HASTA EL FINAL
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Fernando Savater lo dijo con claridad: “soy decididamente de los que prefieren abrigar esperanzas, aunque siempre tomando la precaución de no considerarlas una especie de piloto automático que nos transportará al paraíso sin esfuerzo alguno por nuestra parte. Es decir, creo que la esperanza puede ser un tónico para los rebeldes y un estupefaciente para los oportunistas y acomodaticios”.
Cito lo anterior dado que la desesperanza pareciera ser un fantasma que se ensaña con sociedades que se han volcado por el progreso y que, en el tránsito, olvidan el verdadero gozo de vivir. Pareciera que tanto anhelo por el bienestar económico ha provocado que se ignoren las razones generadoras de vida: amar, contemplar, agradecer y volcarse por ser lo que cada uno verdaderamente es, y así regalar generosidad con los semejantes.
Parecería que esta época seduce a los seres humanos a existir medios dormidos, apachurrados, a vivir entre paréntesis, “gozando” del aburrimiento que no es más que la mismísima muerte apoderada de la vida; así, se erosionan las ilusiones y se pierden las esperanzas y la alegría.
Posiblemente, estos tiempos invitan a vivir al borde del abismo, no por nada existen las líneas de emergencia para los suicidadas que intentan dar el último paso que les queda para “auto defenderse” de un mundo que los tiene ignorados, abandonados y segregados de la riqueza de un cálido abrazo; para ellos Dios ha sido silenciado por el ruido del materialismo y la indiferencia de los demás.
Estos tiempos impregnados de egoísmo y sin razones quizás impulsan a que las personas abandonen los sueños y las ilusiones que solían mantener el ritmo del corazón y el sentido de la vida.
Nuevos caminos
¿Qué hacer ante el cáncer de la desesperanza que calladamente se apodera del espíritu humano? Sin duda, evitar caer en el fatalismo; mejor es abrir los ojos para darnos cuenta que nada puede el mundo en contra de una persona que ha hecho suya la esperanza y que está dispuesta a llegar a su meta.
¿Qué hacer ante tanto desencanto? Despertar para comprender que lo humano “es la voluntad, el coraje, el afán de luchar, el saber sobreponerse a la desgracia, la capacidad para esperar contra toda esperanza”; también, tomar un nuevo aliento sabiendo que “a la vida le resta el espacio de una grieta para renacer, y que las personas sabemos hacer de los obstáculos nuevos caminos”, entendiendo que de esta verdad abundan ejemplos fecundos, solo basta leer la historia, solo se requiere mirar alrededor para advertir que las cosas pueden cambiar cuando existe el deseo y la voluntad, solo basta sentir que en lo modesto de lo cotidiano vive y abunda lo mejor de la naturaleza humana y que hay miradas sencillas que nos consagran como humanos.
¿Qué hacer ante la insensibilidad que arrastra a la desilusión y la parálisis? Un camino es hablar fuerte en contra de los abusos, es tener el valor para volcarse hacia los más desprotegidos, cada quien, desde su propia trinchera, tendiendo manos generosas y sabiendo que, contradictoriamente, estos tiempos también representan una insospechada esperanza: el gozo de sabernos humanos, la posibilidad del triunfo del amor sobre la desdicha y la orfandad.
Alcanzar
¿Qué hacer ante tanta desolación? Quitarnos las gafas oscuras para mirar alrededor y descubrir eso que canta Facundo Cabral: “no estas deprimido estas distraído. Distraído de la vida que te puebla, tienes corazón, cerebro alma y espíritu, entonces ¿cómo puedes sentirte pobre y desdichado? Distraído de la vida que te rodea, delfines, bosques, mares, montañas y ríos (...) No caigas en lo que cayó tu padre, que se siente viejo porque cumplió 70 años, olvidando que Moisés dirigía el éxodo a los 80 y Rubinstein, interpretaba como nadie a Chopin a los 90.
No estás deprimido, estás distraído. Crees que perdiste algo, lo que es imposible porque todo te fue dado, no hiciste ni un solo pelo de tu cabeza, por lo tanto, no puedes ser dueño de nada, además la vida no te quita cosas, te libera de cosas, te aliviana para que vueles más alto, para que alcances la plenitud”.
Constancia
Sábato se pregunta: “si todo es relativo, ¿encuentra el hombre valor para el sacrificio? ¿Y sin sacrificio se puede acaso vivir?... ¿y puede haber sacrificio cuando la vida ha perdido el sentido para el hombre, o sólo lo halla en la comodidad individual, en la realización del éxito personal?”
Tenemos una carrera por delante y hemos de persistir hasta llegar a la meta final, por ello es necesario resistir ante la tentación de no avanzar, ante la posible desesperanza y el dolor, y esto se puede lograr mediante el sacrificio, entendiendo su paradoja: entre más grande éste sea, mayor será el gozo de haber permanecido en la constancia.
Fuera de serie...
Existen infinidad de ejemplos del triunfo del ser humano ante el infortunio y la adversidad. Uno de ellos sucedió en las olimpiadas de México en 1968, cuando un deportista mostró al mundo pasos de agonía, pasos de sangre, pero también pasos de esperanza abrevados del compromiso y de la vida que lo impulsaba para llegar a su destino y entonces representar el valor del coraje, la dignidad y el honor.
Me refiero a John Stephen Akhwari el maratonista de Tanzania que quedó en último lugar. Kilómetros atrás había sufrido un grave accidente lesionándose la pierna derecha, pudo haber abandonado la carrera como muchos lo hicieron, pero Akhwari permaneció en la lucha, a veces trotando y en ocasiones sencillamente caminando, pero siempre con la determinación de concluir lo empezado; así lo expresó en su momento: “los médicos me trasladaron en camilla al sendero peatonal. Como la herida sangraba mucho, me vendaron y me quisieron trasladar en ambulancia. Lo rechacé y les dije que seguiría adelante, corriendo despacio, pero que terminaría la competición, aun andando paso a paso hasta llegar a mi destino. Así resistí hasta el final”.
Ovación
Era de noche y la premiación había concluido, el público había empezado a abandonar el estadio hasta que de repente, por los altavoces, se pido a los asistentes que permanecieran para esperar al último maratonista, luego apareció el número 36, era Akhwari cojeando, deshidratado y sangrando de su pierna, ante tal muestra de voluntad el último maratonista recibió una inmensa ovación honrando su valentía, sacrificio, coraje y determinación. Ese día, el mundo vio a un joven corredor africano que simbolizó lo mejor del espíritu humano.
Los periodistas le preguntaron por qué habían corrido con tal sufrimiento, por qué no se había retirado como tantos otros lo hicieron. Akhwari se quedó perplejo ante el cuestionamiento dejando una de las más excelsas lecciones de persistencia, responsabilidad y humildad: “pienso que ustedes no entienden: mis padres me dijeron que lo que uno empieza, hay que acabarlo. Mi país no me ha enviado a diez mil millas de distancia para empezar una carrera, me enviaron para terminarla” (https://www.youtube.com/watch?v=xf4OU7bs3gc).
La vida...
“Algunas veces, la esencia de los Juegos Olímpicos se encuentra en las personas que no se han subido al podio” y esto también sucede en la vida: los más plenos y felices no necesariamente son los más adinerados o los que ostentan poder, sino los que saben que el sacrificio que realizan por alcanzar sus sueños tiene sentido. Me refiero a esos seres humanos que viven y comparten valores sagrados.
Estas personas han descubierto que en la oración del Padre Nuestro se encuentra el abrazo misericordioso de Dios y la certeza que jamás serán abandonadas, a ellos los mueve la exigencia de la responsabilidad y el anhelo de perfección que les impide quedarse dormidos en el camino de sus vidas.
Me refiero a seres humanos como Akhwari que son los más bienaventurados, pues colman de gozo el alma con su trabajo cotidiano y siempre están agradecidos y predispuestos al amor; son, sencillamente, los que jamás se rinden y no pierden la esperanza; los que están atentos; los que han abrazado la hermosa vida que los puebla sabiendo que la vida es como una carrera y, por tanto, tienen la obligación moral de llegar a su meta final con la frente en alto.
Programa Emprendedor
Tec. de Monterrey
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