La calle y la casa: Una extensión del cuerpo

“La arquitectura es espacio mental construido”,- Keijo Petäjä.

El título que propongo para esta breve reflexión, corresponde a un libro de Xavier Monteys en donde, a grandes rasgos, explica la relación de la arquitectura o del edificio con la ciudad. A este respecto, la cuestión sobre la fachada vista desde la perspectiva pública o privada, es una pregunta que prevalece: ¿Es la elevación principal de un edificio que da a la calle un ente propio o ajeno? ¿Pertenece a la ciudad, al propietario o a ambos? La discusión puede ser amplia y depende de su abordaje, ya sea legal o urbano, entre otros, para que pueda responderse de diferentes maneras.

Desde que tengo uso de razón he entendido “la casa” como una extensión o una analogía del cuerpo, este lugar que contiene en sí mismo espacios que funcionan, que sirven para trasladarse, espacios que están delimitados por su propia piel en donde se definen y se llevan a cabo usos, costumbres, vivencias: recibir, cocinar, comer, estar, dormir, mirar hacia fuera, respirar o ventilarse y hasta tirar lo que no sirve; donde además se asocian imágenes, memorias, recuerdos, sensaciones y emociones. Desde tiempos remotos, el hogar es el lugar donde nos reunimos, incluso con nosotros mismos y si revisamos la etimología de la palabra, esta proviene del latín focus, que es de donde viene “fuego” en castellano y según el diccionario etimológico, este asunto se remonta a los inicios de la usanza occidental, el culto al fuego, es tradición y símbolo de muchas culturas y pueblos. En cada casa había una hoguera, un brasero o una llama viva, que generalmente se encontraba al centro de la vivienda, alrededor de la cual las familias se congregaban por tradición y también por cuestiones de necesidades físicas como la luz y el calor. Un espacio de reunión alrededor del fuego, del fogar o del hogar, el corazón de la casa, donde se convive con el otro y con uno mismo.

¿Quién no ha sentido ese ensimismamiento hipnótico al observar el fuego trepidante de una chimenea o de una fogata? Esta relación que se da con el otro es también la relación que encuentro entre la casa y la calle o la ciudad. En ella existen espacios para congregarse, para reunirse y para hacer comunidad, es decir, para convivir, estos espacios se conciben para que sus usuarios se relacionen entre sí y con su espacio construido; como dice Norberg-Schulz: la concepción del hombre no puede entenderse como aislado del contexto que le rodea, este se encuentra relacionado siempre con sus congéneres: “el mundo es siempre lo que yo comparto con otros”. Por eso la fachada es parte del mundo o del contexto en el que vivimos, es el rostro de nuestra identidad que se edifica y se materializa por medio de la arquitectura, espacios construidos que perduran y permanecen a veces físicamente, a veces solo en la memoria.

En otro sentido, Aldo van Eyck, arquitecto de la época moderna, afirma que: “la arquitectura no necesita hacer más, ni debería hacer menos que ayudar al regreso a casa del ser humano”, es decir, la arquitectura debe arropar en el sentido de abrazar, acoger, ser su segunda piel, su propio territorio, su lugar seguro. En esta época navideña, la nostalgia por el hogar para los que se encuentran lejos, o por los que ya no están, es común. La arquitectura de la casa pero sobre todo esta concepción del hogar donde nos encontramos con el otro y con nosotros mismos, donde la intimidad, la invitación, el disfrute, el descanso y los recuerdos, la vuelve una experiencia existencialmente significativa o como dice Antoine de Saint-Exupéry: “yo era el hijo de esa casa, lleno del recuerdo de sus aromas, de la frescura de sus vestíbulos y de las voces que la habían amado. Y hasta el canto de las ranas en los pantanos venía a reunirse”.

Es por todo esto que la arquitectura: nuestro patrimonio edificado, adquiere significado e importancia, por ser en lo físico y en lo metafísico, este lugar existencial e históricamente significativo.

¡Felices fiestas!