Jimena, la víctima más reciente de feminicidio en Coahuila, tenía 17 años: quería ser maestra, soñaba con ser psicóloga, administradora, empresaria o presidenta... “Era pura nobleza”, la recuerdan quienes la conocieron.
- 25 noviembre 2024
Que eras muy confiada, demasiado confiada, recuerdo que me dijo tu madre hace solo unas horas, mientras avanzo con el contingente violeta rumbo a la Plaza Benito Juárez, de Sabinas.
“Como en ella no había maldad, creía que en toda la gente no había maldad. No tenía malicia mija”, ya parece que la oigo.
Hace una tarde fresca, pero soleada.
En los rostros de las mujeres que caminan silenciosamente junto a mí en la marcha, he visto ese gesto de azoro, esa como mueca de incredulidad de que en Sabinas, tu pueblo, haya pasado algo tan terrible como lo que te pasó a ti.
Son algo así como las 4:30 de un sábado y hasta ahora no han estallado las proclamas, solo los mensajes mudos, escritos con mano firme, contundente, sobre las cartulinas púrpura, se han atrevido a gritar, con todas sus letras, tu ausencia, que faltas, dicen. “Nos falta Jimena”.
La alerta de una caminante, que bien podría tener tu edad, pintada sobre el cartelón morado, me deja más que frío, petrificado.
“Si mañana soy yo abracen mucho a mi familia”, leo.
Luego escucho a lo cerca el testimonio de una muchacha que va contando que cuando se ocupaba en trazar su protesta sobre el papel, se preguntó en voz alta, “¿y si mañana soy yo?”, su madre que estaba con ella, y la oyó, se soltó llorando, que no, que no, que no.
En el trayecto por la calle Francisco I. Madero he visto pegados en los postes los folletos a blanco y negro con el rostro de la niña sonriente y confiada que fuiste, tu nombre Jimena Alejandra Medina Márquez, 17 años, y arriba un “Se busca”, repintado.
Y vuelvo a experimentar esa sensación de desasosiego que tuve cuando tu madre me contó del día que le avisaron de tu desaparición y ella se tiró a las calles, noches y madrugadas enteras, para buscarte.
Aquel día, el día de tu desgracia, ella no estaba en Sabinas, se hallaba fuera trabajando en ese trabajo suyo de cuidar enfermos.
Hasta que el domingo 10 de noviembre, por la noche, la enteraron de que habías desaparecido.
Entonces Belén, tu madre, llamó a tu trabajo para preguntar por ti, que nunca llegaste, le dijeron, y ella presintió lo peor.
Regresó a Sabinas y empezó para ella un calvario de toda la noche, de todas las noches, de ir de aquí para allá y de allá para acá, buscándote, sin dormir, sin comer.
Y ya no paró, hasta que el jueves 14 por la tarde las autoridades le informaron sobre el hallazgo de un cuerpo, tu cuerpo, en una vivienda abandonada de la calle Don Martín, en la colonia Valle de Santo Domingo, muy cerca de donde tú vivías con ella, con tus hermanos.
***
Casi una semana para encontrarte, recuerdo que me dijo indignado tu tío Aldo, el que vive en Estados Unidos y que vino con Pedro, otro de tus tíos, para despedirte.
“Son los mismos crímenes, allá pasa lo mismo, a diario, pero la ley es diferente. Todo lo bajan de manera satelital y cuando tú menos piensas... ya te tienen. Aquí no, mira los días que pasaron, casi una semana. N’ombre allá al segundo día fueron por ti, saben hasta tu horóscopo y quién te dio primaria”.
Tu madre anduvo casa por casa, en los lugares donde le decían que te habían visto, y en su peregrinación repetía para sí a cada segundo, como si fuese una letanía: “te voy a encontrar mi niña, te voy a encontrar, te voy a encontrar”.
Y todos te buscaron: tu padre, tu madre, tus hermanos, tus primos, tus tíos, tus amigos, los amigos de tus amigos, los amigos de los amigos, de los amigos de tus amigos.
Hasta los críos de la colonia te andaban buscando, “dame más volantes Belén, dame más papeles pa ir a pegar, para ir a poner”, estaban desesperados los críos, querían encontrarte.
Y te encontraron...
***
El jueves 14 de noviembre los diarios de todo Coahuila informaron sobre la detención de Arturo “N”, 19 años, tu presunto feminicida, un antiguo amigo tuyo, y de Cristian “N”, 17 años, su cómplice.
“Me dicen ‘oye, que fulano de tal la mató’, dije ‘no puede ser, si él era amigo de mi hija. Estaba yo en el funeral cuando me avisan, dije ‘no es cierto, no es cierto’. Mija alentaba mucho a mujeres que eran maltratadas por sus novios, que no se dejaran llevar, les decía ‘no, mira, no te conviene, tienes que dejarlo’. Lamentablemente confió en uno de sus amigos”, evoco que me dijo Belén, tu madre, hace un par de horas que estuve a verla en tu casa para que me contara de ti, tu vida, tu historia.
La multitud avanza, cabizbaja.
Me figuro que vienen pensando lo mismo que yo, ¿por qué tanta saña de segar una vida tan frágil, tan tierna, a martillazos?
“¿Sabe qué me duele más? No se iba a comparar la fuerza de la niña con la de un hombre, nunca, y estoy piense y piense y piense por qué tanta saña. No lo entiendo”, reflexionaba hace un rato tu tía Rocío.
Si vieras, Jimena, que ha venido gente de todas partes al mitin, gente de aquí y de allá, gente que ni conocías, ni te conocía.
Pregunto a una señora que viene andando junto a mí, si te conocía, que no, dice, “no, pero tengo una hija”, y nada más escuchar la frase me estremezco.
Entonces recuerdo lo que me platicó tu madre a las afueras de tu casa, en la Santo Domingo: que eras muy amiguera, que a tus cortos 17 años habías sembrado muchas amistades, gente del barrio, compañeros de escuela, maestros, hijos de políticos reconocidos, y ella se preocupaba:
“Mija, no andes ahí mija. Jimena no te juntes con ellos porque son de muy acá, de la alta, pos pa lo que somos nosotros...”.
Tenías sueños, por eso te habías mudado de una prepa pública a una privada, y conseguido trabajo en aquel restaurante de comida china.
“Sí, nos dijo bromeando, ‘me voy a cambiar de esta escuela de pobres’, le dije, ‘cálmate, Jimena’”, me confiará en algún momento de la marcha tu amiga Jade Vallejo, la chava que conociste cuando estudiabas en el CECyTEC.
“Fue y se sentó mero al último, yo de volada, en ese mismo ratito, fui y me presenté con ella y todo. Desde el primer momento que yo hablé con ella sentí una vibra súper maravillosa”.
Que chismorreaban, que les sacaban la garra a los exnovios, me contará Jade.
“Yo no creía cuando mi papá me decía, ‘no te salgas, te van a robar’, y pensaba, ‘¿por qué me cuidan bastante?, pero vi lo que le pasó a mi amiga y sé que es cierto”.
***
La gente dice de ti que tu ilusión era ser maestra de kínder o de primaria, que te encantaban los niños y ya hasta dabas clases en el CEAT de Sabinas o en las iglesias cristianas donde solías congregarte.
Fuiste cristiana, como tus abuelos, como tu madre, como tus tíos.
“Yo en Estados Unidos brother veo un restaurante latino y me meto con mi guitarra, mi esposa me acompaña siempre, y brother, entregamos biblias. Cuando empiezo a cantar y a predicar de la palabra de Dios las biblias se me acaban, las manos levantadas de toda la gente, y están llorando porque se identifican con el mensaje y saben de la necesidad de Dios en los hogares”, revivo las palabras de Aldo, tu tío cristiano, el de Fort Worth, Texas.
Lo que la prensa roja no dijo jamás de ti es que a tus 17 años ya te soñabas psicóloga, administradora de empresas, presidenta.
Ni que anhelabas abrir una florería, ser empresaria, ser ganadera, ser.
“Decía que quería ser una buena presidenta para limpiar todo, ‘quiero empezar a cambiar a la juventud, cosas que no son buenas para Sabinas, yo voy a limpiar todo aquí’, decía”, me contó Belén, tu madre.
Y me contó de cómo tú, con tus prédicas cristianas, alejaste a muchos jóvenes del mundo de las drogas, que tenías palabra para darles, que les llegaba tu mensaje.
Pero los periodistas y los periódicos amarillos se inventaron cosas, que habías estado en una fiesta de cristal, que tus amigos, que las drogas, que no sé qué...
“Hubo alguien amarillista, los que nunca faltan, y pone que ella en este horario andaba conectando drogas. N’ombre brother, ella estaba ya aquí, en su casa, no me digas eso...”, me aclaró Aldo, tu tío, cuando apenas salíamos para la marcha.
Desde que empezó el recorrido, ¿sabes Jimena?, no han parado de llorar las sirenas de las patrullas que van escoltando a la marea violeta.
Y yo me traslado al momento en que conversé con Garito, un niño del barrio al que conociste, al que acostumbrabas a saludar cuando pasabas para la escuela, cuando venías del trabajo, y que vive justo al lado de la casa esa donde te encontraron, donde te dejaron.
Ese día, el día de tu desgracia, él salía de la secundaria, había mucha gente, mucha policía, en la calle, no lo dejaban pasar, “¿cómo que se pudo morir aquí y no sabíamos?”, se preguntaba Garito.
Ni Garito ni los vecinos de la calle Don Martín, se explican cómo es que fuiste a dar a esa casa solitaria, tan desierta.
Nadie vio ni escuchó nada.
“Sentí escalofrío”, me dijo Garito y a mí se me enchinó la piel.
Entre la multitud de blusas, globos y pañuelos malva, distingo a muchas niñitas que acompañan a sus mamás, y pienso en las fotografías que me compartió tu madre de una Jimena a los tres o cuatro años montada sobre su perro, un criollo negro; tú vestida de mariposa, con alas de mariposa; tú, tu hermano mayor y tus primos, todos nenes, tirados sobre el césped a la sombra de un gran árbol, en el Parque Xochipilli; tú posando delante de tu ropero de princesas; tú pintada de payasita, tú siempre sonriente, confiada.
***
Más adelante alguien me presenta a Jorge, tu padre, “mire, él es el papá de Jimena”, dice.
Quisiera saber, le digo a tu papá, cuál es esa imagen imborrable, por emotiva, que guarda de ti.
Responde que nunca se le va a olvidar cuando eras chiquita y te gustaba que él te bañara, “cuando ella tenía ocho o nueve años me decía, ‘papi yo quiero que me bañes’, y yo le contestaba ‘yo ya no te puedo bañar mija porque ya estás creciendo, tu cuerpo está cambiado y papi ya no te puede bañar’. Son cosas que nunca se me van a olvidar de mi niña. Tenía bastante confianza conmigo, donde quiera hablaba bien de mí, que su papá el mejor papá del mundo, que su papá estaba muy guapo, que no había otro papá más guapo que el de ella. Siempre platicaba conmigo lo que hacía en el día, que tenía que participar... Ella era la que siempre levantaba la mano. Desafortunadamente le cerraron su camino a mija. Nunca pensó que los hombres tuvieran malicia”.
En casa, Belén, tu madre, me había contado ya del gran apego que tenías con tu papá.
Que eras muy consentida por él, muy chiflada, que había mucha confianza entre los dos y que a menudo lo celabas.
“Para ella era no le toques a su papá. No le gustaba que su papá, porque somos divorciados, anduviera con otra muchacha, para nada. Decía, ‘mi papá es mío’. Tenía la esperanza de que un día su papá volviera”.
Que me abriera tu cuarto y me enseñara tus cosas, tus peluches, tu ropa, quería saber más de ti, le pedí a tu mamá.
Dijo que no podía.
“Es que no puedo. No hemos entrado a su cuarto. Ahí están sus peluches, todas sus cosas. Quiero ir con el tiempo sacando sus cositas e irlas poniendo en orden”.
En eso me viene, como un flashback, la charla que tuve con tu prima Reina al comienzo de esta manifestación pacífica.
Que tu nacimiento fue como un regalo y una emoción, me dijo. Después de puros varones, la más chiquita, la única mujer...
“Claro que todos locos cuando nació, pero hasta aquí nos la prestaron...”.
Que qué pudo haber pasado contigo la madrugada del domingo 10 de noviembre, cuando fuiste vista por última vez en un video caminando por calles de la colonia Santo Domingo, junto a un hombre montado en una bicicleta, pregunté entonces a Reina.
“Yo sé que abusaron de su confianza, como eran amigos, lo conocía, por eso se le hizo más fácil, porque ella no pensaba mal de nadie, era nobleza pura, pura nobleza, por eso fue muy fácil envolverla. Creía que todos eran como ella y quería recibir lo mismo de los demás. Ella confiaba y nunca pensó que le iban a hacer algo así, en su cabeza no estaba nada de eso, nada. No era una niña de problemas ni de fiesta, que anduviera, como dicen, perdida. Yo sabía que no era así por eso sentía que algo malo le había pasado, ella no podía irse así nada más, ni por un berrinche, no, mi niña no era así”.
El día de tu nacimiento el doctor predijo a tu madre que serías una niña muy inteligente.
Ella piensa que no se equivocó.
“No pos mija llena de diplomas, de reconocimientos. Sus maestros me mandaban decir que hablara con ella porque a veces no dejaba participar a las demás muchachitas”, recuerdo que me contó Belén.
***
Me dejo arrastrar por la oleada de gente que ya ha recorrido varias cuadras, no sé cuántas, no he tenido la precaución de contarlas, desde Avenida Abasolo sobre Madero.
Qué de gente, Jimena, me digo.
Cuántas caras dibujadas sobre las aceras, mirando pasar la manifestación con aire marcial, atónitas, silenciosas, como en un desfile.
En mi cabeza escucho, como un eco lejano, a tu madre, hablándome de tu funeral.
¿Sabes?, ella no se dio cuenta, porque se puso tan mal que la llevaron al hospital y allí la sedaron.
“Yo siempre alentaba a personas a las que sus hijas se quitaban la vida. Era muy diferente. Yo las alentaba, ‘miren Cristo tiene fortaleza’, mas no sentía su dolor’”.
Ya luego alguien le platicó que en la capilla no cabía la gente de estar ahí: tus vecinos de la Santo Domingo, tus compañeros y maestros del CEAT, de la UANE, tus amigos del trabajo...
“Se ganó el cariño de muchas personas, mija se supo ganar a todos”, recuerdo que me dijo Belén hace no mucho.
En la concentración he visto unas manos enarbolando un retrato de ti elegantemente sentada, luciendo un vestido rojo, un medallón, el cabello negro y crespo cayendo sobre tus hombros y tus brazos desnudos, como una cascada, las piernas cruzadas y cruzadas las manos sobre el regazo, una sonrisa tenue.
Que eras hermosa, me dirá más tarde tu padre.
“Mi hija era una niña hermosa. Lo más duro para mí fue reconocerla en el estado en que se encontraba. Yo la reconocí y esa imagen no la quiero conmigo. Quiero recordar a mi hija tal y como era, hermosa”.
Por fin, un torrente de clamores emerge de las gargantas y rebota en los muros de las casas y edificios viejos, del centro de Sabinas.
“Ni una asesinada más”, “Jimena vive, vive, la lucha sigue, sigue”, “vivas las queremos”, “Jimena escucha, esta es tu lucha”, oigo que gritan tu nombre.
Entre las mujeres que vienen encabezando la manifestación miro a tu amiga Jade izando un póster que reza:
“Quiero justicia para mi Mena, no tu opinión”.
Y no puedo evitar volver sobre mis pasos a la plática que tuve horas antes con Mamá Panchita, tu abuela materna.
“Yo hasta quisiera ir a sacarlo de ahí donde lo tienen, porque así como se lo hicieron a mija quisiera que se lo hicieran a él, que se lo aplicaran a él, porque da coraje sentirte impotente, no poder hacer nada”.
Mamá Panchita era para ti la abuela consentidora, una segunda madre, con la que compartías parte de tu tiempo, la que te mandaba a casa con una bolsa de manzanas que luego repartías entre los nenes del barrio.
“Yo fui la última que la vio, vi cuando mija salió, pero ya no la vi regresar. No se lo deseo a ninguna madre, porque es un dolor intenso que está ahí. Mija era todo un amor, con todos, con todos, por eso no entiendo por qué ella, por qué precisamente ella. Cómo crees que me siento, mijo, después que conmigo estuvo la última vez. Yo estaba ahí de visita con ellos y me dijo, ‘mamá no me tardo’”.
***
La marcha va ya muy lejos.
Conforme avanza la muchedumbre veo que en varios negocios por donde pasa han sacado a las calles unas bocinas y puesto a todo volumen la canción “Sin miedo”, de Vivir Quintana, esa que se ha convertido en un himno para las víctimas de feminicidio.
Cantamos sin miedo,
pedimos justicia
gritamos por cada desaparecida
que retumbe fuerte:
¡nos queremos vivas!¡que caiga con fuerza
el feminicida!
Si eso no es sororidad, no sé entonces qué cosa es, me digo.
En medio del gentío he visto a una señora mayor sosteniendo con las manos un reproche en forma de pancarta.
“Soy tía de Karely Vanessa, me la mataron hace 15 años y nunca se hizo justicia”.
“Una hermana de la iglesia de Frontera, me decía, ‘tienes la dicha de haber encontrado a tu hija, porque han pasado dos años y yo no he encontrado a la mía, no sé dónde está’. Esto no nada más lo hago por Jimena, porque era una muchacha que no se metía con nadie. Lo hago por todas las desaparecidas. Y me pregunto, ¿cómo es posible que la muerte de mi hija sirva para bien? Yo no agarré coraje contra él. En el funeral dije, ‘yo te perdono’, pero la justicia terrenal tiene que seguir. Si lo dejan suelto va a seguir otra muchacha y otra muchacha y otra. No queremos eso”, tengo muy presente que me dijo Belén.
Ahora la calle se ha tornado en un mar inmenso de consignas, música y llanto de sirenas.
Regreso al instante en el que tu madre me contó del día en que le anunciaron que te habían encontrado.
“Me dicen de la policía, ‘vamos a tal colonia, quiero que sea fuerte porque quizá, no quiero decir que sea su hija, pero quizá pueda ser ella’, les dije ‘llévenme’. Era una desesperación que yo me quería bajar de la troca, quebrar el vidrio y brincar, ir directamente hasta el lugar, pero Dios no me permitió verla como ella se encontraba, Dios dijo ‘no’”.
De a poco ha caído la tarde y me quedo sorprendido de ver que ahora hay más gente de la que había cuando inició la marcha.
El contingente ha parado frente a una glorieta cercana a unas vías de tren.
De pronto me viene a la memoria una fotografía de ti, plantada en medio de dos rieles de ferrocarril, mirando a las nubes.
Es la del día, me contó tu mamá, que fuiste con los de la iglesia de Sabinas a evangelizar en Ramos Arizpe, en esas duras colonias del poniente.
“Antes de evangelizar le gustaba ver hacia arriba, a las nubes”, me platicó Belén.
Y yo pienso que ahora estarás más cerca de las nubes que nunca y te imagino entre nubes, como un ángel.
***
Ha oscurecido.
A la entrada de la Plaza Benito Juárez una bandada de pájaros, como papeles volando al cielo, recibe a la multitud.
El gorjeo de los pájaros es realmente ensordecedor.
Un coro, un concierto para ti.
¿Sabes?, he visto a varias mujeres arrodilladas en la plaza, velas moradas encendidas, la cabeza baja.
Es la misma plaza, me dijo Belén, a la que tantas veces viniste para evangelizar, para alentar a los jóvenes, como tú, a que buscaran de Dios.
Hurgo por todos los rincones de la plaza queriendo encontrar los ecos de tu voz.
No los escucho...
¿Dónde estás?
Ya no estás...