AMLO y la chunga de la lista de ‘tapados’
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El “tapado” fue una larga tradición instituida en México por el régimen del Partido Revolucionario Institucional, según la cual el candidato escogido por el presidente en turno se mantenía oculto para, llegado el momento, ser “destapado” y se hiciera visible otro de los rituales sucesorios al estilo del partido hegemónico: “la cargada”.
La tradición del “tapadismo” era aderezada con otros elementos esenciales de la cultura priista: la lealtad absoluta al presidente, así como la disciplina en torno a su figura, además de la discreción. El mítico dirigente cetemista Fidel Velázquez resumió en una frase la parafernalia del tapadismo: “el que se mueve, no sale en la foto”.
Desde hace poco más de dos décadas, sin embargo, la tradición del “tapado” pasó a formar parte del baúl de los recuerdos, esencialmente porque en el año dos mil el PRI perdió la Presidencia de la República y, a partir de ese momento la regla se invirtió: quien se mantiene quieto no tiene posibilidades de conquistar la candidatura –la presidencial o cualquier otra.
Y si alguien ejemplifica la mudanza en las costumbres de la clase política mexicana es justamente el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien ha sido, a no dudarlo, la persona que más tiempo ha estado en campaña en pos de la Silla del Águila.
Resulta chocante por ello que sea el propio tabasqueño quien pretenda “restaurar” la cultura del “tapado”, tal como lo hizo ayer al realizar, en su tradicional conferencia de prensa matutina, el presunto “destape” de quienes, según él, serían los aspirantes a la candidatura presidencial desde la oposición a su partido, Morena.
Y resulta chocante porque no es propio de la investidura presidencial, ni serio para alguien que tiene la responsabilidad de conducir los destinos de un país, convertir en chunga la discusión pública de los temas públicos.
Queda clara, desde luego, la intención de introducir en la agenda noticiosa del día este pretendido “toque jocoso”: el Presidente busca desviar la atención del tema que ha ocupado a todo mundo a lo largo de la semana: la puesta en circulación del libro “El Rey del Cash”, en el cual se le acusa de haber encabezado un complejo entramado para usar recursos públicos, de forma ilegal, para su beneficio personal.
Nada nuevo por lo demás: los gobernantes de todos los signos partidistas –en todas partes del mundo– utilizan la estrategia de desviar la atención para tratar de minimizar el impacto que en su popularidad –y, en última instancia, en las urnas– puedan tener los escándalos en los cuales se les involucra, o las pifias cometidas en el ejercicio del poder.
Pero el que no constituya novedad el hecho no debe llevarnos a otorgarle carta de naturalización al vicio. Porque si los gobernantes son incapaces de ofrecer resultados concretos y tangibles, lo menos que podemos pedirles es que se comporten con un mínimo de seriedad en el cargo.