‘¡Bienvenido...!’. La pandemia de los años 80 y la del siglo 21
Como si no arrastrásemos de por sí toda la monserga catoliquera que considera al delicioso como un acto pecaminoso por definición que mucho ofende al Creador del Universo, tuvimos durante los años 80 que enfrentar adicionalmente a aquella terrible pandemia que nos sentenciaba a una muerte lenta, dolorosa, horrenda y miserable si acaso nos dejábamos arrastrar por una noche de placer sensual y casual.
Corría por aquellos años la leyenda urbana de que, luego de una velada de tragos y baile en la discoteque (así se llamaban, “discos”, lo de antros vino después), un “loser” promedio tenía la suerte de hacer “clic” con una hermosa chica completamente fuera de su liga, ya sabe, una mezcla de Melanie Griffith con Laura Branigan, suéter flojo con el hombro al descubierto, cinturón gigantesco, coloridos mallones y copetazo erguido con Aquanet (pagamos con un hoyo en la capa de ozono, pero valió la pena).
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Se nos aconsejaba no ceder ante sus encantos, por mucho que la chica mostrase genuino interés por culminar esa noche con una ardiente sesión de aeróbicos horizontales.
Y es que resulta que al primo del amigo de un vecino del socio de mi papá se lo llevó esta chava bien bonita a gozar como nunca imaginó en su fracasada vida. Pero... al día siguiente, al despertar y encontrarse solo, el primo del amigo de un vecino del socio de mi papá se dirigió al baño y cuál sería su sorpresa al descubrir que en el espejo, en vez del reflejo de un hombre feliz y sexualmente realizado, le esperaba una leyenda escrita con lápiz labial rojísimo como el pecado: “¡Bienvenido al mundo del S.I.D.A.!”, (así, con mayúsculas y puntos intermedios, estamos en los 80, recuerde).
No sé cómo entre la noción del pecado y esta leyenda urbana (bueno, y la del Diablo que bailó toda la noche en el salón country y al subirse al toro mecánico dejó al descubierto su pata de chivo), no acabamos desarrollando impotencia y frigidez condicionadas debido al trauma y terminamos por extinguir a la humanidad.
La pandemia del siglo 21 fue menos emocionante y comenzó con una inexplicable compra de pánico de papel sanitario. Y por más que queramos darle la vuelta a la página y dejarla relegada entre los malos recuerdos, como el Windows Vista, lo cierto es que el COVID sigue entre nosotros.
Sí, aún se enferma gente y también se muere, oh sí, pero gracias a cierta campaña mundial de vacunación la situación ya no desborda nuestros siempre precarios sistemas de salud pública alrededor del mundo.
Pasa que, como dicen, llegamos a un número de incidentes que nos resulta aceptable, que podemos tolerar sin necesidad de cancelar nuestras actividades y sin acaparar nuestra de por sí difusa, dispersa y perecedera atención sobre la agenda mediático-noticiosa.
Bueno, aquel día hace diez ya, me desperté moquiento, con los ojos chinguiñosos y la garganta como si hubiera estado cantando thrash metal la noche anterior en un bar sin ventilación ni restricciones para los fumadores. “¡Pinches alergias!”, pensé.
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Cuando me lavé los dientes y el sabor fresco y mentolado del dentífrico estaba ausente, me disponía a ver la fecha de caducidad y fue entonces que las dos únicas neuronas despiertas hicieron sinapsis y me escribieron en el espejo: “¡Bienvenido al mundo del C.O.V.I.D.!”, (también en mayúsculas y con puntos porque es una parodia).
Este es mi primer “covits” y me siento como quinceañera debutante (yo no sé por qué mi cuerpo cambia día con día). Como en su momento le presumí, me permití observar una cuarentena ejemplar durante el confinamiento y salí indemne hasta el día que me pusieron la vacuna y sentí morir.
Luego me puse todos los refuerzos que me fue posible y aun así probé los sinsabores del COVID... bueno, en realidad no pruebo absolutamente nada por la falta de olfato, lo que en mi caso es casi como perder un superpoder. Los otros cuatro sentidos básicos me podrán engañar, pero nunca mi viejo buen amigo el olfato, que hasta me dice qué películas debo evitar.
“¿Y si estabas vacunado por qué te dio?”, preguntará el lector más mentecato, zafio, anticientífico, conspiranoico y cabezotas, pero no tengo espacio ni energía por hoy para liarme a porrazos con su necedad.
Pero aquellos que sí creemos en la curvatura de la Tierra sin necesidad de pagar un viaje a la estratósfera en el Pene Sideral de Jeff Bezos, deberíamos estar preocupados por el empecinamiento de nuestro Gobierno por reforzar la de por sí precaria inmunidad de los mexicanos con vacunas que han caído en obsolescencia debido a las naturales y anticipables mutaciones de la COVID-19 original.
Pero pasa que el presente y transformador Gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador fue uno de los peor evaluados en su gestión de la pandemia y mucho de ello se debió a su renuencia a invertir en vacunas, vacunas reales, oportunas y efectivas para detener el brote y así impedir tantas muertes como hubiera sido posible.
En cambio, se puso los andrajos del país pobre y estuvo mendigando como si no fuésemos la economía 15, como si fuésemos alguna nación africana en verdadera necesidad de solidaridad internacional. Le dolía tener que desviar el valioso presupuesto de sus amados programas clientelares para comprarle vacunas a laboratorios reconocidos y mejor nos hizo bailar con el Doctor Simi del mundo: China.
Le dio preferencia a las vacunas chinas, rusas y cubanas, que tardaron demasiado en acreditar sus sueros debidamente ante la OMS, porque simplemente no cumplían con los estándares o eran pirateados y no tenían la metodología correspondiente. AMLO entonces abogó por “no poner trabas burocráticas” y autorizar esos medicamentos, porque eran los que le pensaba suministrar a su pueblo bueno.
Y cómo olvidar que le dolía el codo tener que vacunar a los niños, pese a que estaba ya recomendado por la ciencia. Y cuando prefirió vacunar a sus “siervos de la Nación” y no al personal médico que se la estaba partiendo en clínicas y hospitales.
¡Valiente viejo ladino! Pero cuando se enfermó el hijazo de su vidaza, el Gordolfo del Clan López, José Ramón, movió cielo, mar, tierra y Fuerzas Armadas para que la librara con medicamento de primera.
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¡Y cómo olvidar a la doctora Ivermectina, Claudia Sheinbaum, que distribuyó este medicamento veterinario entre los ciudadanos de la CDMX en una acción irresponsable y criminal!
Si eso fue entonces, cuando era urgencia mundial, cuando era asunto de vital importancia para todos las naciones del planeta, ¿qué nos espera ahora que el COVID está tan, tan relegado entre las prioridades de este Gobierno que parecen ser, únicamente, las elecciones del 2024?
Ya lo dijo don Jorge Alcocer, que el abasto de vacunas está garantizado para este año y el siguiente. Sí, mismas que ya cayeron en obsolescencia, incluida el Chapulín Colorado de los sueros contra el COVID, la Vacuna Patria, que sirve para la primera cepa y llegó sólo tres años tarde: ¡No contaban con su astucia!
Tal parece que la pesadilla de estos tiempos que corren fue despertar un buen día y descubrir escrito en el espejo del baño el siniestro mensaje: “¡Bienvenido al mundo de la 4.T.!”.
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