa en la funeraria.
“Traemos nuestro equipo. Hay clientes que me dicen, ‘oye Fabi no manches, ¿y luego?, no vayas a maquillarnos con lo que maquillas a los muertos’, claro que no. Yo tengo mi estuche personal para atender a mis clientecitos de la funeraria, y acá para atender a mis clientes de la estética”.
Le pregunto a Faby, que cómo le gustaría que la maquillaran el día que muera.
Su respuesta es una ironía.
“Ay no, nomás que me peinen, no me gusta el maquillaje, naturalita, la que es linda, es linda”.
Luego me suelta un reproche picante, “pero falta mucho para eso, no seas ave de mal agüero, Peña...”.
En eso llega otra de sus clientas, pelo liso, menudita, parece una chica casadera. Dice que quiere un planchado de cabello, rápido, porque hoy se va de fiesta.
Faby se pone en acción.
Luego llega otra clienta y otra, y otra, que quieren un corte, un facial, un alaciado, y ya estuvo que Faby, dice, llegará tarde a la boda a la que asistirá con su marido como invitada de honor.
En fin, todo es trabajo...mientras esta noche no caiga un muerto.
Al fin... que para morir nacimos...