Café Montaigne 280: pintores mexicanos históricos
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La vida sirve para vivirla. ¿Hay vida después de la muerte? No lo creo. Es mi posición personal. ¿Yo deseo vida eterna? En lo más mínimo. Eso de ser eterno es un buen disparate. Pero en fin, muchos lo añoran y lo desean. También lo creen. Respeto cada opinión. Pero, para mí la vida y la eternidad no pocas veces se manifiestan en un giro cotidiano, una taza de té o de café. Verse reflejado en la mujer que uno ama (no necesariamente ella nos ama), asistir a la exposición de nuestro pintor favorito. Regodearse con un buen libro y leer y releer a aquellos autores que nos acercan lejanías...
Hace poco y a vuela pluma en este espacio, hablé someramente de varios aniversarios y efemérides culturales las cuales se van a celebrar en el mundo. Coahuila bajo la égida del “Cowboy Urbano”, Manolo Jiménez Salinas, no puede ni debe estar al margen de las grandes celebraciones culturales. Tiene en mi admirada secretaria de Cultura, la maestra Esther Quintana, a una formidable aliada. Repito, no dudo que mi maestra ya haya tomado dato de todo lo que sigue y claro, me faltan aniversarios y celebraciones que apenas ando oteando y cuadrando, no así ella a la cual jamás se le va gazapo alguno en sus labores.
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Me voy enterando que uno de los pintores mexicano más famosos en el mundo, David Alfaro Siqueiros (1896-1974) cumple justo 50 años de muerte. Pero también, lo siguiente está más emparentado con el glamour y la farándula (al menos para mí) y no tanto con el arte, pero bueno, es una bomba: se cumplen 70 años de la muerte de Frida Kahlo (1907-1954). ¿Mi maestra Quintana Salinas nos va a sorprender al traer algunos de los cuadros de la pintora admirada en todo el mundo?, ¿va a traer una exposición bien curada de esta pintora que hoy es icónica y ubicua en cuanto objeto en el mercado hay disponible?
No dudo que si no es este año (imagino ya hay agenda de exposiciones de la obra de la Kahlo en el país), las gestiones se harán para el próximo, tanto en Saltillo o Torreón. Y lo dejo en letra redonda de nuevo: ya nadie lo recuerda (la memoria siempre se pierde con refrescos de dieta y máxime hoy, cuando todo es en “tiempo real”), pero visionario como lo fue siempre don Armando Castilla (†) y cuando éste diseñó el presupuesto del famoso “Centro Cultural Casa Vanguardia” en lo que ahora es “Casa Purcell”, don Armando mandó traer una exposición de obras de pintores mexicanos. Entre ellos, se exhibió en la ciudad un cuadro de... Frida Kahlo. Sí, cuando nadie daba un cacahuate por ella.
Entro a la jaula del león sin ser domador, me meto en honduras: ¿Por qué sigue gustando y enamorando Frida Kahlo en el extranjero y aquí en México, por qué sigue estando de moda no obstante el paso del tiempo? Aventuro: por ese aire rancio a extravagancia, a dolor compartido, a muerte mexicana –entre festiva y llorosa– y por esas figuras, esos artes preñados de ropajes mexicanos autóctonos, de colores explosivos y dotados de un mestizaje mexicano que refleja, claro, a toda la cultura latinoamericana.
¿Un ejemplo? Claro. De apenas 70 x 62 centímetros (es decir, apenas el doble de una hoja de un cuaderno escolar), un óleo sobre masonite anuncia desde su título lo que habrá de contemplarse: “Diego en mi pensamiento”. Aquí se ve a Frida en su autorretrato ataviada con su huipil juchiteco “de carita”, ribeteado en encaje. Sobre su frente, la imagen de Diego. Mientras en su mata de cabello negro luce flores mexicanas de colores vivos y frescos. Imposibles estos colores y esta extravagancia para los alemanes. Hay otros cuadros harto conocidos: “Hospital Henry Ford”, “Autorretrato de changuito” y no podía faltar, “Unos cuantos piquetitos”.
ESQUINA-BAJAN
Aunque alguna vez lo escribí, hoy otra vez lo dejo como huellas: para mí, su arte está más emparentado con la enfermedad, con la tortuosa psicología y el dolor físico y emocional, que con la representación y apuesta de un artista. La verdad, su cuadros no me impactaron cuando hará cosa de 10 años, visité la Sala Frida Kahlo del Museo Dolores Olmedo (ojo, aquí está su obra, no en el llamado Museo Frida Kahlo en Coyoacán, donde hacen fila los mal informados turistas, sólo para llevarse al final un chasco y salir con los ojos vacíos: fue la morada de Diego y Frida, pero aquí no está su obra).
“Pinto mi propia realidad” dejó por escrito de su puño y letra la Kahlo. Y vaya que tenía o tuvo sobradas razones para espetarlo. Le practicaron no menos de 32 operaciones. De aquí entonces derivan o tienen su génesis de creación, cuadros como “La columna rota”, “Lo que me dio el agua” o el famoso dibujo de su diario de su pie amputado, con la leyenda: “Pies para qué los quiero si tengo alas para volar”, fechada la hoja en 1953.
Menos artística y almibarada que dicha inscripción, fue su triste realidad. Frida Kahlo, según un estudioso de su obra, Philip Sandblom, tenía una anomalía que se conoce como “spina bífida”, que le causaba ulceraciones progresivas en las piernas y los pies. Le fue amputada una pierna. Efectivamente, en “Lo que me dio el agua”, Frida sólo pinta su realidad: las lesiones y ulceraciones de su pie en una bañera. ¿Y el arte?
LETRAS MINÚSCULAS
Me emocioné contándole a usted todo lo anterior, pero hay mucho que celebrar de aniversario.
Encuesta Vanguardia
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