Hablemos de Dios 106
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¿Qué es la vejez? Tal vez, y sólo tal vez, valorar lo que uno hizo el día de ayer. ¿Qué es la vejez? Tal vez, y sólo tal vez, valorar las compras de ayer. Por estos días disfruto enormidades un disco doble (un CD, cosa del pasado para todo mundo, me imagino) titulado “Jazz&Cómic” editado por una editorial española. Los discos son dos y son del inigualable Frank Sinatra, el dibujo, la historieta, el cómic, corre a cargo del ilustrador Pedro Zamith. Una maravilla que compré en su momento en la FIL de Guadalajara, Jalisco.
Aunque lo había escuchado varias veces. Ahora lo limpié, retomé y lo disfrutó a mares. Los dos discos de Sinatra tienen nombre distinto porque están recopilados conforme a dos vertientes: “Noche y día” y como no, “Mi chica”. Pues sí, son las mismas canciones de siempre, pero así ordenadas, saben, suenan y son diferentes. Amén de disfrutar los monos de Zamith.
Y lo anterior me ha movido lo siguiente: día y noche, siempre habrá estos claroscuros en nuestra vida misma. Como a cualquier persona en todo el mundo. Decía el inolvidable maestro e historiador, Javier Villarreal Lozano en una de sus frases, las cuales viven para la eternidad: “Mira, maestro Cedillo, más vale ser rico y sano y no pobre y enfermo”. Le creo. Siempre le creí al sabio maestro unido a la eternidad.
¿Soy un aguafiestas? Sin duda. ¿Estoy avinagrado? No del todo. Al menos, eso creo. ¿Soy un resentido? En lo absoluto. Si alguien ha disfrutado esta vida la cual fue creada por mi padre Dios, pues fue para mí (aunque claro, siempre hay noche y día en la rueda de los sentimientos). De nuevo con otras letras: el mundo fue creado sólo para mí y mi disfrute estético. Yo la verdad lo tengo muy claro: Dios creó el mundo para que su servidor lo viviera, lo paladeara, lo gozara hasta el cansancio.
Líneas arriba le deletreé: Dios creó el mundo para mí. Entramos en materia: la gente que lee obsesivamente la Biblia (católica o cristiana, básicamente es la misma) y la sabe incluso de memoria y casi toda, es gente rara para mí. Tan rara y obsesiva, que no se cuestiona nada. Ninguna letra ni verso. Es aquello de: desconfía de la gente que lee un solo libro.
Repito: Dios creó el mundo para mí, para que yo lo disfrutara a plenitud, cosa que siempre en mayor o menor medida lo he hecho. Lo “creó”, no lo “crió”, como si fuese la crianza de un bebé, de un infante. Si usted cree en lo anterior, en la Biblia hebrea, todo fue planificado de una forma perfecta. Pero, en algunas Biblias, merced a los pésimos traductores o a los ignorantes correctores cristianos de las editoriales, o gracias a todo mundo, no pocas Biblias disponibles en el mercado, el primer verso del Génesis reza así: “En el principio crió Dios los cielos y la tierra (Santa Biblia. Antigua versión de Casiodoro de Reina).
Cuando debería de ser lo siguiente: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (La Biblia devocional de estudio. Antigua versión de Casiodoro de Reina). “Crió” es relativo a la crianza de un niño. “Creó” es eso precisamente: el plan, la magia de crear. Y ya cuando esto de la creación inició, el buen Dios separó la noche del día, la luz de las tinieblas (Génesis. Capítulo 1. 1-5). Y pues sí, esto hicieron los recopiladores de las canciones de Frank Sinatra: dividieron sus rolas en el día, y para la noche.
Esquina-bajan
Y con esto de la peste oriental, quien esto escribe piensa una sola cosa merced a ser un aguafiestas, un agorero, un ave de pésimo agüero: habitamos las tinieblas, una noche perpetua. Habitamos una noche eterna y tal vez, hasta el final de nuestros días (mis días, claro está; espero que usted siga deambulando sobre los despojos de esta tierra y de esto llamado “nueva vida real”, señor lector). Usted lo sabe, este ya no es mi mundo.
Yo con esta vida que he llevado y hasta el día de hoy, tengo. No deseo ni quiero más vida salvo la que me regale Dios. La muy maldita, macilenta, pálida y cárdena muerte anda tras de mis huesos, lo sé y lo siento, pero voy a morir cuando Dios diga, no cuando la muy ladina me enamore. Me estoy resistiendo a su lengua de fuego y a sus ojos lánguidos y seductores. Perpetuamente seductores y amoratados.
Me resisto a verle más allá arriba de sus tobillos (los cuales, caray, se me hacen sexys, qué le vamos hacer) y claro, ni pensar en su escote y adivinar qué hay bajo su blusa transparente... “Por la noche durará el lloro...” (Salmos 30:5). Sí, habitamos una noche perpetua y siempre habrá el llanto y el crujir de dientes. Por eso y no otra cosa, el ácido de Charles Baudelaire dividió a todo mundo en dos parcelas de humanidad, una maldita y una salva. Sí, en los hijos de Caín y los hijos de Abel.
Leamos un solo fragmento de su poema contenido en “Las Flores del Mal”:
Raza de Abel, traga y dormita;
Dios te sonríe complacido.
Raza de Caín, en el fango.
Cae y miserablemente muere.
Por esto y no otra cosa, somos una raza maldita sobre la tierra: todos somos hijos de Caín el cual fundó la ciudad. Y las ciudades, usted lo sabe, están...
Letras minúsculas
...habitadas por sombras macilentas, ahítos de remordimientos y venganzas: los humanos.