Nostalgia de los espacios vacíos
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“Y es que allá el tiempo es muy largo”.- Juan Rulfo.
La acción de habitar se refiere a la manera en que nos relacionamos con el mundo y con el espacio. A este último se le confieren diversos adjetivos como sideral, físico, pero pienso que todos, al menos en nuestra realidad física como es la ciudad, deberían ser espacios habitables.
Un sustantivo es -según los expertos- aquel tipo de palabras cuyo significado determina la realidad. Los sustantivos nombran todas las cosas: personas, objetos, sensaciones, sentimientos; la habitabilidad es un sustantivo que se le adjudica a un lugar que cumple con ciertas características físicas, espaciales o incluso legales y normativas que lo hacen un sitio digno en donde cualquier persona puede estar. Pero un lugar también tiene o no estas características, porque también se convierte en adjetivo al ser o convertirse en un sitio habitable.
Dice Pallasmaa que el habitante se sitúa en el espacio y el espacio se sitúa en la conciencia del habitante. Pero ¿qué pasa cuando el espacio se vacía? Hace unos días leía sobre el significado de la palabra kenopsia, cuya etimología proviene del griego y está compuesto a su vez por dos palabras: kénosis que significa vaciamiento y opsis que significa observar. El Diccionario de Oscuras Tristezas de John Koenig define esta palabra como una atmósfera inquietante de un lugar vacío que solía estar lleno de personas, pero que al momento de mirarlo se encuentra abandonado y tranquilo. Para que este estado suceda en nosotros, el espacio tiene que hacernos sentir nostalgia.
Cuando habitamos un espacio durante un no muy largo periodo de tiempo, le imprimimos nuestras costumbres, nos apropiamos de él: pensemos en una habitación de hotel, en la que estaremos un par de noches, colocamos nuestras cosas de cierta manera, en cierto lugar que tiene algo de particular -como particulares somos los individuos- a pesar de ser espacios genéricos. Cuando por el contrario nos cambiamos de residencia, nuestros nuevos espacios se graban con nuestros gustos, costumbres creencias, hábitos, cotidianidades, incluso las palabras que utilizamos; los abrazos a nuestros seres queridos se quedan en esa atmósfera a manera de memorias, de recuerdos. Pero no solamente los espacios privados, también los públicos; caminamos, vivimos y habitamos una ciudad en sus aceras, en sus plazas, jardines, calles, estas tienen impresas en sus atmósferas, en sus materiales o en sus paredes nuestra conciencia colectiva, nuestra forma de ver y ser, en fin, de habitar una ciudad. Esta ciudad que está compuesta por edificios públicos o privados que nacen, permanecen, se vuelven históricos y en los centros fundacionales de dichas ciudades mutan y se convierten para utilizarse en otra cosa, en el mejor de los casos. ¿Cuántos edificios, viviendas, se han convertido en lugares vacíos llenos de nostalgia, que antes eran lugares donde se construían memorias? lugares que hoy se vuelven oquedades en el espacio. Kenopsias personales y colectivas. Porque son sitios que son susceptibles de nostalgia, de recuerdos. Santiago Ramírez afirma que el mexicano se mueve en un territorio inhóspito, en un suelo prestado: “abonos que le brindan un anhelo de seguridad mensual con fraccionadores disolutos” y agrega que a pesar de esto, siente que su territorio es de él, porque la apropiación de los espacios y la identidad que se refleja en ellos forma parte de nuestra historia y de la forma de habitar.
Al caminar la ciudad y en específico el Centro Histórico, se pueden encontrar muchos ejemplos que remiten a esta emoción de la que se habla; casas abandonadas con aberturas que nos permiten asomarnos al interior y que aunque no las hayamos habitado, es posible pensar que cada muro guardaba un color, cada espacio un olor, cada mesita una fotografía, o el bodegón que le gustaba a la abuela, casas y edificios vacíos en la calle de Bravo, Juárez, Victoria, Allende, Pérez Treviño, Colón o Ramos Arizpe por mencionar algunas. Esquinas convertidas en lugares genéricos que se vinieron abajo a causa del descuido, del abandono o por razones comerciales ¿cuántos lugares se suman a esta sensación de nostalgia al verlos vacíos, no solamente de personas sino de espacios habitables, todos los días en nuestra ciudad? Estimado lector, cuando visita el Centro Histórico ¿qué lugares despiertan esta emoción antes innombrable que se mezcla con la nostalgia y que ahora le llaman kenopsia?
Encuesta Vanguardia
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