Nuevas teatralidades
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Denis Guénoun dijo alguna vez: “es al cine a donde hoy se va si se quiere ver personajes para identificarse con ellos, el cine sacia nuestra demanda de identificación con los otros y con nosotros mismos. Si el teatro insistiese en ese modo de representación, acabaría por desaparecer”. Si en el Romanticismo el arte comenzó a separarse de la sociedad debido a diferencias entre lo que la ciudad de la revolución industrial buscaba y lo que el artista podía ofrecer, el siglo XX marca el inicio de la búsqueda existencial del teatro que llega hasta nuestros días. Dicen que nada teme quien ya no tiene nada que perder; así, el teatro se auto-destruye, se reconstruye, se ataca y se enaltece, todo al mismo tiempo.
La crisis del siglo XX coincide en todas las artes, estimulada quizás por las grandes guerras que comenzaron un periodo en la historia de la humanidad en la que muchas cosas perdieron el sentido. Parece que todos los campos artísticos comenzaron a buscar recursos uno en el otro, de manera que comienzan a existir intercambios entre ellos, al punto que las clasificaciones comienzan a ponerse bastante complicadas. Como ejemplo, el performance art, que lo mismo aparece en el currículo de las artes plásticas que en el de las artes escénicas. Personalmente, he presenciado “teatro” en el que he sido espectador e interprete mientras escuchaba instrucciones por unos audífonos y teatro en una sala a oscuras que me recordaba más a una especie de radio en vivo, y que, sin embargo, actualmente entran dentro del campo de estudio de las artes escénicas porque gracias a los investigadores hemos llegado a un ingenioso término que lo engloba todo: Bienvenidos a la era de las “teatralidades expandidas”.
El término teatro en el campo expandido o teatralidades expandidas engloba las formas de hacer teatro que se alejan de la convencional puesta en escena porque tienden a desestabilizar los métodos tradicionalmente utilizados, los espacios, las jerarquías intérprete-espectador, la frontera realidad-ficción y un gran etcétera. Como todo, dentro de este tipo de propuesta existen los éxitos y los fracasos. Si bien en los últimos años los creadores nos hemos volcado más y más hacia estas tendencias, me parece importante recordar que no hay solución que valga para todo. Es cierto, el campo expandido en el teatro significó, como el romanticismo en su tiempo, una bocanada de aire fresco, pero no pretendamos que escapar del edificio teatral e invadir otras esferas de la sociedad ganará instantáneamente un lugar en la ciudad de la que el artista ha sido expulsado.
Habrá que preguntarse entonces, pensando en Platón, hasta qué punto las manifestaciones contemporáneas de lo que puede o no ser teatro están justificadas a su vez por lo que es necesario para la sociedad hoy en día. Ojo, que menciono que hay que cuestionarse lo que la sociedad necesita, no lo que quiere. Como defensora acérrima del teatro en el campo expandido, me cuesta aceptarlo, pero tal vez algunos proyectos acaban siendo una autocomplacencia del artista más que un teatro creador como el que Aristóteles encumbraba. En algunos casos, podríamos acercarnos más al infierno descrito por Eugenio Trías “ese lugar de buenas o pésimas intenciones que jamás se contabilizan en acciones”.
Esto me lleva, por supuesto, a hacerme también LA PREGUNTA: ¿Por qué, para empezar, hemos decidido ser artistas escénicos? ¿Nuestro quehacer está guiado por una vocación de comunicar, de conectar, de mostrar, como pedía Aristóteles o de convivir, como establece Jorge Dubatti? ¿O podría ser también que sólo disfrutemos sumergirnos en el placer de la vivencia de pasiones, de la encarnación de personajes? No quisiera decir que eso está mal, pero, ¿este personaje cuya existencia se basa simplemente en el “ser otros” debería pertenecer a la ciudad o fuera de ella? No me corresponde a mí, tal vez, responder esa pregunta. Que cada artista, pues, lo consulte con su propia consciencia.
Encuesta Vanguardia
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