Hablemos de Dios 119
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Le platiqué el pasado jueves 6 de abril de mi decisión (con base en su opinión y comentario) de retomar ya y cada sábado, esta sección la cual usted hace favor de leer puntillosamente. Esta sección es suya, sus comentarios nutren mis letras y por supuesto: nunca vamos a estar de acuerdo en todo y de todo, pero eso es precisamente la vitalidad del viaje, la única finalidad de viajar: sentir, existir, ver, escuchar, paladear, discutir... viajar y tal vez y sólo tal vez, encontrar ¿a Dios? Es día de nuestra tertulia y nuestro encuentro para hablar de Dios: “Hablemos de Dios”.
Cada quien hurgue dentro de sí y busque aquello que anhela o necesite. Así de sencillo. ¿Yo? Sí, ando buscando a Dios. Lo busco con el corazón (no tanto con mis torpes sentimientos)... pero más con mi pensamiento y razonamiento.
¿Estoy errado al buscarlo más con mi pálida inteligencia y no con mis acomplejados sentimientos los cuales mutan no pocas veces? Absolutamente no. Al menos hay dos citas (ha de haber más, pero son las que recuerdo) en la Biblia las cuales nos hablan y retratan lo anterior.
Usted las conoce. Son, una de Mateo y otra del libro de Deuteronomio. La primera dice a la letra: “Jesús le dijo (a un fariseo) amarás al señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Mi tirada de naipes entonces, tiene que ver con mi pálida inteligencia y eso llamado cabeza y mente. ¿Los sentimientos? Los sentimientos estorban, siempre.
El siguiente es diálogo “in extenso” de los versos de la pieza poética y dramática, “Caín”, de Lord Byron (sigo la traducción y edición de “Poemas satánicos” de Lord Byron, para editorial Akal. 400 páginas):
Adán: Caín, mi primogénito, ¿por qué estás callado?
Caín: ¿Por qué debería hablar?
Adán: Para rezar.
Caín: ¿No habéis rezado ya?
Adán: Con gran fervor.
Caín: Sonoramente: ya os he oído.
Adán: También lo hará Dios, creo.
Abel ¡Amén!
Adán: Más tu hijo, mí hijo mayor, ¿sigue aún callado?
Caín: Es mejor que esté así.
Adán: ¿Por qué lo dices?
Caín: Nada tengo que pedir.
Adán: ¿Nada qué agradecer?
Caín: Tampoco.
¡Caramba con semejante diálogo en el infierno! En el mismo infierno, que no el cielo. Lord Byron (1788-1824) nos presenta en su ropaje netamente romántico, esos personajes muy suyos que se cuestionan todos los signos ominosos que se harían presentes (luego y en poco tiempo) en la cultura burguesa, avasallante, fría, deshumanizada la cual llevó al desencanto. Desencanto que aún hoy y más intensamente, padecemos.
Vea, lea usted los remilgos y reparos de Caín para rezar. Y esta es una primera cuestión no trivial, sino profunda y perturbadora: el rechazo de la oración como un signo de rebeldía, sacudirse una especie de yugo moral y divino ante un Dios por siempre injusto, el cual desde su atalaya de perfección y plenitud, no pocas veces premia al granuja y manda todas las calamidades al justo (Job, por ejemplo).
ESQUINA-BAJAN
Es aquella teoría esgrimida en 1930 por Sigmund Freud cuando publicó su célebre ensayo “El malestar en la cultura”. A 93 años de su edición, el libro se muestra lozano y jovial y molesto en muchas de sus partes y capítulos. Hace pensar, reflexionar y levanta críticas a casi cien años. No comparto en lo más mínimo aquello que supuso una de las apuestas de Freud: todo emparentarlo con la libido (o su ausencia), aquello del complejo de Edipo, la falocracia (sigue vigente, por lo demás), la castración y eterno anhelo de una mujer por un pene el cual no tienen... En fin.
No bien inicia su ensayo, Freud deja caer aquella sentencia de Plauto: “El hombre es lobo del hombre”. Escribiría: “El ser humano no es un ser manso, amable, a lo sumo capaz de defenderse si lo atacan, sino que es lícito atribuir a su dotación personal una buena cuota de agresividad”.
En una glosa al ensayo de Freud, el analista León Rozitchner ha escrito: “La paradoja de la conciencia moral: castiga al justo más que al pecador”. Pues sí, la conciencia de la cultura (no sólo como manifestación artística sino como armado y estructura adquirida por el hombre en su vida civilizada) nos otorga valores, criterios, principios, doctrinas y acaso también, tabús que luego son imposibles de romper.
En otro momento de su ensayo dice Freud: “Al comienzo, la conciencia moral (mejor dicho: la angustia, que más tarde deviene conciencia moral) es por cierto causa de la renuncia de lo pulsional...”. Para acrecentar nuestros valores como humanos (moderación), debemos renunciar a nuestra vocación innata a los placeres (la carne y los deseos); sí, lo pulsional.
LETRAS MINÚSCULAS
Caín renuncia a orar. Byron pone en su personaje el eterno desencanto ante un mundo arbitrario e injusto. ¿Dios es justo? ¿Usted qué piensa?
Encuesta Vanguardia
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