La reina del hogar
Lo que actualmente sucede en Saltillo ocurrió en la Ciudad de México en la década de los 40
Nadie puede hablarle a la señora Cortés. Desde hace algunas semanas el mal carácter se apoderó de ella y no parece haber nada que pueda hacerla feliz. Llegan sus hijos y les grita. Llega su esposo y muy apenas le dirige la palabra. Sus amigas quieren visitarla para ver el comedor que compró, pero ella mejor las cita en el Café de las mil opciones. Cuando es de noche se va a dormir sin despedirse de nadie y al otro día se levanta con un fuerte dolor de cabeza que la obliga a maldecir a todo mundo. Aunque nadie sabe por qué la señora Cortés ha cambiado tanto últimamente, la razón es muy sencilla: no tiene a una chica que la auxilie en las labores domésticas.
Pasan los días y, después de haberse encomendado a todos los santos, de haber pagado un aviso de ocasión en el periódico, de haber preguntado a sus amigas si conocían a alguien que pudiera ayudarle en las labores domésticas, de recorrer todos los ejidos cercanos y de haber pretendido sonsacar a las criadas que trabajan en las casas de sus vecinas, la señora Cortés por fin encuentra a una muchacha que quiere trabajar. A partir de entonces el ambiente en su hogar cambia mágicamente. La señora vuelve a sonreír; los niños se atreven a dejar sus juguetes tirados sin tener que soportar los gritos de su madre; el jefe de la familia llega del trabajo y para su sorpresa la comida lo espera calientita en su plato.
Sin embargo, esto es demasiado bello como para ser eterno. Después de una semana, la criada habla con la señora Cortés y le dice que ya no puede trabajar, pues su papá está muy malo. Pero la verdad es que ella no soporta que su patrona la trate como a una esclava y no como a una auxiliar doméstica.
Este drama es vivido actualmente en muchos hogares saltillenses. Cuando mamá y papá deben trabajar para contribuir a la economía familiar, inevitablemente descuidan su hogar, y aunque tienen la posibilidad de contratar a alguien que les ayude, deben resignarse a llegar a su casa y seguir trabajando.
Nadie puede negar que en nuestra ciudad las empleadas domésticas están en peligro de extinción. Este es un claro síntoma de que Saltillo sigue creciendo a un paso vertiginoso. Grandes compañías escogieron nuestro suelo para instalarse, provocando que miles de mujeres renuncien a trabajar como criadas para convertirse en obreras.
Lo que actualmente sucede en Saltillo ocurrió en la Ciudad de México en la década de los 40. Salvador Novo, en su libro Nueva Grandeza Mexicana, cita las palabras de una señora capitalina que se queja amargamente por no tener sirvienta: “Una de las más grandes calamidades de los nuevos tiempos es la falta de personas que se dediquen a la limpieza del hogar.
Los únicos que consiguen criadas son los condenados extranjeros y las han echado a perder con esos sueldos imposibles a que las han acostumbrado. Figúrese usted, antes, en mis tiempos, tenía una siempre buenas criadas por ocho pesos al mes, y luego por quince y por veinte, y con eso del salario mínimo, empezaron a pedir las perlas de la Virgen, y baño, y a ganar cuarenta y sesenta, y ahora quieren ochenta y cien y hasta más, qué barbaridad. ¡Esta ya no es vida!”.
Si usted tiene una empleada doméstica, consiéntala, trátela bien y hágala sentir como la reina de la casa, pues eso le evitará muchos problemas y ayudará a que en su hogar reine la paz y la cordialidad. Si no tiene quien le ayude en las labores del hogar, piense que gracias a todas las mujeres que dejaron de ser sirvientas y se convirtieron en obreras, nuestra Ciudad está conociendo lo que es el desarrollo.
En ese caso, es inevitable que tanto los hombres como mujeres nos adaptemos a los nuevos tiempos, aunque ello signifique sacrificar un rato de ocio para lavar los trastes, planchar la ropa o hacer la comida.
Hace años el exgobernador Rubén Moreira presentó la iniciativa para que las empleadas domésticas contaran con todas las prestaciones de ley, entre estas el Seguro Social e Infonavit. Aunque muchos la rechazaron por la obligación que representaba, seguramente a esto debemos llegar para seguir contando con la bendita presencia de la reina del hogar.
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