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Los campesinos, los gringos y el laboratorio de peyote

Avionetas, costales y promesas de dinero fácil llegaron a Noria de la Sabina en los noventa. Contratados por unos supuestos gringos, los campesinos recolectaban peyote para un laboratorio clandestino que operaba en pleno desierto. El negocio ilegal de mescalina dejó a los campesinos señalados, pero nunca atrapó a los verdaderos dueños.

  • 18 agosto 2025

Hasta ora no se sabe cómo, por qué ni de dónde, ¿o sí?, fue que llegó el gringo, o los gringos esos, a poner aquí su laboratorio.

Que era un gringo, dicen por ai, o varios gringos, y quién sabe, ya ve que a todos los güeros acá les dicen gringos.

Lo cierto es que en aquella época, como en ésta, la cosa en el ejido andaba bien jodida y pos... qué remedio.

Los campesinos, como todos en este maldito desierto donde sobreviven los más pobres de los pobres, se habían dedicado desde siempre, desde sus ancestros, desde añales, digamos, al duro y mal pagado oficio de tallar lechuguilla y quemar candelilla, que pos... qué remedio...

Cuando el hambre y la necesidad chingada se juntan...

Sino que las gentes de los ranchos cercanos empezaron a mirar aquellas avionetas, dicen que una blanca y una negrita, paradas en los barrialotes, en los llanos, que están a espaldas del ejido “El Dorado”, a orilla de la carretera vieja que va pa Torreón.

Y como es puro desierto, puro llano, pura planicie, pura tierra estéril, lisa de a tiro, donde no crece ni una gobernadora ni un mezquite pos... muy bien que el terreno se prestaba pa una pista clandestina de aterrizaje.

Como que la gente de aquellos ejidos, ¡ah chingao!, ya sospechaba algo.

Luego en alguna borrachera, ai como no queriendo, los mismos ejidatarios de Noria de la Sabina, ese ranchito de General Cepeda que está frente a la comunidad de El Zorro y al que se entra por una brechita a la orilla de la vieja carretera que va pa Torreón, puntos briagos comenzaban a platicar de sus idas al monte para, como dicen los huicholes, ir a la cacería del peyote.

Solo que en el caso de los indios la preparación para recolectar peyote comprendía la confesión y purificación de rituales, y en el caso de los campesinos de la Noria lo que mandaba era el hambre.

Ya las gentes comenzaban a murmurar que ora en lugar de ir pa la sierra a cortar lechuguilla, pa sacar ixtle, o a cortar candelilla, pa sacar cerote, agarraban su burro, un talache y se ponían a llenar costales y más costales harineros con aquel cacto, el peyote, esa plantita al que los indígenas mexicanos llamaban flor de los dioses y que usaban, usan, por sus propiedades psicoactivas, en sus ceremonias y rituales místico – religiosos.

$!La gente de la Noria no sabía si se era bueno o era malo eso de recolectar y vender el peyote, pero después comenzaron a ser vistos con billetes.

LLEGARON LOS ‘GRINGOS’

El peyote... Pos quién no iba a conocer esa biznaguita entre gris - verde, sin espinas, que en este desierto crece de a madre, hasta el tronco de peyote, y que, dicho sea de paso, es considerado como psicotrópico del grupo 1 en el artículo 245 de la Ley General de Salud.

Si ellos eran de aquí hombre, desde niños habían andado este mugre desierto, y habían visto la biznaguita aquella que hasta entonces no sabían ni pa qué servía, pero que después supieron.

Que el gringo, o los gringos esos, unos dicen que era un gringo, la prensa dijo que eran tres, les doraron la píldora con el cuento ese de que venían a hacer dizque unas pruebas con peyote y los contrataron para juntar peyote, y ya luego pa fabricar la mentada mescalina, el principal de los 55 alcaloides que, según los libros, contiene este vegetal cactáceo y alucinógeno.

Supuestamente los gringos cargaban en un camión el vegetal y ya después lo llevaban hasta una avioneta y de ahí pos quién sabe pa dónde.

Aunque, quién sabe, los periódicos dijeron que lo afanaban en el tanque de gasolina de un vehículo y ¡fuga!

Esta transa la hacían los gringos cada semana, pero por las noches, pa evitar que la gente los viera y ¡pélate!

Sabrá Dios pa qué lo querrían...

Lo que ora se sabe, según los libros, es que la explotación ilegal del peyote ha crecido debido a su demanda, tanto en mercados recreativos, por su contenido de mescalina, sustancia de potentes efectos alucinógenos, como en investigaciones psicoterapéuticas que exploran su potencial curativo para tratar enfermedades como la depresión, la ansiedad y el trastorno de estrés postraumático (TEPT), relacionados, irónicamente, con el consumo de alcohol y drogas.

Pos será el sereno, a los de la Noria lo único que les importaba es que el gringo o los gringos aquellos les pagaban, dijo la prensa, hasta mil pesos por costal de Lophophora williamsii, o sea peyote, quién sabe.

Pa 10 pesos que les daba el “coyote” por kilo de ixtle, y los ixtleros con las manos todas espinadas, porque antes tallaban a mano la lechuguilla pa sacar el ixtle, nada de que máquinas talladoras, y pos ellos bien espinados, la lechuguilla es bien espinosa.

Y lo más que podían hacer en un día eran cuatro o cinco kilos de ixtle pa que luego viniera “el coyote”, y de astuto y ladino, como son los coyotes, se los llevara.

Y ai se quedaba el ixtlero que ni pa malcomer sacaba.

Como el peyote era menos trabajoso, menos batalloso, y mejor pagado pos... qué remedio.

Aparte los gringos aquellos les daban 250 pesos diarios por jalar de día en el laboratorio, extrayendo el jugo del peyote, asegún se lee en el proceso penal 107/1996.

Ah porque los gringos esos pusieron un laboratorio en pleno monte.

Los campesinos, que con trabajos habían acabado el primero de primaria en el rancho, pos qué iban a saber de que andar sacando y vendiendo peyote era un delito estimado y castigado como grave por el Código Penal Federal.

Qué van a saber los de la Noria que el peyote es ora una especie clasificada por la Norma Oficial Mexicana NOM-059-SEMARNAT-2010, como Amenazada.

La gente de la Noria no sabía si era bueno o era malo eso de recolectar y vender el peyote.

Ya después, dicen, quién sabe, que los ejidatarios, que siempre habían estado jodidos, andaban con pacotas de billetes en las bolsas, que de repente los miraron yendo en camionetas, pagando con efectivo en la Conasupo de Hipólito y hasta convidando el pedo en las cantinas de los pueblos.

Antes qué esperanzas, no tenían ni luz en el rancho y andaban mendigando que el méndigo gobierno les hiciera un méndigo pozo de agua, les desazolvara los estanques pa poder agarrar agua, les trajera un programa de algo, unas chivas, a este pellejo de tierra donde si no llovía no había cosechas de nada o se malograban las siembras.

Los de la Noria habían perforado un pozo pa sacar agua, pero con tan mala suerte que resultó ser agua salina.

Con ella se pusieron entonces a regar sus sembradíos.

No se dio nada y en cambio la tierra se hizo más rebelde.

Y pos muchas familias mejor se largaron del ejido cansadas de esperar el progreso, y otras se quedaron esperando que allá cada y cuando, el gobierno les mandara una cobija, una despensa, una migaja.

Por eso los agricultores de la Noria de plano se metieron a lo del peyote.

$!El peyote, una planta sagrada para muchas comunidades, fue saqueado en Noria de la Sabina.

Y SE HIZO NEGOCIO

Pronto se corrió la voz y al rato campesinos de otros ejidos cercanos, igual de jodidos, como San Antonio del Jaral, General Cepeda, y de Hipólito, en Ramos Arizpe, le entraron al negocio del peyote.

Esto pasó, según las investigaciones que hizo la judicial, allá por 1995. Hace ya 30 años.

Total, que, quién sabe cómo, se soltó el chisme ese de que en pleno monte, en un paraje apartado y de difícil acceso, a la intemperie, entre un cerro, bajo unos matorrales, como a tres o cuatro kilómetros del ejido Noria de la Sabina, disfrazado, había un laboratorio rústico donde, supuestamente, dicen, se procesaba el peyote pa sacar mescalina.

Ese polvo como granos de arena, medio pardo, y que los locos de ora usan pa sus alucines.

Quién sabe pa qué lo querrían los mentados gringos esos.

Pero pos los de la Noria qué iban a saber y ni les importaba.

Sabían que sus antepasados cortaban la planta aquella y la ponían en alcohol pa remedio de dolores de huesos, o que la comían como purga pa curarse de la panza, o que se la untaban en la chompa pa que les creciera las greñas, pero nomás.

Aparte de que en la Noria nadie era loco, no eran adictos al peyote, mucho menos a la mariguana, y su único gusto era la cervecita.

Seguro que el gringo, o los gringos aquellos, pensaron los de las rancherías vecinas, no eran cualquier gente, y hasta a lo mejor estaban amafiados con alguna organización de mafiosos...

Pa andar en avionetas, en camioncitos y todo eso... Algo que pa los ejidatarios de la Noria era inalcanzable.

No, no eran cualquier gente.

¿Quién financiaba eso?, no se sabe ni se va a saber nunca, al menos, es lo que piensan los campesinos de la región.

Quién sabe cómo fue que los diantres judiciales aquellos fueron a dar con el laboratorio clandestino.

Y que se arma el mitote...

$!¿Quién financió el laboratorio?, no se sabe ni se va a saber nunca, al menos, es lo que piensan los campesinos de la región.

EL DESCUBRIMIENTO

Algunos de por acá malician que fue un trailero el soplón, uno de esos camioneros que acostumbraban a parar en esta carretera y meterse en las fondas de putas que, en aquellos años, pululaban en El Dorado...

Un trailero que andaba husmeando por el monte ha de haber sido.

Quién sabe.

En su informe, (548/95), los judiciales aquellos pusieron que el 27 de septiembre de 1995, como a eso de las 9:00 de la mañana, mientras andaban en operativo tras la pista de un probable homicida de Parras de la Fuente, y habiéndose internado en el desierto, muy cerca de Noria de la Sabina, descubrieron un campamento donde, al parecer, se almacenaba y se procesaba la planta sagrada del peyote pa sacar mescalina, y entonces procedieron a ponerle dedo.

Que habían cachado a cuatro hombres, con traza de campesinos, que al notar la presencia de la policía se habían juído entre la abundante maleza de lechuguilla, nopal, gobernadora, y no pudieron darles alcance.

No pos cuándo los agarraban, si la gente de acá conoce el desierto como la palma misma de su mano.

Aunque ese chisme nomás a los judiciales, que no habían podido detener a nadie, les constaba.

Sino que un día, uno de esos días malos, salió en los periódicos la noticia de que la judicial había hallado en el monte, muy cerca del ejido Noria de la Sabina, un campamento donde se miraban...

87 costales repletos de peyote, con peso neto de dos mil 510 kilogramos.

22 baños metálicos, de esos que usan las gentes pa lavar la ropa, llenitos con gabazos de la planta silvestre.

Un tambo de acero de 300 litros, hasta el borde de un líquido café, al parecer mescalina.

Otro recipiente en forma circular con 58.5 kilogramos de vegetal macerado o molido.

Tres botes hasta el tope de mescalina, con un peso neto de 360 litros.

Una prensa chica de fierro.

Dos tanques de gas butano.

Una máquina pa moler.

Cuatro parrillas de acero de tres quemadores.

Leña quemada y una carreta en regulares condiciones, que les hizo suponer a los chotas se trataba de un laboratorio, pero al estilo rústico.

Todo aquello sería decomisado, asegurado y apañado por las autoridades.

Al menos es lo que decía el parte de la judicial, mismo que quedó integrado al bonchesote de papeles del expediente 107/1996.

Aunque luego los periódicos chismearon que en realidad habían sido cuatro las toneladas de peyote descubiertas en el campamento, pero que el Ministerio Público Federal nomás había consignado dos mil 500 kilos, ¿dónde quedaría el resto?

Total que fue un escándalo en la prensa, dicen los de la Noria: “Laboratorio clandestino de peyote”.

Y en todo México se hizo famoso ese asunto.

$!Noria de la Sabina es un municipio de General Cepeda en donde quedan cerca de 30 familias.

LA CACERÍA

Pos de ai pal real los judiciales traían, pero bien azorrillados, como quien dice al trote, a los rancheros de la Noria, que andaban a salto de mata por el monte, escondiéndose.

Aquellos judiciales traían el nombre de todos los ejidatarios, y que comienza la cacería de brujas.

Dice la gente de por acá que a muchos campesinos los torturaron, que a huevo querían que declararan lo del jale ese y lo de los señores esos que, se decía, estaban en lo del peyote, y por eso muchos firmaron declaración, sin leerla.

Andaba muy escamada la gente porque sabía cómo se las gastaba, se las gasta, la judicial dizque pa sacar sopa: amenazas, golpizas tumultuarias, lo menos.

Otros agricultores de plano salieron corriendo del ejido, ¡juímonos!, pa la sierra, y allá se pasaron días, sino es que semanas, escondidos, de día y de noche, en el monte, como esperando algo.

Fue el día que miraron entrar a la Noria un convoy de camionetas blancas de la judicial, con las torretas y las sirenas prendidas, y se les hizo raro.

Quién sabe qué canijos estaría pensado en el rancho, pensaron los ejidatarios, a lo mejor y era la guerra.

Y al ver que venían patrullas y que eran un chingo, zaz... corrieron.

Nunca en su vida habían visto tanto movimiento de policías que... se espantaron y salieron chisqueados del rancho.

Buen susto les metieron que nomás veían venir entre la polvareda las camionetas blancas de los chotas y se chiqueaban.

A otros de plano los agarró la judicial y fueron a parar hasta el bote, los atascaron en el bote, acusados de delitos contra la salud por posesión de peyote y mescalina, contemplados en el Código Penel Federal y la Ley General de Salud.

Antes los habrían llevado pal laboratorio ese, los fotografiaron con los costales de peyote y los obligaron a confesar, manazos y maldiciones de por medio, su complicidad en el chisme ese.

Hasta entonces los ejidatarios de la Noria, cuyo oficio había sido el de tallar lechuguilla y quemar candelilla, rudos oficios estos, jamás tuvieron líos con la justicia.

En el rancho se habían quedado nomás las esposas y los hijos de los campesinos, pos a seguir pasando hambre, ni modo, mientras sus viejos estaban en la cárcel.

$!Los campesinos de Noria de la Sabina regresaron al trabajo de tallar la lechugilla y quemar candelilla.

CAMPESINOS EMBAUCADOS

Del gringo, o los gringos aquellos, que habían embaucado a los ejidatarios con el chisme del peyote, nunca más se supo nada.

Tampoco de las avionetas aquellas que aterrizaban en los barriales, en el llano, a espaldas de El Dorado.

Lo que a la gente de por acá le daba muina es que la judicial no había agarrado a algún gringo o a alguno de los de la empresa que se dedicaba a comprar y procesar el peyote, pero sí había cargado con los pobres ejidatarios y la mesa directiva de la Noria.

Con todo y que la prensa dijo que la judicial ya andaba tras los huesos de los gringos aquellos.

27 campesinos habrían ido a declarar voluntariamente sobre el laboratorio clandestino descubierto por la judicial, y en todo momento se dijeron inocentes y también ignorantes sobre la existencia del campamento.

Que no sabían nada de la fábrica de mescalina, que nadie en el ejido vendía ni compraba peyote, y juraron y perjuraron que nunca de los nuncas habían visto a ningún norteamericano ni persona extraña en la Noria.

Solo Dios lo sabe.

No pasaron muchos días antes de que los ejidatarios quedaran en libertad, gracias a un licenciado amigo de ellos, especialista en penal, que los sacó alegando que no habían sido sorprendidos in fraganti, o sea con las manos en la masa, o mejor dicho en el peyote, por la judicial en el rudimentario laboratorio, y que además los agricultores desconocían la propiedad del campamento y todo lo que en él había.

Los de la Noria quedaron absueltos y el expediente del caso refundido en el archivo muerto de la autoridad judicial federal.

Fue así que los campesinos regresaron a la Noria pa seguir con su vida de siempre que es tallar lechuguilla, quemar candelilla, cosechar poquito frijol, maíz, sorgo o juntar orégano, cuando llueve y si llueve.

Del asunto del peyote y del laboratorio aquel nadie se atrevió a preguntar nada porque era, es, cosa delicada, peligrosa.

Lo que sí es que los de la Noria se volvieron harto huraños.

De repente llegaban muebles al rancho y si no los conocían no salían de sus casas, por nada del mundo.

En aquella época se soltó el rumor de que Noria de la Sabina había desaparecido, cosa que no fue cierta, y hoy aún sobrevive con sus cerca de 30 familias, entre niños y viejos, nomás.

Jóvenes ya no hay, ya todos se fueron a buscarse la vida en las maquilas de Saltillo, Monterrey, quién sabe.

Lo que sí, dicen los que saben, es que aquella región del desierto se quedó pelona de peyote, y ora es bien raro encontrarse por el monte una biznaguita de esas.

Los gringos peyoteros y sus deslumbrantes avionetas ni por la feria volvieron...

$!El peyote... esa biznaguita entre gris - verde, sin espinas, que en este desierto florece.

DOS VECES ILUSIONADOS.

Años después, no hace mucho, llegaron a Noria de la Sabina otros personajes que ilusionaron a los ejidatarios con el cuento de que les iban a comprar una parte de sus tierras, dizque pa poner una fábrica.

Los campesinos vendieron.

Al final resultó que la fábrica esa era un confinamiento de residuos peligrosos, un Cimari, el hoy llamado Cimari de Noria de la Sabina.

A pesar de eso los de la Noria no se han ido del rancho con la esperanza de que, un día, alguien venga y les venda una ilusión mejor.

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