Apocalipsis Now (2)
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Gracias por leerme. Gracias por atender estas letras, señor lector. Me siguen llegando comentarios y apostillas suyas a los diversos textos e ideas aquí planteadas. Agradezco su glosa. Lo repito, no quiero convencer a nadie. Usted y nadie más tendrá su mejor opinión sobre el laberinto donde estamos metidos a nivel local, nacional y mundial. No hay hilo de Ariadna el cual nos saque del atolladero y de los múltiples problemas que nos aquejan. A esta altura de la existencia somos “los hombres huecos”, para decirlo en verso de Thomas S. Eliot.
¿Cómo llegamos a este precipicio y del cual estamos saltando al vacío poco a poco? Tal vez y sólo tal vez por que la maldad y el mal dominan, no así la bondad y las buenas maneras en una esperanza ya marchita, hoy más que nunca utópica. Al parecer, siempre hemos manejado nuestro auto con vidrios empañados. Nos creíamos libres, contentos, gordos, rozagantes y dueños del mundo. No más. Era una falacia, una ilusión. Un virus imposible de mirar, invisible, creado por la maldad humana (opinión de los científicos, el francés Luc Montagnier, Premio Nobel de Medicina, y luego, de la viróloga china, escondida en algún lugar del mundo, Li-Meng Yan), nos confinó al hielo de nuestra residencia y soledad.
¿Hemos aprendido algo de esto? Tal vez sí: hemos aprendido a ser aun más individualistas y recelosos. Por miedo a la enfermedad, ya no tenemos contacto físico alguno. Con nadie. Nadie. ¿Se puede vivir el resto de la vida así, con este miedo y cobardía y convertirnos en esos viejos monjes anacoretas de siglos pasados? Pues sí, ya lo estamos haciendo. Es imposición, no vocación alguna. Alguna vez espetó el pensador que terminó loco de atar, Friedrich Nietzsche: el hombre de hoy no “es ninguna meta sino una promesa”.
¿Promesa de qué? ¿A dónde van nuestro niños y adolescentes? Soy pesimista, usted lo sabe: no van a ningún lado hoy en día. ¿Me hace falta fe, nos hace falta fe? Ese valor intangible llamado fe. Hemos visto que la ciencia no puede con este bacilo creado en la maldad de mentes humanas, y amamantado en laboratorio. ¿Y si depositamos todo nuestro futuro y esperanzas de un mundo mejor y sin virus chino a eso llamado espíritu santo? ¿Cómo hemos llegado a creer en almas (un resabio platónico) y espíritus si nadie jamás ha visto uno deambulando por allí sin ese fardo llamado cuerpo humano? ¿Cómo hemos llegado a creer en su existencia? Tal vez y sólo tal vez por un motivo: necesitamos de un Dios o dioses más altos, mejores y gallardos a nosotros mismos.
¿A dónde van nuestros niños y jóvenes sin educación y atados al potro de las adicciones de un celular “inteligente” y Netflix? A ningún lado. ¿Y si los mandamos a la escuela, como ya lo hacen miles de familias y se nos mueren en el camino con el contagio? ¿A quién culpar? Andrés Manuel López Obrador, usted lo sabe, administra la derrota y cuando no miente, engaña. Ha minimizado los contagios en niños y adolescentes y él y nadie más declaró el ir a la escuela como una actividad “esencial”. Sí, cuando el bicho, y desde febrero del 2020, ha contagiado a más de 63 mil 239 niños y adolescentes. Hasta junio de este año, van 613 niños muertos por COVID-19.
Esquina-bajan
¿Qué hacer? No lo sé. Lo anterior es una tragedia. La muerte de un niño, de un solo niño es una tragedia. Los niños no deberían de morir. Nunca y por ningún motivo. “La balanza del mundo/ se inclina a favor de la vida”, rezan unos versos del maestro Alberto Blanco. No siempre es así. Menos ahora. Eso era antes, en un mundo idílico y bucólico el cual nunca supimos valorar. Ahora la tierra yerma recibe el abono, lo mismo el estiércol o huesos de animales secos y muertos por el asfixiante calor y sequía, que recibe igual los restos de nuestros niños y junto con ellos, todo nuestro dolor.
Escribo estas líneas el miércoles 18 de agosto. Tomemos este día, sólo este día como referencia del infierno y como vía de entrada al Apocalipsis el cual es hoy y ahora. Los datos y tabla de referencia son los siguientes: cerca de 15 mil contagios en la jornada del día de ayer en el País (día 17), 877 muertes por COVID-19 en la jornada. Es decir, igual que siempre. Niveles para estar encerrados de por vida en nuestros sepulcros llamados hogares. Pero, no entendemos. Somos mexicanos, pues. Y si acaso entendemos, pues no lo hacemos: el hambre aprieta en la ventana y en nuestra tabla.
Vamos a repetir el dato para que no haya margen de error alguno: cerca de 15 mil contagiados de la peste china en sólo un día. Ahora, volemos al otro lado del mundo, específicamente a Nueva Zelanda. Este mismo día, 17 de agosto, en la ciudad de Auckland (población de alrededor de 1.7 millones de personas) se registró un contagio de coronavirus. Ahora con número: 1, ahora con letra: uno. Un contagiado en dicha ciudad de Nueva Zelanda. ¿Sabe usted que ordenó la primera ministra, Jacinda Ardern? Ordenó un confinamiento nacional de tres días. Ahora en lenguaje cristiano: por un contagio en Nueva Zelanda, por tres días y sin excepción, todo mundo guardado en sus casas y residencias.
Letras minúsculas
Esto y no otra cosa son orden, planes, estructuras de salud y poder: primer mundo. Aquí la orden es ir a la escuela, la guardería de niños más barata... y letal.