Don Pepe, el libro
Hace poco menos de dos meses dediqué esta columna a don José García Rodríguez a propósito de cumplirse el sesquicentenario del natalicio de este personaje que fuera pilar y alma de una de las más nobles instituciones educativas coahuilenses: el Ateneo Fuente, institución a la que él entregara 55 años de su vida. Hoy vuelvo a hacerlo porque por fin, y gracias a la Fundación José García Rodríguez, A.C., salió a la luz pública un libro largamente esperado en el ámbito educativo e intelectual de Saltillo.
Después de muchos años de reunir documentos y prácticamente agotar la búsqueda de la información existente sobre su abuelo, el Presidente de esa fundación, licenciado Jaime García Narro Sánchez, pudo terminar lo que se había propuesto. Curiosamente, esta será una de las muy pocas cosas buenas que nos deje la pandemia por COVID-19. Él mismo dijo que el confinamiento obligado le ayudó a terminar la tarea de ordenar, formar y llevar a la imprenta el libro “Vida y obra de Don José García Rodríguez. Don Pepe”.
La añorada biografía aborda en sus muchas facetas y quehaceres a Don Pepe, figura señera de la educación y la cultura en Coahuila, quizás sus dos más amadas ocupaciones. Una y otra fueron las pasiones que normaron su vida y él las cultivó con tesón y ahínco.
Sus servicios a la educación pública de Coahuila rindieron fruto extraordinario. En ese ámbito, obtuvo innumerables logros y beneficios. Don Pepe fue maestro porque su vocación fue la enseñanza, y a ella consagró su vida. Nacido en 1872, a los 21 años asumió por primera vez la cátedra, en el viejo Ateneo en 1893, quehacer que no cesó sino con su muerte en 1948. Parte de sus funciones las realizó por un tiempo en la Escuela Normal del Estado al asumir la Dirección de Educación en Coahuila y la dirección de esa benemérita institución a la que allegó grandes beneficios, pero su vida fue siempre el Ateneo. Cincuenta y cinco años sirvió a la educación coahuilense. En ella dejó su simiente, y todavía hoy el Ateneo levanta su cosecha, año con año, en cada generación ateneísta. Su visión y sus méritos debieran merecerle con toda justicia el título de precursor de la Universidad Autónoma de Coahuila.
Su otra pasión, la vocación literaria, le llevó a ser uno de los mejores creadores de la literatura coahuilense del siglo 20. Prosista de expresión clara y sencilla, poeta de expresión sincera y mesurada, ejemplo y guía para la pléyade de escritores que se formaron en el Ateneo en la última década del siglo 19 y las primeras del siglo pasado. Entre ellos, Miguel Alessio Robles, Felipe Sánchez de la Fuente, Salvador González Lobo, Jesús Flores Aguirre, Federico González Náñez, el Abate Gámez, Fidencio Flores, Raymundo de la Cruz López, Florencio Barrera Fuentes, Rafael del Río, Agustín Isunza, José Rodríguez Garza, Santiago Roel.
Casi todos dedicaron al Maestro frases que lo describen con exactitud. No necesitaron muchas el poeta Jesús Flores Aguirre y el primer rector de la Universidad, don Salvador González Lobo, para retratarlo con una pincelada: “Impacto de luz, espejo de amistad, palabra justa, camino y verdad fuente de vida”, escribió el primero. Don Salvador dijo en las palabras liminares del II tomo de “José García Rodríguez. Obras Completas”, UAdeC, 1983: “Tenía la dimensión del hombre y la condición del sabio. Supo enseñarnos el supremo valor de la libertad y de la dignidad, sin alardes ni poses enfáticos, ni violencias inútiles”.
Don Pepe murió el 1 de abril de 1948. El maestro Ildefonso Villarello, otra gran figura de la educación coahuilense, pronunció ante su tumba unas palabras. Pongo aquí las finales: “Abierto el corazón, el alma alerta, nada quiso guardar para sí mismo, y su vida entregó, su pensamiento, su esperanza, su fe. Y derramó sus bienes en las riberas de su vida, para en otros seres, en otras vidas, prolongarse en el eterno devenir de la Creación. Así vivió el Maestro. Así, abnegadamente, entregóse el amigo. Así, calladamente, cumplió el hombre”.
“Hombre”, “amigo”, “maestro”, palabras que, aplicadas a don Pepe, se vuelven epítetos cabales.
