Angustias de la infancia
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-Espérate aquí, no me tardo- dice tu madre y se va, se pierde entre los pasillos, te deja cuidando el lugar en la fila del supermercado.
Te encuentras solo entre adultos que cargan sus bolsas de plástico.
La gente avanza, tu mamá no llega. Cada vez que se reduce la fila, tu nerviosismo aumenta. ¿Qué va a pasar si llegas solo a la caja? Tienes siete años, no traes la mercancía ni llevas dinero para pagar. Si te sales de la fila sería una terrible traición a tu madre, además se enojaría contigo por haberla desobedecido, porque debías cuidar ese lugar.
Sucede al fin lo que tanto temías: es el turno de tu madre, pero ella no está. La cajera te observa con esa cara de persona malpagada oprimida por el capitalismo, la gente de atrás te mira de forma inquisitiva, tienen prisa y les estás robando su tiempo. Volteas a todas partes, buscas a tu madre, sonríes a la gente suplicando comprensión; te dijeron que debías cuidar ese lugar con la promesa de que ella llegaría antes de que fuera su turno. No sabes qué hacer. La gente que ya pagó te ve con cara de compasión y piensa: pobre niño, yo sé lo que se siente, mi madre me hizo lo mismo a su edad.
De pronto la ves: viene apurada con la crema antiarrugas que había olvidado meter al carrito. Llega a tu lugar y empieza a poner las cosas en la banda transportadora. Tu presión arterial se regula, puedes respirar con normalidad. Juras que nunca volverás a cuidar un lugar en la fila. Pero al poco tiempo lo vuelves a hacer, porque tienes siete años y es tu madre y “no te mandas solo”.
Encuesta Vanguardia
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