MIRADOR 22/01/24
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Hay personas que después de morir siguen viviendo.
Vive aún en Saltillo, aunque murió hace días, Marina Rodríguez de Lobo. Larga vida vivió, llena de frutos. El tiempo, tan cruel en ocasiones, con ella fue benigno. Le conservó, aún en la edad madura, la belleza de alma y cuerpo que tuvo desde su juventud, lo mismo que sus virtudes y su gentil bondad.
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Mi padre trabajó en la empresa familiar de ella. De manos de Marina recibí, precioso obsequio, la calculadora –una de aquéllas de teclado, manivela y rollito de papel- que él usó siempre en sus tareas de contador. La antigua máquina está ahora en la oficina de Radio Concierto, valioso objeto de colección y –aún más valioso- de recordación.
Mucho bien hizo Marina a mucha gente. Fue ejemplar su generosa labor al lado de los ignacianos en el templo jesuita de San Juan Nepomuceno, cuyo recinto está frente a la casa solariega donde ella vivió y de donde salió de esta vida pasajera a la otra que no tiene final.
Mujer de fe profunda, de esperanza firme y de amorosa caridad fue siempre esta señora, gran señora. Para Marina no habrá olvido nunca. Quiero decir que para ella no habrá muerte jamás.
¡Hasta mañana!...
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