Esto ya no se ve ahora
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Me habría gustado estar presente en la escena que describiré hoy. José María Vargas Vila, escritor de moda en los años veinte del pasado siglo, le concedió al periodista Justino Palomares la entrevista que éste le había solicitado. Por esos días el autor de “Flor de fango’’ e “Ibis’’ se hallaba en la cumbre de la popularidad. Hoy ya nadie lo lee. ¡Quién sabe a cuántos escritores que hoy están en la cumbre de la popularidad ya no los leerá nadie mañana! Por si las dudas seguiré manteniéndome abajito.
De todo se habló en aquella entrevista: de ideas políticas y estilos literarios; de la escena europea; de la moda... No se habló, por supuesto, del motivo por el cual don José María estaba en México. Lo sabía bien, sin embargo, el reportero: Vargas Vila había venido en busca del Presidente Obregón. Lo adularía con su pluma a cambio de recibir uno de aquellos jugosos cañonazos con que el Manco de Celaya aplacaba la malquerencia de sus enemigos y acrecía el fervor de sus amigos. Uno de esos cañonazos lo había recibido ya el novelista español Vicente Blasco Ibáñez. El colombiano no veía la razón por la cual él no debía recibir otro igual.
Pero aún no tenía Vargas Vila la respuesta de Obregón a su mensaje de solicitud de audiencia. Disponía de tiempo, pues, para atender otro asunto que le interesaba.
-Dígame -preguntó a Palomares-. ¿Sabe usted dónde está la casa de Salvador Díaz Mirón? Entiendo que vive aquí.
-En efecto. Vive en la calle Zaragoza número 28, a cuadra y media de donde estamos. Si usted gusta yo puedo decirle que quiere usted saludarlo.
-Hágalo ahora mismo, por favor. Ardo en deseos de conocer al gran poeta.
Sin más se dirigió Palomares al domicilio del escritor. Como a Díaz Mirón le gustaba tener buenas relaciones con la prensa, recibió de inmediato al periodista.
-Don Salvador -le dijo éste-. Se encuentra aquí el escritor colombiano Vargas Vila.
-¿Ah sí? ¿Y qué anda haciendo por acá ese trotamundos?
-Vino a conocerlo a usted -lo halagó Palomares-. Me encargó preguntarle si podría usted recibirlo. Está en el hotel esperando su respuesta.
-Dígale que puede venir ahora mismo -respondió Díaz Mirón.
Fue Palomares con la respuesta del poeta, y unos minutos después ya estaba con Vargas Vila de regreso en la casa del veracruzano. Hicieron sonar la campana. Desde el primer descanso de la escalera Díaz Mirón tiró de un cordón que servía para abrir la puerta. Entró Vargas Vila. Vio a don Salvador, que aguardaba peldaños arriba, e hincó una rodilla en tierra.
-¡Vengo a México -dijo con tono grandilocuente de orador- a conocer dos montañas veracruzanas! ¡Una se llama el Pico de Orizaba; otra se llama Salvador Díaz Mirón!
Con tono aún más magnílocuo respondió Díaz Mirón abriendo los brazos:
-¡De pie, poeta! ¡De pie, como acostumbráis escribir vuestros libros!
Ascendió los peldaños Vargas Vila y se fundieron los dos escritores en un estrecho abrazo.
Me habría gustado estar ahí para mirar aquello, porque cosas como ésta ya no se ven ahora.