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Tuxtepec, el último pueblo que conoció la luz

El ejido Tuxtepec de Ramos Arizpe vivió muchos años a oscuras. Las 15 familias que lo habitan siempre estuvieron a ciegas, hasta que un día les llevaron un programa de paneles solares, baterías, inversores y focos ahorradores; y ahora no paran de ver telenovelas.

  • 13 noviembre 2023

3:30 de la tarde de un lunes, María Guadalupe Vázquez está tumbada en la cama de su cuarto, que es cocina y recámara a la vez, viendo en su pantalla un capítulo más de la intrigante telenovela Teresa, la historia de la sensual y ambiciosa anti heroína interpretada, en su versión más reciente, por la bella actriz francomexicana Angelique Boyer.

Todavía hasta no hace mucho María Guadalupe no hubiera pensado, ni por asomo, estar así, como está ahora: recostada cómodamente en su cama, mirando una telenovela en la televisión, porque en su pueblo natal que es Tanque Tuxtepec no había energía eléctrica ni luz.

No había radio, qué esperanzas que hubiera televisión, y en su casa su familia iluminaba las tinieblas que eran las noches de Tuxtepec con veladoras o un quinquecito, esas rústicas lámparas con tanque y tubo de cristal que alumbraban poniéndoles gas–petróleo y una mecha.

A veces escaseaban las veladoras y era difícil conseguir el gas–petróleo para el quinqué, entonces las familias, que procuraban cenar temprano, 6:00 – 7:00 de la tarde, por aquello de la oscuridad, se acostaban apenas y el sol desaparecía burlón tras la línea del horizonte.

Me platica Guadalupe, que casi ni parpadea, que casi ni me pela en el momento en que la malvada Teresa urde su próximo plan para conseguir el amor del hombre apuesto y millonario que habrá de sacarla de la pobreza.

Me pregunto si la pobreza de Teresa incluía una casa de adobe en medio del desierto, sin luz eléctrica ni televisión, como la de Guadalupe.

Guadalupe me cuenta que hace muy poco no tenía tele, pero ya va para un mes que les regalaron ésta.

El aparato era de su suegra, pero ella falleció y en la repartición de la herencia al esposo de Guadalupe, Carlos, le tocó la tele.

Ahora tienen hasta una pequeña bocina, de esas con entrada para usb y ondas de radio, donde la familia oye música y noticias, a diferencia de antes que Tuxtepec se hallaba aislado del mundo, que a Tuxtepec no llegaban las novedades sobre guerras ni huracanes devastadores, tampoco Teresa.

$!En el ejido Tuxtepec viven 15 familias que por años no tuvieron luz, hasta que gracias a un programa del gobierno pudieron ver en la oscuridad, ahora no dejan de ver las telenovelas.

Y se hizo la luz

Para llegar a Tuxtepec, ejido ubicado a 135 kilómetros de Ramos Arizpe, Coahuila, su cabecera municipal, hay primero que trepar en el viejo chevy del fotógrafo Federico Jordán, con Jordán y su perro Luca, tomar la pista a Monclova y a unos 83 kilómetros, pasando la emblemática Hacienda Plan de Guadalupe, doblar a la derecha y meterse otros 17 kilómetros por una brecha polvosa, colmada de hoyancos y bordeada de maleza desértica, que une a Tuxtepec con el resto del planeta.

Así se llega a Tuxtepec.

A mi arribo, en el solar de la casa de tierra con techos de tabla, Carlos, el esposo de María Guadalupe, saca de un tambo oxidado, como quien saca del baúl de los recuerdos, el cadáver tiznado de un quinqué con el que antaño se aluzaban.

Sus hijos, un nene como de 10 años y una nena como de cuatro, contemplan la escena.

Y yo me digo que deberían conservarlo como pieza de museo, porque de esos han de quedar muy pocos, si acaso unos cuantos en todo el cosmos.

Que se alumbraban con quinqué me cuenta Carlos.

Después sabré por boca de los de Tuxtepec que durante el segundo periodo de administración del alcalde de Ramos Arizpe Ernesto Saro Boardman, (2002 – 2005), a los de Tuxtepec les pusieron unas pequeñas celdas solares que levantaban apenas un foco y la tele.

Era la primera vez que en el pueblo oían hablar de la energía solar.

Hasta que en 2014 la Comisión Nacional de las Zonas Áridas, (Conaza), les asignó un proyecto que constaba de varios apoyos, entre ellos un sistema de paneles y baterías para dotar de electricidad y luz verdes al ejido.

Según la respuesta a una solicitud de información, la 2009000002621, hecha por SEMANARIO a la Conaza, en 2015 esta dependencia benefició a Tuxtepec en la segunda etapa del proyecto Aprovechamiento Integral y Sustentable de los Recursos Naturales, con reforestación con especies nativas, una desfibradora y paneles solares, apoyos que tuvieron un costo de un millón 193 mil 577 pesos con 91 centavos.

Y en Tuxtepec se hizo la luz.

Al paso de los años los paneles se descompusieron, ya no jalaron, caducaron, se quemaron, perdieron su vida útil y las pilas, que almacenaban la energía del sol y la transfundían a los pocos aparatos con los que contaban las familias del rancho, bajaron su potencia y todo volvió a quedar a oscuras, como antes.

Otra vez a prender las veladoras y a encender los quinqués.

Ya bien entrada la primera administración de José María Morales Padilla, actual edil de Ramos Arizpe, la municipalidad dio mantenimiento a los sistemas.

Y regresó la luz a Tuxtepec.

Pero como es obvio los sistemas, de tanto usarlos volvieron a fallar

Hasta que hace unos meses el ayuntamiento tomó la determinación de reemplazar los vetustos equipos por unos nuevos que constan de paneles solares, baterías, inversores, focos ahorradores y, además, un refrigerador ecológico, para 15 viviendas de esta localidad donde habitan unas 51 personas.

El proyecto, según números de la Secretaría de Desarrollo Social de Ramos Arizpe, costó al erario un millón 238 mil pesos.

Desde entonces Tuxtepec pasó a formar parte de ese 99.94 por ciento de la población en Coahuila que cuenta con energía eléctrica, ya sea a través de postería y cableado o energía solar por medio de fotoceldas.

Más tarde me enteraré, gracias a una fuente de la Comisión Federal de Electricidad, (CFE), que no quiere que aparezca su nombre ni puesto, que Coahuila ocupa el tercer lugar por su grado de electrificación a nivel nacional, solo después de Nuevo León, primer lugar, y la Ciudad de México, segundo lugar.

$!Las calles del ejido siguen a oscuras cuando llega la noche, pero al menos las viviendas ya cuentan con luz.

El antes y después de la luz

Hace un día de cielos despejados en las profundidades de Tuxtepec, el sol a madres y un viento que sopla como bocanada de fuego.

Cómo que se antoja un trago de cerveza bien fría, pienso mientras don José Cruz Rodríguez abre la puerta de su refrigerador ecológico, tipo inverter, que hace unos días le entregó la municipalidad y en el que veo enfriándose varias latas de tecate.

Le pregunto a don Cruz que cómo le hacían años atrás para tomar cerveza fría, cuando en Tuxtepec no había cómo, con qué ni dónde diablos conectar un refrigerador y ni refrigeradores había.

Responde que por esa época la traían en costales, a caballo, de General Coss, otro ejido situado a 15 kilómetros.

Cuando llegaban acá la cerveza ya se había calentado, hervía.

Y entonces con dos o tres cervezas los hombres de Tuxtepec tenían para emborracharse, “¿usté cree?”, dice José Cruz y se ríe con una risa melancólica.

Quiero saber, le digo a don José Cruz, cómo hacían en Tuxtepec para conservar la comida, sin electricidad ni refris.

Cruz hace una mueca de lamento y dice que se les echaba a perder.

Entonces me acuerdo de El Realito, otro ejido de Ramos Arizpe enclavado en las gargantas de la tierra, y en el que las familias, cuando se iba la luz, en El Realito sí tienen energía de la CFE, cavaban hoyos en el suelo, los llenaban con agua, metían los alimentos perecederos, tapaban los hoyos con un retazo de madera o lo que fuera, y así preservaban los víveres.

Y yo me digo hasta dónde es capaz de llegar el ingenio del hombre cuando los medios de sobrevivencia son escasos.

Don Cruz, 74 años, es solo, ya tiene tiempo que se le murió su señora y vive solo.

Tiene cinco hijos.

En la casa de José Cruz dos trabajadores de la empresa Sol & Energy están terminando de instalar el equipo solar.

Uno de ellos, Ricardo Mireles, dice que se trata de un sistema básico: iluminación, refri y un cargador para celular.

Días después, en su despacho de la presidencia municipal José Humberto García Zertuche, secretario de Desarrollo Rural de Ramos Arizpe, platica que este sistema, a base de energía renovable, a los de Tuxtepec les cambió la vida.

“Porque ya estaban totalmente a oscuras, El refrigerador es para las personas mayores que... algunos emigraron años atrás por el tema de la insulina, porque tiene que estar refrigerada y no solamente la insulina, otro tipo de medicamentos que ocupan refrigerar y, lo principal, los alimentos”.

Los campesinos de Tuxtepec habían visto con agrado que la electricidad llegara otra vez al pueblo, pero les dio en la nariz que las mujeres hubieran cambiado el molcajete por la licuadora, lo que a la postre ha significado el fin de la salsa molcajeteada en Tuxtepec.

Hace tiempo que doña Iracema Guevara jubiló su tallador, y ahora en lugar de lavar a mano le delega el trabajo a su lavadora.

“Orita está lavando la mujer con la lavadora”, suelta Sabino Rodríguez, el esposo de Iracema, la mañana que nos recibe a las afueras de su casa de dos piezas, cocina y aposento, separadas por un pasillo de tierra.

$!El ejido Tuxtepec se halla a más de 100 kilómetros de la cabecera municipal, Ramos Arizpe y por muchos años las viviendas no tuvieron luz.

La lavadora de Iracema es redonda, chaparritas y al movimiento giratorio de su aspa, el chaca chaca, hace pompas de jabón.

Sólo que para usarla Iracema debe desconectar el refri, la televisión, todo aparato que consuma energía y lavar dos o tres horas porque si no, dice, se bajan las pilas.

-¿Y qué pasa con el equipo cuando no hay sol, que está nublado?, interrogo a Sabino.

-A veces que está muy nublado sí se baja poquito, pero pa aluzarse sí hay. A lo mejor pa la lavadora o el refri ya no, pero pa aluzarse, sí, pa la tele.

Iracema es de Monclova, relata que vino a Tuxtepec cuando tenía 15 años, que se casó con Sabino, también monclovense.

Se conocieron desde chiquillos.

En el rancho no había luz y la pareja se alumbraba con un improvisado quinqué que fabricaron utilizando un frasquito de nescafé con su tapa de lámina agujereada por el centro, ponían gas – petróleo, metían un mechón de trapo por el agujero de la tapa, le prendían fuego al mechón y listo, después era la humareda.

Así se alumbraban.

“Este ranchito ha sido muy pobre, hemos sufrido mucho”, dice Iracema.

Entonces la familia de Sabino se dormía temprano, como las gallinas, nomás oscurecía y a dormir, narra Sabino,

Otro día amanecían con la nariz negra, por el humo del quinqué hechizo.

Ya cuando Sabino tuvo su troca, en la pila de la troca conectaban un foco y se aluzaban, miraban tele.

Y yo me digo hasta dónde es capaz de llegar el ingenio del hombre cuando los medios de sobrevivencia son escasos.

Iracema y Sabino procrearon cinco hijos que ya dejaron la casa familiar, se matrimoniaron.

A Iracema y a Sabino les falta un año para completar 40 de casados.

-¿Y va a haber pachanga?, le pregunto a Iracema.

-Nooooo pos de onde...

Cinco hijos, repito para mi fuero interno.

Yo pensaba que las familias de Tuxtepec serían más numerosas por aquello de que no había televisión, la noche a la luz de las veladoras, el quinqué... igual y se presta para la onda romántica.

Sabino e Iracema se ruborizan, ríen con una risa cándida ante mi ocurrencia.

“No había tele y tuvimos cinco”, recalca Iracema.

$!Benito Estrada enseña una celda solar que fue parte del programa para que 15 viviendas de Tuxtepec tuvieran luz. A la derecha, uno de los refrigeradores que regalaron a las familias.

La luz como promesa de campaña

A Sabino le cuesta entender cómo en Tuxtepec no ha llegado la luz de la CFE, cuando en Plan de Guadalupe y General Coss, oficialmente nombrado Ejido Reata, los ranchos más próximos al pueblo, hay postería y cables.

En Nacapa, otra localidad cercana, viven como dos familias y tienen luz, reprocha Sabino.

“Ya nomás faltamos nosotros de que nos pongan la luz eléctrica, estamos en medio, pero pos no”.

Y cada víspera de elección la luz en Tuxtepec es promesa de los candidatos: que voten por ellos y que ahora sí les van a poner la luz.

Nada.

Al último salen con que no, que les van a traer pilas pa que jalen los paneles solares, de perdido.

José Humberto García Zertuche, secretario de Desarrollo Rural de Ramos Arizpe, advierte que instalar postes y cables acá sería oneroso: más de 10 millones de pesos para llevar energía apenas a 15 familias.

En mi recorrido por Tuxtepec he visto varias casas abandonadas, como ruinas fantasmas de un pueblo fantasma.

Son las casas de los desplazados por la falta de lluvia, que ha ocasionado el cambio climático, y la carencia de empleo.

En Tuxtepec no hay trabajo.

“Esta casita que está aquí se fueron y ya no vinieron y otra que está allá también ya no regresaron”, dice Sabino.

Y en Tuxtepec los pocos hombres que ya quedan, la mayoría de la tercera edad, se levantan a las 3:00 de la madrugada a quemar candelilla, otros van a la labor a cuidar de sus pocas chivas.

Lo único que hay para sobrevivir en este desierto.

“Es una población que ha venido disminuyendo por cuestiones de trabajo, climatológicas, de la sequía, que sí afecta, pero estamos luchando por mantener los pueblos”, me dice García Zertuche.

Aun así asegura que las más de 80 poblaciones de Ramos Arizpe, entre ejidos, comunidades y congregaciones, tienen luz:

Noria de los Medranos, El Sacrificio, Nuevo Yucatán, Las Coloradas y Tuxtepec, con celdas solares, el resto con electricidad convencional.

“Aquí en el municipio estamos dando bandera blanca en lo que es luz, ya sea eléctrica o solar”, comenta.

De vuelta con Sabino oigo los gruñidos cercanos del Yaqui, el perro de Iracema y Sabino.

Parece que Luca, el criollo grande, canela y fibroso del fotógrafo Jordán, no le ha caído bien al Yaqui y el Yaqui amaga con aporrearlo, pero no lo aporrea.

Jordán que conoce a su perro desde que era un cachorro, “yo lo desteté”, dice que no habrá trifulca y no la hay.

Luca no es pendenciero.

Al rato estoy con don Anacleto Rodríguez.

En Tuxtepec abundan los Rodríguez, como en otros ejidos los Eguía o los Reyna.

En Tuxtepec casi todos son familia.

$!Las baterías para entregaron para 15 familias de Tuxtepec pudiera tener luz en sus casas

Es mediodía y la casa de Anacleto aún está en penumbras.

Apenas y distingo su sombra en la espesa oscuridad.

Anacleto arrima una lámpara que es una especie de barra con seis focos diminutos.

La enciende y una luz blanquecina se esparce por la sala de Anacleto y deja al descubierto sus pocos muebles: un sofá, una mesa, el estéreo, el refrigerador ecológico que a Anacleto le otorgó el gobierno de Ramos Arizpe y que su esposa ya no alcanzó a ver porque se murió.

“Ya no alcanzó a ver el refri, no lo alcanzó”, dice.

Anacleto es viudo y tiene un hijo, pero vive solo.

“Antes hasta con lumbre nos aluzábamos oiga”, narra.

Y dice que su lámpara se recarga conectándola al equipo solar.

Compró la lámpara en General Coss, con una señora que vende focos recargables.

Después sabré por la gente de Tuxtepec que los comerciantes que vienen acá a traer alguna mercadería para vender, también venden lámparas recargables, como si en Tuxtepec la oscuridad fuera un negocio redondo.

$!Los pocos habitantes que quedan en Tuxtepec se dedican a la candelilla.

El recuerdo de los años sin luz

Avanza la tarde.

Ahora estoy guareciéndome del sol bajo un cobertizo, esperando a Marcelo Guerra, el comisariado del pueblo, en el solar de su casa con cobertizo.

Él mismo lo levantó para proteger un poco su vivienda del calor que, según me cuenta la gente de acá, este año castigó al rancho como nunca.

Imagino los paneles de Tuxtepec absorbiendo y escupiendo energía solar a raudales.

En eso estoy cuando miro a un hombre a caballo que se acerca, es Marcelo.

Le pregunto cómo pasó su infancia en Tuxtepec, dice que a oscuras.

Saliendo de la primaria era llegar a casa y hacer las tareas, antes de que cayera la noche.

No había televisión, sólo un vecino que vivía a la entrada del rancho, y que ya no pertenece a este mundo, tenía una tele que conectaba a una batería de carro y los chicos del Tuxtepec iban para ver las películas de Antonio Aguilar.

Entonces en Tuxtepec solo unos cuantos tenían radio y las almas interrumpían sus quehaceres y se juntaban en montón alrededor del radio para oír Kalimán y El Ojo de Vidrio.

Ya nomás se imaginaban las escenas que iban entrando por el oído.

Qué tiempos los de las radionovelas, me digo.

Cuando Marcelo creció se mudó a Ramos Arizpe para buscar trabajo y lo encontró en una maquiladora.

Allá conoció a su esposa oaxaqueña, se casó y tuvo una cría.

A la muerte de su papá en 2021 Marcelo regresó a Tuxtepec a vivir con su madre. Aquí se quedó y eso es todo.

De pronto pierdo de vista a Jordán y a su perro Luca.

A lo lejos escucho como el zumbido de un dron, es el dron de Jordán que se ha ido para hacer unas fotos aéreas de Tuxtepec. Arte desde el cielo.

Hacia el ocaso doña Nicolasa González me invita a pasar a la sala de su casa, sillones, un abanico, recuerdos colgando de las paredes y en un rincón, sobre una rinconera, como una reina, su televisión.

Son las 5:00 y doña Nicolasa está picada con la novela de las 5:00.

Lo mismo de siempre: triángulos amorosos, ilusiones, decepciones, traiciones.

Hablamos de Tuxtepec: que está muy lejos, que la luz, que el camino es malo...

“Ya lo compusieron, estaba peor y decíamos que la carretera y que la carretera, dijo una señora ‘queremos la luz’, la luz la necesitamos más, la carretera cuando puede salir sale la gente y cuando no, no. La luz es de diario”, diserta Nicolasa.

Y dice que a pesar de todo ella de Tuxtepec no se va.

Aquí novió con su esposo, aquí se casó y tuvo sus hijos.

“Que nos vamos, yo, yo no me voy, porque pos, ¿dónde se está mejor que en el rancho? En la ciudad pagas luz, pagas agua, ¿y si no hay trabajo?, aquí pobremente nos la barajeamos...”.

En un extremo de la pieza miro el refrigerador nuevo que hace unos días le trajo a Nicolasa el ayuntamiento de Ramos, le pregunto si le ha funcionado bien y dice que sí, pero:

“Nomás que yo no lo quiero estrenar, pa que no se me acabe”, ríe.

Me despido de Nicolasa, le digo que ya es tarde y no me gustaría que la noche nos pillara en Tuxtepec de regreso por la brecha y en la carretera.

En la puerta de la casa de Nicolasa me topo con Jordán y su perro.

Nos vamos.

$!La luz llegó sólo para las viviendas, afuera de ellas los habitantes necesitan alumbrarse con linternas que llevan a la cabeza, como mineros en el fondo de la tierra.

El pueblo a ciegas

Una noche sin luna, como a las 8:00, me veo a bordo del chevy de Jordán, con Jordán y Luca, devorando kilómetros por la brecha, rumbo a Tuxtepec.

Llegando, el pueblo parece una boca de lobo.

Nada se ve, a no ser los fanales del coche de Jordán y unos cuantos resplandores blancos que resaltan en las tinieblas.

Son las luces de las casas del rancho que apenas y centellean.

A tientas damos con la casa de Sabino y su mujer, que nos reciben desconcertados.

“¿Por qué vino tan tarde ora?”, me pregunta Sabino.

Les explico que hemos regresado a Tuxtepec para ver cómo jalan sus equipos de energía solar.

Sabino nos hace entrar en la cocina donde su esposa ya calienta la cena en la chimenea: carne con chile y tortillas harina.

Parece que la iluminación es buena, pienso y tomo de una servilleta una tortilla que Sabino me ofrece.

La engullo.

“Pos de que jala la luz, jala la luz, mire...”, dice Sabino.

Salimos a la intemperie oscura, esta noche en Tuxtepec sopla un viento cálido.

En el horizonte los rayos de una tormenta rasgan el cielo.

Christian el hijo de Sabino que hoy está de visita dice que está lloviendo en Las Coloradas, otro ejido más adelante.

Pregunto a Sabino que si ya se van a dormir, dice que no, que todavía van a echar mecánica, parchar las llantas de una troca... en fin.

Hace rato que volvieron de recoger una carga de candelilla en el monte que ya tenía cortada y ahora van a seguir con otras faenas.

Andamos por el pueblo a ciegas.

Sabino lleva sujeta a la frente una lámpara como la que usan los mineros.

Dice que es una linterna de cacería, pero que él la utiliza para aluzarse en las madrugadas que trabaja quemando candelilla.

A cada paso que doy parezco tropezar.

Yo que no he venido provisto de lámpara uso el foco de mi celular pasado de moda.

Entonces me acuerdo que alguien me contó que en las noches calurosas de Tuxtepec abundan los alacranes y siento ñáñaras.

Me encamino ahora hacia la casa de Anacleto que sale a mi encuentro cuando escucha que lo llamo desde afuera.

“Oí ladrar orita al perro y dije ‘ah, pos son los que vinieron el otro día’”, dice Anacleto.

Penetramos en su cocina donde la luz es suficiente para que Anacleto se prepare un café.

Oigo cantar un grillo.

Anacleto me cuenta que todo el día puso a cargar sus focos recargables y por eso tiene luz.

Hace ya algunas horas vino de traer sus burros de la labor, está cansado y se va a revolver un café.

Anacleto se está acordando de cuando iba a los bailes a General Coss, montado en su caballo y volvía de madrugada, el camino alumbrado solo por la luna llena, cuando había luna llena.

Pero esta noche no hay luna y ni una farola que aluce un poco el pueblo.

“Desde que vivía papá, mamá, andaban poniendo la luz, nunca la pusieron y sí hace falta aquí, de perdido una farolita ái en medio y otra allá y otra allá, pa ver en la noche. Ái va uno con un palito... que no se vaya a caer”.

$!A 130 kilómetros de la cabecera municipal se halla el ejido Tuxtepec.

Candil de tu casa, oscuridad de tu pueblo

Andando los días, José Humberto García Zertuche, secretario de Desarrollo Rural de Ramos Arizpe, me platicará que todavía hace cinco años la CFE tenía un programa para la electrificación de comunidades rurales.

Operaba con una inversión tripartita de los gobiernos federal, estatal y municipal.

Esto permitió que en ejidos de Ramos como San Francisco de los Desmontes, El Barrial, La Virgen, Plan de Guadalupe, Los Jacalitos, El Realito y Noria de la Ánimas, donde no había luz, se hiciera la luz.

“Y le cambiábamos la vida a las gentes”.

Pero eso se acabó.

“Ya vamos para el sexto año que no tenemos recurso para este tipo de programas ni en equipamiento, electricidad, mantenimiento, son líneas muy viejas algunas ya...”.

Anacleto toma su café, en un momento más se va a acostar a dormir porque, dice, mañana hay que madrugar.

Más allá oigo las voces de unos chicos.

Me acerco a trompicones hasta una casa iluminada con focos blancos.

Es María Guadalupe, su esposo Carlos y sus dos nenes, que están sentados, sobre una cama al aire libre, la pijama puesta.

Ya van a dormir, me dicen.

Solo que esta noche dormirán afuera, anuncia Carlos, porque en la casa hace harta calor y luego los zancudos que no dejan.

Me retiro.

Enfilo, guiado por la luz del celular, a la vivienda de Nicolasa.

Una silueta me espera recargada en la cerca de tabla.

Es don Benito Estrada, el esposo de Nicolasa, que hasta entonces no me había visto.

Cuando mira que me acerco me pregunta quién soy y qué quiero.

Parece asustado.

Su cara es la de alguien que estuviera ante una aparición.

Le digo que soy reportero y estoy buscando a Nicolasa.

Que no, que no me conoce, dice Benito cuando asoma su mujer y me indica que entre.

Nicolasa dice que ya han cenado y se dormirán una vez que terminen su maratón de telenovelas, a eso de las 10 y media.

Hay focos encendidos por toda la casa.

Don Benito dice que sí hay diferencia, porque hubo tiempos en los que la familia usaba un tanque de gas con una mecha para alumbrarse.

Y yo me voy pensando si eso no es peligroso, un petardo gigante, una bomba, ¡pum!

Después de dar vueltas y vueltas en el chevy de Jordán, la luz de los faros perdida en la negrura de la noche, paramos de pura casualidad en casa de Marcelo, el comisariado.

Apenas nos aproximamos Marcelo se acerca a la ventanilla como invadido por el temor.

Le digo que soy Peña y quiero charlar un poco con él sobre cómo es Tuxtepec de noche.

Responde que ya estaba acostado, pero se levantó al ver merodear por el pueblo a unos extraños en carro, el carro de Jordán.

Nos creyó unos rateros y estaba decidido a ponernos un alto cuando reconoció mi voz.

Dice que a esta hora los foquitos de sus baterías se han puesto en rojo, lo que quiere decir que las baterías están bajas y por eso es que no hay luz ni movimiento en casa.

Hasta mañana que salga el sol con todo, y los paneles les pasen corriente a los acumuladores.

Me excuso y le informo que ya nos vamos, solo que andamos perdidos y no encontramos la salida del pueblo.

Marcelo nos señala con el dedo un punto en la oscuridad.

Fingimos entender.

Arrancamos.

Ya estamos perdidos otra vez.

Cuando al fin, y después de dar vueltas y más vueltas por el rancho, encontramos el camino de regreso a casa, se enciende en mi interior una luz de esperanza, suspiro hondo...

Nos vamos...

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