En el norte más norte de México
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Lo primero que llama la atención de Nogales es que su fruto emblemático no es la nuez, sino la bellota. Ir a Nogales y no comer bellotas es como ir a Parras y no beber vino.
Para ir a Nogales, en Sonora, es necesario llegar primero a Hermosillo. De ahí se viaja por carretera unas tres horas. Hay una parada obligatoria: es en Santa Ana, cerca de Magdalena de Kino y de Colosio. En Santa Ana hay un espléndido restaurante llamado “Elba” donde sirven unas milanesas colosales, tan grandes que debe uno pedir media orden y aun así no es posible dar cuenta con el titánico platillo.
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El “Elba” está siempre lleno de turistas americanos viejecitos. Llegan de Tucson y de otras partes de Arizona a conocer “the Old Mexico”. Se detienen los grandes autobuses y de ellos baja una parvada de octogenarias y nonagenarios, ellos con bermudas, ellas con tenis y calcetas. No sé si los norteamericanos sepan vivir mejor que nosotros: sí sé que saben morir mejor que nosotros. Acá nos sentamos en una mecedora a esperar a la muerte; ellos se salen de sus casas y van por los caminos, de modo que esa señora, doña Muerte, ha de buscarlos si quiere dar con ellos.
Mi amigo Roberto Balderrama, de Los Mochis, tiene paradores turísticos en toda la Sierra de Chihuahua, y recibe también esas caravanas de veteranísimos. Dice que en cada visita de esas se le mueren tres o cuatro viejitas y viejitos, pero que eso no inquieta a sus compañeros de excursión, ni los consterna o apesadumbra: los guías de la excursión se encargan de remitir a los muertitos a su lugar de origen, como paquetes de mensajería, y aquí no ha pasado nada. El viaje continúa.
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En el “Elba” los americanos no piden milanesa: piden camarones. Los comen de prisa y luego se forman ordenadamente frente a la caja para pagar su cuenta. Suben de nuevo a su autobús y se van tan rápidamente como llegaron. Time is money, aunque se tengan 90 años.
He pasado por Magdalena. Dos tumbas famosas tiene el pueblo. La primera es la del padre Kino.
-Es el único padre con quien me llevo bien.
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Así decía aquel inolvidable sacerdote que fue Jorge García Villarreal, “El Chapo”. Pero él hacía alusión a los muy generosos vinos de mesa que llevan en su nombre el del misionero de la Alta California. He seguido las huellas del padre Kino. Estuve en San Ignacio, donde hay una misión que con sus manos construyó aquel gran evangelizador. Subí a la torre por una escalera cuyos peldaños, hechos de recia madera de mezquite, labró con hacha el bienaventurado. Desde ahí se miran las agrias serranías que poblaron los indios doctrinados por el infatigable santo peregrino.
Siguiendo a don Eusebio encontré una palabra, una de las más hermosas que en mi vida he oído. Voy a escribir aquí esa palabra, aunque no es para ser escrita, sino dicha. Pronúnciala tú también, y siente cómo sus sílabas se te deslíen en la boca, como hechas de nubes o de música. La palabra es Cucurpe. ¿Verdad que suena a canto? Viene del ópata esa voz, según entiendo, y tiene un significado tan bello como su sonido, pues Cucurpe quiere decir “donde canta la paloma”.
(Seguirá)
Encuesta Vanguardia
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