En otro tiempo las cosas eran mejores
En el entendido de que cada cabeza es un mundo, vivir en sociedad es complicado. No nos ponemos de acuerdo y por eso hemos buscado rutas a través de los modelos de gobierno, las distintas religiones, la espiritualidad y las comunidades que buscan garantizar la identidad de los pueblos, entre otros tantos caminos. Lo cierto es que desde que el ser humano dejó
de estar encorvado y se convirtió en erectus, no hemos sido tan sapiens –reflexivos o pensantes– como lo creemos. La realidad lo demuestra.
El ser humano es belleza, bondad, orden, equilibrio, inteligencia y tiene que armonizar lo físico, lo mental, lo psicológico, lo social y, aunque le parezca raro, el interés por lo público. No sólo esté en el área de lo emocional, lo pansexual, lo pragmático y lo económico. Justo ese ha sido nuestro problema.
La crisis de valores en la sociedad la hemos experimentado en todo tiempo, no es exclusiva del postmodernismo, es decir, de
esta época. Muchos autores dan cuenta de la situación que vivieron en otras épocas. Las sociedades siempre han sido un caos desde que Caín asesinó a Abel; la uso como una buena analogía para que entendamos el antagonismo que nos ha caracterizado desde el principio. Nunca ha existido esa sociedad perfecta que algunos demandan.
Y aunque Richard Dawkins en su libro “El Gen Egoísta” habla del condicionamiento que el ADN produce en el ser humano y lo relaciona con el área del darwinismo social –la supervivencia de los más aptos–, de la ambición desmedida como camino para ser feliz, del estar por encima de todo y de todos con la única finalidad de prevalecer, no lo creo así. Sin embargo, tiene algo de razón; el hombre es ambicioso por naturaleza, decía Thomas Hobbes. Martin Nowak dirá lo contrario en “El Gen Altruista” hablando del tema de la reciprocidad, por supuesto, la sociedad actual nos deja claro que no está en todos los seres humanos.
La ambivalencia de la reflexión se topa con una realidad donde las guerras, la pandemia, la violencia generalizada, la inseguridad, la corrupción desmedida, los feminicidios, los homicidios, el narcotráfico, los fraudes de los funcionarios públicos, el deterioro del medio ambiente y el cambio climático son signos muy claros de visualizar que aún es tiempo de tener una vida buena. Son, como afirmaba Juan XXIII, los signos de los tiempos.
De ningún modo se aproxima el final de la vida humana, las interpretaciones apocalípticas tienen memoria de corto plazo. En todas las épocas y en todas las sociedades, por donde pasa el hombre, está claro que no vuelve a crecer la yerba (cfr. “Atila, el Rey de los Hunos). Angustiarnos porque el mundo es un caos no nos llevará muy lejos, lo mejor es buscar salidas o comprometernos por mejorar nuestro microcosmos.
En este momento de la historia en el que nos encontramos, donde por el afán de encontrar el éxito −evidentemente desde la riqueza, el poder, la fama o el prestigio−, la situación, al menos de nuestra sociedad mexicana, se ha vuelto un caos, un desorden. Por todos lados, por todos
los ámbitos, por todas las dimensiones. No sólo hemos complicado nuestra relación con la naturaleza, sino también con nuestros partners. Lo que vivimos, nosotros lo provocamos, por tanto, nosotros lo tendremos que resolver.
Carlo María Martini, en “La Audacia de la Esperanza”, decía que desde la frontera de la fe debemos encontrarle significado a la historia y que lo peor que podríamos hacer es bajar las manos y perder la esperanza. Eso es justamente lo que estamos haciendo. Ante la realidad que vivimos, esa que vemos todos los días en los noticieros, se requiere solidaridad y sentido de comunidad. ¿Qué significado tiene la historia en este momento?
No es a través de un movimiento mundial y nacional con el que se va a acabar la barbarie que vivimos en nuestro País, y no me refiero solamente a la banalidad con la que vemos la vida de los demás, sino al doble discurso que se maneja por todas partes y que nos tiene contra la pared como sociedad; será con el compromiso de cada uno, para que en los pequeños espacios donde cada uno de nosotros vivimos hagamos el bien y lo hagamos bien.
Es cierto, como dicen las y los activistas del feminismo, “lo que le hacen a una le hacen a todas”, pero también en el medio ambiente, en lo político y el impacto que esto tiene, en el acaparamiento económico por unos cuantos, en la inseguridad que padecemos, debiéramos de entender que lo que le hacen a una (o), se lo hacen a todos. De ahí que la esperanza no sólo tiene que ver en la confianza que tenemos en que mañana tengamos un mundo mejor, sino en la oportunidad que tenemos todos los afectados en hacerlo posible.
Dejemos de quejarnos de que en otros tiempos las cosas eran mejores o simplemente de que el mundo está de cabeza, preguntémonos mejor qué estamos haciendo para mejorar todo lo que señalamos como si fuéramos perfectos. Decía el enorme Eduardo Galeano: “¿Que tal si deliramos un ratito? ¿Qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia para adivinar otro mundo posible. El aire estará limpio de todo veneno que no provenga de los miedos humanos y de las humanas pasiones”. Así las cosas.
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