Blue Monday (2 de 2)
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¿Cuándo tomó la decisión el poeta Alfredo García Valdez de renunciar a su vida real y habitar para su final, eso llamado ahora vida virtual? No lo sé. Apenas lo adivino. ¿Cuándo dejó de ser él “homo sapiens” y se convirtió en “homo virtual”? No lo sé. Apenas lo adivino. O quiero o lo intento hoy, al pergeñar estas notas. Estas tristes notas para su despedida.
Cuando supe de su renuncia a estas páginas de VANGUARDIA (¿hace dos, tres, cuatro años?), le marqué reiteradamente a su celular. Nunca contestó, aunque timbraba. Luego, imagino, canceló su celular. Su número fue baja. Pero, insisto, le marcaba una y otra vez. Posteriormente a esto, mucho antes de la llegada del virus oriental, sus amigos más cercanos también me lo comentaban: Alfredo había cancelado su teléfono celular y era imposible localizarlo. ¿Cuándo decidió hacerse invisible y desaparecer dentro de sí mismo? No lo sé.
No sé de sus motivos para tomar semejante decisión (¿se puede renunciar a escribir, cuando para uno es la vida misma, la respiración con lo cual vivimos y existimos?, ¿jubilarse como escritor?). Decisión amarga, ruda, difícil, avinagrada. Es decir: callar, el silencio como tumba. Él, precisamente en él, de oficio y como oficio las palabras. La voz, el aliento, el vaho invisible de la palabra en él y el genio poético.
Luego de un largo periplo de mi vida fuera de esta ciudad a la cual amo y detesto a partes iguales, regresé comenzando milenio. Me incorporé tanto a estas páginas de VANGUARDIA y de tiempo completo al catorcenario “Espacio 4”. Generoso y otorgándome una confianza inmerecida, su editor general, Gerardo Hernández González, me soltó varias de sus páginas para dedicarlas a lo cual nos hace humanos: la cultura en general. Inmediatamente invité a una batería de plumas locales y nacionales. Puros ases: Armando Oviedo, Luis Carlos Plata, Víctor M. Calderón, Víctor S. Peña, Carlos Alberto Arredondo, Gilberto Prado Galán, Juan Martínez Tristán, Jaime Muñoz Vargas, Antonio de Galicia y Rivera... claro, sin faltar la presencia y letras de don Alfredo García.
Creo, nunca sabremos de la decisión de don Alfredo de abandonar su vida real y las páginas de este diario, y sólo habitar el mundo virtual de las redes sociales lo cual todo lo pudren. Me cuentan mis amigos escritores y poetas de la Ciudad de México, don Alfredo entraba sin invitación a cuanta discusión había en la red. ¿Se publicaba una portada de un libro? Don Alfredo mandaba recurrentes comentarios y apostillas. No siempre en buen sentido. Empezó a ser repudiado. No era bienvenido en muchos blogs y foros virtuales. Cayó en el atavismo o vicio el cual hoy es toda una pandemia.
El pasado día lunes 17 fue un día gris, triste, afligido. Todos los días son ya afligidos y dolientes. Ese lunes fue bautizado como el “Blue Monday”. Y justo en ese periodo de días, murieron tres amigos míos, tres poetas, todos ellos más dotados a quien esto escribe: el poeta veracruzano Eduardo Cerecedo, el poeta de Campeche, Sergio Witz y entre nosotros, el maestro Alfredo García Valdez. Una tragedia.
ESQUINA-BAJAN
La última vez en ver al poeta fue a mitad de res de esta maldita peste oriental. Todo cerrado, todo clausurado, apenas estaban reabriendo y a cuentagotas, bares y cantinas en el centro histórico. Años de no ir a una de de ellas con la cual y en su momento, la frecuenté con Alfredo. Con pandemia o sin ella, dicha cantina siempre está infectada. Cantina antigua, por lo general para hombres solos y solitarios. No es lo mío, pero al buen Alfredo le gustaba. Ese día, hace como un año de esto, ya andaba yo con varias copas en mi enjuta humanidad. Vi abierta dicha cantina. No lo dudé, entré a ella.
Petrificada en el tiempo, era la misma de siempre. Pero, extrañamente esta cantina tiene una buena “rocola” con música en inglés de mi agrado. Me tomé un par de cervezas y puse rolas. Pero, aquello no era ya lo mío. No me gustó. Decidí salir y enfilar mis pasos a mi casa. De reojo, cual no sería mi sorpresa al ver acodado en una esquina sonámbula al poeta García Valdez en su mesa. Envuelto en los vapores y humo de su eterno pitillo en sus dedos, le vi. Ignoro si él me reconoció. Le vi ajeno ya al mundo real. No consideré prudente acercarme a saludarlo.
El maestro Alfredo García tenía una voz cavernosa, salía de las profundidades de su garganta. Parco y breve en hablar. Su voz salía de un pozo, de un antro, desde las cavidades profundas. Y en este tipo de cavernas y oquedades, siempre se topa uno con las rocas. Y el tono y voz de Alfredo siempre me recuerda, como no, la poesía y tono de ese Nobel eterno, T. S. Eliot. En especial, ese texto por lo general injustamente olvidado y poco citado de Eliot: “Prufrock”. En algunas ediciones se titula, “La canción de amor de J. Alfred Prufrock”. Es decir, Alfred Prufrock. Alfred, la roca de prueba, la roca dura y verdadera. Alfredo Prufrock Valdez, cuando hablaba, se levantaba su señorío. Hablaba poco, siempre fuerte, duro, macizo. Acerado.
Hoy se agiganta aquel evento, aquella lectura de poesía patrocinada por Samuel Rodríguez Martínez en “Sol y luna”, donde se presentaron los textos de Juan Martínez Tristán (†), Alfredo García (†), don Armando Fuentes Aguirre y quien esto escribe. Alfredo tomó la decisión de estar solo en su final. No fue imposición, sino decisión. Espero ya repose de esta vida terrena.
LETRAS MINÚSCULAS
“Silva de amor nocturno”, su libro bello y perfecto. Descansa buen Alfredo, descansa maestro.