Cuento de Navidad, cambiar para bien siempre es posible
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El próximo jueves tendremos la oportunidad para despertar los valores que dan sentido a una existencia humanamente plena
La realidad de la pandemia a todos nos aproximó a una inquietante incertidumbre y en muchísimos casos al dolor y la pérdida. Cotidianamente nos recuerda que somos frágiles, enfermizos y mortales. Muy mortales.
Ante este inmenso e inaudito desconcierto, el milagro de la Navidad nos vuelve a sorprender, convocándonos a abrazarla desde su sentido original: no desde las compras ni el dispendio, no desde los regalos ni la indiferencia, tampoco desde la superficialidad, sino a partir del gozo del auténtico significado del humilde pesebre que invita a la fraternidad y al reconocimiento de los fundamentales de nuestra efímera existencia: la misericordia de la divinidad, la familia y el hogar, los amigos, la patria, la esperanza en el provenir, la libertad, la naturaleza, el trabajo, la integridad, el encuentro humano y el gozo de la gratitud que nos predispone al amor.
DESALMADO
Desde hace tiempo, a la víspera de la Navidad, acostumbro referir en esta entrega semanal, fragmentos de una de las historias más conmovedoras de la Navidad. Me refiero a la obra de Charles Dickens “Canción de Navidad” o “Cuento de Navidad”, capaz de conmover a los corazones más mezquinos y endurecidos. Espero que esta entrega ayude a recordar el auténtico sentido de la Natividad. (https://www.youtube.com/watch?v=l98k85578a0)
El personaje central, que encarna la miseria del corazón humano en la obra de Dickens, es el viejo usurero míster Ebenezer Scrooge
–personaje que había convertido su vida en soledad, avaricia, desprecio, egoísmo y desamor– de quien el autor comenta: “¡Era atrozmente tacaño, avaro, cruel, desalmado, miserable, codicioso. Incorregible, duro y esquinado como el pedernal, pero del cual ningún eslabón había arrancado nunca una chispa generosa.
“El calor y el frío ejercían poca influencia sobre Scrooge. Ningún calor podía templarle, ninguna temperatura invernal podía enfriarle. Ningún viento era más áspero que él, ninguna nieve más insistente en sus propósitos, ninguna lluvia más impía. El temporal no sabía cómo atacarle. La más mortificante lluvia, y la nieve, y el granizo, y el agua de nieve, podían jactarse de aventajarle en una sola cosa: en que con frecuencia ‘bajaban’ gallardamente, y Scrooge, nunca.
“Jamás le detuvo nadie en la calle para decirle alegremente: ‘Querido Scrooge, ¿cómo estáis? ¿Cuándo iréis a verme?’ Ningún mendigo le pedía limosna, ningún niño le preguntaba qué hora era, ningún hombre ni mujer le preguntaron en toda su vida por dónde se iba a tal o cual sitio. Aun los perros de los ciegos parecían conocerle, y cuando le veían acercarse arrastraban a sus amos hacia los portales o hacia las callejuelas, y entonces meneaban la cola como diciendo: ‘Es mejor ser ciego que tener mal ojo’”.
¡PATRAÑAS!
Para asomarnos aún más a la avinagrada alma de Scrooge veamos otro pasaje de Dickens: “Tenía abierta la puerta del despacho para poder vigilar a su dependiente, que en una celda lóbrega y apartada, una especie de cisterna, estaba copiando cartas. Scrooge tenía poquísima lumbre, pero la del dependiente era mucho más escasa: parecía una sola ascua; más no podía aumentarla, porque Scrooge guardaba la caja del carbón en su cuarto, y si el dependiente hubiera aparecido trayendo carbón en la pala, sin duda que su amo habría considerado necesario despedirle. Así, el dependiente se embozó en la blanca bufanda y trató de calentarse en la llama de la bujía pero, como no era hombre de gran imaginación fracasó en el intento.
—¡Felices Pascuas, tío! ¡Dios os guarde! –gritó una voz alegre. Era la voz del sobrino de Scrooge, que cayó sobre él con tal precipitación, que fue el primer aviso que tuvo de su aproximación. —¡Bah! –dijo Scrooge. ¡Patrañas!
El sobrino de Scrooge se hallaba tan arrebatado a causa de la carrera a través de la bruma y de la helada, que estaba todo encendido: tenía la cara como una cereza, sus ojos chispeaban y humeaba su aliento.
—Pero tío, ¿una patraña la Navidad? –dijo el sobrino de Scrooge. Seguramente no habéis querido decir eso. —Sí –contestó Scrooge. ¡Felices Pascuas! ¿Qué derecho tienes tú para estar alegre? ¿Qué razón tienes tú para estar alegre? Eres bastante pobre. —¡Vamos! –replicó el sobrino alegremente. ¿Y qué derecho tenéis vos para estar triste? ¿Qué razón tenéis para estar cabizbajo? Sois bastante rico. No disponiendo Scrooge de mejor respuesta en aquel momento, dijo de nuevo: ‘¡Bah!’ Y a continuación: ‘¡Patrañas!’”.
YO NO FESTEJO…
En un momento determinado de la historia llegan dos personajes a la oficina de Scrooge: “Es Navidad, millares de personas carecen de lo necesario, señor”.
A lo cual Scrooge responde: “¿Es que no hay prisiones? ¿No funcionan ya los hospicios? —Ciertamente que existen y funcionan, pero pueden hacer muy poco para alegrar los espíritus y cuerpos en Navidad. Hemos pensado recoger fondos para entregar, a los pobres, alimentos, bebida y combustible. ¿Con qué cifra podemos inscribirle? —Con ninguna. Quiero que me dejen en paz. Yo no festejo la Navidad y no me voy a permitir el lujo de hacerla festejar a los holgazanes. Pagando el impuesto de lo pobres, doy mi ayuda a las cárceles, a las instituciones de mendicidad; el que este en miseria que se dirija a ellas.
—Muchos no pueden ir, y muchos otros prefieren morir antes de hacerlo –comentaron los visitantes.
—Si prefieren morir será mejor que lo hagan pronto para disminuir el exceso de población. Y además ustedes perdonen, estas cosas no me interesan”.
LOS FANTASMAS
A Scrooge se le aparece el fantasma de su socio, Jacob Marley, para comentarle que, de seguir así, será condenado como él por toda la eternidad, también le advierte que será visitado por tres espíritus.
El primero en llegar es el espíritu de las navidades pasadas que lo lleva en un viaje hacia su pasado cuando era capaz de amar. Luego arriba el espíritu de las navidades presentes, que le enseña el concepto de la empatía. Por último, llega el espíritu de las navidades futuras, que le muestra su propia muerte, experiencia que le aterroriza tremendamente.
Scrooge se percata que tiene una segunda oportunidad para cambiar su conducta y así salvase del castigo eterno; entonces se convierte en una persona generosa y caritativa, haciendo suyo el sentido de la Navidad.
Esta transformación representa un mensaje de esperanza para todos, independientemente de nuestro credo religioso, pues hace manifiesto que cambiar para bien siempre es posible.
INSENSIBILIDAD
La historia de Dickens representa una súplica universal: mientras existan millones de seres humanos que son rechazados como individuos, que son ultrajados, violentados, discriminados, asesinados, que apenas sobreviven, que son considerados migajas en el mundo del bienestar consumista, no puede hablarse del sentido auténtico de la Navidad. En todo caso, la Navidad que celebramos es artificial, de mentiras, inclusive cínica; ésta no es testimonio de la humildad y del amor en la cual se debería de sustentar, no es ejemplo del “hombre-Dios”, del quien celebramos su nacimiento.
No puedo percibir una navidad feliz cuando en nuestra comunidad existen familias que no sólo se mueren de indigencia y frío, sino que, adicionalmente, resisten las miradas gélidas y la perversa indiferencia de muchas de las personas que abarrotamos las tiendas para comprar esos regalos materiales que fallidamente intentan sustituir lo que nuestros corazones son incapaces de dar: solidaridad.
Indiferencia representada en el cuento por esa alma que no podía dispensar amor, me refiero a la omnipresencia del corazón de míster Ebenezer Scrooge, el cual tristemente se ha instalado hoy en el corazón de infinidad de personas. Pero quisiera subrayar que el avaro Scrooge sí llegó a descubrir, con la ayuda de los espíritus, el verdadero significado de la Natividad, que él si pudo comprender la tragedia en la que había convertido su existencia, y entonces tuvo la oportunidad y las agallas de arrepentirse abriendo su corazón al amor por sus prójimos.
ENHORABUENA
El próximo jueves tendremos la oportunidad para reflexionar sobre los espíritus de Dickens, para realizar el balance de lo vivido y, de paso, despertar los valores de amor, comprensión y generosidad que dan sentido a una existencia humanamente plena.
Espero que esta Navidad recuperemos su auténtico significado, su alegría y la ilusión de la infancia perdida, disfrutando el privilegio de estar vivos, de compartir y servir.
Programa emprendedor Tec. de Monterrey
Campus Saltillo