Muchos familiares, viudas, padres o madres, pasaron a mejor vida sin saber nada de los mineros que quedaron atrapados hace 18 años en Pasta de Conchos. Ahora que se dio la noticia de la ubicación de restos, surge una luz para quienes mantienen la lucha
- 01 julio 2024
Todavía doña Oralia, la madre del minero Ricardo Hernández Rocha, aún sepultado en la Mina Pasta de Conchos, pasó ocho días en cama y lo único que pedía era a su hijo.
Doña Oralia había perdido el conocimiento y la familia, presintiendo el final, le llevó a un sacerdote.
“Le dice el padre ‘¿qué pasó Lalita?, ¿cómo estás?’, y ella ‘un hijo en la 8, quiero a mijo’. Qué tristeza, es lo más feo del mundo”, cuenta Martín, el hermano de Ricardo, un atardecer que platicamos a las afueras del ejido La Sauceda, en Múzquiz, Coahuila.
A los pocos días Oralia falleció, agobiada por el recuerdo de la tragedia y la insuficiencia renal.
“Comenzó con retención de líquidos, ya no quiso hacerse la diálisis, ‘ya a mí no me toquen’, dijo y así estuvo, y así estuvo”, narra Martín.
La de doña Oralia es solo una entre las tantas y tantas historias de esposas, madres, padres, hijos y hermanos, que se murieron sin ver realizado el sueño de recuperar los restos de sus seres queridos atrapados, desde 2006, en la Mina Unidad 8 Pasta de Conchos, en San Juan de Sabinas, Coahuila.
Algo que siempre anhelaron, que siempre exigieron a las autoridades y a Grupo México, la empresa responsable del siniestro.
Mas ya no les alcanzó la vida para presenciar la noticia que el pasado 12 de junio dio el gobierno federal a las viudas y familiares de las víctimas de la tragedia de la Mina 8, sobre el hallazgo de restos humanos.
Apenas cuatro años atrás de la muerte de doña Oralia, don Carlos, el papá de Martín, afectado por la catástrofe que dejó a su hijo Ricardo y a otros 65 carboneros enterrados en las fauces de la tierra, dos de ellos rescatados durante el primer año del desastre (uno más, aparentemente rescatado el viernes pasado), habría perecido de una embolia con la esperanza de que un día le entregaran a su hijo Ricardo para depositarlo en una tumba del cementerio donde irle a rezar y a llorar.
Pero don Carlos, como tantos otros padres, se quedó en el camino de la lucha.
“A veces me preguntaba mi papá, ‘¿qué dicen’, y yo ‘no pos que ái va...’, pos que sí, que ahí iban los avances, que iban bien los avances, que en realidad pararon, pero pos ellos no sabían de eso, les tenías que mentir para que se sintieran un poquito... bien”.
Martín dice que a él la tragedia, provocada por la negligencia de la empresa Grupo México, lo dañó en todo.
“No, no pos pierdes todo hijo, pierdes todo. Ojalá que a nadie le pase”, suelta Martín, los ojos vidriosos.
DE TURNO EN TURNO
Se había acostumbrado a convivir con su hermano Ricardo durante los días y las noches que pasaban haciendo turnos en las entrañas de la tierra, y luego empleándose como albañiles, en sus ratos libres, para completar el gasto diario.
“Salíamos de la mina y veníamos a jalar acá en la obra, pos pa medio completar porque aquí la cosa está bien canija, la situación está muy difícil aquí...”, dice Martín.
Y como si no fuera suficiente, sus descansos, los fines de semana, Martín y Ricardo los dedicaban a sembrar en una pequeña labor familiar.
“Llegaba y me daba un chingazo en el hombro, ‘¿qué pasó?, ¿cómo andas?’, jugábamos, convivíamos. No había domingo que no viera a la casa”.
Desde del siniestro aquel, ocurrido la madrugada del 19 de febrero de 2006, justo cuando los obreros recién habían bajado a la mina para empezar a laborar, los tiempos alegres de los hermanos Hernández Rocha, no volverían más.
Martín, relata Karla María, una de sus hijas, pasó meses afuera de la mina, aguardando el rescate de Ricardo sin regresar ni un solo día a casa.
Cuando se cansó de esperar, que retornó a La Sauceda, estaba diferente, parecía otro.
“No era el mismo, lo vi muy, muy cambiado”, cuenta Karla ese ocaso incendiado de sol que charlamos en el portal de su vivienda.
Martín cuenta que el jueves antes de la tragedia, que hoy no se sabe si fue explosión, derrumbe o las dos cosas, Ricardo estaba contento, celebrando la graduación de una de sus hijas que había conseguido, gracias al esfuerzo de su padre minero, recibirse de ingeniera.
Ricardo que había trabajado más de 25 años en la minería, hasta su último puesto como operador de servicios en Pasta de Conchos, jamás tuvo accidentes graves.
“Se imagina cómo andaría de contento. Contentísimo de la vida. Bien sufrido y bien todo pa darles el estudio a tus hijos y luego pa que a los tres días se te acabe el gusto”, recrimina Martín.
SE FUERON SIN VER EL RESCATE
En estos 18 años que han transcurrido después del siniestro, que otra vez colmó de dolor a esa zona de sacrificio que es la Región Carbonífera, Martín ha padecido la muerte de otros seres queridos: dos hermanos suyos y su cuñada Hilda María Santos Múzquiz Rodríguez, la viuda de Ricardo.
Todos habían fallecido esperando, durante este tiempo, el rescate de Ricardo, pero además la verdad y justicia en torno a esta desgracia.
“Ahora esperemos que se nos logre lo que era imposible y más que nada que haya culpables, pos oyes vas a la 8, porque yo voy seguido, estás ahí y, ¿qué estás viendo?, a Germán Larrea, (el dueño de Grupo México), con la planta lavadora en un lado. Le quitas los centavos y le dejas los pesos, ¿qué es eso?. Quítale todo, arrímalo a cuentas, que haya una justicia ejemplar’”.
En la lista, dada a conocer por el gobierno, con los 13 nombres de los posibles primeros restos de mineros hallados en una de las galerías del yacimiento, de acuerdo con la bitácora de Grupo México que data de aquella fatal madrugada, apareció el de Ricardo Hernández, el hermano de Martín.
La autoridades informaron a los deudos de los carboneros que aparte de los restos humanos localizados al interior de la mina, se habrían encontrado también objetos de trabajo como una caja de herramientas, una bota de hule, de esas que usan los carboneros cuando hay agua, además de una lonchera, botellas de coca – cola y prendas de vestir.
Ahora lo que Martín, y algunas viudas y familiares de los caídos en Pasta de Conchos, temen es que en algún momento, como ya ha sucedido en otras ocasiones, se interrumpan los trabajos del rescate.
“Ya lo que queremos son los huesitos de ellos, recuperar algo y demostrar que, ¿hasta dónde va ahorita el hombre?, va a la luna, va y viene, que no pueda llegar a los ciento y feria de metros. Por lo pronto ya dijo la presidenta electa que le va a seguir, ojalá que sí le siga...”.
Martín intenta confiar en que, más temprano que tarde, el gobierno cumpla su promesa de entregar a los familiares los restos de los mineros, todavía atrapados en el fondo de la tierra.
“Ojalá que ya, para descansar un poco todos. Ya de perdido sabes que lo tienes”.
LA LUCHA INCANSABLE DE DON RAÚL Y TRINI
Don Raúl Villasana Valadez, el papá del minero Raúl Villasana Cantú, nunca se cansó de luchar por que algún día le dieran los restos de su hijo, otro de los 65 trabajadores muertos en el desastre de la mina Pasta de Conchos.
Hasta que, con el paso de los años, la enfermedad, producto, seguramente, de los pesares que le causaba la ausencia de su muchacho, lo doblegó.
“Sí, me encargó él mucho, ‘ái te dejo, - dice -, échale ganas y a ver si un día lo rescatas, a ver si un día te hacen el favor de que salgan los huesitos’. Ya sabíamos que eran solo huesitos”, dice doña María Trinidad Cantú Cortez, la viuda don Raúl y madre de Raúl segundo.
En 2018 don Raúl habría fallecido víctima de cáncer prostático.
Las fuerzas se le fueron acabando, narra doña Trinidad sentada en un sillón de la sala de su casa, colonia Rovirosa, en Nueva Rosita, desde que supo que su hijo Raúl había quedado enterrado, cientos de metros abajo de la mina.
“Decía él, ‘cómo le haces tú pa echarle ganas, yo no puedo’, le dije ‘ni yo tampoco, pero agarrados de la mano de Dios todo se puede’”, dice doña Trini y se cubre los labios con el dorso de la mano izquierda, como para tratar de ahogar apenas un hilito de llanto.
“No soy llorona, a lo mejor por eso él decía que yo era dura, decía ‘ay no, tú tienes un corazón muy duro’. Le dije, ‘no, no es corazón duro, es que tengo que ver por los otros que me quedan, que ellos no me miren que estoy caída, porque si me caigo yo, se caen todos’.
“’Hay más por quién vivir’, - le digo -, que eso nos dé valor y resistencia para salir adelante’. Es muy difícil cuando se han ido en un siniestro así y que dice usted ‘pos si lo vi bueno ayer y ahora ya no lo veo’, y más en las circunstancias que quedaron, que le empresa no quiso rescatarlos”, reprocha doña Trinidad.
Cuatro años después del siniestro que puso de luto a más de 65 familias de la Carbonífera, don Raúl sufrió un infarto que lo mantuvo ocho días en coma.
“Le afectó muchísimo lo de su hijo, por eso el infarto. Decía que no soportaba la ausencia de Raúl y yo le decía ‘tienes que aguantar, agárrate de la mano de Dios, - le digo - , porque no hay de otra’”.
Sucedió mientras él y doña Trini visitaban a una hija en Houston.
Un mes duró su convalecencia.
Al último don Raúl permaneció seis meses internado en el Seguro Social.
“Mucho, sí, nomás veníamos como un día o dos a la casa y patrás”.
Doña Trinidad, quien por años había participado al lado de su marido en las manifestaciones de la Organización Familia Pasta de Conchos para reclamar el rescate de su hijo y de sus compañeros, dejó de asistir a los memoriales realizados cada 19 de febrero en el antimonumento erigido en la Ciudad de México como un recordatorio de la tragedia que dejó sepultados a 65 carboneros en la Mina 8.
“Me invitaban a los memoriales a México y ya no iba, porque ya no quería dejarlo solo, yo necesitaba estar aquí con él. Si así, que yo le daba ánimos, se me decaía, se imagina usted si no me miraba él”.
En junio de hace siete años, luego de que se cumplieron tres meses de su última cirugía, don Raúl, falleció a los 71 años de edad.
“Ya vi yo que no tenía cambio cada día. Se me había decaído desde un principio, desde que pasó el siniestro se me decayó mucho. Él no quería comer, no quería hablar, haga de cuenta que se me quedó mudo. Yo le daba ánimo a él, le decía que no se me pusiera así porque luego tenía que batallar con él, como así fue. Tuve que batallar cuatro años después de que le pegó el infarto, por su enfermedad del cáncer, y luego lo dializaron, y luego entraba al seguro...”.
En ese tiempo don Raúl se había revelado contra Dios, que estaba enojado con Dios, dijo.
“Dice ‘¿por qué Dios me hizo esto?’, le digo. ‘¿cuál?’, le dije ‘no estés enojado con Dios. Usté échele ganas, Dios le va a dar licencia de soportar la ausencia de su hijo, ¿cómo?, encomendándote a él vas a salir adelante, si nos faltan fuerzas, Dios nos las da’”.
‘LA MINA SE TE VA A CAER EN LA CABEZA’
Doña Trini platica que semanas antes del siniestro Raúl, su hijo, había comentado con ella y con su padre las condiciones de inseguridad en las que operaba la mina.
“Él ya sentía como que algo iba a pasar porque decía, ‘está muy fea la mina, bien fea amá’.
Había demasiado gas y pocos arcos y ademes que sostuvieran el cielo del socavón, le confió Raúl.
“Dice mijo ‘nos van ordenando que quitemos las ademes de atrás pa seguirlas pa delante’, oye mi esposo y le dice, ‘¿cómo hijo?, por qué vas haciendo eso’, dice mijo, ‘pos te ordenan que quites de acá para meter hacia adelante, porque andan haciendo una frente larga y quieren que vayamos reforzando a donde vayamos entrando’, y le contesta su papá, ‘mira mijo, esa mina se te a venir cayendo en la cabeza’. Yo me acuerdo como si ahorita fuera que mi esposo le dijo, ‘esa mina se te va a caer, mijo, en la cabeza’”.
“Pero pos como decían ellos, ‘no podemos quejarnos porque nos regañan y nos ponen como camotes. Los que mandan ahí,- decía mijo - no hacen caso amá’, y que les decían ‘bueno, pos no quieres trabajar, vete pa tu casa a dormir’, y decía él que con madres fíjese, con malas palabras les hablaban”.
Raúl había trabajado en las minas de la región por más de 12 años sin récord de accidentes.
La madrugada del 19 de febrero de 2006 aquella profecía de don Raúl, su padre, se consumó.
La última vez que doña María Trinidad miró a Raúl, su hijo, fue la tarde que se despidió de ella antes de irse a trabajar a la mina, como era su costumbre.
“Pasaba y me decía, ‘ya me voy amá, voy al trabajo’, todos los días. Venía del trabajo y ‘ya vine amá, ya salí de allí porque tú le pediste a Chuyito que saliera y por eso salí’, Chuyito era Dios”, relata doña Trini.
La víspera del día del Padre doña María Trinidad se enteró del hallazgo de los primeros restos humanos encontrados en la Mina 8, en una zona que los carboneros llaman el descabece.
“Yo tenía sentimientos encontrados, quería llorar o alegrarme, porque pos tanto afán de buscar el rescate y luego ya cuando nos anuncian esto, dentro de mí sentía gusto.
“Jesús, uno de mis hijos, dice ‘amá, ¿vamos al panteón el Día de Padre?’, le digo ‘sí mijo, vamos’, y dijo ‘¿vas a decirle la noticia a papá?’, le digo ‘claro mijo’”.
Estuvieron como cuatro horas en el cementerio, el sol a plomo, el viento ardiente azotándoles la cara.
“Le dije a mi esposo, ‘ya mero sale, ya mero sale’”.
Hoy doña Trini, 73 años, tiene hipertensión, principios de párkinson, usa bordón y sólo espera que le alcance sus días para ver realizado su anhelo, y el de su esposo, de ver recuperados los restos de su hijo Raúl y depositarlo donde deben estar.
“Pues ái me dejó esa encomienda y tengo que, primeramente Dios, porque solamente Dios sabe hasta dónde me preste salud y vida para seguir pa delante”.
LUCHAR DESDE EL SILENCIO
La última vez que miré a doña Elizabeth Cermeño Nieto, la viuda del carbonero Juan Raúl Arteaga García cuyos restos continúan enterrados en la Mina Unidad 8 Pasta de Conchos, en San Juan de Sabinas, Coahuila, fue una tarde nublada de verano en su puesto de sodas ubicado en las inmediaciones del pueblo de Palaú, municipio de Múzquiz.
Había ido yo para entrevistarla con motivo de uno de los primeros aniversarios, no recuerdo cuál, de la tragedia acaecida hace 18 años.
Elizabeth, que me había recibido con cierto dejo de amabilidad, declinó platicar sobre cualquier cosa que tuviera que ver con su esposo Juan Raúl y la situación que entonces prevalecía en el caso de aquel desastre.
“Es que yo no doy entrevistas a la prensa”, me dijo un tanto avergonzada y nos despedimos cordialmente en la puerta de su estanquillo
Años después, seguro en otro aniversario del siniestro o cuando Grupo México anunció que sellaría la mina, no recuerdo, regresé a Palaú para buscarla y me encontré con la novedad de que Elizabeth ya había muerto.
“Un infarto, mami era diabética”, platica Valeria Arteaga Cermeño, la hija, otra tarde bochornosa en el zaguán de la casa familiar.
Elizabeth había luchado desde el silencio por el rescate de Juan Raúl y sus compañeros, pero al igual que otras viudas, padres, madres, hermanos y, acaso, hijos de los mineros, se fue para siempre sin ver madurado el fruto de su esfuerzo.
“A veces iba a las juntas en la mina y a veces no iba por su enfermedad, ella padecía de los riñones”, platica Valeria.
A Valeria y a su hermana Elizabeth les habían quedado para siempre en el recuerdo las palabras de su madre antes de morir.
“Que no nos olvidáramos, que siguiéramos en la lucha, esperar a que nos entregaran los restos de papi, y todavía estamos aquí, en la lucha, es algo que no se olvida, y pues aquí seguimos”, dice Valeria.
Valeria y Elizabeth se habían contentado con la noticia del hallazgo de los primeros restos humanos al interior de la mina, donde su padre había dejado más que la vida.
“Estamos muy contentas por eso. No está mi mamá, pero estamos nosotras, quedaron sus nietos, y estamos muy agradecidas con el señor presidente, que hasta ahorita está cumpliendo su promesa, muy, muy agradecidas, pero por otro lado es muy triste. Otra vez se vuelve a vivir la historia, aunque nunca se nos ha olvidado”.
La imagen más nítida que Valeria y su hermana Elizabeth guardan de Juan Raúl, es la de la postrera tarde invernal en que lo vieron cubrir su árbol de limón, para evitar que se helara.
“Papi tenía una mata de limón grande que daba muchos limones, ese día la estaba tapando pa que no se helara, se fue y ya no volvió...”.
Que ya se iba para el trabajo, dijo Juan Raúl, su esposa Elizabeth y sus dos hijas le dieron la bendición.
“De mi niña se despidió, le dio un beso, ella se acuerda poquito, tenía tres años”, cuenta Valeria.
Juan Raúl había dedicado buena parte de su vida a trabajar en las minas, pero al parecer, cuenta Valeria, las minas no lo querían.
“Porque cada que entraba a una mina se accidentaba. Tuvo muchos accidentes en las minas”.
Dos veces se quebró una pierna trabajando en Pasta de Conchos.
“También que los dedos. Le decíamos que la mina no lo quería, que no era pa que trabajara en la mina. Dos accidentes y desgraciadamente la tercera pues... ahí quedó”.
Valeria tenía 18 años cuando la catástrofe en la Mina 8, Elizabeth 17.
Los hijos de Valeria preguntan por su abuelo.
“Dice mi niño, ‘papi tuvo una muerte muy fea’, le digo ‘sí mijo, desgraciadamente sí, tuvo una muerte muy fea’, dice ‘¿sufrieron mucho?’, le digo ‘sí, sufrieron mucho’, y pos con la impotencia porque no pudieron hacer nada, pero todo se lo dejamos a Dios, Dios sabe porqué hace las cosas. Hay que darle pa delante, seguir adelante”.
Cuando le pido a Valeria que me cuente de su mamá, un detalle, un retazo de su vida, dice simplemente que fue feliz con Juan Raúl.
“Mami era feliz, lo quería mucho a papi”.
LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
Elizabeth Castillo Rábago, la viuda del minero Gil Rico Montelongo, platica que 18 años después de la tragedia en Pasta de Conchos, no han pasado en balde para ella.
Con el tiempo a Elizabeth le han venido enfermedades que antes no tenía: diabetes, hipertensión y sus derivados.
Sus tres hijos, que en la época del siniestro eran unos niños, ya han crecido y se han ido de casa para hacer sus vidas.
“Ya estoy sola, aquí chochando”, se ríe resignada.
Y hace ya unos años que su suegra, doña Sara Montelongo Cabrera, la mamá de Gil, murió esperando, contra toda esperanza, el rescate de los restos de su hijo.
Elizabeth fue, junto con otras viudas, una de las principales impulsoras del llamado “Rescate Independiente”, cuando en 2007 la empresa Grupo México decidió parar los trabajos de recuperación de los 63 mineros, aún atrapados en la Unidad 8.
“Nunca pasó ninguna novedad buena, todo el tiempo nomás de que nos iban a cerrar la mina, puras malas noticias. De perdido ya vemos una luz al final del túnel”, dice.
La luz que su suegra doña Sara, como otros tantos familiares de mineros que se adelantaron en el camino, no pudo ver.
“Bastantes, se nos han adelantado bastantes”, dice.
Doña Sara había fallecido víctima de un infarto en 2011, cinco años después del desastre aquel.
“Murió con la ilusión de que sacaran a su hijo”, narra Elizabeth.
Entonces la vida de doña Sara, que veía en el rostro de sus nietos el retrato vivo de Gil, se había tornado en un eterno llanto.
“Ella cada vez que veía a mis hijos era de llorar, yo por eso trataba de no ir a su casa y nomás mandaba a uno de los niños, luego a otro y así porque no me gustaba que ella llorara. Como todo el tiempo mi esposo nos llevaba con ella me imagino que a ella se le hacía muy triste ver que llegábamos solos”.
Andando los días las enfermedades de doña Sara la vencieron poco a poco, hasta que su corazón, que ya había cargado con penas bastantes, se detuvo para siempre.
“Cada día la enfermedad la fue acabando de a poco”, relata Elizabeth.
Don Agustín Jaime Rico Guerra, el suegro de Elizabeth, se había quedado solo con la pesada cruz que significaba llevar a cuestas la falta de Gil.
“Y todavía el señor les dice a mis cuñadas ‘denle ánimos a Bety’. Yo estoy agradecida porque ellos están atrás de mí, a mis hijos les dan consejos, que no se vayan por el mal camino...”.
Seguido Elizabeth habla por teléfono con las hermanas de Gil, sus cuñadas, que ái va el rescate, que ya mero.
“La mayor se pone muy nostálgica le digo ‘ay cuñada, por eso no me dan ganas de hablarte’, dice ‘no, tú háblame’, le digo ‘ay no, me da cosa’, y nos agarramos las dos por el teléfono a llore y llore y dice ‘fíjate, cómo mamá se fue con esa ilusión’. Mis hijos se han estado enterando de lo del rescate y también comienzan a llore y llore y yo no puedo dejar de llorar con ellos”.
Ahora Bety se está acordando de la madrugada de mediados de 2010 cuando la Policía Estatal, por órdenes del gobierno de Coahuila, confabulado con Grupo México, expulsó de la mina a las viudas que estaban a la cabeza del “Rescate independiente”.
“A las 2:10 de la mañana teníamos invadida la mina de puros estatales. Los 50 trabajadores que habíamos contratado ya estaban a punto de llegar a rescatar los primeros restos, porque los vieron, ellos también los vieron. No me acuerdo en qué socavón, y la empresa y el gobierno, porque se prestó el gobierno, nos clausuraron”.
Otra madrugada, la del día que les darían la noticia sobre el hallazgo de los primeros restos humanos en el interior de la mina, ella soñó con Gil, que lo miraba con una barba muy crecida.
“Bien barbón y que yo le preguntaba, ‘¿dónde estabas?’, y él no me contestaba, en eso desperté asustada y volteé pa todos lados. Después que nos informaron lo de los restos dije ‘ay Dios mío dame una señal, si es el mío pos qué barbaridad’, dije ‘Dios mío que en ese grupito esté el mío y yo como quiera voy a seguir apoyando a mis compañeras, hasta que saquen el último resto’”.
En eso un ingeniero le avisó que en la lista, con los nombres de los probables mineros localizados, no iba el de su marido.
“Dice ‘es más probable que esté en la otra lumbrera’’, Me resigné, a la vez me agüité, pero dije ‘les voy a dar ánimos a mis compañeras’”.
Y Elizabeth se acordó del sueño que había tenido horas antes.
“Que mi esposo traía una barba así, grandota la barba y que yo le decía ‘ay, ¿en dónde estuviste?, ¿en dónde te resguardaste?’”.
FALTA TIEMPO
Elvira Martínez Espinoza, integrante de la Organización Familia Pasta de Conchos y viuda del carbonero Jorge Bladimir Muñoz Delgado, advierte que la recuperación de todos los restos en la mina Pasta de Conchos podría superar en tiempo el sexenio de la virtual presidenta de México, Claudia Sheinbaum.
Lo anterior debido a que los cinco puntos fijados por la Comisión Federal de Electricidad para la búsqueda de los mineros, y que están basados en las bitácoras de la empresa Grupo México, no contemplan el yacimiento en su totalidad.
“Ellos nada más pusieron puntos estratégicos, por ejemplo, ese lugar, el descabece, la bitácora dice que ahí hay 13... Pero qué pasa en el cañón oriente uno, en todo el trayecto... Ahora, ellos dicen que hay 13 en ese lugar, pero puede haber más o puede haber menos porque ellos se movían, no estaban siempre en un lugar fijo. Por ejemplo, mi esposo no tenía lugar fijo, a mi esposo lo van a tener que buscar en toda la mina, si no dónde lo van a encontrar. No tenían lugar fijo de trabajo. Qué pasa con los demás espacios de la mina, tienes que ir abriendo camino para ir llegando”.
Aclara que no es posible precisar la fecha exacta en la que los restos descubiertos sean extraídos del interior de la mina y entregados a sus familiares.
“Hay trabajo por hacer en el interior, porque así como los encontraron, ahí los dejaron. Fue un área que recién abrieron, entonces hay que hacerla segura para que entre la Fiscalía, la Comisión Nacional de Búsqueda, Comisión Federal de Electricidad y la Cuadrilla de Rescate y Seguridad”.
El viernes 28 de junio, familias de Pasta de Conchos informaron que se habían extraído los restos de lo que se supone es el cuerpo de un minero. Sin embargo, ninguna autoridad había informado o confirmado oficialmente el hallazgo.
GRUPO MÉXICO SIEMPRE HA MENTIDO
Por su parte Cristina Auerbach Benavides, teóloga, defensora de derechos humanos de los mineros del carbón y representante de la Organización Familia Pasta de Conchos: señala que con las fotografías que han mostrado las autoridades sobre los hallazgos, no se puede afirmar nada concreto en torno a los restos, excepto eso, que hay restos.
“Nada más. Ni cuántos había, que eso me parece a mí muy irresponsable, que estén manejando cifras y mucho menos esa lista de nombres, por Dios. Yo te pido que no hagas eco de eso, porque está tomado de bitácoras de Grupo México, pero Grupo México siempre ha mentido, entonces por qué le vamos a creer ahorita que había 13”.
Declara que es necesario esperar a que se recuperen los restos que se localizaron en ese galería de la mina, para entonces saber a cuántas personas corresponden y una vez que se hagan los estudios de ADN conocer a qué familias pertenecen y la identidad del minero.
“Esperemos, o sea paciencia, paciencia. Yo sé que todos estamos desesperados y con ganas de que esto avance”.
Y subrayó que hasta el momento no se tiene un cálculo de cuánto días o semanas tardará la recuperación de esos primeros restos.
“Depende de que CFE se ponga las pilas, pero también de la cantidad de escombro que hay ahí, que deben de ser toneladas de escombro, de carbón y de polvo de carbón. No es que se haya caído un techito ahí, hay caídos, escombro, no sé cuánto escombro hay”.
UN CLAMOR NUNCA ESCUCHADO
Cuestionado sobre las razones por las cuales los gobiernos anteriores no llevaron a cabo el rescate desde el principio, Carlos Gerardo Rodríguez Rivera, ex jesuita, fundador del Centro de Reflexión y Acción laboral, defensor de trabajadores, asesor sindical y defensor de derechos humanos laborales, declara que en el caso del ex presidente Vicente Fox fue un gobierno de empresarios para empresarios, que trató de exculpar la responsabilidad de Germán Larrea, sin escuchar el clamor de los hijos, de las mamás, de los hermanos y de las esposas de los trabajadores.
Lejos de actuar como en Chile, donde de inmediato todas las fuerzas se sumaron para rescatar a los mineros.
El ahora cristiano comprometido, que durante ocho años acompañó la causa de las familias de los mineros de Pasta de Conchos, habla del ambiente que ha desencadenado en la Carbonífera el hallazgo de los restos.
“Esta situación actualiza muchas de las emociones y sentimientos profundos de esta gente. La zozobra ante lo que pasaba con su ser querido, luego el estremecimiento de la noticia, luego la incertidumbre por el paso de las horas, luego la grandísima frustración, ira y enojo al saber que Grupo México ya no iba a continuar con la recuperación.
“Otra dimensión de la tragedia son los hijos e hijas que siendo pequeños, apenas dándose cuenta, hoy están viviendo de manera muy dolorosa todos los sentimientos que de niños ni alcanzaron a percatarse”.
Apunta que por eso el procedimiento de recuperación y entrega de los restos a los familiares, debe ser sumamente cuidadoso.
“Debe haber una restitución digan, el manejo de la información debe ser sumamente delicado, hasta ahorita ha sido un manejo bastante desafortunado”.