Cultura es cultivar
COMPARTIR
A Lorenzo Rosenzweig
La cultura, asociada generalmente a procesos alejados de los pueblos que cultivan (incluso suele llamarse ignorantes a pueblos rurales), adolece del corazón. No es cultura. Está ciega. No podemos nombrarnos mujeres u hombres con cultura si no sabemos cultivar, pues ese es el origen etimológico de cultura y es un proceso que además mantiene la vida en general y nos mantiene, a la especie humana, con vida. Cultura proviene del verbo latino cultum que significa cultivo, un verbo que luego deriva en cuidar o trabajar.
Mi amiga Anabel nació en la Sierra Santa Catarina en Jalisco. Allí aprendió a cultivar desde pequeña en su comunidad wixaritari. Me cuenta que ningún niño o niña iba a la escuela cuando era el tiempo de sembrar. Y aquí hay un punto importante a cuestionar: la ruptura entre la educación formal (escuela) y las prácticas culturales de cada territorio, que en este caso, implican un gran aprendizaje al integrar los ciclos de cultivos como el maíz, el frijol y la calabaza. Esta comprensión de los ciclos que conforman lo que llamamos milpa y que es el método probado para que la tierra siga en su fertilidad, la tiene un pequeño porcentaje de la humanidad, ahora que el concepto cultura tiene qué ver más con una materialidad que hace uso excesivo de recursos naturales (sí, les llamamos recursos porque los explotamos, no los comprendemos) para producir ropa, vivienda, automóviles, procesos industriales y la lista sigue.
En este contexto, ya lo dijo el naturalista Joaquín Araujo, que todas las escuelas deberían integran sin discusión alguna, huertos en sus espacios. Así podríamos averiguar el valor de la vida que nos sostiene. Así que esta ruptura entre educación y agricultura es algo a cuestionar y a restaurar.
Anabel y su comunidad wixaritari en la sierra, conservan las práticas de cultivo que heredan de generación en generación. Para algunos, este valioso legado es visto como algo anodino y solo se estiman las aportaciones de esta cultura cuando se traducen en artículos, ropa y formas artísticas que pueden consumir o explotar bajo el nombre de “artesanías huicholes”.
Ella me comparte sus recuerdos: las abuelas “los llevaban a sembrar al monte”, y
con un largo madero que tenía una navaja al final “cavábamos un poco y le echábamos un puño de granos de maíz”.
Ese maíz al que se refiere, viene de un maíz antiguo, pues su bisabuela sembró y le dio a su abuela granos de maíz, y su abuela también sembró de esos granos y le entregó a la madre de Anabel una parte de ellos; quien a la vez los cultivó y le regaló a Anabel su parte. Para explicarme cuánto le heredó, toma una bolsa que contiene algunas de las pulseras que ha hecho, y dice, “así, esto, como un kilo. Ese maíz no se debe perder”. De esta forma se siembra y se sigue conservando la información genética de ese maíz familiar.
La forma de obtener esos granos tiene qué ver en parte con la casa del maíz, pues siempre que termina la cosecha le hacen una casa, que es de madera y se encuentra elevada del suelo gracias a columnas o patas para protegerla de los roedores. Sobre esto erigen maderos que le dan forma a la casa en donde depositan las mazorcas. Este espacio de resguardo tiene algunas aberturas para que se filtre el aire y así se van secando las mazorcas que luego, desgranan sentados sobre una lona que colocan en el piso. Así, guardan en costales los granos que se van consumiendo.
Ya viene julio, cuando se siembra en la sierra, y allí andarán otras niñas y niños, haciendo pocitos de unos 5 o 6 centímetros, en los que, añade Fortunato, su esposo: “tenemos la costumbre de sembrar no solo los 4 o 5 granos de maíz en cada pocito; van juntos con una o dos semillas de calabaza, y con uno o dos frijoles, pues esto es la milpa. Debe haber un metro de distancia entre cada pocito. Y sí, ningún niño se queda a jugar, todos aprenden con sus padres y abuelos; todos a las 7 de la mañana ya están allá”.
La siembra que se realiza del 15 al 31 de julio aproximadamente, se riega con la lluvia. Y luego cada dos semanas, se debe ir a la milpa a quitarle las hierbas que crecen cerca, pues pueden ahogar a la milpa. Así sucesivamente, hasta que crecen, es decir, hasta diciembre, cuando empieza la cosecha.
Y esto que me comparten, es solo un pedacito del mundo, de esa cosmogonía wixárika que podríamos abrazar y comprender, para ser mujeres y hombres cultos.