Crear o creer en la suerte
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Jorge Luis Borges comenta sobre el azar: “[...] no hay azar, [...] lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad.
Existe un cuento chino que dice: “un hombre vivía con su padre en la frontera norte de China. Cierto día su caballo se escapó y se marchó al territorio de los nómadas que vivían al otro lado de la frontera. Sus vecinos acudieron a decirle cuánto lo lamentaban. ‘¿Cómo saben que esto no es buena suerte?’, dijo el padre. Algunos meses más tarde, el caballo regresó acompañado de un semental nómada. Los amigos del hombre se reunieron para admirar el semental y para felicitar al dueño del caballo. ‘¿Por qué piensan que esto no es una desgracia?’, preguntó el padre. El hijo se aficionó al semental nómada. Días más tarde, intentando montarlo, se rompió una pierna. Todos fueron a consolarlo. ‘¿Cómo saben que esto es necesariamente una cosa mala?’, volvió a preguntar el padre. Un mes más tarde, los nómadas invadieron China y todos los hombres sanos tuvieron que ir a la guerra. Nueve de cada diez soldados murieron. El hijo no tuvo que ir a la batalla porque tenía la pierna quebrada”.
¿SERÁ?
La gran mayoría de las personas, de tiempo en tiempo, hemos usado alguna de las siguientes expresiones: “tengo una buena racha” o lo contrario “he tenido muy mala suerte”. De hecho, hay gente que cree que es la buena o la mala fortuna la que rige algunos aspectos de sus vidas.
¿Será verdad que los motivos de felicidad dependen de la suerte? ¿Será cierto que las personas exitosas lo son por algún tipo de predestinación? ¿Acaso hay personas que nacen con buena estrella, mientras que otras están destinadas a maldecir sus días debido a que la diosa de la fortuna no las acoge?
En esta forma de pensar subyacen supersticiones o creencias mágicas, inclusive religiosas, que hacen que se crea que tener suerte o no, se adquiere al nacer y, por tanto, salir adelante en la vida depende más del destino que del esfuerzo emprendido.
Evidentemente, existen factores estructurales, como lo son la economía, el país en donde se nace, la preparación de los padres, entre otros tantos, que en mucho determinan el futuro de las personas;
sin embargo, la “suerte” posiblemente es un tema aparte.
CUESTIÓN DE ACTITUD
Richard Wiseman es un científico inglés que se ha dedicado, entre otras cosas, a investigar la dinámica de la suerte, afirmando que es una cuestión de actitud y una forma de concebir el mundo; tal vez, este investigador fue el primero en hacer un estudio científico sobre “El factor suerte”.
Existen personas que están totalmente convencidas que la mala o la buena suerte se deben al destino y, por tanto, no hay nada que hacer al respecto; sin embargo, Wiseman ha evidenciado que no existe nada sobrenatural que afecte positiva o negativamente a las personas; es decir, que nadie nace con suerte, sino que son los pensamientos y las conductas de las personas la que generan la buena o mala fortuna.
Según Wiseman, las personas que se consideran afortunadas suelen tener pensamientos, actitudes y comportamientos positivos, acordes con la “buena fortuna”; mientras aquellas que se consideran desafortunadas tienden a tener pensamientos, emociones, actitudes, y comportamientos opuestos: negativos y pesimistas. Con obvias consecuencias.
El investigador ha identificado cuatro principios que describen a las personas “afortunadas”:
Saber ver. El primero tiene que ver con el hecho que las personas con “suerte” ven lo positivo en todas las cosas, saben optimizar las oportunidades, identificarlas, crearlas y actuar en consecuencia. La investigación descubrió que las personas con suerte crean su propia buena suerte inclusive ante los infortunios de la vida.
Tal es el caso de las personas que, ante una enfermedad o impedimento físico, en lugar de lamerse las heridas deciden luchar y crear los espacios necesarios para alcanzar sus sueños. Aunque suene contradictorio son los seres humanos que consideran a ese golpe devastador como el motor que los motivó para emprender algo grande.
La gente con suerte “casualmente” son agradecidas, generosas, tienen un inmenso capital social mediante redes y contactos que, a su vez, fomentan oportunidades; ellos mismos, por decirlo de alguna manera “puentean su suerte”. Son las que dicen “mira qué suerte tengo, entre más práctico, mejor le pego a la pelota”.
Estas personas son “alivianadas”, tranquilas, abiertas a la vida, dispuestas a experimentar nuevos caminos y vivencias. En el extremo opuesto están aquellas que se consideran desafortunadas y -casualmente- tienden a ser cerradas, criticonas, envidiosas y egoístas.
La otra inteligencia. La gente con “suerte” está convencida que la mala fortuna de hoy puede ser la buena de mañana, en este sentido el científico comenta: “las personas sin suerte tienden a tomar decisiones poco acertadas: confían en quienes no deben y se equivocan a la hora de elegir sus salidas profesionales. Por el contrario, las personas que tienen suerte tienen una curiosa habilidad para depositar su confianza en gente honesta y para tomar decisiones provechosas y eficaces. Estas diferencias dependen de la distinta forma en la que unos y otros utilizan su intuición para tomar decisiones importantes”.
Los primeros no suelen confiar en sus intuiciones o corazonadas. No es que carezcan de todo ello, sino que no las “fomentan”; no escuchan su voz interior cuando les dice algo. La gente con suerte es, de nuevo, el polo opuesto: consideran a sus intuiciones como un timbre de alarma, como una buena razón para pararse a reflexionar y al hacerlo, recogen los beneficios de una vida con “suerte”.
Estas personas toman decisiones con poca información, porque le apuestan a su voz interior y, en caso de no acertar, no lo toman como fracaso, sino como aprendizaje.
Pensar en positivo. El tercer principio refiere que las personas con suerte, piensan tenerla, crean sus propias profecías de autorrealización, son positivas ante sus expectativas. No se dedican a pensar en lo malo que le ha sucedido en el pasado. Por otro lado, las que se consideran desafortunadas están seguras que el futuro será un apocalipsis, viven pensando en un futuro negro y además que no hay nada por hacer para cambiar esa realidad futura.
Según el investigador, esta manera de pensar “ejerce una influencia considerable en el pensamiento y en el comportamiento de las personas: determina su afán de lucha para conseguir lo que desean, hasta qué punto van a persistir ante los fracasos o cuál va a ser su actitud ante los demás y la respuesta de éstos (...) Ni la gente con suerte logra sus objetivos por casualidad, ni la que no la tiene está destinada a no conseguir nada en la vida. Al contrario, sus planteamientos son responsables en buena parte de sus éxitos y fracasos”.
Las personas afortunadas son las que toman las medidas para evitar negros futuros, así convierten “la mala suerte” en algo positivo. No permiten que los inconvenientes los doblegue; ellos se mueven con agilidad para tomar el control cuando las cosas se van por mal camino. Así, los problemas los afrontan con imaginación y creatividad.
Actitud. Hay gente que dice “existe una gran probabilidad de que si las cosas hubieran ido de otra manera no hubiera encontrado la felicidad, aunque en un principio no lo vi así”, y es cierto, la suerte tiene que ver con la actitud y las emociones que de esta emanan; de ver lo positivo en lo negativo; de leer a la adversidad entre líneas; de ver los infortunios como retos; de aprender a distinguir que el mundo está repleto de innumerables oportunidades vestidas de adversidades; de abrirse de lleno a eso que la vida ofrece haciendo esfuerzos deliberados por entender, de un modo proactivo, las situaciones y circunstancias ordinarias.
Cierta es la sentencia de Séneca: “no es feliz quien no piensa que lo es”. Parafraseando, yo diría: no tiene suerte el ser humano que ignora que, por el solo hecho de existir, es un suertudo. Y gracias a este inconmensurable milagro, todos los días podemos pasar de creer en la suerte a crear nuestra mismísima fortuna.
Tec de Monterrey
Campus Saltillo
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