Café Montaigne 277: ¿Año nuevo o viejo? Sólo convencionalismos sociales

Opinión
/ 27 diciembre 2023

Lo he contado antes y creo usted lo recuerda: no creo en el año nuevo ni viejo. Basura. Pero, sí creo en la Navidad. Así, en singular. Ya luego se adoptó lo de Navidades. Hoy ya es un término gringo que en mis mocedades no existía: “felices fiestas”. Algo tan despersonalizado, tan insulso, como las redes sociales: “abrazo”, “bendiciones”, “Dios te ayude”... bla, bla, bla. Eso de las bendiciones y que Dios te ayude, uno lo debe de encarnar: uno y nadie más debe de encarnar ese milagro y esas bendiciones terrenas para la gente siempre necesitada de todo.

En esta Navidad pasada y para mi fortuna, regalé cinco cenas navideñas. ¿Fue mucho o poco? Caray, a quién le interesa la cantidad. Lo hice como cada año lo hago. Lo platico en este espacio y creo alguna vez ya lo hice: lo hago porque la gente lo pide y porque eso de “bendecida semana, bendecido día”, pues yo lo debo de acompañar con algo material y tangible, en este caso: comida. Alimento que la gente añora.

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¿Año nuevo o viejo? Insisto, a quién diablos le interesa. Hace años, muchos años atrás, la siguiente idea me la vendió mi hermano unido a la eternidad, don Reynaldo Ramírez García. El buen Reynaldo me lo dijo así, como un susurro, como un eco, un viento atado a la eternidad:Mira, Jesusín, el mundo no se rige por años, sino por acontecimientos”. ¿Somos los mismos luego de la pérdida de un hijo? ¿Somos los mismos luego de la muerte de nuestros padres o de nuestros hermanos? ¿Somos los mismos luego de que perdimos en una mala jugada un ojo, una pata o una mano? No. ¿Tuvo incidencia la fecha o el acontecimiento?

Reynaldo siempre tenía razón. Para mí, esto del año nuevo o viejo es mero formulismo. De hecho en un restaurante que frecuento cuando mis posibilidades monetarias me lo permiten, una guapa y amable camarera me ha invitado a llegar y saludar ese día. El último del año, dice, habrá gran pachanga y mitote, y que me va a dar mi “abrazo de año nuevo”. Tal vez grosero, le digo que por qué no me lo da de una vez y le explico la teoría de mi hermano Reynaldo. Ella desconcertada, sólo se ríe. Agrega que ese día va a venir “arreglada”. En fin, bañarse y gastar por decreto, felicidad por decreto... aunque todo el año sea de jodidez extrema.

Como siempre, es un poeta y no un político, no un filósofo, no un erudito, no; sino un poeta quien nos clarifica el terreno minado a pisar: es el poeta Antonio Deltoro, el cual para nuestra mala fortuna, recién murió. Sus versos dicen:

El bullicio no puede durar,

Tiene un tiempo espumoso

Y naciente...

¿Qué son o qué fueron las anteriores fechas de fiesta? Pues eso, pompas de jabón, nubes, volutas de humo, bullicio, jolgorio, tiempo espumoso... que ya pronto será nada. La vida aprieta. Y hoy... a chingarle porque no hay peso que estirar. ¿Pecados capitales? Tengo una teoría que estoy desarrollando: de entre los nuevos pecados malditos, hay uno muy bueno: la fiesta, el jolgorio, la parranda, el mitote.

Bueno, pues voy a ceder por esta vez: el año nuevo o año viejo, según sea su enfoque, lector, sirve para hacer un balance de lo bueno y lo malo. En una de mis novelas favoritas, “El Gatopardo”, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, en una reflexión del narrador, se deletrea en honor de don Fabrizo, Príncipe de Salina: “Estaba haciendo el balance de pérdidas y ganancias de su vida, trataba de extraer de la inmensa montaña de cenizas del pasivo las diminutas briznas de oro de los momentos felices”.

ESQUINA-BAJAN

¿Usted ha sido feliz? Siga disfrutando. Sea 32 de enero o 48 de octubre, no espere usted los convencionalismos sociales de mi camarera para darme un abrazo. Pero bueno, es lo que marca a la letra la sociedad del consumo. Pocos escapan a ello. Le cuento lo siguiente, es mi idea y no quiero convencer a nadie. Eso de “festejar” el año nuevo o viejo, pues es como cargar uno su cruz rumbo al calvario, al monte Calavera. Cuando se pidió la inmolación de Isaac, éste llevaba su propia leña para el holocausto: arder vivo. Cuando el maestro Jesucristo fue crucificado llevaba su propia leña: su cruz.

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Pues sí, eso de festejar el año nuevo o viejo, para mí al menos, es como cargar un fardo, una cruz, la propia leña para inmolarse. No. La vida sigue, día a día, cuando se puede y cuando se pueda. ¿Un año nuevo o viejo con respecto a qué? ¡Ah! Y claro, es otra poeta, es la gran atormentada Emily Dickinson quien nos clarifica el terreno fangoso:

Los condenados, ven en el alba

Encanto diferente...

Señor lector, no vea el año nuevo o viejo como una condena; como lo hace mi camarera a la cual, desgraciadamente, le dan sólo una vez al año dinero para gastar. Y lo peor, ella se viste y se acicala para la ocasión, puf. Usted viva y raspe su vida. De ser posible, agótela. No piense usted en el mañana, el mañana no existe: es un futuro sin semilla, sin hueso, sin nada; es un deseo pues; es desiderata...

LETRAS MINÚSCULAS

Dice un poeta maldito en sus versos, el gran Charles Baudelaire: “Humanidad banal, tan loca y torpe hoy día / como lo ha sido siempre...”. Le creo.

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