Al sufrimiento de perder a un bebé, se suma la amargura de tener que llorarlo en silencio por la falta de empatía y acompañamiento de una sociedad que instiga a olvidar y a seguir adelante como si nada hubiera sucedido. Pero en efecto sucedió y tiene nombre: muerte gestacional o fetal
- 14 octubre 2024
Estaba nublado y frío el día que Brenda, quién sabe con qué fuerzas, atravesó el corredor de maternidad con los brazos vacíos. A su alrededor otras mamás cargaban felices a sus recién nacidos. Ella en cambio, llevaba a cuestas una inmensa pena.
Cuando por fin logró recorrer aquel pasillo que le pareció eterno, salió del hospital, subió a su automóvil y estalló en un amargo llanto.
En México, cada año, se registran más de 25 mil defunciones fetales, como se le denomina a la pérdida de un bebé después de la semana 12 de gestación. En el mundo esta cifra alcanza los dos millones y se estima que el 1% de los embarazos no llega a término. En Coahuila se contabilizaron un total de 632 muertes fetales en el 2022, año del último registro hecho por el INEGI.
Estas cifras exentan las pérdidas ocurridas en los primeros tres meses del embarazo, que se catalogan como un aborto y en las que no se emite un certificado de defunción.
El bebé de Brenda vivió en su vientre durante 36 semanas en las que no hubo ningún signo de alarma. Tan solo un día antes de que el corazoncito de Daniel dejara de latir, Brenda recibió decenas de regalos y buenos deseos en su baby shower.
De pronto su primer bebé no se remolineaba como ya era costumbre, lo que empezó a preocuparle al punto de salir corriendo al hospital a mitad de la madrugada.
El 83% de los casos de muerte fetal ocurre antes del parto, mientras que el resto sucede durante el alumbramiento. Las principales causas, en embarazos avanzados, son procesos infecciosos que pueden derivar en amenazas de aborto o parto prematuro, ruptura prematura de membrana e infecciones intrauterinas.
Asimismo, algunos trastornos que pueda tener la paciente como diabetes pregestacional, patología tiroidea, presión alta, entre otros; o bien, enfermedades propias de la gestación como diabetes gestacional o preeclampsia.
Lo anterior lo detalla la ginecobstetra Ariadna Ristori, quien aclara que también pueden presentarse causas inexplicables.
Los padres de Daniel nunca sabrán cuál fue el motivo de su fallecimiento. Al no poder determinar el origen del deceso, la alternativa era una necropsia que en aquel momento rechazaron al sentir que era demasiado invasiva.
“Imaginarnos el proceso, aunque él ya no estuviera vivo, pues nos ocasionaba un dolor más”, recuerda Brenda.
Durante los siguientes días en los que estuvo hospitalizada en la Clínica No 1 del IMSS en Saltillo, fue víctima de violencia obstétrica en sus múltiples formas.
Desde la falta de información sobre el procedimiento al que sería sometida, hasta la aplicación de elevadas dosis de oxitocina que le provocarían fuertes contracciones, incluso después del parto.
“Nadie nos decía si iba a ser un parto o una cesárea (...) yo le decía (a la doctora) que quería una cesárea, pero me sentí ignorada totalmente, no me dijo ni sí se puede, ni no se puede, se dio la media vuelta y se fue”.
Al dolor por la pérdida de su hijo, se sumó la confusión y la tristeza por el trato frío y deshumanizado, así como la poca o nula empatía de la mayoría del personal sanitario.
De acuerdo con la UNICEF, para muchas mujeres la pérdida de un hijo y la atención que reciben posteriormente tiene consecuencias sobre su perspectiva de la vida y la muerte, su autoestima e incluso su propia identidad.
Una de las peores partes de aquella pesadilla, recuerda Brenda, fue haber quedado suspendida en una especie de limbo hospitalario: en la sala de partos ella no era prioridad, frente a otras 12 mamás que estaban ahí, a punto de tener a sus bebés vivos.
Tras cinco horas de contracciones sin el acompañamiento adecuado, finalmente fue llevada a la sala de expulsión, donde su hijo nació sin vida el 8 de octubre de 2019.
CÓDIGO MARIPOSA
“Tenía unos labios muy definidos, una boquita muy chiquita, muy pequeña (...) su cabello era negro, muy rizado”. Así era Daniel. En los pocos minutos que lo tuvo sobre su pecho notó además que se parecía a su papá.
“Le dije eres lo más hermoso que he visto, le di un besito en su frente y le dije amor, los milagros no existen”, recuerda Brenda con la voz entrecortada. Fue ese uno de los pocos momentos que tuvo de paz.
Lo que vino a continuación bien podría definirse como crueldad. Tras haber estado tan solo unos instantes con su hijo muerto, Brenda fue llevada a la sala de recuperación donde tuvo que sobrellevar su indecible dolor en silencio y rodeada de muchas otras mujeres con sus hijos recién nacidos.
Una enfermera específicamente le pidió que dejara de quejarse porque otras mamás con sus bebés estaban tratando de descansar. “Lo que hice fue voltearme, donde no veía ni a las mamás ni a los bebés”, recuerda amargamente.
En los hospitales públicos del país es una práctica normal confinar a las mujeres en las mismas salas de atención, sin importar si sus bebés nacieron vivos o muertos, lo que puede resultar sumamente traumático para las pacientes con pérdidas.
“Nunca se me va a olvidar, había una pareja que estaba recibiendo a su bebé, el papá acababa de entrar a conocerlo”. Una escena que para esa familia era de puro amor y ternura, para Brenda sería otro momento más de extrema tristeza que tuvo que resistir antes de poder abandonar la unidad médica.
“Es una realidad, el hospital está sobresaturado de atención, ojalá tuviéramos un área específica, pero la realidad es que a veces tienes que combinar a las pacientes porque tenemos demasiadas”, revela Ariadna Ristori, ginecobstetra de la Clínica No 1 del IMSS.
En esta unidad de salud desde el año pasado se intenta implementar el llamado Código Mariposa, una estrategia para identificar a las mamás que atraviesan un duelo perinatal con el fin de darles un trato respetuoso.
Sin embargo, no ha habido capacitación y la unidad no tiene un espacio para las mamás que tuvieron una pérdida, por lo que en cada caso se improvisa llevándolas a cuartos aislados o con pacientes de otro tipo, dependiendo la disponibilidad.
Tampoco se cuenta con distintivos especiales en forma de mariposa como plantea la estrategia del mismo nombre, con el fin de que estos casos puedan identificarse fácilmente y en los cambios de turnos el personal no cometa indiscreciones o faltas que dificulten el duelo de la madre.
“Son tres turnos en el día en enfermería, y por no leer el expediente, la enfermera de lactancia, por ejemplo, llega y pregunta dónde está su bebé”, detalla Rocío Ruiz, trabajadora social del IMSS e integrante del grupo Por amor a ti, conformado por madres que sufrieron pérdidas perinatales o neonatales.
“A lo mejor no hay presupuesto para tener un sticker, pero un postit, algo”, exige Rocío, quien a partir de su propia pérdida se especializó en modelos de intervención en familia y ahora encabeza la lucha por hacer visible esta problemática e implementar el Código Mariposa en las unidades de salud pública.
Rocío manifiesta que el primer paso es la capacitación. “Desde la persona que está en la limpieza, vigilancia, enfermería, trabajo social, médicos, todo el conjunto, la capacitación en ese acompañamiento humanizado, en la empatía”, refiere.
El año pasado los estados de Jalisco, Sonora, Veracruz y Puebla, fueron pioneros en la implementación de este proyecto, con la apertura de salas de despedida, además del destino de recursos para la atención y el acompañamiento psicológico.
En Coahuila esta estrategia llegó al Congreso del Estado como una propuesta, pero ha quedado varada tras el cambio de gobierno.
El grupo de apoyo Por amor a ti que encabeza Rocío, espera luz verde para entrar en el Hospital General de Saltillo y apoyar de manera voluntaria en la implementación del Código Mariposa.
LA LUCHA CONTRA EL SILENCIO Y LA INVISIBILIZACIÓN
Para que Brenda pudiera ver a su bebé y despedirse de él antes de ser inhumado, tuvo que armarse de valor, hablar directamente a la funeraria y pedir que la esperaran a ser dada de alta.
Su familia planeaba adelantar el funeral para que ella no estuviera presente, pensando que de esta manera la ayudarían a no sufrir más.
Yaya de García, tanatóloga del grupo de apoyo Renacer Darma, explica que se trata de un error común entre familiares y amistades de quienes sufren una pérdida, creer que lo mejor es hacer como si nada hubiera pasado.
Por el contrario, lo que los dolientes necesitan es hablar sobre sus hijos, nombrarlos, recordarlos y, por supuesto, tener un ritual de despedida.
“El duelo gestacional es muy invisibilizado, muy minimizado y muy silente”, explica Yaya tras una década de acompañar a cientos de padres y madres en esta situación.
La familia de Brenda, sin embargo, insistió en la idea de hacer como si Daniel nunca hubiera existido. Cuando ella volvió a su casa, se habían encargado de desaparecer todas las cosas que pudieran recordarle a su bebé.
“Cambiaron sábanas, cambiaron las piezas de la cama, no había nada, ni regalos, ni la cuna, ni la carriola que habíamos armado”. Los familiares escondieron incluso el expediente médico, incluyendo el certificado de defunción.
Durante meses, cuando se encontraba sola en casa, Brenda buscaba por todos los rincones los objetos que pertenecieron a su hijo, pues cuando preguntaba directamente por ellos la respuesta era el silencio.
Quienes han sufrido este tipo de pérdidas coinciden en que el dolor es aún mayor al no poder compartirlo abiertamente.
La tanatóloga explica que en cualquier duelo los recuerdos del ser amado son importantes. No obstante, en el caso de una muerte fetal no existen tales recuerdos o son muy limitados, lo que dificulta el proceso de recuperación emocional.
En el grupo Renacer Darma se alienta a los padres a darle un nombre a los bebés, en caso de que aún no lo tuvieran, así como a llevar a cabo rituales que les permitan mantenerlos presentes, recordarlos y hacerlos visibles ante los demás.
En otros países como España o Argentina, existen incluso fotógrafos especializados en duelo perinatal que brindan a los padres la oportunidad de tener una memoria que les acompañe y les ayude a sanar.
EL DUELO
“Lo más doloroso después de perder a nuestro hijo, fue darnos cuenta que el mundo sigue”, dice Brenda a más de cuatro años de su pérdida.
No tuvo mayores complicaciones para recuperarse físicamente del parto, pero en lo emocional le esperaba un largo camino para poder sentirse mejor.
Al principio ella y su esposo sufrían de pesadillas recurrentes. Además empezaron a tener problemas de pareja al no poder compartir abiertamente el dolor que los aquejaba por dentro.
Dejaron de asistir a eventos sociales y abandonaron también la vida espiritual. “No queríamos saber ni de dios, ni de nada”, confiesa ella.
Las mujeres y las parejas de mujeres que sufren la mortalidad fetal tienen índices superiores de depresión, ansiedad y otros síntomas psicológicos que pueden durar un tiempo prolongado, puntualiza el último reporte de la UNICEF sobre esta problemática de salud.
Muchas mujeres que sufren una muerte fetal tratan de evitar estar con otras personas o participar en actividades sociales, de forma que se aíslan y agravan los síntomas depresivos a corto y largo plazo, añade el organismo internacional.
Lo confirma Brenda con su experiencia y confiesa haberse negado a buscar ayuda psicológica hasta hace tan solo dos meses cuando se acercó al grupo de Renacer Darma, donde encontró consuelo y sanación al ser escuchada por otras mamás y papás que atravesaron por situaciones similares.
BEBÉ ARCOIRIS, UN CAMINO SINUOSO.
Después de la tormenta, no solamente llega la calma, en ocasiones surge en el horizonte un colorido y maravilloso arcoiris. Es el bebé que llega tras la dolorosa pérdida de un hijo, ya sea por aborto espontáneo, muerte fetal o nenotal.
Pero la tormenta no se refiere solamente al suceso de la muerte, sino a los meses y años de duelo y la enorme cantidad de sentimientos que aparecen como miedo, angustia, ansiedad, frustración, inseguridad.
En su segundo embarazo, por ejemplo, Brenda y su esposo compraron un doppler fetal, un instrumento médico que se utiliza para escuchar la frecuencia cardiaca del bebé.
Tenían una libreta donde diariamente anotaban este dato junto a otros como la presión arterial y la hora y características de los movimientos de su hijo en el vientre.
Esta no sería la única muestra de la obsesión que se apoderó de ellos durante los nueve meses de gestación de su segundo bebé.
Llevaban el control médico con tres diferentes especialistas y cualquier síntoma extraño se convertía en una urgencia con la que solían adelantar las citas antes de cumplirse cada mes.
Cuando llegaban a consulta, además, solicitaban al médico que realizara primero el monitoreo de bebé y posteriormente las preguntas de rutina.
A la preocupación de que la tragedia se repitiera, se sumó el estrés por la pandemia de COVID 19. Por lo que llegada la semana 38 de gestación, era tanta la ansiedad que junto a su ginecóloga de confianza decidieron programar una cesárea.
Brenda empezó a llorar de angustia desde un día antes de la cirugía y hasta que no escuchó el primer llanto de su hijo Dylan el 14 de noviembre de 2020.
“No sustituye el amor de Daniel y ese lugar que le tenemos en nuestro corazón, pero sí vino a hacer un cambio y el que esté con nosotros sí nos ha aliviado un poquito”, expresa ella, al tiempo que confiesa que el miedo se ha transformado en una conducta que denomina entre risas como “padres sobre amorosos”.
Ellos saben que se encuentran en el límite de la sobreprotección y actualmente asisten al grupo de apoyo Renacer con la intención de sanar y poder ser mejores padres para Dylan.
Lo que ocurre con ellos no es un caso particular, por el contrario, se trata de un problema generalizado entre los padres que sufren la pérdida de un hijo, y de acuerdo a la UNICEF los efectos psicológicos negativos pueden prolongarse a posteriores embarazos e incluso permanecer después de dar a luz a un hijo sano.
Con la experiencia que tiene dirigiendo el grupo de apoyo, y aunque cada caso es muy particular, la tanatóloga Yaya de García comenta que los padres que asisten a terapia y se dan la oportunidad de trabajar en su duelo tardan alrededor de dos años en lograr que su pérdida no les cause más sufrimiento.
Lo anterior no significa que nunca más les duela la ausencia de su ser amado, sino que pueden integrar ese dolor a sus vidas.
El principal apoyo que podemos darle a una persona que pasa por esta situación es validar su dolor y acompañarle en su duelo permitiendo que hable sobre sus sentimientos y que mantenga presente los recuerdos de su bebé sin importar el momento de su partida.