La política de las canicas
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Con templanza, frialdad e inteligencia políticas, Miguel Riquelme declaró en días pasados sobre la sorpresiva salida de un operador electoral torreonense –de oloroso y cuestionable abolengo– para irse a Morena: “No hay que preocuparnos, todo se resuelve. Unos se van, otros llegan, y creo que ahí se equilibran las fuerzas: unos se van sin canicas y otros llegan por las canicas. Un cambio de partido no implica un cambio de militantes, porque se trata de seres humanos y no de canicas. Entonces, sin minimizar el hecho, no pasa nada”.
A partir de hoy, los priistas que migren a Morena no sólo regresarán a su origen –un PRI versión años 60– sino que, además, imaginarán entrar al paraíso de las canicas grandotas con las cuales soñaban de niños: las cacalotas, bombochas, matalotas y macanas de color cebra (transparente con pinceladas de colores helicoidales en su interior); ojos de gato (con diseño amarillo en el centro que aparenta ojos gatunos) y galaxia (negra con lentejuelas y motivos brillantes en su interior).
Pero no. Estarán equivocados porque en Morena sólo encontrarán puras caniquillas pequeñas y raspadas; agüitas y tiritos, ambas de vidrio transparente y sin adornos.
¡Chiras carambolas! O, ¿cómo imaginar, que su ahora candidato que pretende enarbolar el discurso de cero corrupción y cero impunidad, respecto a la deuda heredada por Humberto Moreira, pueda integrar a uno de los desertores como secretario de Seguridad Pública?, ¿o pueda proponer al hijo del otro desleal como candidato a la presidencia de Torreón en 2024? Cuando los dos infieles han sido ejemplos de corrupción e impunidad.
¿Tan desesperado estaba el candidato morenista, como para agarrar puro balín de metal pesado y tóxico que terminará por ser un lastre político en su campaña de integridad y ética pública?
¡Chin-cham-pú! Los morenistas tiraron primero al hoyo con esas dos huidas del campo tricolor. Podrían venir más, en particular de Torreón y del círculo cercano a Riquelme. Las razones son tres: su regionalismo –mal entendido– les impide aceptar un candidato del sureste del estado; su congénita incapacidad para unirse les impide ver más allá de sus intereses personales y mirar por el bien de Coahuila y, finalmente, su cultura política –acomodaticia– les facilita acostumbrarse –por los beneficios obtenidos– al poder estatal liderado por un torreonense.
Por ello, alucinan que su amistad con el candidato morenista de mismo origen, les permitirá seguir montados en caballo de hacienda, andaluz y bailador: igual o mejor que durante el sexenio riquelmista.
Sin embargo, el resultado para ellos será el mismo que enfrentarán los dos alegres judas del capítulo. ¡Chiras carambolas! Serán útiles para causar un efecto psicológico negativo entre las bases tricolores. Pero, suceda lo que suceda, al final serán tirados por inservibles en el bote de basura de la historia.
¡Chiras pelas! Toda deserción o deslealtad priista duele a Miguel Riquelme. Pero cada una chocará con su trabajo disciplinado, metódico y estratégico como gobernador y operador político electoral. Riquelme, no olvidemos, está forjado con el granítico acero de la adversidad política; de ahí que, canicas más o menos, Miguel está preparado para dar la batalla final y triunfar en el terreno que mejor conoce. Para lo cual, requiere cruzar una vez más la circunferencia de fuego que le rodea y conquistar en su medido tiempo y espacio el triunfo total.