EL ESPEJO DEL PALACIO
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Antes de la salida del sol el monarca se levanta, y con paso lento y figura encorvada, se dirige solitario hacia una habitación a la que sólo él puede ingresar, después de cerrar la puerta, da unos pasos, se coloca frente a un enorme espejo y dice las siguientes palabras: “Espejito, espejito, ¿quién es el monarca, más sabio, honesto, inteligente y el más amado que ha existido?”
La respuesta no se hace esperar: “Eres tú amado soberano, no hay sobre la faz de la tierra ningún otro de tu estatura ni con tu visión; eres el estadista perfecto. Sin embargo, recientemente ha surgido alguien con popularidad creciente; se trata de Lorenzcrantz, quien preside el sistema de votación del reino”.
El emperador frunce el ceño, su rostro se contrae y esbozando un dejo de contrariedad pregunta “¿Qué puedo hacer para frenarlo?”
Luego de un breve silencio, el espejo mágico hace escuchar su voz grave: “Nada de que preocuparte, ni que te quite el sueño, gracioso y noble Señor, con unas decisiones prudentes y oportunas habrás de recuperar la elevada estima entre tus súbditos. Escucha bien lo que a continuación voy a decirte”.
“Es conveniente que hables con el mago Epigymenius, ese a quien le has otorgado grandes favores, ordénale que te organice una campaña de imagen a fin de mejorar tu presencia entre los pobladores del reino, no importa lo que cueste, al cabo que puedes quitarle dinero a las escuelas y las medicinas; eso no es problema”.
Continúa el espejo: “El siguiente paso es convocar a tus gobernados a una consulta, para que les preguntes si quieren que sigas en el trono, continuando tu obra transformadora. Desde luego que su respuesta te será abrumadoramente favorable, de eso no hay duda, ya verás los resultados”.
Sin embargo, el tiempo pasaba y la población no daba muestras de interés en el ejercicio diseñado, quizá debido a que estaban más preocupados por el alto precio de los granos, la leche, la carne, y por los crecientes robos en los caminos, asaltos a viviendas y crímenes en todos los confines del reino.
El rey estaba contrariado, en una ocasión arrojó al piso un plato de garnachas, en otra amonestó a los juglares que lo entretenían todas las mañanas en un salón del Palacio, llegando incluso a insultar a los reyes de los reinos vecinos. Su médico de cabecera le aconsejaba serenarse; todo era inútil.
Así las cosas, sus consejeros le recomendaron que abriera todavía más las alforjas del reino, para incentivar a los pobladores a participar en su consulta, y para ello mandó a la servidumbre del Palacio, y a su favorita, la princesa Claudisela, a colocar pendones y proclamas a lo largo y ancho del territorio, ignorando las reglas que él mismo y sus propios seguidores habían establecido previamente.
Pero no era suficiente, el monarca al verse en el espejo lucía cada vez más demacrado; las arrugas eran más profundas, las ojeras por la falta de sueño mucho más visibles, incluso, ni sus visitas a la doncella Geraldin lo consolaban, y para colmo, el nuevo palomar que mandó levantar —ya que en un arranque colérico derrumbó el que estaba en construcción- para las palomas mensajeras no sirvió, pues quedó mal hecho y en un pésimo lugar.
Advertidos los corifeos de tan apremiante situación, intentaron un recurso desesperado: tratarían de sobornar el espejo, para que le diera al monarca solamente buenas noticias, pero fueron más lejos, pues le pidieron al objeto encantado, mediante un esfuerzo supremo, alterar la figura del soberano para que luciera mejor. Pero de nuevo, el éxito no llegó.
“Ya nada puedo hacer”—dijo un día el frustrado espejo—“bueno, en realidad si hay algo que pudiera hacerse para mejorar el ánimo de nuestro venerado monarca, y así cumplir su mayor deseo: exiliar al encargado de organizar y contar los votos de la consulta; tal sería el remedio infalible”.
Pasan los días, los emisarios del soberano con carretas rebosantes de pan, harina y otros comestibles los van repartiendo por todo el territorio con mayor intensidad a medida que se aproxima el día señalado. En la mañana posterior a la consulta, el rey acude presuroso a su cita con el espejo pero al entrar al recinto, sólo observa un espacio vacío con un mensaje en la pared que dice: “Cerrado por reparación.” Se escucha un grito: “Que me traigan otro espejo, pero este sí, a modo”.