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La historia de Gelita, la mujer que le ha cantado a cientos de difuntos

Durante los últimos 30 años, Gelita se ha dedicado a brindar un servicio poco reconocido: cantarles a los difuntos en sus respectivos velorios. Conozca o no a los muertos, Gelita se sienta, reza un rosario y después hace lo que más le gusta hacer, cantar a capela para tratar de ayudar a los dolientes a sobrellevar la tristeza.

  • 10 julio 2023

Gelita quiere que cuando muera le canten en su velorio. Quiere que vayan todas las señoras y la rondalla del rancho. Que le canten, así como ella ha cantado en cientos de velorios en los últimos 30 años.

Quiere que le canten las canciones de la madre.

Gelita se llama Ma de los Ángeles Flores Maldonado. Ella dice María, pero en realidad es Ma porque así está registrada en su acta de nacimiento. “Ya sabe cómo se equivocaban antes”. Pero todos la conocen como Gela, Gelita, por Án-Geles.

Gelita ha pasado los últimos 30 años de su vida cantando en velorios en el ejido La Partida de Torreón, un rancho que lo consumió la mancha urbana, pero cuyos habitantes siguen hablando de él como si no fuera parte de Torreón.

Su fama la ha llevado a cantar en otros ranchos y municipios, e incluso en los tiempos que azotó la violencia en Torreón, cuenta que era llevada por el jefe de la Policía a cantarle a los oficiales asesinados.

Hay vecinos y vecinas que acuden a los velorios sólo para escucharla cantar. ‘¿Vas a ir? ¿A qué hora vas a estar?’, le preguntan en el rancho.

“A mí me gusta cantarles a los difuntos”, cuenta Gelita como si se tratara de su misión en la vida.

Aunque a veces le dan dinero por ir a cantar, para la cantante de velorios de 68 años, no se trata de un trabajo; cantar en velorios es un servicio.

$!Un velorio ya es triste por sí solo, pero cuando no canta Gelita lo es más, según le dicen los vecinos y vecinas. Por eso ella trata de acudir a donde la invitan para que sirva de terapia para los dolientes.

***

Son los dolientes quienes suelen buscar a Gelita, pues aseguran que un velorio sin canto es más triste. Las vecinas también le avisan cuando hay un velorio en el rancho. Y muchas otras veces ella misma se entera y acude. Cuando llega sin que la hayan invitado, acostumbra a dar el pésame y preguntar si puede cantar. Y canta.

Cuando Gelita llega pregunta si ya rezaron porque no le gusta cantar sin que le hayan rezado un rosario al difunto. Si no le han rezado, ella misma dirige el rosario, algo que suele hacer seguido con sus vecinas.

Entonces se sienta en una silla, cerca del ataúd, y comienza a entonar a capela.

Mucha de la gente -asegura- le pregunta si irá a tal o cual velorio para ir a escucharla cantar. Su función dura a veces hasta hora y media. A veces más, pero hace varias pausas.

La petición más común cuando muere una madre, como la difunta de esta calurosa noche en la que presencio sus cantos en un velorio, es Una madre no se cansa de esperar.

Hoy he vuelto madre a recordar

Cuántas cosas dije ante tu altar

Y al besarte puedo comprender

Que una madre no se cansa de esperar

Que una madre no se cansa de esperar

Aunque el hijo se alejara del hogar

Una madre siempre espera su regreso

El regalo más hermoso que a los hijos da el señor

Es su madre y el milagro de su amor, es su madre y el regalo de su amor.

***

$!Gela o Gelita tiene en dos libretas las canciones que suele entonar en los velorios a donde la invitan para que les cante a los muertos. Para ella se trata de un servicio, uno que ha dado en las últimas tres décadas.

Gelita no sabe en cuántos velorios ha cantado. “Yo creo ya unos mil”, dice y se ríe. Pero nunca ha llevado una cuenta.

Hace una semana le pidieron que cantara en Matamoros. No conocía al difunto. Ella asegura que gustosa puede acudir a todos, pero que a su edad necesita que la lleven si el lugar está retirado. En otra ocasión la llevaron a Saltillo porque murió el familiar de una conocida. En Saltillo entonó en el velorio, pero en el entierro ya no lo hizo porque la familia llevó un conjunto norteño.

También ha habido ocasiones en las que hay dos difuntos en un día, y entonces tiene que visitar dos velorios. “Un ratito y un ratito”, comenta.

“El rancho es grande, y no puedo ir, ya soy una señora grande y me puedo caer”.

Y cuando no llega a cantar, al día siguiente le recuerdan que no fue. “No fuiste anoche, estuvo muy triste”, le dicen como si se tratara de una estrella que no llegó a su compromiso. Como si el canto fuera a remediar la tristeza de una muerte.

Cuando Gelita no canta en velorios, dirige rosarios, canta en el día de la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo; canta en los levantamientos del Niño Dios. También canta en fiestas. Pero lo suyo lo suyo son los difuntitos.

Y si no canta en nada de eso, se la pasa en su casa. Es pensionada. Trabajó ocho años en una fábrica que hacía partes de televisión donde se dedicaba a embobinar.

Cuando cerró la fábrica se fue a trabajar en una casa. Los mismos patrones construyeron unos departamentos en el Centro de Torreón y allí hizo la limpieza por 20 años. De allí sacó para darle una carrera a su único hijo.

Gelita fue madre soltera. Cuenta que nunca se casó y dice orgullosa que a pesar de ello siempre fue feliz. “No me casé, pero fui feliz”, dice como si la felicidad tuviera que ir de la mano de un matrimonio.

Cuando los departamentos cerraron, dejó de trabajar.

***

La señora Juana murió de vieja. El féretro que da descanso a la difunta se halla a unos pasos de entrar a la casa. A pesar de que cada vez se pierde más la costumbre de velar a los muertos en casa para llevarlos a funerarias, en los ranchos como La Partida todavía se suele velar en las viviendas.

Alrededor del ataúd hay arreglos florales y una fotografía de la anciana se halla sobre un banquito de plástico. Arriba, el techo son cobijas colgadas. El aire de un ventilador se dirige directamente al ataúd. Frente al ataúd están los dolientes. Pocos visten de negro. Hay dos hermanas, hijas de la difunta, que cargan con la mirada perdida. Pero en estos momentos no lloran. Dentro caben menos de 10 personas. Afuera de la casa, alrededor de un árbol, se hallan más sillas para quienes quieren acompañar el duelo, la mayoría es gente mayor.

El velorio es frente a la casa de Gelita. Únicamente cruzó la calle sin pavimentar. En ejidos como La Partida la gente se conoce. Todos saben cuando alguien muere, todos saben dar indicaciones cuando se busca una casa.

-Busco a Gelita -pregunté a una vecina de La Partida cuando inicié la búsqueda de la cantante.

-Hay dos -me respondió una mujer que barría la calle.

-La que canta -dije y me orientó dónde encontrarla.

Unas horas antes había hablado por teléfono con Gelita para expresarle mi intención de entrevistarla.

-Hoy a una difuntita, venga para que me oiga cantar -me dijo orgullosa y animada.

Esta noche de canto a una difunta, Gelita viste una blusa negra y pantalón tipo pescador entre blanco y beige. Se sienta a lado de una de las hermanas y pregunta si puedo estar presente. La hermana con la mirada perdida asiente. Gelita saca una libreta de su bolsa. Es su cancionero. Abre el libro, busca una canción. Y comienza a entonar.

Con el tiempo, poco a poco fui olvidándome de ti

Por caminos que te alejan me perdí

Por caminos que te alejan me perdí

Hoy he vuelto madre a recordar...

La voz de Gelita se impone sobre la tristeza. Se oyen murmullos de gente coreando la canción. La doliente a un costado de Gelita musita la letra.

Enfrente, una mujer saca su celular y graba la interpretación de Gelita.

$!Son muchas las canciones religiosas que Gelita tiene en sus libretas, mismas a la que le sigue sumando canciones.

***

-¿Para usted qué significa la muerte? -le pregunto a Gelita que ha estado frente a muchos muertos.

-No tengo palabras.

-¿Le da miedo?

-Sí me da miedo. No quiero dejar a mi hijo. Porque sufrí mucho por mis hermanos que se fueron. Aun así, estoy preparada para el día que Dios me diga.

Cuando le pregunto por la muerte, Gelita recuerda de inmediato a sus dos hermanos y una hermana que murieron en la pandemia. “Fue muy triste”, recuerda.

Su madre murió hace 20 años, y su padre, un campesino que como muchos en los ejidos vendió sus tierras, murió hace dos años de un infarto, pero como estaba la pandemia pocos se juntaron. Gelita no cantó. Nadie cantó.

Tampoco cantó cuando murieron sus hermanos. Cuando lo intentó se le venía el llanto a raudales. No podía entonar.

“La gente venía y venía, y les decía ‘no puedo’”, recuerda la mujer.

Fue entonces cuando pensó que ya no podría volver a cantar, que la tristeza había consumido su voz.

La gente siguió muriéndose y la gente la buscó para cantarle a difuntos, pero ella se negaba. “Ya no puedo”, les decía.

Pero le pidió a Dios que le diera fuerzas y consuelo para seguir con el canto, para estar con esas gentes que, dice, la necesitaban. “Dios me ayudó”, asegura.

Un día una sobrina a la que se le murió una prima llegó a su casa y le pidió que fuera a cantarle.

“Hija, es que no puedo, sabes que desde que murió tu papá, me dolió mucho, no puedo cantar”, le dijo. “Haga un esfuerzo”, le pidió la sobrina.

Y Gelita hizo el esfuerzo y se fue a cantar. Ella asegura que Dios la ayudó.

Y la gente la volvió a buscar.

“Me sentí triste, pero cuando pude cantar, me dio gusto y le di gracias a Dios, fue el que me ayudó a volver a cantar”, insiste.

Ahora, cuenta que seguirá cantando hasta tenga buena voz.

Y su voz, en esta noche que comienza a encapotarse, le canta a su vecina Juana:

Me dijo no me gustas, te voy a quebrantar

Quiero un vaso nuevo, te voy a transformar

Pero en el proceso, te voy a hacer llorar.

Porque por el fuego, te voy a hacer pasar.

Quiero una sonrisa cuando todo va mal

Quiero una alabanza, en lugar de tu quejar

Quiero tu confianza en la tempestad

Y quiero que aprendas también a perdonar

***

Gelita comenzó a cantar en el coro de la iglesia cuando era jovencita. Sólo estudió hasta primaria. El párroco la descubrió y le pidió que se acercara al coro. Cantó también en las pastorelas del rancho. Nunca buscó dedicarse profesionalmente al canto.

$!Gelita es una mujer de 68 años de La Partida, ejido de Torreón. Es pensionada, madre soltera y tiene una pasión: el canto. Esa pasión la ha convertido en un servicio, cantarles a los difuntos.

Y un día, en el velorio de doña Sotera, miró que la gente estaba cantándole a la difunta. Y ella decidió arrimarse y unirse al canto.

Desde entonces le agarró gusto a cantar en velorios. De eso hace casi 30 años.

“Me gusta mucho cantarles porque me llega mucho”, dice Gelita.

Su madre la alentó para que siguiera compartiendo su voz en velorios. “Hija, se murió alguien, ándale, ve y cántale”, le decía.

Patrick Johansson en su artículo Miccacuicatl: cantos mortuorios nahuas prehispánicos. Textos y “con-textos”, refiere que en tiempos prehispánicos, los cantos mortuorios o cantos de muertos (miccacuicah), ocupaban un lugar preponderante en el aparato ritual de las exequias... “un canto puede ser la variante modulada de un grito de dolor que el ritual enfatiza”, explica.

Añade que el miccacuicatl se subdividía en “cantos catárticos que drenaban el dolor y la suciedad fuera del cuerpo individual o colectivo, en cantos que encaminaban al difunto hacia el lugar del inframundo que le correspondía, en cantos que establecían una relación entre los que permanecían en la tierra y los que se habían ido, pero es probablemente el carácter espiritual de los cantos mortuorios lo que les confería su originalidad: el ser ‘permanecía’ anímicamente en los cantos que lo evocaban”.

A pesar de ser un momento de tristeza despedirse de un muerto, a Gela le sienta bien cantarles a los difuntos. Ella mira muchas veces a los dolientes derramar lágrimas. Ella se siente impuesta a ofrecer su servicio, estoica.

“Cuando llego a un velorio, me siento tan bien, me dicen ‘por qué no habías venido, te estábamos esperando’. A la gente le gusta, ‘se siente bien triste, porque tú no vienes’”.

Cantar alegra la tristeza. Evoca la memoria y la nostalgia de quien se fue. El canto celebra la vida de la persona que murió.

Victoria Cea Rodríguez en su escrito Miccacuicatl, cantos mortuorios, recuerda que estos son fundamentales ya que no sólo estos cantos acompañan la tristeza y sufrimiento, sino que, además, estos cantos cumplen con otras funciones, tales como rememorar al pasado y darle sentido, más consuelo al deceso de un ser querido.

Gelita cree que los cantos sirven de terapia para los dolientes. Se desahogan, lloran, recuerdan. Y ella siente satisfacción de ayudar a los dolientes en ese trago triste.

“Lloran mucho a veces porque me oyen cantar. Se están desahogando. Me dan las gracias y me dicen que soy especial. Eso me motiva mucho”, comenta.

Pablo Sebastián de la Fuente, en su artículo Musicoterapia y una perspectiva histórica y sociológica sobre la muerte, refiere que la muerte adquiere una dimensión social y como consecuencia, las actitudes y comportamientos de cada persona adopta frente a la muerte, son el resultado de las características y circunstancias individuales, por un lado, y por otro, del sentido de la muerte que impera en la sociedad en ese momento y lugar.

En ese sentido, apunta el autor, la música puede proporcionar a cada uno un espacio de espera, que contenga un momento, o revivir un momento pasado; “un ámbito que pueda reunir anticipación o temor a lo desconocido o provocarle afirmación de lo que imaginamos que ocurrirá en nuestro momento de muerte”.

Aunque hay varios estudios sobre los beneficios de la musicoterapia, incluida para temas de duelo, la cantante de velorios aclara que lo suyo no es música, es canto, y por eso canta sin música. Dice que canta mejor sin música porque su voz es para cantar sola. Si una persona la acompaña, no puede, batalla.

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$!Gelita tiene sus cancioneros, letras religiosas que entona para el difunto, pero también para los dolientes en un momento de tristeza. La voz de Gelita ha cantado en cientos de velorios y la gente la busca para que acuda.

Gelita no cobra por cantar. Dice que no es negocio, que lo hace de corazón, aunque a veces la gente, agradecida, le dé unos pesos. Lo que más le han dado son 500 pesos.

Su mejor pago, lo que alimenta su orgullo y deseos de seguir, es simplemente que la gente le diga que le gusta, que le digan que canta bonito. Es como el aplauso que mantiene a un artista en un palenque.

En su momento, cuando Adelaido Flores era jefe de la Policía de Torreón, le daba 400 pesos por irle a cantar a los policías caídos.

Recuerda que la primera vez una amiga del rancho que era secretaria de seguridad pública, le pidió que fuera a cantarle a un compañero caído. Gelita aceptó con la condición de que la llevaran.

Al jefe de la Policía le gustó y acudió otras cuatro o cinco veces a cantarle a los oficiales asesinados.

“Le gustó mucho a Adelaido. Me llevaba, venían por mí, yo con mucho miedo porque había mucha violencia. Me subían en un carro y atrás carros cuidando, escoltada. Una vez me dijo Adelaido que si no me podía ir, que me quedara, qué me iba a quedar no le vayan a aventar una bomba, le decía. Me pagaba bien el señor”.

A Gelita le dicen que es un personaje en el rancho. Casi todos la conocen. La gente en el rancho la aprecia y le pregunta qué será cuando ella muera. “Graba un disco, Gela”, le dicen.

“Llega gente de ranchos a buscarme, que yo no conozco. Me oyen por ai, preguntan dónde vive la señora que canta y la mandan para acá”.

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$!Gelita tiene más de 30 años cantando en velorios y cada que acude a uno saca su concionero para entonar.

La gente más cercana a ella le ha pedido que cuando se muera, les cante. Como su amiga Nachita que le pidió antes de morir que le cantara mucho. Y Gelita cantó mucho. Cantó en el velorio, cantó en el entierro, entre misterios del novenario.

“El canto es lo más lindo que puede haber. Me gusta cantar, y le doy gracias a Dios por haberme dado esta voz”.

Gelita cree que cuando ella muera será diferente en el rancho. Dice que hay muchas personas que cantan bien, pero presume que a la gente le gusta su voz.

Por eso le reza al Señor que su voz perdure por más años para que pueda seguir con su servicio de canto a los difuntos.

En el velorio de la señora Juana, la cantante hojea su libreta. Me voltea a ver como para preguntarme si es suficiente. Con la mirada le digo que ella decide, ella es la que manda. Entonces vuelve a entonar.

Aquí vengo a saludarte

Madresita de mi vida

Mi bella madre querida

Causa de nuestra alegría.

Me gusta cantarle al viento

Porque vuelan mis cantares

Llevándole a mi mamita mis contentos y pesares

En mis horas de tristeza

En las penas de la vida.

A ti vuelvo yo mis hijos

Madresita tan querida.

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