La primera gran tragedia minera de México sucedió en el Mineral El Hondo, en Coahuila, en 1902, y representa una cuenta pendiente de la historia, de la memoria y de la justicia: 141 mineros, mexicanos y extranjeros, fallecieron. Tampoco hubo castigo para los responsables.
- 07 agosto 2023
Lo primero es la fosa común, unos túmulos de piedra sobre tierra apelmazada, delante de una chaparra y larga pared de roca volcánica, a modo de monumento, que manos anónimas levantaron después de la tragedia.
Bajo tierra los 34 cuerpos, o acaso el polvo, de quienes no pudieron ser identificados porque no llevaban consigo identificación alguna.
Los no nombre.
La mayoría, dicen las consejas de por acá, eran mineros inmigrantes, esclavos chinos y japoneses, y uno que otro mexicano que nadie reclamó ni lloró a su rescate de la mina, luego del estallido que sacudió al pueblo entero.
Lo demás es puro monte.
Ya hace un rato que estoy acá contemplando embebido el paisaje de ruinas, lo que quedó, de lo que un pasado lejano fuera el Mineral El Hondo.
Las oficinas de piedra, el almacén de piedra, el polvorín de piedra, los hornos de coque de piedra y el panteón de piedra con las tumbas de los 141 mineros muertos, la mayoría mexicanos, algunos orientales, otros gringos, en la explosión ocurrida la noche álgida del 31 de enero de 1902.
Un suceso bautizado, por los historiadores de la región Carbonífera, como la PRIMERA GRAN TRAGEDIA MINERA de COAHUILA dada su magnitud, inédita hasta entonces, porque hasta entonces no había ocurrido algo parecido desde los inicios en 1884 de la minería en esta zona.
El panteón de piedra y eso es todo.
El Hondo, surgimiento de la minería
Cuesta imaginar que este desierto cargado de mezquites, huizaches, chaparros prietos, nopales, sangre de grado y gobernadoras, era hace más de 120 años un importante fundo minero, cuesta.
Para llegar acá he debido entrar en un compacto, acompañado de un fotógrafo y un lugareño, por el ejido El Mezquite, poco antes de Sabinas, Coahuila, tomar por un hilacho de carretera 10 kilómetros desierto adentro, y luego internarme otros 10 kilómetros en una trocha enredada y polvosa.
Pero antes hemos debido pedir permiso de entrar hasta acá a la familia Morales Iribarren, la actual propietaria del rancho privado donde quedaron los restos de El Hondo, perdernos en el auto tres horas buscando la puerta de acceso al predio y otra hora a pie para encontrar el cementerio extraviado en los entresijos del páramo, donde hoy la tarde es muda.
De veras que cuesta trabajo creer que aquí, en El Hondo, fue el surgimiento de la minería del carbón en México que movió al ferrocarril, cuando el ferrocarril estaba en pleno auge.
Eran las postrimerías del siglo XlX y principios del XX, el porfiriato, la antesala de la Revolución Mexicana.
Mientras escribo esto evoco las palabras que en una ponencia dictada en un foro sobre cambio climático pronunció Cristina Auerbach Benavides, teóloga, defensora de derechos humanos de los mineros del carbón y representante de la Organización Familia Pasta de Conchos:
“Todos vemos las estampas de los revolucionarios en los vagones del tren, de las adelitas, y les aplaudimos. Esos trenes se movieron sobre estos muertos. En ningún libro de historia se les menciona, nunca, y movieron los trenes”.
Entonces los trenes eran impulsados por máquina de vapor, alimentadas con la hulla que los mineros, a costa de su vida, le arrancaban a El Hondo.
Lo habían apodado así, El Hondo, por encontrarse su carbón a grandes profundidades.
Que los trenes se movieron sobre esos muertos, recuerdo que dijo Auerbach Benavides.
Al respecto, el informe “El Carbón Rojo: aquí acaba el silencio”, realizado por la Organización Familia Pasta de Conchos, con apoyo de la Fundación Heinrich Böll - México y el Caribe, consigna que tan sólo durante la década previa al triunfo de la Revolución, murieron en Coahuila mil 453 mineros del carbón, “que parecieran no existir, que no se les honra ni cuentan en los libros de historia. Y después de la Revolución, siguieron muriendo”.
Será por eso que la historia oficial borró de sus páginas la tragedia de El Hondo, mineral que llegó a dar, con sus siete minas y tres tiros inclinados, un total de 500 toneladas diarias de carbón, a base del sacrificio de los mineros que rendían en las tripas de la mina más de 12 horas al día.
De vuelta a El Hondo camino entre la maleza crecida junto al lugareño y el fotógrafo, en busca de más vestigios.
En eso el lugareño, que ha preferido callar su nombre, nos señala los hornos de coque, una como hilera de colmenas, que en su tiempo fueron construidos con ladrillo refractario importado de Estados Unidos, para la quema del carbón que serviría a las entonces incipientes fundiciones del San Luis Potosí, Aguascalientes y Monterrey.
La cuna de la región Carbonífera
A las 6:00 de la tarde en El Hondo, hace un silencio ensordecedor.
Ni un trino de pájaro ni un canto de gallo ni un ladrido ni un murmullo de hojas mecidas por el viento caliente.
Nada.
Apenas y se puede uno figurar que acá un día vivió gente, entre cuatro mil y cinco mil personas, que la empresa Coahuila Coal Mining Co., propietaria de las minas de El Hondo, mandó traer de estados mineros como Guanajuato, Zacatecas y San Luis Potosí, para trabajar acá, cuando Sabinas, entonces nombrada Estación Sabinas, tenía tan solo 50 pobladores, pobladores que no habían mostrado interés alguno en laborar en las minas de carbón.
A la sazón la vocación de la Carbonífera era la agricultura, la ganadería, el comercio, no el carbón.
No obstante, El Hondo y San Felipe, un mineral contiguo, se habían erigido como la cuna donde naciera la Región Carbonífera de Coahuila, en 1884.
Más tarde leeré en el libro “El Hondo... una cuenta pendiente de la historia”, del cronista de Sabinas, Ramiro Flores Morales, que el gran desarrollo de esos fundos exigió muy pronto más obreros, y entre 1900 y 1908 hubo la necesidad de importar mano de obra del oriente: Japón y China.
“Hombres de tez amarilla, ojos rasgados, de carácter sereno, laboriosidad admirable y la altura ideal para desenvolverse en los túneles”, y que venían huyendo de las sangrientas luchas internas en sus países.
“El gobierno de Porfirio Díaz había hecho acuerdos con los gobiernos orientales de traer mano de obra de allá, tanto para las minas de carbón como para el Istmo de Tehuantepec, para Chiapas, todo eso se los llevaron”, relata Flores Morales.
El Informe “El Carbón Rojo: aquí acaba el silencio”, dice sobre el particular que:
“En el año 1888 se firmó el primer Tratado oficial entre México y Japón. Como consecuencia, pocos años después (1897) dio inicio un gran flujo migratorio de japoneses que querían transmigrar a Estados Unidos, pero que lo harían desde México, por lo que se crearon en Japón tres compañías dedicadas a la contratación y transportación de trabajadores japoneses”.
En solo una década llegaron a México 12 mil trabajadores, de los cuales tres mil 48 fueron destinados a las minas de carbón en Coahuila.
La Coahuila Coal Mining Co. había construido en San Felipe y El Hondo inmensas galerías que albergarían a los mineros, un hospital, tienda, oficinas generales, almacenes y las instalaciones necesarias para la explotación del carbón que alimentaría al ferrocarril y surtiría a las fundidoras del país.
Así como un ramal del tren de 20 kilómetros que unía a El Hondo, la tierra de Emilio “El Indio” Fernández, con la naciente población de Sabinas.
“En esa comunidad llegó a haber dos escuelas, juzgado local, mercado, oficina del registro civil, las infaltables cantinas, fondas, barberías, fábrica de hielo, estudios fotográficos, oficina del ferrocarril con telégrafo, una capilla, hotel de la compañía, zona de tolerancia, panteón, dos talleres de fragua y herrería”, detalla Ramiro Flores Morales, cronista de Sabinas en su libro “El Hondo... una cuenta pendiente de la historia”.
Comenzaba así la fiebre del carbón.
Las huellas de El Hondo
Hoy no queda en El Hondo ni el rastro de las casas de madera de dos piezas donde, según las crónicas, habitaron los mineros y sus familias, pienso y sigo andando, la lengua de fuera por el calor, pendiente de no topar con alguna víbora de cascabel que, nos había alertado a nuestra llegada el vaquero del rancho, por aquí abundan.
La verdad es que hasta ahora había yo oído hablar de El Hondo, antes no, descubro y me da vergüenza.
Y la verdad es que no recuerdo haber leído jamás en los libros de texto de historia o sabido por boca de algún profesor, sobre este lugar y lo que aquí pasó.
Había venido a Sabinas para realizar un reportaje sobre los pozos de carbón, y un pocero de El Mezquite me contó de un cementerio minero en las profundidades de la llanura sabinense, y por eso estoy acá.
Que se lo había confiado su abuelo, me dijo el pocero y a mí me prendió la historia.
Ni en las clases de historia regional de la universidad escuché en absoluto hablar de El Hondo, medito y vuelvo a sentir vergüenza, vaya a saber por qué.
Empero, recuerdo haberme enterado por la prensa misma de la catástrofe ocurrida en la mina La Espuelita, La Florida, 2002, que dejó 13 muertos.
Y recuerdo haber cubierto la noticia de la explosión en la mina 8 Pasta de Conchos en 2006, donde cayeron 65 carboneros que se cansaron de esperar el rescate.
La detonación del Pozo 3 de BINSA, que acabó con la vida de 14 trabajadores en 2011.
La inundación, en 2021, de la cueva Micaran de Rancherías, en la que perecieron ahogados siete hombres.
Y un año más tarde volvería a saber por las redes sociales de otra inundación: la del pozo El Pinabete, en el que aún permanecen atrapados 10 buscadores de carbón.
Los antiguos pobladores de Barroterán me habían platicado de la explosión sucedida en Minas de Guadalupe, 1969, que mató a 153 carboneros.
Una de las desgracias más cuantiosas hasta nuestros días, que fue portada en la revista Life y de la que después nadie, a no ser los deudos, se volvió a acordar.
Pero del Hondo jamás oí.
El olvido de El Hondo
Reflexiono de frente a la fosa común de El Hondo sin lápidas, cruces ni epitafios.
Luego conoceré por el libro “El Hondo... una cuenta pendiente de la historia”, de Ramiro Flores Morales, cronista de Sabinas, que al principio, aquí, en este sepulcro colectivo, hubo tablas con inscripciones orientales dedicadas a los orientales que yacieron, yacen, aquí.
“Algunos asiáticos sobrevivientes fueron quienes posteriormente colocaron las lápidas de madera”, expone Flores Morales, también miembro del Colegio Coahuilense de Investigaciones Históricas.
Pero el tiempo, que todo lo vence, se encargó de borrarlas.
Tiempo después le pregunté a Flores Morales sobre la razón del título de su libro, “El Hondo... una cuenta pendiente de la historia”, y me respondió:
“Porque nadie la había tocado, nadie había rescatado la importancia de El Hondo, su trascendencia, el cómo surtió de energético al país, por años, y nadie se había acordado”.
Más adelante advertiré que El Hondo fue, es, también una cuenta pendiente de la justicia.
Lo de la catástrofe de El Hondo, sabré más tarde por el libro “San Felipe y el Hondo cuna de la Región Carbonífera de Coahuila”, del mismo Ramiro Flores, sucedió la fría noche del 31 de enero de 1902, después que sonara la hora de la cena en el mineral y un tronido, que retumbó desde los bajos fondos de la tierra, cortó de tajo la paz del caserío.
Un año antes, coincidentemente el 31 de enero, pero de 1901, había acaecido en el tiro 5 de El Hondo la primera explosión de una mina de carbón registrada en el territorio nacional.
En aquella ocasión el saldo de la tragedia había sido de tres muertos y cinco heridos.
Exactamente un año después, a las 19 con 30 horas, sobrevino en el tiro 6 de El Hondo la PRIMERA GRAN TRAGEDIA MINERA de COAHUILA.
Tragedia que se repitió
En tanto recorro con la vista el paisaje erizado de espinos de El Hondo, imagino a las familias de los mineros que estaban de turno, llorando, gritando, rezando, reclamando; agolpadas en la oscuridad a las afueras del tiro 6, esperando con desesperación noticias de sus carboneros.
Una escena que se repetiría y se repetiría y se repetiría, en las futuras tragedias mineras de Coahuila.
“Pasta de Conchos ya había sucedido cientos de veces. Nos dejamos sorprender por una historia repetida. Evidentemente, la sociedad llegó tarde, muy tarde. Nos encontramos con una región ya devastada por un modelo extractivo mortal que data desde inicios del siglo XVlll”, leo en la memoria “El Carbón Rojo de Coahuila: aquí acaba el silencio”.
Al respecto dicha memoria revela que la OFPC ha documentado desde el año 1883, 310 eventos mortales en minas de carbón que han costado la vida a tres mil 103 trabajadores.
Con las horas se supo que 200 mineros, entre mexicanos, orientales y algunos norteamericanos, que cubrían la jornada nocturna, habían quedado atrapados en las fauces de la tierra, tras la explosión.
Entonces, dirá el cronista Ramiro Flores en sus libros, los mineros mexicanos no conocían bien a bien lo que era el metano ni su poder destructor.
“Generalmente (los mineros) extremaban cuidados por los latentes y constantes derrumbes (...), el atropellamiento de los rudimentarios carros mineros jalados por mulas (...) y la humedad permanente en los pisos, que producía tremendos dolores reumáticos, pero desconocían la fuerza destructora de eso que ellos inhalaban y que a veces les provocaba sueños y desmayos”.
Tanto que en Austria llamaban a los gases y al polvo de carbón “el vaho del diablo”.
La falta de experiencia y equipo eficiente para detectar los niveles de gas grisú, se fundieron en una mezcla mortal y la mina 6 de El Hondo... estalló.
A propósito, Ramiro Flores Morales habla de una ingeniosa tecnología traída por los chinos a El Hondo para medir el metano, en los tiempos en que no existía el metanómetro.
Consistía en dos herramientas: una jaula y un chilero.
“Metían una pequeña jaulita con un chilero a donde iban a sacar carbón y si el chilerío se moría... significaba que había gases y entonces cambiaban de lugar”.
Aquel día de la tragedia en El Hondo ningún carbonero se había atrevido a entrar a la mina para rescatar a sus compañeros, tenían miedo.
Hasta que poco a poco se conformaron las cuadrillas de salvamento con trabajadores e ingenieros de la compañía.
Para marzo se habían recuperado los cuerpos de más de 100 trabajadores.
Las labores de rescate se extenderían hasta mayo en que se conoció el balance final y fatal de la tragedia:
141 carboneros muertos en la explosión.
“Nadie se quedó adentro, nadie, nadie y eso que no tenían la maquinaria ni las herramientas ni los abanicos extractores ni las bombas, y aquí no han podido sacar ni a los del Pinabete ni a los de Pasta de Conchos...”, reprocha Ramiro Flores.
La prensa nacional y extranjera, dice don Ramiro, había difundo en sus páginas aquel suceso.
Sin embargo, en Coahuila el Periódico Oficial del Gobierno del Estado no hizo alusión alguna del hecho.
“No informó absolutamente nada, máxime cuando en esta publicación constantemente aparecían esquelas de algún personaje famoso o algún conocido del redactor”.
Entre aquellos 141 mineros muertos había al menos 23 niños, cuyas edades iban de los 10 a los 17 años, mismos que realizaban diversas labores al interior de la mina 6.
En la minería antigua del carbón era normal ocupar niños.
En los tiempos actuales los menores siguen siendo parte de la mano de obra de la región, carne de cañón de la minería.
Los restos de los mineros caídos habrían sido sepultados en el panteón del pueblo, al fondo del cual se habilitó una fosa común para inhumar a los carboneros, 34, que no fueron identificados ni reclamados, la mayoría, se piensa, de origen oriental.
“Al vivir los mineros asiáticos en condiciones muy próximas a la esclavitud no había registro oficial de sus nombres, y en la mayoría de las veces duraban varios días en el interior de la mina”, aventura Ramiro Flores.
Sobre el particular el informe “El Carbón Rojo de Coahuila: aquí acaba el silencio”, cita el extracto de un documento que obra en el Archivo General del Estado, fechado el 15 de diciembre de 1906, en Múzquiz, y que a la letra dice:
“La Jefatura Política del Norte del Distrito de Monclova informa al Juez Tercero Local de Múzquiz, con residencia en las Esperanzas, Coahuila, que el Ministro del Japón dijo que se publicó una noticia que los japoneses inmigrantes que últimamente han llegado a México procedentes de Japón para trabajar en las minas de carbón, lo hacen en condiciones insalubres, con sueldos muy pobres, mala alimentación, con vigilancia constante, siendo su estado peor que el de los esclavos, lo que motivó que se escaparan trescientos buscando refugio en los Estados Unidos, pidiendo el Ministro del Japón se investigue al respecto y se comunique el resultado a la Secretaría de Gobierno”.
Por supuesto –añade la reseña– que no hay registro de que esta situación se investigara y se comunicara el resultado, como lo solicitaba el ministro del Japón.
El abandono de El Hondo
De regreso al panteón de El Hondo, con su fosa común, me pregunto la suerte que habrán corrido las esposas, hijos, padres y mamás de los mineros fallecidos.
Lejos de ahí, en otro lugar, en otro tiempo, Flores Morales me revelará que las viudas, madres y huérfanos de los mineros, otra historia que se repetiría en los próximos 100 años, quedaron en el más absoluto de los desamparos.
La empresa Coahuila Coal Mining Co., propietaria de la mina 6 de El Hondo, había pagado solamente los ataúdes de los carboneros, y el salario correspondiente a la semana trabajada y que no superaba los 12 pesos, pero nada más.
“La empresa nos les dio nada. La empresa únicamente pagaba el ataúd, les borraba el saldo de la tienda de raya, porque les fiaba la comida, les daba boletos de ferrocarril para que se regresaran a su lugar de origen y el último beneficio era que si tenían un hijo de 10 o 12 años le daban jale... Tampoco las autoridades estatales ni municipales dieron nada. Era una tremenda injusticia”.
Fue tal el abandono del gobierno que el pueblo se organizó en una junta de beneficencia para apoyar económicamente a las viudas o madres de los mineros muertos.
“Y organizaban una corrida de toros en Múzquiz, en Sabinas para ayudar a los dolientes”.
Ninguna de las familias que sufrieron la pérdida de algún ser querido en aquel siniestro y que no contaban con lo mínimo indispensable para sobrevivir, demandó.
“¿Para qué?, si ese poderosísimo emporio dueño de las minas de El Hondo, Las Esperanzas, San Felipe, así como del Ferrocarril Internacional Mexicano, gozaba de todo el apoyo oficial. El gobierno necesitaba esas empresas para hacer realidad el proyecto de expansión ferroviaria. Así que no quería asustar a los inversionistas con presiones y demandas legales”, declara Flores Morales.
Ello, sin contar las enormes sumas de dinero que, por concepto de impuestos, recibía anualmente el gobierno de Coahuila de manos de la empresa.
Después de aquel desastre que inauguró a la Carbonífera como una zona de dolor, la mina 6 de El Hondo siguió trabajando por seis años más, hasta 1908.
“Después de la tragedia empezaron a tener problemas con el agua. El problema con las minas de carbón, aparte del gas, es el agua y en aquellos tiempos no tenían las bombas de ahora. Se fueron hacia Las Esperanzas y allá empezaron con la mina La Conquista que era la más grande y moderna. Esa sí llegó a tener africanos, chinos, japoneses, había consulado de Japón y de China, un barrio italiano en La Conquista”.
Y todavía hasta 1993 se extraía carbón de El Hondo a través de minas a cielo abierto denominadas tajos, y yacimientos de tiro vertical, mejor conocidas como pocitos.
Hoy de El Hondo, convertido en rancho ganadero y cinegético, solo queda el recuerdo de sus ruinas de piedra volcánica que brillan al atardecer, y de sus viejas minas de carbón de las que, aseguran lugareños, emergen voces, lamentos y llantos, en las oscuras noches.
Son acaso las almas de los carboneros que aún penan, quizá, en busca de justicia...