Café Montaigne 218
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Hablemos de Dios. Otra vez. Diálogo inútil, a veces lo creo. Para realizar un diálogo, se necesita otro interlocutor; si no, sería un monólogo. Un triste y patético monólogo. No pocas veces, condenado al fracaso. Hablemos de Dios usted y yo, lector. ¿Escucha Dios? No lo sé. ¿Cómo saberlo? Casi imposible saberlo. Nos hemos buscado un Dios o dioses, en toda nuestra historia de la humanidad tal vez para paliar un tanto nuestra orfandad. Bajo el palio del fuego y alrededor de la fogata, la tribu cuenta cuentos, historias, leyendas; fábulas, narra. Así nació Dios. Este y no otro es su origen.
Señor lector, buenos días (o tardes, o noches, o buen mediodía; es decir, con internet a la mano, se ha perdido la noción de día o de noche. Estas letras se pueden leer y siempre, cuando usted tiene tiempo y así lo disponga. No hay día ni noche. Se abolieron los tiempos y las estaciones, todo pasa simultáneamente, como en aquel texto perfecto del divino ciego Jorge Luis Borges). Muchos, hartos lectores como usted el cual hoy me favorece con su atención, una y otra vez me han pedido el regreso de una arista, una exploración en estas páginas de VANGUARDIA: hablar de Dios, seguir explorando a Dios.
Hablar de ese inasible Dios. Y lo anterior es porque usted hace favor de recordar en esta sección de “Contraesquina” sabatina, al menos por dos años seguidos y de manera sistemática, he vertido palabras sobre Dios y todo lo cual lo rodea. Me lo he querido explicar y entender. Y al hacerlo, he querido explicárselo a usted y transmitirle lo poco o mucho lo cual pienso, leo, escucho y visualizo de Dios. Es difícil hacerlo, todo el tiempo es difícil. Se le va la vida a uno en dicho trámite y ejercicio. Y aclaro de una vez nuevamente, no soy el más indicado para explorar a Dios y su corte celestial. Hay gente más capacitada a su servidor. De hecho, en éstas páginas de VANGUARDIA hay dos humanos los cuales sí son hombres de Dios, sacerdotes ambos: Juan Manuel Ledesma (tiene su espacio dominical) y P. Juan Manuel Ruiz (publica semanalmente en la revista “360”).
¿Entonces, cuál es mi papel al respecto? Pues ese precisamente: como a usted le interesen mis letras, mi juicio, ideas y opinión desembarazada de una fe ciega, aquí estoy a petición suya, plantando una vez más mi estandarte de batalla: hablar de Dios. Tenía pensado iniciar de nuevo esta exploración, este ensayo sabatino a principios del próximo año. Pero, como la vida aprieta en la ventana por la maldita pandemia la cual no cede ni va a ceder, he decidido iniciar de nuevo esta saga sobre Dios.
“Nada somos, y podemos serlo todo.../ partimos incesantemente de hoy./ El tiempo no pasa; comienza”. Versos poderosos, únicos, de un poeta francés el cual es uno de mis preferidos, Paul Éluard. Podemos serlo todo, dice el poeta el cual a la vez es profeta. Podemos serlo todo, incluyendo ser dioses. Por eso nos desterraron como género humano del edén. Tuvimos una aspiración: ser dioses y probar de ese fruto de la ciencia del bien y de la inteligencia. Es decir, poner a girar nuestra piedra. Vino entonces la condena, el destierro.
Esquina-bajan
En los años de 2016 a 2019, estuve hablando, explorando a Dios. En aquel año, terminé en el siguiente dígito (estoy revisando someramente mis archivos y espero no equivocarme): “Hablemos de Dios 75”. Aunque usted lo sabe e insisto, siempre de una manera u otra, aquí lo hemos seguido explorando. Hoy y debido a su insistencia en ello, estimado lector, vuelvo a las andadas. No sé si mejor o más recargado, pero sí sé lo siguiente: sigo teniendo fe; rota, pero la tengo. ¿Tener fe rota entonces y no creer ciegamente, es no tener fe? No lo sé ni me interesa un juicio de valor al respecto. Simplemente así soy y sigue siendo mi tirada de naipes.
¿Quién soy yo para hablar aquí de Dios? Su hijo. ¿Es un atrevimiento de mi parte abordar a Dios aquí con palabras y letras? Absolutamente no. Me considero de su linaje y como este dijo en la Biblia, mandó a su retoño Jesucristo como prueba de existencia para nuestra vida y libertad en abundancia (Juan 10:10), pues entonces sólo hago uso del regalo: tengo vida y libertad. Lo practico diario, tan es así y usted lo sabe, no pocas veces y por mi escritura y esbozo en libertad, me acosan, amenazan y demás bisutería de quien trata de mantener a la libertad y verdad en un desván oscuro.
Soy cristiano, católico, bautista, testigo de Jehová. Las etiquetas conmigo no van. Mucho tiempo fui al sur de la ciudad con los Hare Krishna. ¿Es el mismo Dios o es diferente? Entonces si Dios está en todas partes, ¿estoy hablando de un ya rebasado panteísmo? Lo ve: no es sencillo esto de explorar y tener ideas sobre Dios. Dije ideas, no fe ciega.
Decía el filósofo ibérico Juan Arias: “Cada vez que hoy me preguntan si creo que es mejor o no creer en Dios, suelo responder que eso no tiene importancia ya que si existiese Dios, lo importante sería que él creyera en nosotros...”. ¿Dios cree en nosotros? Lo dudo. Ejemplo: usted es un buen padre, un buen esposo, un buen hombre de negocios; no miente, no roba, paga el seguro social y buen sueldo a sus empleados... ¿Es suficiente una buena obra para ganar el cielo tan anhelado? Sí y no. No hay contradicción alguna. Caray, bueno, sí hay contradicción. La Biblia dice: la fe sin obras no es fe. Pero también hay otra parte la cual afirma: por la gracia de Dios y la intersección de Jesucristo usted ya es salvo, independientemente de su obra (Juan 1:17).
Letras minúsculas
A petición suya, estaremos alternando sabatinamente “Café Montaigne” con “Hablemos de Dios”. Espero seguir contando con su lectura y atención.