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Durante casi dos décadas, el Semanario de Vanguardia se ha enfocado en generar periodismo de investigación, abordando temas locales, regionales y nacionales con enfoque en malversación de fondos, transparencia, corrupción, irregularidades financieras, salud, crímenes y ciencia. Buscamos cada oportunidad para contar las historias más increíbles de Coahuila.

Matrimonio forzado: La niña vendida a 5 mil pesos

Miriam fue vendida por su padre cuando era menor de edad y obligada a casarse con un hombre 11 años mayor que ella. Su esposo por ley la embarazó una vez. Después, una segunda vez antes de migrar a Estados Unidos. Hace tres años, caminaba hacia su casa cuando un hombre la atacó y la violó. Miriam quedó embarazada por tercera vez. Gritó por auxilio y lo encontró en un refugio a mil 300 kilómetros de su lugar de origen: la montaña de Guerrero. Así Miriam llegó a Coahuila, dio a luz y dio en adopción a su tercer hijo

  • 14 febrero 2022

POR FRANCISCO RODRÍGUEZ

Miriam es víctima del matrimonio forzado: fue vendida por su padre cuando era menor de edad y obligada a casarse con un hombre 11 años mayor que ella. Su esposo por ley, el hombre que la compró, la embarazó una vez. Después una segunda vez antes de migrar a Estados Unidos. Como ya no estaba, el hombre no quiso reconocer a su segundo hijo y Miriam intentó abortar. Pero no pudo.

Hace tres años caminaba hacia su casa cuando un hombre la atacó y la violó. Miriam quedó embarazada por tercera vez. De nueva cuenta, buscó por todos lados abortar. No quería al bebé que llevaba en el vientre. Fue de un lugar a otro, pero no encontró una guía que la orientara.

Ocultó la violación y el embarazo a sus padres por miedo a que su papá se enojara y la golpeara. Cuando encontró ayuda, le dijeron que era muy tarde para abortar, que su bebé ya tenía tres meses de gestación. Pero Miriam seguía sin querer la vida que llevaba en sus entrañas. Gritó por auxilio y lo encontró, pero muy lejos, en un refugio a mil 300 kilómetros de su lugar de origen: la montaña de Guerrero.

Y así Miriam llegó a Coahuila, donde continuó su embarazo hasta que dio a luz. Inmediatamente consintió la adopción de su hijo.

Miriam no quiere volver a su tierra.

Esta es su historia.

El retrato de Miriam

“Soy de Guerrero, fui abusada por la violencia”, son las primeras palabras que suelta Miriam, una muchacha menudita de 30 años, pero que parece de unos 20 años.

La razón que esté en el norte del país no es porque la hayan obligado a casarse cuando era menor de edad. La razón es porque huyó de su familia y su gente porque asegura que no le creerían que la violaron y la embarazaron.

Y como no pudo abortar libremente en Guerrero, encontró apoyo y la enviaron a Coahuila.

Miriam vive en un refugio de una ciudad de este estado junto con sus dos hijos de 12 y 11 años. Pero su historia es un crudo retrato de lo que todavía viven mujeres indígenas de Guerrero, Oaxaca, Campeche o Chiapas, principalmente.

$!Matrimonio forzado: La niña vendida a 5 mil pesos

Miriam es víctima del matrimonio forzado: fue vendida por su padre cuando era menor de edad y obligada a casarse con un hombre 11 años mayor que ella. Su esposo por ley, el hombre que la compró, la embarazó una vez. Después una segunda vez antes de migrar a Estados Unidos. Como ya no estaba, el hombre no quiso reconocer a su segundo hijo y Miriam intentó abortar. Pero no pudo.

Hace tres años caminaba hacia su casa cuando un hombre la atacó y la violó. Miriam quedó embarazada por tercera vez. De nueva cuenta, buscó por todos lados abortar. No quería al bebé que llevaba en el vientre. Fue de un lugar a otro, pero no encontró una guía que la orientara.

Ocultó la violación y el embarazo a sus padres por miedo a que su papá se enojara y la golpeara. Cuando encontró ayuda, le dijeron que era muy tarde para abortar, que su bebé ya tenía tres meses de gestación. Pero Miriam seguía sin querer la vida que llevaba en sus entrañas. Gritó por auxilio y lo encontró, pero muy lejos, en un refugio a mil 300 kilómetros de su lugar de origen: la montaña de Guerrero.

Y así Miriam llegó a Coahuila, donde continuó su embarazo hasta que dio a luz. Inmediatamente consintió la adopción de su hijo.

Miriam no quiere volver a su tierra.

Esta es su historia.

El retrato de Miriam

“Soy de Guerrero, fui abusada por la violencia”, son las primeras palabras que suelta Miriam, una muchacha menudita de 30 años, pero que parece de unos 20 años.

La razón que esté en el norte del país no es porque la hayan obligado a casarse cuando era menor de edad. La razón es porque huyó de su familia y su gente porque asegura que no le creerían que la violaron y la embarazaron.

Y como no pudo abortar libremente en Guerrero, encontró apoyo y la enviaron a Coahuila.

Miriam vive en un refugio de una ciudad de este estado junto con sus dos hijos de 12 y 11 años. Pero su historia es un crudo retrato de lo que todavía viven mujeres indígenas de Guerrero, Oaxaca, Campeche o Chiapas, principalmente.

Una niña que sólo quería estudiar

En octubre de 2021, un caso atrajo los reflectores nacionales: en el municipio de Cochoapa El Grande, Guerrero, la Policía Comunitaria detuvo a una adolescente quien, junto con sus tres hermanas menores, huyó de un matrimonio forzado.

Las encarcelaron hasta que sus padres devolvieran los 120 mil pesos que habían pagado por ella. La menor denunció que huyó porque el padre de su esposo intentó violarla con la excusa de que había pagado por ella. Tenía 15 años, pero fue obligada a casarse desde los 11, según reportaron diversos medios.

Ante el caso, la Gobernadora del Estado, Evelyn Salgado, aseguró estar decidida a terminar con esa “costumbre”. Y el caso llegó hasta el Presidente Andrés Manuel López Obrador, quien simplemente dijo que no era la regla sino una excepción en las comunidades.

Parece que cuando Miriam platica su historia es más regla que excepción. Su venta comenzó a trazarse cuando cursaba la secundaria. El hombre con el que después fue obligada al matrimonio, la acosaba cuando ella caminaba para ir a la escuela.

“Me empezó a perseguir el papá de los niños”, dice Miriam como si se tratara de un hombre extraño, ajeno, que se entrometió en su vida.

Miriam vivía en un rancho en la montaña de Guerrero que no tenía secundaria. Caminaba a otro pueblo para estudiar. Se despertaba a las 6 o a veces a las 5 de la mañana. En el camino, el que sería padre de sus hijos la tomaba de las manos y no la dejaba seguir.

Sus padres le dijeron que ya no había dinero. Que mejor se casara. Ella, hija única, ayudaba a cuidar los chivos con su mamá. Su papá corta leña y siembra maíz.

“Yo no quería, quería terminar la escuela. Quería terminar tercer grado”, dice como si se aferrara a los sueños que le fueron arrebatados.

Miriam renunció a la escuela... por miedo al acoso.

“Le dije a mi mamá, ya no voy a ir. Ya no fui”.

Sus papás le aconsejaron que se juntara con el hombre que la acosaba. Ella no quería. La obligaron.

“Yo tenía 16 años y él 27 cuando juntaron. Me junté y me casé en 2010. Por Registro Civil”, recuerda Miriam con su español al que le faltan palabras, pero le sobran recuerdos.

Después hay un silencio que martillea el cuarto donde Miriam narra su historia. Un silencio que quizá atormentó a una adolescente de 16 años cuando tuvo que ceder a la presión, principalmente, de su padre.

“Si no hubiera aceptado, mi papá me pega. Me pegaba mucho. Soy niña, me mandaron cuidar los chivos, si me juntaba con mis tías, me pegaba. No me dejaban ir con ellas porque no les cuidaba bien los chivos”.

Duró 2 años viviendo a la fuerza con el hombre. Hasta que la casaron.

“Le dieron dinero y aparte la comida”, narra Miriam y en su tono de voz se escucha como si contara algo normal.

Miriam cuenta que le dieron a su papá 5 mil pesos y la comida. La compraron por 5 mil pesos y comida.

“No me acuerdo qué pidieron, pero sí pidieron muchas cosas, para convivir con la gente. Pidieron mucho. Para que coman juntos”.

Ella no quería. Le pidió a su mamá que no lo permitiera. “Yo no quiero casar”, decía. Pero la madre le respondía: “Ya ves cómo es tu papá”.

“Ni modo, tengo que aceptar para que no le diga a mi papá”, es el recuerdo de aquello que orilló a Miriam a aceptar un casamiento con una persona a la que no quería.

A los 18 años tuvo a su primer hijo.

Niños y niñas no deben casarse... pero hay 6 mil 196 matrimonios de menores

De acuerdo con el artículo 45 de la Ley General de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, la edad mínima para contraer matrimonio en México son los 18 años.

Sin embargo, según el último Censo de Población del INEGI de 2020, 6 mil 196 adolescentes del país de entre 12 y 14 años estaban casados civil y/o religiosamente. De ellos, 3 mil 74 eran mujeres.

También estaban casados 83 mil 170 jóvenes entre los 15 y 19 años; 62 mil 28 eran mujeres, el 74.5%.

Con esas cifras, México está lejos de cumplir con la meta 5.3 del Objetivo 5 de Desarrollo Sostenible: eliminar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y la mutilación genital femenina.

Para Amnistía Internacional, la denominación matrimonio infantil no es la más adecuada, pues lo auténticamente infantil es “ir a la escuela, jugar, estudiar, imaginar, tener miedo a la oscuridad, a los monstruos, montar en triciclo o llorar cuando al fin del día se siente un enorme cansancio”.

El matrimonio, insiste AI, está fuera del ámbito de lo esencialmente infantil porque debe permanecer y pertenecer al mundo de las personas adultas, sus libres decisiones y determinación de sus derechos.

Y no es acertada porque apenas visibiliza la causa real de las uniones, en las que al menos uno de los contrayentes es menor de edad: el uso abusivo del poder patriarcal que anula la libertad, autonomía y decisiones de las mujeres desde su infancia, por el que se somete y controla la sexualidad femenina y se reproducen sistemáticamente violaciones de derechos humanos como el abuso sexual, la mutilación genital femenina y otras violencias de género, que son formas de tortura, trato cruel, inhumano y degradante contra niñas, adolescentes y mujeres.

La práctica de la unión forzada de niñas y adolescentes, según la Organización de las Naciones Unidas, se había reducido un 15% en el mundo, pero esta tendencia cambió por la crisis pandémica: 650 millones de mujeres, jóvenes y niñas se casaron a edades tempranas y en lugares como Bangladesh, Brasil, Etiopía, India y Nigeria, donde se producen la mitad de estas uniones, según informó UNICEF el 8 de marzo de 2021.

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México y el matrimonio infantil

México tampoco se escapó de esta tendencia: el reporte “Rompiendo la Cadena”, publicado por la organización internacional World Vision, reveló que el matrimonio infantil se duplicó en varias comunidades en México entre marzo y diciembre del 2020, en comparación con el mismo periodo de 2019.

Dicha organización advirtió que la crisis económica y el deterioro de los sistemas de apoyo ha sido una de las causas que promueven el matrimonio infantil ya que, ante el desempleo, la pérdida de ingresos familiares y la incapacidad de proveer económicamente para el grupo familiar, se ha acudido al matrimonio o uniones de hecho de niñas con personas adultas, aun cuando la legislación local lo prohíbe.

También el organismo internacional Save the Children refiere que en México son las niñas quienes en mayor medida están contrayendo matrimonios antes de los 18 años de edad como resultado directo o indirecto de presiones económicas, sociales, culturales o de las profundas inequidades de género que persisten en nuestro país.

Recientemente, el 21 de diciembre de 2021 la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) condenó los matrimonios y uniones infantiles forzadas como una expresión sistemática de la violencia en contra de mujeres, niñas y adolescentes y llamó a las autoridades de los tres órdenes de gobierno a agotar todas las acciones que sean necesarias para erradicar esta práctica, sancionar a los responsables y reparar el daño ocasionado a las víctimas.

La CNDH participó en el Primer Tribunal Regional contra Matrimonios Forzados de niñas en Guerrero “Las niñas cuentan”, donde reiteró que el “matrimonio infantil” y las uniones forzadas que involucran a personas menores de edad, constituyen prácticas delictivas y representan violaciones graves a derechos humanos basadas en actos de discriminación y violencia de género que atentan contra su dignidad, su derecho a la salud, a la educación y a una vida libre de violencia, entre otros.

De acuerdo con el informe de UNICEF “Perfil del matrimonio infantil y las uniones tempranas en América Latina y el Caribe”, las niñas más expuestas al riesgo de “matrimonio infantil” son quienes viven en zonas rurales, en hogares pobres y con menor acceso a la educación.

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Lograr la igualdad entre los géneros y empoderar a todas las mujeres y las niñas

Para 2030, los países del mundo, como México, deben lograr metas en materia de desarrollo social, económico, medioambientales y derechos humanos. Para ello, deben trabajar en los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible.

El Objetivo 5 busca, entre otras cosas, empoderar a las mujeres y niñas. Estas son algunas metas por cumplir para conseguirlo, que pueden consultarse en el sitio oficial de Naciones Unidas.

Metas para empoderar a mujeres y niñas

• Poner fin a todas las formas de discriminación contra todas las mujeres y las niñas en todo el mundo.

• Eliminar todas las formas de violencia contra todas las mujeres y las niñas en los ámbitos público y privado, incluidas la trata y la explotación sexual y otros tipos de explotación.

• Eliminar todas las prácticas nocivas, como el matrimonio infantil, precoz y forzado y la mutilación genital femenina.

• Asegurar el acceso universal a la salud sexual y reproductiva y los derechos reproductivos según lo acordado de conformidad con el Programa de Acción de la Conferencia Internacional sobre la Población y el Desarrollo, la Plataforma de Acción de Beijing y los documentos finales de sus conferencias de examen

• Aprobar y fortalecer políticas acertadas y leyes aplicables para promover la igualdad de género y el empoderamiento de todas las mujeres y las niñas a todos los niveles.

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Después del matrimonio forzado vino el abandono

Según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica (ENADID) del INEGI 2018, de 2013 a 2018 se registró en Guerrero una población migrante internacional de 22 mil 773 personas, quienes llegaron en más del 60 por ciento a Estados Unidos.

Y el esposo de Miriam por la ley no se escapó de esta estadística. Migró a Estados Unidos y cuando el hombre ya vivía allá, Miriam se enteró que quedó embarazada por segunda vez.

Para su sorpresa, el hombre no quería reconocer al bebé que llevaba en el vientre.

“Cuando llegue voy a sacar los ADN, para estar seguro”, le echó en cara a Miriam.

“Como quieras. Sé que es tuyo. No me meto con otras personas o con otro”, respondió ella.

Después de varias peleas telefónicas, Miriam cuenta que el hombre aceptó, finalmente.

Con el paso del tiempo, sin embargo, su esposo por la ley dejó de contestar el teléfono.

“Sonaba y sonaba y no contestaba”, relata Miriam.

Y quedó sola.

Vivió con sus suegros, pero asegura que su suegra no la quería. Regresar con sus papás no era opción.

“Se van a pelear con sus papás”, pensaba Miriam si les contaba que la trataban mal.

Cinco años después tuvo noticias del padre de sus hijos.

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Una madre que atiende la escuela de sus hijos, violada

Miriam trabajaba como costurera. Ya con dos hijos, explica que cada semana reunían a los padres de familia en la escuela para dar el reporte de los alumnos.

El camino a la escuela, describe, es de pura terracería y le tomaba 30 minutos caminando. El día que la violaron, la junta se demoró, por lo que ella regresó a su casa ya entrada la noche. Otros 30 minutos de caminata.

“Allá, porque nos toca las encargadas que son de comunidad; entonces de ahí nos tocan encargos, por ejemplo, de la escuela o del agua, y de ahí porque me fui, porque vivía con mis suegros, pues bien lejos”, narra.

“Más o menos como a las 12 de la noche, pues ahí fui violada y de allí pues supe que estoy embarazada. Tengo un amigo que hablaba con él y le platiqué a él, le dije, ‘me pasó esto y ahorita estoy embarazada, si me puede ayudar para abortar el bebé porque yo no lo quiero, además estoy casada y se va a enterar mi esposo, pues se va a enojar’”.

La violación era como algo secundario. Para Miriam, el mayor temor era que su esposo por ley, con el que se casó a la fuerza, se fuera a enojar porque quedó embarazada.

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No iba importar que la hubieran violado.

Miriam tenía 27 años entonces. Nunca identificó a su agresor.

La mujer menudita cuenta que buscó y buscó dónde abortar. Lo decidió desde que se enteró que estaba embarazada. La ayudó su amigo y otra persona de la que no recuerda su nombre.

Le pasaron números telefónicos, muchos números, y empezó a comunicarse a la Ciudad de México, a Chilpancingo. Llegó con una señora de un centro de ayuda del que tampoco no recuerda su nombre.

“Quiero abortar”, eran las palabras de Miriam cada que le contestaba alguien. “Quiero abortar al bebé”, repetía. Se vio con una señora en Chilapa, una licenciada.

“Pues quiero abortar, no lo quiero tener “, le dijo segura a la licenciada.

“Es que ya es un bebé, ya no lo puedes abortar porque ya tienes tres meses”, le respondió.

“Tengo que abortar, no sé cómo, pero tengo que abortar”, insistió Miriam.

“No, pero ya no se puede, si gustas yo te mando a Puebla, ahí vas a estar con tus hijos y luego pues si no lo quieres tener, ahí lo vas a dar de adopción porque hay mucha gente que no puede tener hijos”, le explicaron.

A donde acudió, dice Miriam, no recibió orientación para que denunciara la violación. Para ella, denunciar significaba estar en riesgo de que la volvieran a violar.

También un sacerdote le dijo que ya no podía abortar porque ya estaba formado el bebé.

“Acepta lo que te dijo la licenciada para que te vayas a Puebla, para que lo des en adopción tu bebé si no lo quieres”, repite Miriam el consejo que recibió del cura.

Miriam aceptó irse a Puebla.

La huida en busca de refugio, apoyo, acompañamiento

Estaba decidida para huir a Puebla en busca de refugio, aun cuando eso significara que estaría con sus hijos parcialmente.

Y es que la licenciada que atendió a Miriam llegó un día y le dijo que en Puebla no podría estar con sus hijos y que sólo los vería los fines de semana.

“Ni modo, tengo que ir”, dijo resignada.

Entonces informó a sus papás.

“Tengo que salir adelante con mis hijos porque además ya no me ayuda mi esposo y tengo que buscar trabajo para mis hijos”, mintió a su madre.

La madre insistió en sus motivos para irse. No lo entendía. La ausencia del esposo por la ley fue la excusa perfecta para que Miriam ocultara la verdadera razón su huida de Guerrero.

“Si me va muy bien allá, no sé cuándo regrese”, avisó Miriam en casa.

Un día antes de irse a Puebla, la licenciada que la auxiliaba se comunicó con Miriam. Hubo un cambio de planes.

“Te vas para Torreón. Ahí vas a estar con tus hijos”.

Miriam llegó a La Laguna el 16 de julio de 2018.

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La adopción y las oportunidades que se abren

Ni sus hijos se enteraron de su embarazo. Miriam asegura que no se le notaba. Un mes antes de dar a luz, le preguntaron si siempre daría en adopción a su bebé.

“Yo siempre pensé que tengo que dar adopción, pero que no se entere mi familia ni nadie”, platica.

Sólo su amigo supo. El único que la ayudó en Guerrero. El 3 de diciembre de 2018 dio a luz.

“Hubiera batallado con él porque ya tengo dos, hubiera batallado más. Por eso decidió”, platica que si tratara de justificar su decisión de dar en adopción.

Miriam en ocasiones piensa en el bebé. Dice que a veces lo extraña. Pero recalca que lo hizo por su bien.

Sabe que ya fue adoptado.

Quiere continuar en Coahuila. Lamenta que hay mucha violencia en Guerrero. Si estuvieran en su tierra, difícilmente sus hijos tendrían oportunidad de estudiar.

A sus papás les dice que está trabajando en casa. Pero no trabaja. Les asegura que está bien porque sus hijos estudian.

El papá de sus hijos le habla en ocasiones, pero tiene ocho años que no le manda un solo peso. Sigue en Estados Unidos.

A tres años de dar a luz y dar en adopción a un bebé producto de una violación, Miriam cree que fue la mejor decisión. Y cuando lo cuenta, también revela que a su hijo menor intentó abortarlo. Lo intentó cuando se peleó con su esposo por ley y éste le dijo que no respondería.

Para abortar, Miriam no fue con ningún médico. Le dieron yerbas, tomó pastillas del día siguiente, le dieron inyecciones, se aventaba a la cama y se acostaba para abajo para que su hijo se muriera.

“No se murió. Me arrepiento de haberlo intentado”.

Su hijo nació sin dedos en las manos y un pie.

La escuela de nuevo aparece en el camino

Miriam no piensa regresar con el padre de sus hijos. Piensa en divorciarse.

Tampoco quiere regresar a la montaña de Guerrero. Le gusta en Coahuila porque aquí estudian sus hijos, lo que ella siempre anheló.

“Voy a visitar a mis papás, pero ya no pienso regresar”, dice convencida. “Los voy a sacar adelante”.

Un día en su vida: “pos bien. A veces nos ponemos a limpiar. Si terminamos vemos tele un rato. Hacemos de comer”.

Sobre los matrimonios forzados, la conclusión de Miriam es de una sabiduría simple.

“A lo mejor, cuando el hombre y la mujer se quiere, pero cuando la mujer no quiere, pos no. Algunas sí quieren, pero hay una que no quieren. Como yo”.

No extraña su tierra.

Ilustración: Edgardo Barrera

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