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Sobrevivió a la tortura en prisión, se hizo abogado y hoy pelea por su justicia

Eduardo pasó 19 años en presidio donde sufrió varios episodios de torturas. Con el tiempo se convirtió en abogado y dentro de los penales empezó a trabajar para zafarse de los delitos y redactar sus denuncias por tortura. Hace cinco años salió libre, sin haber recibido sentencia. Ahora busca justicia y le reparen el daño.

  • 10 marzo 2025

Eduardo dejó de contar al tablazo 75, 75 tablazos, justo cuando sintió que estaba defecando, y entonces el director de la prisión dejó de pegarle.

75 tablazos contó Eduardo Vargas Solís, 47 años. Tiempo después se daría cuenta de que era poseedor de una gran capacidad para hacer números y retener en su cerebro fechas, horas, nombres, artículos de leyes, pasajes de libros, todo.

Eduardo había abandonado el secundario apenas cursaba el primer grado porque no le gustaba la escuela, pensaba que no era lo de él, que no era su fuerte, que no era bueno para eso.

Ahora, convertido en un abogado penalista, con posgrado en amparo, dice que si antes hubiera sabido de sus habilidades intelectuales, de su avispada memoria, tal vez no le hubiera pasado lo que le pasó.

A la sazón, Eduardo tenía 12 años y sentía que Hidalgo, Coahuila, su pueblo, un poblacho sereno y civilizado, pero de casas bajas y calles angostas como venas, le venía chico.

Tanto que cuando le pregunto en qué parte del mundo cayó cuando vino al mundo, ni siquiera se molesta en decir pueblo, ni rancho, dice llanamente: en un “pedacito” que se llama Hidalgo.

En la novela de su infancia no hay capítulos tremebundos: un padre, una madre, dos hermanos mayores, Eduardo, el más chico, en el rancho, ayudando a su papá a sembrar maíz, frijol, sandía, melón; Eduardo en el rancho ayudando a su padre a cortar sandía, maíz, melón, frijol, a amarrar el caballo; Eduardo yéndose de cacería, a pescar, a nadar al Río Bravo, con sus socios de aventuras.

***

Por aquellos días Hidalgo, que nunca fue tierra apta para turistas ni nada por el estilo, se llenaba de migrantes venidos de todas partes, ansiosos de alcanzar por aquí su sueño americano.

La gente de Hidalgo, gente campirana, había comenzado a especializarse en el oficio ese de brincar por el Bravo a soñadores sin carnet.

Un rubro, el del tráfico humano, que, desde luego, no está incluido en los censos económicos de Hidalgo ni de ningún lado, pero que igual deja plata.

Así empezaban todos en Hidalgo, dice Eduardo, y así empezó él, brincando gente por el Bravo, tan pronto se hizo chaval.

A la edad en que se es púber, Eduardo ya era independiente, había encontrado la receta fácil de cómo llenarse los bolsillos de dinero y se fue de casa.

Como que el pueblo, dice, le quedaba chiquito, como que estaban muy adelantados sus pensamientos para ese pueblito, como que él estaba muy avanzado a la época y al lugar.

Eduardo ocupaba un lugar grande.

“Ocupaba estudio, escuela, porque mi inteligencia la usaba mal, pa lo malo”, me cuenta Eduardo una mañana nubosa y fría que platicamos en la cocina de la vieja casa saltillense de una conocida amiga suya, dos cafés, con galletas, de por medio.

$!Eduardo Vargas pasó 19 años en prisión, donde asegura fue torturado. Ahora busca obtener justicia y la reparación del daño.

Y esa inteligencia fue lo que perdió, dice.

Eduardo, se había ido a rodar, al fin monedita de la calle, por su pequeño mundo: Piedras, Nava, Laredo, Ciudad Acuña.

Aquí noto que Eduardo zafa de contarme ese tramo de su pasado, no me lo dice, pero yo lo intuyo y renuncio a insistir.

Lo único que me suelta es que lo agarraron, después de que él y un amigo suyo robaron una camioneta de valores.

El asalto fue dentro de una tienda departamental a plena luz.

Eduardo y su amigo irrumpieron contra los clientes, pusieron a todos de panza contra el piso, incluidos a los guardianes de la camioneta, y cargaron con el dinero.

Más tarde los tiras lo pillaron en una casa de Piedras Negras y se lo llevaron a encerrar al penal de aquella frontera.

Era el 3 de septiembre de 2001.

Ya estando entambado las autoridades le colgaron un secuestro, una muerte y una condena de 83 años.

Eduardo escupe fechas, horas, hechos, nombres, con una memoria que no descubrió cuando pasó por la primaria.

El 7 de diciembre de 2002 lo trasladaron a la cárcel de Monclova.

Ahí, dice, comenzaría su larga historia de tortura.

***

Lo del tablazo número 75 le pasó en uno de los tantos penales que Eduardo conoció durante su vida carcelaria de 19 años: el de Torreón.

Me cuenta Eduardo, entre sorbo y sorbo de café, pero no se quiebra.

Eduardo había llegado a Torreón trasladado del Centro de Reinserción Social Varonil de Saltillo, recomendado por su otrora director, Miguel Ángel Rosales Saucedo, como un “reo de tortura”.

Eduardo, que ya era abogado, había denunciado a Rosales penalmente por haberle quemado las manos con un soplete que se fabrica, ahora sé, empleando un bote de desodorante de aerosol y un encendedor.

“Tú estás echando desodorante y le metes un encendedor, ahí hace fuego. Eso quema. Era lo que se utilizaba en esos años”, dice Jackie Campbell, defensora de derechos humanos de las personas privadas de la libertad.

Revisando la respuesta a una solicitud de información enviada a la Fiscalía General del Estado, (folio 050096900057924), me entero de que de 2019 a la fecha se han abierto nueve carpetas de investigación por probable delito de tortura cometida por personal penitenciario del estado, en contra de internos.

De esas nueve averiguaciones, siete se judicializaron, pero no por tortura, sino por abuso violento de autoridad, un delito considerado menor.

Sólo en dos de esos casos judicializados ha habido sentencia condenatoria.

“Hasta el momento no se ha logrado la judicialización de algún caso por delito de tortura, por no haberse acreditado la comisión”, leo en una tarjeta informativa que me envió la FGE.

“Las personas sentenciadas no están sentenciadas por el delito de tortura, están sentenciadas por otro delito”, me aclara una tarde en su oficina, Ariana Dordelly Hernández, la fiscal especializada en la investigación del delito de tortura y otros tratos o penas crueles, inhumaos o degradantes.

Nada más llegó, que lo bajaron de la van donde venía trasladado del Cereso de Saltillo, el director de la penitenciaría de Torreón, un señor Jesús Francisco Estrada Picena, le dio la recepción con una ceremonia que incluía en su guion insultos, amenazas y golpes con una tabla.

Un piquete de policías, herrados con las insignias del Grupo de Armas y Tácticas Especiales, (GATE), lo condujo esposado, por entre los pasillos y patios de la añosa cárcel, hasta una mazmorra.

“Vino el director hasta la reja y me preguntó, ‘¿tú eres el Harry?’, le dije que sí, y dijo ‘ahorita vas a ver’”.

“El Harry”, era el apodo con el que a Eduardo lo habían bautizado en las prisiones por sus espejuelos y su parecido con el del joven aprendiz de magia y hechicería en la saga fantástica.

Eduardo caminó entonces, guiado por la escolta de gates, hasta el área conyugal del reclusorio, una suerte de pieza holgada y maloliente.

Lo tenían hincado cuando apareció el director Estrada Picena y vomitó sobre su cabeza un discurso que a él le sonó como una sentencia.

“Me dice, ´¿que tú eres abogado?’, le digo, ‘sí soy abogado’, y me dijo ‘pos aquí no vas a andar haciendo demandas, porque aquí la mera verga soy yo. Aquí no me vas a alborotar a la gente’”.

Y comenzó la tortura: lo derribaron al suelo, boca abajo y lo pusieron en forma de cruz. El director, Estrada Picena, cargaba una tabla y le empezó a atizar en las nalgas.

$!Una y otra vez, Eduardo tuvo que tragarse el orgullo y aguantar la violencia, pero ahora está decidido a alzar la voz.

***

“En el caso particular de Eduardo estamos hablando de nalgas tronadas y de yo haber visto lo rojo en su cuerpo. En ese entonces yo entraba como observadora de tortura, y entraba con cámara y regla para medir la longitud de las heridas...”, dice Jackie Campbell, también especialista en tanatología forense.

La tabla, que Eduardo pinta como un remo, fue popularizada en la peor época de la violencia por los zetas y otros grupos de la delincuencia organizada. ‘Tablear’, decían.

“Estrada Picena me dio unos 15 tablazos, pero machín”, platica Eduardo y se estremece, como a quien le ha quedado clavado en la memoria, y en la piel, el recuerdo indeleble del dolor.

“Ya que estuve encerrado en la celda se arrimó y dijo “¿quién te golpeó?”, no le contesté y me decía ‘mírame, ¿quién te golpeó?”. Me quedé en silencio y “dijo aquí nadie te golpeó, aquí nadie te hizo nada, ¿está claro?” y asentí con la cabeza. Y todos los días iba a la celda donde me encontraba, y me decía ‘date la vuelta’, para que le enseñara lo que me había hecho”.

Dijo Eduardo en su denuncia presentada ante la Fiscalía Especializada en la Investigación del Delito de Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes, en Piedras Negras.

El director, asegura Eduardo, se había hecho acompañar de un grupo de internos que se hacía llamar Los Ponientes, célula del cártel de Sinaloa, que en Torreón se dedicó a exterminar zetas.

Terminada la sesión de tortura el jefe del penal mandó a Los Ponientes que llevaran a Eduardo al módulo 22, el área de castigo de la penitenciaría, y a la que Eduardo describe como:

“Una celda y un chingo de cabrones, una cobija... Era un módulo donde estaban puros zetas, ahí los tenían guardados, apartados de todos”.

Y yo me pregunto si eso es ya de por sí un acto de tortura.

Sucedió el 24 de septiembre de 2014.

***

Dordelly Hernández, la fiscal responsable de investigar el delito de tortura en el estado, me explica que se dice probable delito de tortura, “porque muchas veces no encuadra el delito, entonces se reclasifica el mismo, y normalmente da para abusos violentos por parte de la autoridad, que ese es otro delito”.

El detalle, veo en la Ley para Prevenir y Sancionar la Tortura en Coahuila, es que mientras la tortura se castiga con 10 a 20 años o más de prisión, multa de 200 a 500 días y destitución del cargo e inhabilitación para desempeñar cualquier otro en el servicio público, en el Código Penal del Estado el abuso violento de autoridad tiene una pena de seis años y de 200 a 500 días de multa.

“La diferencia se marca en que es menor, por así decirlo. No nos gusta emplear esa palabra, o sea que sea como menor, porque a final de cuentas existe una víctima”.

Al siguiente día se presentaron los del Poniente, sacaron a Eduardo de la celda al pasillo, “eh, sales güey”, ordenaron a los demás presos que se pusieran de espalda, contra la pared, y comenzaron a golpearlo todos en bola.

$!La bolsa en la cabeza es una forma de tortura común, una de muchas que sufrió Eduardo.

“Patadas y golpes con el puño. No sé cuántos eran”, narra Eduardo.

Cuando llegó el director Estrada Picena a Eduardo ya lo tenían desnudo, boca abajo, como un cristo crucificado, pero sin cruz ni corona.

Estrada Picena lo volvió a tablear en la espalda y en las nalgas, asegura.

“Yo dejé de contar al tablazo 75, te imaginas. Imagínate 75, así, tablazos”.

Al tablazo 75 Eduardo se cagó, y eso lo libró momentáneamente de la tortura.

Ya solo esperaba la orden de que lo mataran. Pensó que lo iban a matar.

A mitad de la charla Eduardo me enseña en su móvil las fotografías de su espalda baja y de sus nalgas, salpicadas con las manchas negras de los cardenales que le dejaron los azotes.

“Me reventó, tenía la espalda toda negra, las piernas”.

Eduardo dice que casi todas las torturas que pasó en las cárceles donde estuvo, se curó solo, sin la ayuda de un médico ni medicamentos.

“La víctima tiene derecho, todas las personas privadas de su libertad, de poder quejarse de posibles tratos inhumanos, crueles dentro del centro penitenciario. Tenemos muy buena relación con los centros penitenciarios. Ellos participan para que nosotros podamos tener acceso a las víctimas, para poder nosotros ingresar a realzar todas las investigaciones necesarias y poder esclarecer las quejas...”, dice Ariana Dordelly, la encargada de investigar el delito de tortura en Coahuila.

***

Eduardo no se explica por qué la autoridad nunca fue para verlo, tras los llamados de auxilio que lanzó en sus demandas.

Sobre todo porque el artículo 16, de la Ley para Prevenir y Sancionar la Tortura en Coahuila, dice que “es obligación del estado investigar con prontitud e imparcialidad todo acto de tortura del que se tenga conocimiento por cualquier medio. Toda persona que alegue haber sido sometida a tortura, tendrá derecho a presentar una denuncia y a que su caso sea pronta e imparcialmente investigado por la autoridad competente”.

Dordelly Hernández dirá que, en el caso de los penales, la Fiscalía a su cargo trabaja a partir de las denuncias que se presentan ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos sobre malos tratos en contra de internos; o de las quejas que interponen directamente los abogados de las víctimas en la FGE.

“La víctima normalmente levanta su queja ante Derechos Humanos y Derechos Humanos nos da vista a nosotros para poder iniciar una investigación. Entonces nosotros ya buscamos a la víctima para ser atendida...”.

Eduardo siguió el camino de interponer su queja en la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila. Pero nunca avanzó.

Leo en el artículo 10, inciso i de la Ley para Prevenir y Sancionar la Tortura en el Estado, que las autoridades responsables de combatir la tortura están obligadas a examinar periódicamente el trato de las personas privadas de su libertad en lugares de detención, con el propósito de fortalecer, si fuera necesario, su protección contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes”.

$!Eduardo Vargas desfiló por varias cárceles estatales y federales, pero fue en las de Coahuila donde sufrió torturas.

Sin embargo, testimonios de familiares de internos del Cereso Varonil de Saltillo recabados por Semanario, sostienen que cada vez que la CDHEC entra en visita de inspección, las personas prefieren callar por miedo a ser castigados, y Eduardo sabe bien de eso.

En su contestación a un requerimiento de estadísticas sobre casos de tortura, (folio 050309600012424), la Comisión de Derechos Humanos de Coahuila, dice que de 2016 a la fecha recibió 19 quejas de personas privadas de su libertad por delitos de lesiones y amenazas.

Las autoridades señaladas en estos casos son elementos pertenecientes a la Dirección de Reinserción Social y servidores públicos de la Unidad del Sistema Estatal Penitenciario.

De esas denuncias sólo una fue por tortura y no se acreditaron los hechos reclamados.

***

La tortura aquella de Estrada Picena con la tabla, 75 tablazos, dejaría a Eduardo con daños permanentes en la columna y las piernas.

“Tengo un pie más largo que el otro, tengo la cadera desviada. Los leñazos que me dio Estrada Picena...”.

Eduardo recuerda súbitamente un detalle que lo salvó de aquella paliza: fue la llegada imprevista de Jackie Campbell, defensora de derechos humanos de las personas privadas de la libertad, quien se ha ocupado por años de documentar los casos de tortura en las cárceles de distintas ciudades del país.

Estrada Picena se enteró vía radio.

De inmediato mandó que levantaran a Eduardo del piso, lo llevaran a bañar y le dieran ropa.

Al poco rato Eduardo era escoltado por un custodio rumbo a los locutorios de la prisión.

Le pregunto a Eduardo que cómo se siente ir caminando por propio pie, después de haber recibido 75 tablazos.

Dice que es como si el cuerpo te hirviera, como si te estuviera hirviendo.

Esa vez, como en otras, Campbell había buscado a Eduardo, quien de tanto encierro se volvió un lector voraz y sin horario, para llevarle sagas policíacas.

“Libros gigantes de literatura, pero el más grueso. No tenía llenadera para leer. Se leía y se leía todo, todo, todo”, cuenta Campbell.

Más adelante Eduardo me contará que durante las casi dos décadas que permaneció tras las rejas, en diferentes penales, incluso del país, gustaba de matar el tiempo, que en las prisiones escurre como las gotas de una llave que gotea, con pesados volúmenes de libros y pateando el balón de vez en vez.

Dos meses después de la tortura, a Eduardo lo treparon a una avioneta del estado y lo aterrizaron en el Cefereso 11, de Hermosillo, Sonora.

“Todavía no me curaba, no me querían recibir en Hermosillo. Yo tenía unas cascarotas en las nalgas así... No me podía mover porque se me hacía como una llaguita y sangraba, pero bien gacho. Al final de cuentas me dejaron ahí, pero nunca denunció el penal de Hermosillo y debió de haber denunciado”.

En cambio, las autoridades de la prisión lo echaron a un área llamada Conductas Especiales, donde lo tenían en completo aislamiento.

“Era una celda como si estuviera blindado, con una cámara... Nunca me dejaron salir de ahí”.

Hasta el día que lo mudaron a la cárcel de Gómez Palacio.

$!Jackie Campbell ha recorrido penales en Coahuila para documentar y denunciar los abusos y torturas que sufren los prisioneros.

***

A Jackie Campbell la había conocido después del sonado motín que estremeció al reclusorio de Monclova, a mediados de 2005.

Por esos días el entonces obispo de Saltillo, Raúl Vera López, visitó la cárcel para celebrar una misa.

Después de la bendición final, Eduardo se acercó al prelado para denunciar la tortura que estaban viviendo él y sus compañeros internos, a manos del director Mario Alberto Núñez Garza y su partida de custodios.

“Pasó el motín y estaban buscando a los responsables y los internos, por tal de que ya no les pegaran, decían que no tenían que ver y le echaban la culpa a otro, y luego el otro hacía lo mismo, a otro, y a otro y así se iba la cadenita. Decían ‘no, el que andaba era fulano, al que vi yo fue a zutano’, para que ya no le pegaran más. Ingresó el Ejército, a mí me pegaron un buen. Ya no me podía levantar, estaba tirado. Iban y me pagaban porque pensaban que era broma que no me podía levantar y pos ya decían, ‘no, a ese ya déjalo’”.

Días más tarde sería el encuentro de Eduardo y Jackie, que había ido al penal enviada por Monseñor Vera para mirar de cerca la situación.

“La policía estatal y los custodios estuvieron torturando a muchas personas. El obispo Raúl Vera fue y miró cómo estaba toda la gente con las manos quebradas. Jackie y él fueron testigos...”, relata Eduardo.

“El tema era la comida. Era comida en carrito. Tú llegas con tu platito, aunque fuera un recipiente de yogur o plato, incluso la manita, y ahí te servían lo que había. Y lo que había lo sacaban de la parte de abajo, caldoso, casi siempre para que rindiera la mierda de comida que les daban, pero el carrito estaba atestado de cucarachas. Entonces estos ya estaban fastidiados”, me cuenta en otro tiempo, en otro lugar la activista Jackie Campbell.

El operativo de tortura consistía en que la patrulla de custodios y policías estatales invadían los pasillos de la cárcel, abrían las puertas de las celdas y señalaban al azar a los presos para que salieran, “sal tú para acá”.

Una vez fuera, los esposaban por la espalda y los golpeaban, a tolete y puntapiés, en las costillas, en la espalda.

Se cuidaban los verdugos de no estropearles la cara, tal y como dictan los cánones no escritos de la tortura.

“Hasta quedar sin moverme. me gritaban ‘párate’, y yo les decía ‘no puedo...’”.

***

Eduardo había quemado ya cuatro años de su vida en la penitenciaría de Monclova.

El único recuerdo que le quedaba de Hidalgo, su pedacito de mundo, era su madre, quien lo visitó por años en la prisión, hasta que murió.

El anuncio de su muerte le llegó a Eduardo en sueños una madrugada.

Eduardo se había despertado de golpe, pensando en ella.

“Y en la mañana que hablé a mi casa, me dijeron. Estaba el velorio de mi mamá cuando llamé. Una semana antes le dije, ‘eh amá ya voy a salir, no te me vayas a morir’, y me dijo, ‘no, te voy a espera’. A la semana ya estaba muerta”.

$!Después de pasar años estudiando las leyes, Eduardo pudo salir absuelto de prisión

***

Lo que Eduardo no puede entender, después de casi 19 años de presidio, es cómo estando encerrado participó en el secuestro de una persona y cómo, estando encerrado, hizo de alcahuete en un homicidio calificado con alevosía, en contra de otra.

Al menos eso es lo que dijeron las autoridades.

Eduardo dice que robó un camión de valores y eso es todo.

“Sí es cierto, yo robé...”, confiesa.

Por esos delitos que las autoridades le habían montado, fue condenado a pasar 83 años en prisión.

“Eduardo era uno de los... como dos o tres que tenían más de un expediente. Él siempre me dijo ‘fui culpable de uno’. Yo nunca preguntaba, me dijo ‘yo soy culpable de uno, pero me están metiendo la mula de otros y me sembraron delitos’”, me platica Jackie Campbell.

Los delitos se habían guiado a la vieja usanza de la investigación policial: un grupo de extraños a los que Eduardo en su vida había visto, son obligados a declarar en su contra.

A los extraños, que después declararon no conocer a Eduardo y ser inocentes, los habrían hecho firmar en legajos de hojas en blanco.

Uno de los principales inculpados, que más tarde sería liberado por falta de pruebas, es Alejandro Rico Vega, un muchacho al que Eduardo conoció hasta que estuvo en prisión.

“Dice que él ni siquiera dijo nada, nomás firmó hojas en blanco, dice, ‘no sé qué le pusieron’, es la declaración esa en la que me inculpan a mí, pero dice que él tampoco fue... Le dijo al juez que él no reconocía su declaración porque había sido torturado.

“En la última audiencia le dijo al juez ‘es que yo a él ni lo conozco’, y está en el expediente, ‘yo nunca dije eso, a mí nomás me dieron hojas a firmar’. Y aun así el juez me condenó”, dice Eduardo.

Mientras escribo esta historia leo en el artículo 17 de la Ley para Prevenir y Sancionar la Tortura en el Estado, que ninguna confesión o información que haya sido obtenida mediante tortura podrá invocarse como prueba en un proceso.

Eduardo tuvo que esperar 19 años a la sombra, en tanto se esclarecían los hechos.

Hoy se pregunta por qué la justicia se ensañó de esa manera con él.

Y lo único que atina a decir es que era el cliente perfecto para cargarle un secuestro y un cadáver.

Otro día, a la hora de la comida, estoy con Eduardo en un restaurante tipo colonial del centro de Saltillo, degustando unas palomas de ternera, acompañadas de una ración de guacamole y agua de horchata.

Muy distinto, me imagino, de la dieta que les sirven a los presos de los Ceresos de Coahuila en un día normal.

“No, pos puras papas hervidas, con frijoles”, dice Eduardo.

Y platica que en los penales federales, por donde él pasó, cuando menos el menú es decente.

Uno de ellos fue el Cefereso número 3 de Matamoros, Tamaulipas, a donde llegó trasladado en 2005.

La historia que ahora me relata Eduardo parece como sacada de un cuento de hadas, pero sin final tan feliz.

***

Eduardo había sido confinado a un área conocida como Centro de Observación y Clasificación, un pabellón donde enjaulaban a los prisioneros catalogados como de alta peligrosidad y con largo récord delictivo.

“Me pusieron con puro pesado, yo nada que ver...”, dice.

Eduardo no entendía, y sigue sin entender, por qué cada vez que llegaba a una cárcel nueva, lo destinaban a esta clase de módulos.

Solo que esta vez fue de buena suerte.

$!Eduardo Vargas y Jackie Campbell documentaron la tortura que sufrió el primero a lo largo de los años.

Eduardo se topó en la celda a un famoso presidiario, cuyo rostro había visto desde crío en la prensa y los noticieros de televisión.

Un personaje que a la postre se convertiría en su mecenas.

Desde nuestro primer encuentro Eduardo me habría confiado el nombre de aquel misterioso prisionero.

Con el paso de los días me pediría que no lo pusiera en la nota.

Un día, durante la hora que las autoridades del penal concedían a los reos salir de la celda para estirar las piernas, el personaje aquel le soltó una propuesta:

Que se hiciera abogado, sería la única forma de defenderse y conseguir su libertad.

Él se encargaría de pagarle los gastos de la carrera.

Eduardo, que para entonces ya había completado el secundario y la preparatoria en las penitenciarías que había pisado, y que ya había descubierto sus grandes dotes de memoria, aceptó.

A partir de entonces, todos los días, Eduardo era escoltado por un custodio, de su celda a un área especial de la prisión donde había computadoras, para conectarse a las clases de derecho, en línea, impartidas por el Tecnológico de Monterrey.

Le pregunto a Eduardo si sus notas eran buenas, dice que sí.

Ya cuando se graduó, y para aprovechar el tiempo, que en la cárcel chorrea como el moho por las paredes, Eduardo se inscribió a la maestría de amparo, y se graduó.

Eduardo dice que si hubiera sabido de su gran capacidad de retención y su avidez por la lectura, nunca en su vida habría entrado un penal ni por equivocación.

***

Otra noche sentados a la mesa de un bar del centro, frente a un par de cervezas, Eduardo me enseña el cayo en el dedo índice, mano derecha, que le quedó de tanto escribir a mano, sobre hojas de máquina, los amparos para los presos del Cefereso de Gómez Palacio, la última penitenciaria en la que permaneció antes de que lo declararan libre.

A cambio sus compañeros le regalaban su café o el postre de la comida.

“Había los expedientes ahí, los pedía yo, llegaban, se tardaban, pero llegaban. Y luego ya les decía yo a los chavos, ‘no mira aquí vamos a hacer esto y esto’. Yo ya sabía qué iba a hacer. Y así fui aprendiendo. Desde que amanecía hasta que... me la pasaba escribiendo”.

“Es un tipo, yo creo, al que muchos le deben la libertad, Muy inteligente, con muy buena memoria. Me pedía hojas y plumas...”, dice Jackie.

Andando los días Eduardo se convirtió en el abogado de sí mismo, y consiguió zafarse las sentencias por los delitos que lo acusaban.

“Desde que lo conocí me pedía documentos, y yo en el brasier, código penal, impresiones de convenciones internacionales, la Constitución, iniciativas de ley”, cuenta Jackie.

Eduardo me está relatando algo que bien podría encajar en las escenas de una película carcelaria, pero que está muy lejos de ser ficción.

Sucedió el día de su reingreso al Cereso de Piedras Negras, tras un reencuentro con el director Jesús Francisco Estrada Picena, uno de sus principales torturadores, y que en ese momento estaba al frente de aquella prisión.

A Eduardo lo habían encerrado en el área de castigo, unas ruinas de celda con dos literas de piedra, una taza rebosante de mierda y arañas por todos lados.

“Bien gacho y todas las noches iban y me echaban agua fría y estaba helando”.

En medio de toda aquella miseria a Eduardo le vino una idea, la de pedir al cocinero de la prisión, que todos los días le llevaba su plato con comida, un papel de rollo y algo con qué escribir.

“Llegó y lo aventó, le digo ‘eh una pluma’, pero como lo revisaban se las ingenió y nomás me llevó la punta. Le dice al celador, ‘¿le puedo dar un rollo?’, dice el guardia ‘ah sí, dáselo’, me da un rollo de papel pal baño”.

Sobre el papel de rollo y con la tinta del repuesto de una estilográfica, Eduardo redactó una demanda contra Estrada Picena, por tortura.

La demanda llegó a quien tenía que llegar, escrita en un papel sanitario.

Días después, un actuario vino al penal para verificar las condiciones en las que se encontraba Eduardo, ordenar su cambio a otra celda y que le dieran cobijas.

“En la orden venía que si no me mostraban con el actuario, él tenía la facultad de ir por el ejército para poder ingresar a verme”.

Siendo abogado Eduardo pudo, desde las cárceles, montar demandas a los directores que habían cometido tortura contra él, y que hasta la fecha nadie ha investigado.

$!Fernando Robledo, titular del Sistema Penitenciario Estatal cree que muchas veces se malinterpreta la disciplina con los malos tratos.

***

En prisión querían que Eduardo confesara dónde y cómo operaban los zetas en Saltillo.

Era 2011.

Esa vez el programa de tortura incluyó también golpes en el estómago y asfixia con la bolsa.

“Te ponían boca abajo, en el suelo, esposado. Uno te agarraba de las piernas, otro se sentaba arriba de ti y te metía la bolsa por la cabeza”.

Eduardo dice que sentía como si te quisiera estallar el cerebro.

“A partir de ahí fueron muchas torturas porque el director Miguel Ángel me recomendaba con otros directores. Ya ese director no me quería”.

Que lo recomendaba, dice Eduardo, como reo de tortura.

Así se lo dijo Estrada Picena a Eduardo, luego de su ingreso por segunda vez al penal de Piedras Negras, y después de que los escoltas del director lo sacaron una noche de su celda para tundirlo.

Horas antes a Eduardo lo habían llevado, con las manos esposadas a su última audiencia.

Fue el 12 de junio de 2017.

“Me dieron una chinga machín”.

Imagino a Eduardo en el piso, desnudo y con las costillas rotas.

A la mañana siguiente, como a las 11:00, Estrada Picena se presentó en la celda de Eduardo para suministrarle una dosis de amenazas.

“Dice ‘¿qué güey?’, dice ‘te voy a tratar como a un animal güey, porque tú eres un animal, no entiendes’. Le dije ‘el que es un animal es usted. Usted debería estar aquí en lugar de yo, porque usted sabe que es un delincuente, un matón, un psicópata. Usted debería de estar encerrado, no sé por qué anda suelto’. No dijo nada y se fue”.

Por esos días una actuaria había ido al Cereso para entregarle a Eduardo una notificación judicial.

Junto a la firma de recibido la actuaria leyó un mensaje de Eduardo que decía “auxilio, me están torturando”, escrito con letra dolorida.

“Lo lee la actuaria y los escoltas del director que estaban en un lado. Dice uno ‘ah ira le puso, le escribió ahí’, y le dije ‘no, sí, te voy a meter a la cárcel, porque tú fuiste de los que me pegaron ayer’”.

Ese papel contaría como una denuncia en contra del jefe de la cárcel y su cohorte.

Como a la hora volvió la actuaria con otro papel donde decía que a Eduardo no lo podían molestar más.

Al día siguiente Estrada Picena lo mandó traer a su oficina, quería, dijo, que se retractara de la demanda.

“Dice, ‘¿qué güey, qué necesitas?’, así como si nada. Le digo ‘no pos atención médica...Me quebraron las costillas’, y dijo, ‘¿qué güey, me vas a quitar la demanda o qué?’, le digo ‘nombre, es que usted no entiende. Yo a usted qué le debo, yo en mi vida lo he visto, yo nunca lo he mirado’. Le digo, ‘¿se acuerda de lo que me hizo en Torreón?, mire lo que me acaba de hacer otra vez ¿De dónde me conoce o qué le debo...?’. Me dijo ‘no es que así te recomendaron güey’”.

Estrada Picena ordenó entonces a sus escoltas que lo llevaran al hospital y le dieran medicamento.

A su regreso, como un escarmiento, Eduardo fue trasladado por orden de Estrada Picena a unas celdas ruinosas.

“Y otra vez me habló a su oficina, le dije, ‘usted no tiene palabra, si me va a matar o va a hacer lo que va a hacer, pos hágalo. Usted puede hacer lo que quiera, pero yo no le voy a quitar nada de demanda. Usted está enfermo, no sé qué tiene en la cabeza. Usted no es humano ¿A poco le gustaría que a un hermano de usted lo trataran así o a su papá o a su hijo?, ¿cómo sentiría usted’, y le dice al custodio, ‘ya llévatelo de aquí, llévatelo’”.

***

El 12 de diciembre de 2017 a Eduardo lo cambiaron a la cárcel de Torreón, y otra vez la tortura.

El verdugo en turno sería Israel Frías Luna, su director, a quien recuerdo por una fotografía difundida a principios de 2018 en los noticieros nacionales y en la que aparece encañonando con una pistola a un médico del reclusorio.

“Me puso candado de manos, con los brazos por detrás de la espalda y empezó a golpearme con los puños en la cara y cabeza y a un custodio le pidió un tolete o macana y empezó a golpearme en las piernas y espalda y espinillas y pies y me dio puñetazos en la cara y me astilló los dientes y muelas”, leo con escozor en la denuncia que hizo Eduardo ante la Fiscalía contra el delito de tortura en Piedras Negras.

“Frías era un torturador como acá tenemos a Estrada Picena. Les encanta, no sé en qué momento les sale el gusto por torturar personalmente. Los internos me decían las cosas que les decía Estrada Picena, cuando los golpeaba. Es uno de los que les gusta y creo que se satisface de ver el dolor ajeno. Muy tarados si son funcionarios y maman del estado, y tienen salario público, pero como están en un lugar oscuro, como las cárceles todavía son, pues...”, reprocha Jackie Campbell.

Pausa.

Eduardo para su narración.

Dice que el frío le ha calado con el sereno de la noche y quiere que nos vayamos del bar.

Justo está recordando el día que entró en aquella cárcel.

Torreón estaba hecho un congelador con hielo y nieve.

Frías Luna había ordenado poner a Eduardo en una helada celda, sin cobijas, y vestido solamente con un short y una playera.

“Bien gacho, pero bien gacho. No pinche frío, bien gacho. Por eso aborrezco el frío yo, no me gusta”, me está diciendo Eduardo, que habría demandado por esos abusos a Frías Luna.

Pero como en el caso de sus otras demandas en contra de sus victimarios, no sería investigada.

“Nomás se abría una carpeta de que yo denuncié, pero nunca han actuado. Nada, nunca han hecho nada, nomás se queda ahí”, dice Eduardo.

$!De 2019 a la fecha, la Fiscalía General del Estado abrió nueve carpetas de investigación por probable delito de tortura

Epílogo.

Hace ya cinco años que Eduardo salió libre, absuelto de los delitos de privación ilegal de la libertad y homicidio, gracias a sus propias gestiones.

“Me absolvieron, dijeron que siempre no”, dice.

“Me parece muy interesante que le hayan declarado como no culpable, después de compurgar tantos años, pero además que todos los delitos son ocurridos mientras él estaba allá adentro”, comenta Jackie.

A quienes ha señalado en sus denuncias como torturadores, no les han iniciado ningún proceso. Jesús Francisco Estrada Picena es director del penal varonil en Piedras Negras. Israel Frías Luna fue removido de la dirección del penal de Torreón cuando se hizo viral su imagen encañonando a un médico, y según la Secretaría de Seguridad Pública quedó fuera del sistema. Y se desconoce el paradero de Miguel Ángel Rosales Saucedo,

Ahora Eduardo está buscando que alguien le repare el perjuicio que le dejaron 19 años de encierro por delitos que no cometió, y que se castigue a sus torturadores.

Mientras franqueamos la noche en pos de un taxi, Eduardo me dice que tiene miedo...

“Siempre estoy en la incertidumbre de que me van a agarrar. No es difícil pararme en la calle y los agentes decir, ‘ah traía cristal, empapélalo y mételo’ ¿Qué vas a hacer contra eso? ¿Qué puedes hacer contra eso?”.

Sin quejas ni antecedentes de los señalados: SPE

Fernando Robledo Patiño, titular del Sistema Penitenciario Estatal, dice que a la fecha esta oficina no ha recibido queja alguna por tortura, proveniente de los diferentes Ceresos de Coahuila.

“No hemos tenido señalamientos”.

Comenta además que el tema de la recepción e investigación de este tipo de denuncias le toca a la Fiscalía General del Estado.

“A veces tenemos algunos inconvenientes con el personal, como en todos lados, pero son las autoridades competentes las que se encargan de delimitar las responsabilidades en materia administrativa. Lo que nosotros hacemos es participar activamente durante la investigación que pudiera hacer en su momento la autoridad correspondiente”.

Añade que el Sistema que encabeza tiene la responsabilidad de capacitar al personal penitenciario, con la colaboración de los organismos de derechos humanos, tanto a nivel nacional como estatal, así como de la Fiscalía especializada en temas de tortura.

“Sensibilizan al personal sobre los alcances y las responsabilidades que pudieran ser objeto de estos temas. Yo creo que muchas veces se malinterpreta la disciplina con los malos tratos y por eso es que sensibilizamos mucho al personal de que siempre deben conducirse con respeto y tratar de no transgredir esta forma efectiva de comunicarse con las personas”.

Y detalla que la única denuncia ciudadana anónima que ha llegado, fue la de un grupo de internas de la cárcel de mujeres de Saltillo, que en semanas recientes se quejó de malos tratos por parte de los custodios.

No obstante, subraya que él mismo está liderado las investigaciones para determinar si hubo o no abusos en contra de las féminas.

“Somos muy respetuosos de los derechos de las mujeres”.

Sobre Estrada Picena, Frías Luna y Rosales Saucedo, las personas señaladas por Eduardo Vargas Solís como sus torturadores, asegura no estar enterado de que en su tiempo hayan cometido tortura contra algún interno de algún penal estatal.

“Nosotros no actuamos a través de rumores o de chismes. Hay una vía legal que es la jurisdiccional”.

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